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El romance del Donaldo y el Vladimiro

El romance del Donaldo y el Vladimiro

El presidente Donald Trump ya pagó un precio por su inusitada afición a su contraparte ruso, Vladimir Putin, y perdió al general que fue su asesor de seguridad nacional por 24 días. Pero la visión global de Trump sigue apoyándose en una alianza de “los grandes”.

 

El general retirado de Ejército Michael Lynn fue director de la Agencia de Inteligencia de Defensa (Dia), que siempre ha tenido una relación ríspida con el mayor de los 17 servicios de inteligencia de Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia (Cia). Uno de los puntos de mayor fricción fue la noción del general de que Estados Unidos y Rusia tienen más aspectos e intereses en común que las diferencias que puedan separarlos. Como director de la Dia, Lynn visitó Moscú, y como militar retirado fue varias veces invitado a programas de RT Televisión, la cadena internacional operada por Moscú. La Cia, por su parte, tiene en su propio código genético hostilidad y desconfianza hacia Moscú.

Durante la campaña electoral de 2016 Lynn fue uno de los promotores de rumores y chismes contra Hillary Clinton. Fue la misma campaña en la que emergieron indicios de una intromisión cibernética rusa en perjuicio de la candidata demócrata, y en la cual el entonces candidato Donald Trump, dizque en broma, invitó a los rusos a “ha¬ckear” más los correos electrónicos de su adversaria.

El gobierno ruso celebró la victoria de Trump. Después de las elecciones, la administración de Barack Obama investigó la intromisión rusa en el proceso electoral de su país, mientras Trump reiteró sus desmentidos y se negó a condenar lo que cualquier estadounidense puede sentir como una injerencia extranjera en su sistema democrático. Trump, Lynn y todo el equipo del presidente electo, en cambio, prefirieron burlarse de la Cia. A fines de diciembre Obama anunció sanciones contra Rusia, y Lynn, ya elegido por Trump como asesor de seguridad nacional, mantuvo conversaciones con el embajador ruso en Washington, Serguei Kislyak. Y, oh, coincidencia, Putin decidió tomarse con soda las nuevas sanciones.
Durante todo enero arreciaron las “filtraciones”, señalando que las conversaciones incluyeron promesas de que Trump no aplicaría las sanciones, y rumores de que los servicios de inteligencia rusos tenían evidencias comprometedoras sobre la conducta personal de Trump, o sobre sus negocios internacionales, o de posibles deudas con bancos rusos. No obstante, Trump confirmó a Lynn después de la inauguración de su gobierno el 20 de enero. El ex funcionario de contrainteligencia John Schindler dijo a The Washington Post que algunos oficiales en el Pentágono “ahora presumen que el Kremlin tiene oídos” en la Casa Blanca.

Y las “filtraciones” se incrementaron. El vicepresidente, Mike Pence, le preguntó a Lynn sobre las conversaciones y, según la versión oficial, el general dijo que no había hablado con Kislyak sobre las sanciones. Pero hubo más “filtraciones”, según las cuales no sólo Lynn sino otros miembros del equipo de Trump mantuvieron contactos con agentes de inteligencia rusos durante la campaña, y que alguna agencia de inteligencia tenía grabaciones de las conversaciones. De todas ellas, la que se especializa en la intervención electrónica es la Agencia de Seguridad Nacional. Y el general entonces cambió un poco la versión, indicando que no se acordaba exactamente de si había hablado o no con Kislyak sobre las sanciones, lo cual enfureció a Pence. Bajo la ley de Estados Unidos es ilegal que un ciudadano privado negocie con una potencia extranjera sin tener la autorización del gobierno. Y el 29 de diciembre, todavía, el presidente era Obama, y Lynch era un ciudadano privado. La revancha de “las agencias” tuvo su fruto: el 13 de febrero Trump solicitó y recibió la renuncia de Lynn.

La injerencia rusa en las elecciones y la extraña amistad de Lynn con Rusia han levantado en el Congreso reclamos de una investigación que, en teoría, podría conducir al juicio político de Trump cuando el nuevo gobierno apenas si ha cumplido un mes de su instalación. Pero está por verse si los legisladores realmente conducen siquiera una investigación inicial.

LOS DOS GRANDES.

Trump parece tener una concepción del mundo arraigada entre fines del siglo XIX y la década de 1950: un mapa geopolítico dominado por tres o cuatro “grandes naciones” con sus respectivas áreas de influencia, compitiendo comercialmente y a veces con guerras por testaferros, pero capaces de mantener el control de todo el globo para que no se alboroten las masas. Su gran propuesta económica es la revitalización de la industria manufacturera de Estados Unidos, desmantelada desde la década de 1970 bajo los vientos de la tecnología y la exportación de empleos a otros países. Y su gran propuesta geopolítica es un entendimiento con Rusia para que, respetando sus respectivas áreas de influencia, pueda ponerse en el brete la pujanza de China. El gran enemigo, en esta era trumpiana, es el “radicalismo islámico”, y si para derrotarlo hay que aliarse con Rusia, qué mejor que empezar pronto y con buenos modales.

