La economía de Islandia ha crecido por una vía bien diferente a la propuesta por la ortodoxia económica para afrontar la crisis.
El Pbi islandés aumentó el año pasado 4 por ciento, más de dos veces que el de la UE y la zona euro, y dos veces más rápido que en 2014. En la Unión Europea, sólo Irlanda presenta un crecimiento superior. En mayo la tasa de paro era de 4,1 por ciento, el nivel más bajo en 11 años, mientras que la tasa de actividad fue de 86,1 por ciento. En la zona euro el desempleo está en 10,1 por ciento, con una tasa de actividad del 70.
Islandia tiene una economía pequeña, con un Pbi de 15.000 millones de euros, pero es uno de los países más ricos de Europa. En 2015 era el octavo en términos de Pbi por habitante en paridad con el poder adquisitivo, un nivel 17 por ciento superior al de Francia y 24 por ciento por encima de la media de la UE.
Sin embargo, la isla nórdica vuelve desde muy lejos. Ha atravesado, desde octubre de 2008, una de las peores crisis financieras de la historia. La gestión de esa crisis no entró en los cánones de la teoría económica y se resolvió con éxito. En eso el equipo de fútbol islandés se parece un poco a la economía nacional: surgió del infierno y sorprendió a todo el mundo.
LOS AÑOS “LOCOS”
Independiente de Dinamarca desde 1944, Islandia sufrió mucho la crisis de la pesca, entonces su principal recurso, en los ochenta y noventa. En 1991 se formó un nuevo gobierno, dirigido por Davíð Oddsson, jefe del Partido de la Independencia, que lanzó al país a una ola de liberalización con el modelo irlandés en mente. Diez años más tarde las finanzas islandesas estaban ampliamente desreguladas. La meta de esta política era atraer a los inversores extranjeros. Islandia se convirtió entonces en un polo financiero mundial que se utilizaba para el carry trade, consistente, grosso modo, en tomar dinero prestado en países con intereses bajos (como la zona euro) para colocarlo en países con intereses elevados (como Islandia). El dinero abundaba, la Bolsa despegaba, los créditos se multiplicaban, el crecimiento alcanzaba ritmos astronómicos. En 2007 los activos del sector bancario representaban 1.035 por ciento del Pbi de la isla y la actividad del sector bancario era un 10,3 por ciento del Pbi, tres veces más que en 1997.
Cuando la crisis financiera mundial estalló, en setiembre de 2008, Islandia estaba en primera línea. Los tres grandes bancos, Kaupthing, Glitnir y Landsbankinn, estaban virtualmente en bancarrota. En todas partes el Estado inyectaba capital en los bancos. En Irlanda el gobierno decidió garantizar la integralidad de las deudas bancarias, es decir 235 por ciento de su Pbi (440.000 millones de euros). Pero Reykjavik fue por otra vía: se contentó con garantizar los depósitos de los islandeses en los bancos islandeses. El resto fue abandonado a su suerte. Los tres bancos fueron nacionalizados y escindidos en una parte sana y otra tóxica. Los “bad banks” no se beneficiaban de la garantía del Estado, mientras que los bancos “sanos” fueron recapitalizados en un nivel del 30 por ciento del Pbi y gestionaron a menudo directamente el incalculable número de empresas en impago.
Contrariamente a lo que escuchamos a menudo, Islandia no ha rechazado salvar a los bancos: eligió qué quería salvar y decidió preservar su demanda interior antes que sus acreedores internacionales. El elemento destacable es que el gobierno y la población mantuvieron esa política. Cuando fue cuestión de reembolsar a los depositantes británicos y neerlandeses, clientes de la estructura islandesa Icesave, los islandeses rechazaron hasta dos veces en referéndum la opción de un reembolso.
AUSTERIDAD, A PESAR DE TODO
Esta elección entre acreedores no permitió evitar la austeridad. Para capitalizar la parte “sana” de los bancos y del Banco Central, el Estado tuvo que pedir prestados 3.200 millones de euros al Fmi y a sus vecinos escandinavos. La deuda pública pasó del 28,5 por ciento del Pbi en 2007 al 96,4 en 2015. El gasto público también se vio reducido. Hubo socialización de riesgos y transferencia de la deuda privada a la deuda pública, pero de manera limitada, y eso permitió que la economía rebotara más rápido.
