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Cuenta regresiva

Cuenta regresiva

Donald Trump activó la cuenta regresiva de una bomba que los europeos trataron de desarmar a lo largo de los meses. Desde enero de 2018 hasta la visita oficial que realizó a Estados Unidos el presidente francés, Emmanuel Macron (finales de abril), seguida luego por la de otros responsables, los países europeos implicados en el acuerdo nuclear firmado con Irán en julio de 2015 en Viena (Francia, Gran Bretaña, Alemania junto a Estados Unidos, Rusia y China, Joint Comprehensive Plan of Action, JCPOA) buscaron por todos los medios disuadir a la administración de Donald Trump de no romper el pacto cuya negociación, bajo el mandato de Barack Obama, consumió más de dos años. La tarea resultó imposible. La doble meta que consistió en convencer a Donald Trump, a través de una serie de contrapropuestas destinadas a complementar el acuerdo de 2015 con un nuevo texto y, al mismo tiempo, no hostigar a Teherán terminó chocando con la intransigencia del presidente norteamericano.

El oráculo más acertado sobre lo que iba a suceder este 8 de mayo lo adelantó Macron al final de su visita cuando dijo que Donald Trump se retiraría del acuerdo con Irán “por razones domésticas”. Los europeos siempre refutaron el argumento simplista de la administración Trump, para la cual “el pacto se construyó a partir de un engaño” (Mike Pompeo, Secretario de Estado norteamericano). A su vez, Trump, durante su encuentro con Macron, retrató el acuerdo con la grosería que lo identifica: los calificativos fueron “ridículo, demencial y ruinoso”. Nada que ver con la posición repetida muchas veces por los europeos. Se trata, para ellos, de un pacto que implica “compromisos precisos, mecanismos de verificación y un control a largo plazo por parte de la Agencia Internacional de Energía Atómica”, la AIEA.

El exhibicionismo muscular de Trump pudo más que la razón. Los dirigentes del Viejo continente que patrocinaron el texto con Irán vieron cómo, poco a poco, el trumpismo iba preparando el terreno de la ruptura. Junto a Rusia y China, los otros garantes, el grupo tenía dos respaldos sólidos en la capital norteamericana: Brian Hook, un alto funcionario del Departamento de Estado, y, sobre todo, la pieza clave “razonable” que fue Rex Tillerson, el ex Secretario de Estado norteamericano. Pero Trump lo decapitó en beneficio de Mike Pompeo y, con ello, firmó con anticipación el fin de toda negociación. A finales de abril, en la sede de la Alianza Atlántica en Bruselas, Pompeo preparó la primera granada cuando dijo que el acuerdo contenía “demasiadas fallas”. Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel y luego Boris Johnson, el responsable de la diplomacia de Gran Bretaña, emprendieron el camino hacia Washington para salvar el pacto. Encontraron puertas y oídos cerrados. En Europa nadie cree que Teherán esté empeñado en desarrollar en secreto un programa nuclear que, como lo reiteró la Alta Responsable de la diplomacia europea, Federica Mogherini, supondría “una ruptura con Occidente” al mismo tiempo que, en el plano interno, equivaldría a un retroceso de la postura del presidente reformista Hassan Rohani. La fase que se inicia con la decisión de Donald Trump es tan incierta como peligrosa. El pasado 5 de mayo, en una entrevista publicada por el semanario alemán Der Spiegel, Emmanuel Macron manifestó su temor de que la postura norteamericana “abra una caja de Pandora que podría conducir a una guerra”.

Washington es sólo uno de los firmantes del texto, pero su poderío mundial proyecta una sombra sobre la estabilidad regional y mundial. Donald Trump actuó como si estuviera sólo, sin el más mínimo tacto o responsabilidad hacia las otras potencias que pusieron fin a la crisis con Teherán al cabo de innumerables negociaciones. En junio de 2017, Trump procedió con el mismo método cuando decidió salir del acuerdo de París sobre el clima. Guerra contra el clima y, ahora, contra sus aliados y la región de Medio Oriente. El trumpismo abre un frente que podría tragarse todo con el desencadenamiento de una guerra entre Israel e Irán con, en el telón de fondo, Siria y el Líbano como primeras víctimas en segunda línea.

