La bioeconomía constituye la más radical crítica a la economía política desde la crítica de Marx, con la salvedad de que el marxismo jamás conoció ni estudió (hasta la fecha) la bioeconomía.
I
Desarrollada originariamente por el rumano N. Georgescu–Roegen —La ley de la entropía y el proceso económico, originalmente publicado en inglés en 1971 y con traducción al español de 1996—, la bioeconomía produce una verdadera inflexión en la historia de la economía, y constituye un capítulo propio. Sin ambages, la bioeconomía constituye la más radical crítica a la economía política desde la crítica Marx, con la salvedad de que el marxismo jamás conoció ni estudió (hasta la fecha) la bioeconomía.
La bioeconomía toma como hilo conductor a la termodinámica y, más exactamente, al segundo principio de la misma: la ley de la entropía. Consiguientemente, se trata de la más radical crítica a la función de producción —y, por tanto, a la idea de crecimiento como de desarrollo económico— a partir del reconocimiento explícito de que en la naturaleza existe una tendencia constante a que el orden se convierta en desorden. Así las cosas, el principal reto económico consiste en cómo trabajar con entropía baja que tiende a alta entropía. Al fin y al cabo, la vida, la existencia misma, se funda en sistemas de baja entropía.
Georgescu–Roegen alcanza la fama mundial en econometría, estadística y matemática económica. Y, sin embargo, el grueso de sus reflexiones se fundan en profundo y sólido aparato epistemológico que tiene como resultado mostrar la inviabilidad del sistema capitalista o el sistema de libre mercado, a partir de la más fundamental de todas las ideas en la física: el principio de la entropía, algo que los economistas, por lo menos hasta Georgescu–Roegen, jamás habían visto (incluso hasta la fecha).
II
Los cuatro modelos económicos habidos e imperantes son una sola y misma cosa: el modelo clásico, el neoclásico, las economías de escala y el desarrollo (humano) sostenible o sustentable. Propiamente hablando, se trata, gradualmente, cada vez, de una cara más amable del capitalismo. La razón por la que son una sola y misma cosa es que dejan inalterada la función de producción. Frente a esto, todo lo demás es todo lo de menos.
La bioeconomía constituye, manifiestamente, el mejor acercamiento a las relaciones entre economía y complejidad, gracias precisamente al reconocimiento explícito de que la economía es un sistema complejo evolutivo. En otras palabras, la ley de la economía es el cambio, pero si ello es así, no puede resolver la tendencia a generar sistemas de alta entropía. Dicho en términos clásicos, con Schumpeter, por ejemplo, el capitalismo (y las empresas) tienen que innovar, porque no tienen ninguna otra alternativa (de supervivencia).
Así las cosas, la economía queda presa de sí misma, lo cual significa, à la lettre, que los retos, problemas y desafíos económicos no se pueden resolver al interior de la economía misma. Este reconocimiento plantea enormes desafíos al cuerpo duro de la economía: la micro, la macro, las finanzas y el comercio.
III
La bioeconomía tiene una arista importante que, sin embargo sólo puede aquí ser mencionada: se trata de las contribuciones propias e independientes de R. Passet. Lo que sí resulta fundamental es señalar que la bioeconomía se realiza y da lugar al mismo tiempo a dos áreas, cada una más radical: la economía ecológica, y luego también, la ecología política. Al fin y al cabo, la gestión de la economía es imposible sin poner sobre la mesa, a plena luz de día, la importancia de la naturaleza.
En otras palabras, es imposible entender el mundo y gestionarlo al margen de la física y la biología, de la ecología y la política. Pero si ello es así, el reto que la entropía le plantea a la economía merece ser tomado en serio y resuelto. De lo contrario, la sociedad es como una locomotora desenfrenada que ha perdido el control y avanza a velocidades crecientes. Ello implicaría la muerte de la sociedad y de la civilización.
En buenos términos de ciencias de la complejidad y de termodinámica, es evidente que las razones del fracaso de un sistema consisten exactamente en las razones de su triunfo. El capitalismo es un sistema triunfante dado que implica un modo alta y crecientemente complejo de orden, cuyo costo es la generación a su alrededor de una masa igualmente creciente de desechos. En una palabra: a mayor orden de un sistema, mayor generación de entropía a su alrededor.
A su manera, de forma lapidaria (en este contexto), el economista rumano afirma: “Me apresuro a añadir que la innovación y la expansión no son un fin en sí mismas. La única razón para este ajetreo es un mayor placer de vivir”. Pero si ello es así, el foco se desplaza de la economía —en toda la extensión de la palabra— a una cierta idea de buen vivir y de saber vivir. Algo que se dice fácil, pero que es sumamente difícil de llevar a cabo.
Las relaciones de complejidad creciente, no–linearidad, inestabilidades y turbulencias entre economía y sociedad tanto como entre economía y naturaleza, plantean reto de una radicalidad y un calibre superior al que el panorama de las discusiones actuales en torno a la economía presente. Incluido Th. Piketty. Piketty, un tibio más.
Comprender la complejidad de la economía implica poner el dedo sobre su núcleo mitocondrial: el desarrollo (= el desarrollo económico). Complejidad y desarrollo: el tema es magnífico y exige una mirada novedosa. Pero ese ya es otro tema aparte.
Como quiera que sea, la complejidad de las relaciones entre economía y vida ponen de relieve la necesidad del diálogo entre termodinámica y, muy especialmente, la termodinámica del no–equilibrio y economía. A nivel anecdótico, existió un debate sordo entre I. Prigogine y Georgescu–Roegen. Pero esa es otra historia.
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