El otro elemento clave fue la depreciación de la corona. Para comprar un euro hacían falta 82 coronas islandesas a principios de 2007. Dos años más tarde hacían falta 182. Esta caída condujo a una inflación que alcanzó el 17 por ciento y mermó el poder adquisitivo de los hogares. Sin embargo, permitió recobrar rápidamente la competitividad externa y circunscribir los efectos de la crisis.
A pesar de su vía original y su moneda propia, Islandia en 2009-2010 no era un paraíso ni mucho menos. En el tercer trimestre de 2010, tras nueve trimestres de contracción en ritmo anual, el país volvía al crecimiento. Habría que esperar, sin embargo, a 2014 para que el Pbi superase su nivel de 2008.
¿La “vía islandesa” era más eficaz que la elegida en la zona euro en 2010? No para Irlanda, que ha salido más rápido de la crisis, pero menos por la política llevada a cabo que por elementos externos. En cambio, Islandia parece haber salido mucho más rápido que España, Italia, Grecia o Portugal. Sobre todo, parece mucho menos amenazada que la mayoría de estos países por el riesgo deflacionista y por el crecimiento blando. Las comparaciones son, sin embargo, delicadas.
Conviene no sobreinterpretar la “vía islandesa”. El crecimiento islandés de después de la crisis se debe a las exportaciones: de bienes, pero sobre todo de servicios. Son por lo tanto las ganancias en competitividad externa por la compresión de la demanda interior las que han hecho rebotar a Islandia. Los dos motores del crecimiento del país han sido principalmente la pesca, que se ha beneficiado del alza de los precios y de la demanda de pescado, y los turistas, cuyo número creció 27 por ciento en 2015. Esto es fruto de una política activa con, especialmente, un desarrollo de las infraestructuras y del marketing público y privado. Pero hoy asistimos a un reequilibrio rápido: en el primer trimestre el consumo ha aumentado 7,1 por ciento. En 2015 el país conoció un déficit comercial y fue la demanda interna la que empujó el crecimiento.
Islandia ha querido adherirse a la UE para beneficiarse de una cierta “protección”. Este procedimiento, iniciado por la centroizquierda, ha fracasado rápidamente por las diferencias en cuanto a las políticas de pesca. Después de la vuelta de la derecha al poder, en 2013, la demanda de adhesión fue retirada sin el referéndum prometido al respecto. Esto irritó mucho al sentir democrático de los islandeses, pero los sondeos dan en realidad una mayoría de casi 59 por ciento en contra de la adhesión a la UE. Miembro del espacio económico europeo, Islandia se beneficia del acceso al mercado único y de la libertad de circulación, lo que es crucial para el turismo y la voluntad de hacer de la isla una escala entre Europa y América del Norte. Y la isla también puede beneficiarse de una protección de sus zonas de pesca. La adhesión a la UE no parece entonces muy atractiva.
Una de las principales originalidades islandesas reside, sobre todo, en el trato “moral” de la crisis. Islandia ha sido uno de los pocos países –junto con Irlanda– en “judicializar” la crisis. Los jefes de los tres principales bancos han sido condenados a 18 meses de cárcel, y muchas más condenas han sido establecidas. Hasta el primer ministro en funciones en 2008, Geir Haarde, fue condenado sin prisión por un tribunal, en 2012. A partir de entonces, la sociedad islandesa es muy sensible a los asuntos financieros. Cuando la mujer del actual primer ministro, Davíð Gunnlaugsson, fue citada por el asunto de los Papeles de Panamá, el gobernante se vio obligado a dimitir por las manifestaciones gigantes que se dieron en Reykjavik. Nuevas elecciones van a tener lugar y el partido del primer ministro saliente, el Progresista, está amenazado por una nueva formación, el Partido Pirata, que prospera gracias al rechazo de los partidos tradicionales y del mundo político en general, un elemento común a muchos países que han conocido la crisis.
¿Qué lecciones retener de la crisis islandesa? Primero, permite advertir los peligros de la financiación externa de la economía. Este modo de desarrollo tiene un revés inevitable: el de la explosión violenta de la burbuja, con consecuencias raramente positivas para la población, incluso cuando, como en el caso islandés, se haga todo lo posible por circunscribirla al máximo. También Islandia prueba que los intereses bancarios no coinciden necesariamente con el interés general. Y que es posible liberarse de los primeros en nombre de los segundos sin provocar las catástrofes que los banqueros vaticinan. La vía islandesa prueba que un gobierno siempre puede elegir las medidas a tomar en caso de crisis. Y que un pueblo pequeño puede enseñarle mucho a los grandes.
* Encargado de la sección económica de La Tribune, de París. Tomado de Público.es.
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