Llegó la cruda después de un domingo electoral de mucho ruido y muchas nueces. Tanto y tantas que las fuerzas políticas españolas y nacionalistas –léase catalanas y vascas– hacen esfuerzos denodados para digerir unos resultados que, salvo a Pablo Iglesias, de Podemos, y Ada Colau, la carismática alcaldesa catalanista de Barcelona, las dejaron descolocadas.
Resultados engañosos como nunca desde la transición que llevó a cabo el fallecido Adolfo Suárez, el hombre que siendo hijo del franquismo entendió la necesidad de cambiar de tercio. Contó para ello con dos personajes singulares, ambos de izquierda. Santiago Carrillo, líder histórico del Partido Comunista, y Felipe González, el hombre que se adueñó de la sala de controles del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde la clandestinidad.
Entre los tres parieron los históricos Pactos de la Moncloa. Ese acuerdo que dejó insatisfechas a las fuerzas nacionalistas vasco-catalanas es hoy un modelo fuera de foco, inservible. Los votantes dijeron ayer que están cansados de las mismas caras y de una corrupción que, en mayor o menor medida, afecta a los dos partidos que capitalizaron la mentada y nunca terminada transición española.
La irrupción de Podemos a nivel nacional y de Colau –más o menos asociada con Podemos– a nivel catalán, es un mensaje para navegantes. Hay que caminar por las calles de la guapa Madrid para escuchar las conversaciones ciudadanas.
Este domingo entró con fuerza lo nuevo, pero lo viejo ahí sigue, con achaques, pero ahí está, en una silla de ruedas si se quiere, pero está. Los partidos más dañados, PP y PSOE, esbozaron este lunes explicaciones que tal vez sirvan para atemperar el desánimo de sus bases, si acaso. Lo mismo sucede con el cascarón llamado Ciudadanos, la joven derecha liderada por Albert Rivera que, soñándose casi en La Moncloa, acabó en el vagón de cola.
Y eso no quiere decir que la izquierda española se renueve y se fortalezca. No va por ahí el cuento. Es perder el tiempo pontificar sobre el significado del 20D. Apenas se abre un nuevo teatro político. El PP de Rajoy dispone de dos meses para ser investido como presidente, y a tenor del ánimo prevaleciente hoy, eso será poco menos que misión imposible.
En ese caso, como ya vaticinan los grandes bancos europeos, habrá nuevas elecciones tan pronto como en 2016. Ningún partido quiere apuntalar a un PP que hace aguas y finge demencia ante la corrupción interna. Es una derecha en retirada, desacreditada por el uso y abuso del poder que le dieron las urnas hace cuatro años.
El drama de la derecha política española es que las huestes de Ciudadanos se llevaron el pasado domingo un trancazo inesperado. Lo fiaron todo a la cara bonita y acartonada de Rivera y creyeron que con eso era suficiente para dar atole con el dedo al electorado de centro derecha. No funcionó el invento. A sus electores potenciales no les gustó ese atole.
Tampoco por la izquierda pintan las cosas de color rosa. La pica en Flandes colocada por Podemos tiene sus bemoles a tenor del comportamiento ciudadano ante las urnas. Si patinan serán pasados a cuchillo sin misericordia. Sucede que los electores pusieron el listón casi en las nubes para todos los partidos. La ciudadanía, como nunca antes, tiene la seguridad de que su voto es importante, y cuenta y pesa.
Los fraudes electorales en estas latitudes son prácticamente imposibles, y si se dan es a niveles ínfimos. Nada que ver con historias harto conocidas en México y en otros países de América Latina y de otras latitudes. Hasta las televisoras están sujetas al ojo crítico ciudadano. Lo que no gusta no se ve ni se oye.
Por eso el pasado 20 de diciembre pasó lo que pasó. Habló la calle y las urnas reflejaron ese estado de ánimo.
Comicios españoles: ¿hacia una gran coalición?
Joan Martínez Alier
En escaños y más todavía en votos, ha ganado claramente la izquierda. Sus fuerzas son en teoría suficientes para formar gobierno. El Partido Popular (PP, derecha tradicional española) con sus 123 escaños más los 40 de Ciudadanos (centro derecha), suman solamente 163 escaños en el Parlamento, que tiene 350.