Tanto en materia política como comercial o de defensa el enfoque preferido por Trump es el del trato bilateral, donde Estados Unidos es siempre el más poderoso. Los acuerdos multilaterales, los pactos comerciales y aun las alianzas militares requieren que todos los participantes cedan algo para obtener algo, y ése no es el “art of the deal” en el cual se siente cómodo. De ahí las señales ambiguas que su gobierno envía a Europa. Por un lado dice que la Otan es obsoleta y que los europeos deberían pagar más por su defensa, aliviando la carga financiera y militar que Wa¬shington sostiene desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por otro, el vicepresidente, Mike Pence, y el jefe del Pentágono, John Mattis, han ido a Europa asegurando que consideran a sus aliados como socios y amigos en un esquema crucial para la paz mundial.

En cierto modo, el reclamo de Trump no es novedoso. Todos sus predecesores han dicho lo mismo durante tres décadas. La diferencia está en el tono. Los presidentes desde la época de Nixon siempre habían garantizado que Washington cumpliría con el artículo 5 del pacto atlántico, según el cual el ataque a un país miembro es un ataque a todos. El tono de Trump, especialmente ominoso para los miembros más nuevos de la Otan que antes formaron parte del área soviética, sugiere que si algún miembro no gasta el 2 por ciento de su Pbi en defensa, como ha prometido, tal vez Washington no saldrá corriendo en su defensa si a Putin se le ocurre restaurar el viejo imperio.

La fascinación que Trump tiene por Putin le ha llevado a decir, públicamente, lo que ningún estadounidense patriotero hubiera tolerado en el pasado, y que normalmente se hubiese atribuido a izquierdistas vendepatria. Cuando un comentarista de televisión le dijo que Putin “es un asesino”, Trump respondió: “Hay muchos asesinos. ¿Usted cree que nuestro país es tan inocente?”. Por supuesto que Estados Unidos no es inocente si uno recuerda la historia de golpes, invasiones, guerras, intervenciones y asesinatos por más de un siglo, pero algo diferente es que el presidente exprese con franqueza la realidad cruda de la política internacional.

Hablando en el Senado, en un homenaje al opositor ruso Vladimir Kara Murza –hospitalizado por segunda vez desde que fue envenenado en mayo de 2015, y ahora en estado de coma–, el republicano John McCain dijo que “Kara Murza sabía que Putin es un asesino”. El diario The Wall Street Journal opinó que el comentario de Trump “fue imprudente, hecho por alguien con poca comprensión de sus circunstancias. Trump, de manera tonta, continúa de hecho una política estadounidense de larga data de cubrirle las espaldas a Putin”. Jordan Schachtel, columnista de la súper conservadora Conservative Review, se preguntó si “Trump va a levantar su voz” tras el segundo envenenamiento de Kara Murza.
A pesar de esas quejas desde la derecha, en la Casa Blanca, y designado como jefe de estrategia, está Stephen Ba¬nnon, quien ya en 2014, durante una conferencia de conservadores europeos, dijo: “El Occidente judeo-cristiano tiene que prestar realmente atención acerca de lo que Putin dice sobre el tradicionalismo, en particular el sentido de nacionalismo”. El ex director interino de la Cia Michael Morrell sugirió que hay “algún vínculo especial” entre Trump y Putin que está socavando los intereses estadounidenses. “Trump es un individuo autoritario, y por eso cree que la voz de la persona más poderosa es la más importante.”

TRADICIONALISMO Y NACIONALISMO.

“Es posible que Putin vea el futuro con más claridad que los estadounidenses, atascados todavía en el paradigma de la Guerra Fría”, escribió en 2013 el ex candidato presidencial y columnista de derecha Patrick Buchanan. “La nueva confrontación en la política mundial será entre conservadores y tradicionalistas en cada país, por un lado, contra el laicismo militante de una elite multicultural y trasnacional.”

Trump ha sabido canalizar los miedos y resentimientos que la globalización ha sembrado en una sección importante del electorado donde se mezclan desde la pérdida de empleos industriales hasta los tratados de comercio multilaterales, la inmigración que amenaza la “identidad cultural y racial” del país y el aflojamiento de las normas sociales por una mayor aceptación de la homosexualidad y las drogas.

La “amenaza del multiculturalismo” –que es básicamente la inmigración– ha levantado poderosos movimientos políticos en Europa, y Estados Unidos no es inmune al contagio, lo cual explica la popularidad de las propuestas de Trump para levantar una muralla en la frontera con México y expulsar del país a millones de indocumentados.