A través de Twitter, el presidente francés lamentó una decisión que, escribió, lleva a que “este en juego el régimen internacional de lucha contra la proliferación nuclear”.

¿Qué harán ahora los europeos? Todo apunta a que, tal y como apareció en filtraciones en la prensa durante las últimas semanas, el Viejo Continente cuenta con un plan B. Desde ya, salvo algún que otro siervo entre los 28 países de la Unión Europea, el núcleo fuerte no se plegará a la demencia del mandatario norteamericano. Federica Mogherini recalcó que el acuerdo de 2015 “responde a nuestro objetivo que consiste en garantizar que Irán no desarrolle armas nucleares. La Unión Europea está determinada a preservar el acuerdo”. La responsable de la diplomacia de la UE aclaró que “mientras Irán cumpla”, la Unión Europea “aplicará el acuerdo”. La amenaza mayor reside precisamente en ese “mientras Irán cumpla”.

El portazo de Donald Trump no sólo rompe un acuerdo que su propio país promovió, no solo es un escupitajo en la cara de la comunidad internacional y de los países que lo respaldaron, sino, también, representa un caluroso espaldarazo a los sectores iraníes más conservadores que siempre abogaron por no ceñirse a ningún acuerdo con Occidente. Con el objetivo de mantener el acuerdo vigente, de no aislar al presidente Hassan Rohani (foto), de contener la influencia del ala más conservadora de Teherán y de demostrar el compromiso europeo, la UE tejió, hasta lo que se conoce, un modesto plan B con dos vertientes: la primera consiste en una línea de créditos que el BEI (Banco Europeo de inversiones) le otorgaría a las empresas que mantengan negocios con Irán y que, debido a la posición de Washington, no consigan financiación en el mercado mundial. La segunda consiste en evitar que las empresas que ya firmaron acuerdos con Irán o están por hacerlo se vean sancionadas por el unilateralismo estadounidense. Cabe recordar que eso es precisamente lo que ocurrió con la llamada ley Helms-Burton adoptada en Estados Unidos en 1996 y mediante la cual se sancionaba a cualquier empresa que, sea cual fuere su origen, hiciera negocios con Cuba.

La multinacional francesa Total tiene acuerdos con Irán que rozan los 5 000 millones de dólares. Y no es la única. Siemens, Airbus y Peugeot integran la amplia lista de empresas que sellaron jugosos contratos con Irán después del acuerdo nuclear de 2015. Es altamente probable que muchos de los acuerdos en curso queden en la nada. La influencia de Estados Unidos es decisiva, a menudo más allá de lo que los lectores suponen. Un ejemplo de ello es el alucinante relato que la periodista Sylvie Kauffmann hace en el vespertino Le Monde acerca de las dificultades con las que se encontró en febrero pasado Mohammad Javad Zarif, el Ministro iraní de Relaciones Exteriores. Zarif estaba en Munich asistiendo a la conferencia anual sobre la seguridad. De allí debía desplazarse a Moscú, pero ninguna de las empresas que suministran combustible en el aeropuerto de Múnich aceptó entregarle los 17.000 litros que necesitaba el avión del canciller para llegar a la capital rusa. Tenían miedo de que Washington las castigara. Hizo falta la intervención del gobierno alemán para que la empresa Bundeswehr abasteciera el avión de Mohammad Javad Zarif. Ello despeja las incógnitas de lo que ocurrirá en el futuro. Decenas de bancos y de atemorizadas empresas seguirán la danza mortal del amo del mundo y de las guerras.

Con Trump, Estado Unidos pasó de ser la primera potencia mundial a convertirse en la primera república bananera del planeta cuyo poder tiene un alcance devastador. Trump mató el acuerdo, la endeble paz en la región e hipotecó el destino de millones de seres humanos de Medio Oriente. El colonialismo occidental sigue haciendo estragos en el siglo XXI.

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Información adicional

Autor/a: Eduardo Febbro
País: Estados Unidos
Región: Norteamérica
Fuente: Página12

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