En cambio, los 90 escaños del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), los 69 de Podemos y sus aliados regionales, los nueve de Esquerra Republicana de Cataluña, los dos de Izquierda Unida (que malgastó muchos votos porque solamente entró en alianza con Podemos en Cataluña y Galicia), y los dos de Bildu, del País Vasco, suman 172. Los 15 que faltan hasta 350 son ocho diputados de la centro-derecha catalana, seis del PNV vasco y uno de Canarias.
La mayoría en el Parlamento son 176, o sea que un gobierno PSOE-Podemos con 172 votos dependería de la abstención de Ciudadanos o de varios de esos 15 diputados. Los ocho catalanes y los seis vascos seguramente se abstendrían en la investidura de presidente de gobierno, les sería difícil por el contrario apoyar un gobierno del PP con Ciudadanos.
Por tanto, si el PSOE no ensaya un gobierno con Podemos es porque no quiere. Seguramente la aritmética le permitiría incluso prescindir de los cuatro incómodos votos favorables de Bildu e IU. Pero sí que haría falta negociar la abstención de Ciudadanos o, más coherentemente, conseguir los nueve votos de Esquerra Republicana a cambio de una promesa de eventual referendo de independencia en Cataluña, algo que está en el programa de Podemos, pero difícil de digerir por el PSOE.
Podemos, en estas elecciones, ha tenido éxito particular en Cataluña, Valencia, Galicia y el País Vasco. Puede ser que la estructura interna de Podemos se encamine hacia una especie de confederación de izquierdas políticas más o menos autónomas, con grupos de este tenor también en Aragón y Castilla, y en Adalucía, donde el PSOE continúa triunfando por ahora.
Ha ganado la izquierda. La posibilidad aritmética de un gobierno de PSOE y Podemos realmente existe, y ese gobierno podría desarrollar en lo económico un programa un poco contrario a la austeridad de Merkel, podría aliarse al nuevo gobierno de izquierda de Portugal. Así el PSOE podría hacerse perdonar despacito su alianza con el PP para modificar el artículo 135 de la Constitución (al inicio de la crisis económica y por exigencia exterior) imponiendo como prioridad del presupuesto nacional el pago de la deuda. Sacar a Mariano Rajoy del poder podría también llevar a más rápido castigo de los casos de corrupción del PP y a que se olvidaran un tanto los del PSOE.
La prensa internacional conservadora más bien recomienda otra vía. Como el deseado gobierno PP más Ciudadanos no tiene escaños suficientes (suman solamente 163, les faltan 13) y como el PP y sobre todo Ciudadanos son anatema, por españolistas, para los partidos catalanes y vascos moderados, la alternativa conservadora es una gran coalición entre el PP y el PSOE, cambiando algunos de los líderes. No me gusta nada esta alternativa, pero me parece probable. Una gran coalición como en Alemania, elogiada por la Comisión Europea y que al tiempo intente poner coto a la rebelión catalana y relegue a Podemos a su papel de oposición juvenil y simpática.
El PP y el PSOE juntos tienen 213 escaños, tres quintas partes del parlamento; ambos son partidos monárquicos, hicieron juntos la transición de la cual los franquistas salieron tan bien librados. Ese eventual gobierno de coalición a los veteranos socialistas como Felipe González les parece muy bien, en comparación con una peligrosa aventura del PSOE con los muchachos de Podemos. Esa gran coalición apartaría el riesgo de que se ponga en duda las virtudes de la gloriosa transición del franquismo a la monarquía (que incluyó la autoamnistía que se concedieron los franquistas con la aquiescencia del partido socialista de Felipe González y del partido comunista de Santiago Carrillo). Esa gran coalición ampararía mutuamente el pasado y el presente de PSOE y PP ayudando a encubrir sus numerosos delitos. Con el tiempo, otros cuatro años, se iría tal vez olvidando el mal manejo de la economía por ambos partidos durante la burbuja inmobiliaria que duró ocho años y que explotó en 2008, y su cruel gestión de la austeridad posterior. Una Gran Coalición dejaría a los muchos emigrantes jóvenes varados allá donde estén y, como ha ocurrido en estas elecciones, con posibilidad escasa de votar.
Sería la continuación del bipartidismo más allá del bipartidismo; sería un bipartidismo monogubernamental durante cuatro años y después ya se vería.
Esta alternativa dejaría a Podemos aparcado en la oposición. Su prestigio y sus votos aumentarían con el tiempo. ¿Quién sabe? Son jóvenes profesionales, son profesores politólogos, pueden esperar cuatro, ocho años, preparándose para sus futuros años en el gobierno, madurándose y ¬moderándose.
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