Putin, un ex oficial del Kgb, ahora besa íconos y acepta las bendiciones de la Iglesia Ortodoxa, comprometido milagrosamente con la restauración de los valores tradicionales de familia, patria y poder. Trump, nacido millonario y enriquecido en negocios de bienes raíces, con dos divorcios y tres matrimonios en un historial hecho de groserías, ahora se jacta del sustento que le dan las oraciones, y los votos, de los sectores religiosos más tradicionalistas.

Aparte de ser ambos rubios, de ojos celestes, y buenos cristianos, Trump y Putin comparten el interés por combatir el “terrorismo islámico”, y la propensión a dirimir las disputas geopolíticas al estilo del siglo XIX: sentados en torno a un mapa y repartiéndose los negocios.


¿Pulseada Putin-Trump en América Latina?

Germán Gorraiz López*

Las relaciones de Rusia con Iberoamérica estarán marcadas por el pragmatismo económico y los acuerdos bilaterales para la venta de productos militares, además del traspaso de tecnología a los países sudamericanos; de ello sería un paradigma la creación de un centro de tecnología nuclear en Bolivia. Rusia estaría negociando también instalar bases militares en Cuba, Venezuela, Nicaragua, Seychelles y Singapur.

La firma por parte de Dimitri Medvedev del Pacto por la Amistad y Cooperación con Cuba contribuyó a sanear la maltrecha economía de la isla tras ser arrasada por sucesivos huracanes (el impacto en 2008 de los ciclones Gustav, Ike y Paloma provocó pérdidas por unos 10.000 millones de dólares) y ver mermados considerablemente sus ingresos por la exportación de níquel. Con respecto al acercamiento de Estados Unidos a Cuba, las medidas cosméticas tomadas por Barack Obama en su primer mandato han dejado intacto el bloqueo y no cambian sustancialmente la política de Washington. Sin embargo, la renovación automática estadounidense por un año más del embargo comercial a la isla podría suponer para Cuba pérdidas estimadas en cerca de 70.000 millones de dólares.

Representantes del gobierno venezolano y ruso coincidieron en fortalecer las relaciones entre ambos países durante la clausura de una reunión organizada por el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe, con el claro objetivo de aumentar el intercambio comercial entre las partes (que llegó a 967,8 millones de dólares en 2008), al ser considerado Venezuela como un socio estratégico para Rusia. Con respecto a la creación de un banco binacional ruso-venezolano, ambas partes esperan potenciar el comercio bilateral y constituir un nuevo esquema de unión dentro de la alianza estratégica, utilizando monedas nacionales en las transacciones comerciales entre ambos países para luego usarlas como fuente de acumulación de reservas y así adquirir preeminencia frente al dólar en las operaciones financieras internacionales, como parte de la ofensiva de Putin para acabar con el papel del dólar como patrón monetario mundial. Por su lado, el holding ruso Gazprom junto con la compañía estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos y la francesa Total habrían firmado un acuerdo para la exploración gasífera en el bloque Azero, en el suroriente boliviano, que implicará una inversión de 4.500 millones de dólares. También está la posibilidad de instalar una megabase naval y logística en Venezuela.

Putin esperaba intensificar las relaciones comerciales con Brasil, al ser ambos miembros de los Brics. El objetivo ruso sería duplicar la facturación de los intercambios comerciales, lo cual incluiría la exportación a Rusia de aviones, máquinas-herramientas y equipos, piezas de repuesto para automóviles, dispositivos electrónicos, instalaciones para hospitales, artículos textiles y cosméticos, además de ampliar la exportación de productos agrarios (maíz, soja, frutas y zumos). También se plantea que Brasil y Rusia creen en conjunto empresas mixtas especializadas en fabricar turbinas y equipos destinados a extraer petróleo y gas (por ejemplo el Gasoducto del Sur) y transportar energía eléctrica.

En el plano político, el objetivo de Putin sería neutralizar la influencia de la UE y Estados Unidos en el Cono Sur americano, y evitar que Brasil asuma el papel de “gendarme de los neoconservadores” en Sudamérica, ya que este país es considerado por éstos como un potencial aliado en la escena global al que podrían apoyar para su ingreso en el Consejo de Seguridad de la Onu como miembro permanente, con el consiguiente aumento de su peso específico en la geopolítica mundial.

Por último, la política antiinmigración de Donald Trump, aunada a su proteccionismo económico y a la implementación de aranceles a los productos de América Latina, podrían dar lugar a una severa constricción de las exportaciones de productos iberoamericanos, y simultáneamente reducir la llegada de remesas de los emigrantes (sobre todo de México, el Salvador, Puerto Rico, Cuba y Guatemala), lo que podría suponer una debacle económica y social que terminara por desencadenar frecuentes estallidos de conflictividad social.

* Analista económico español.


Realpolitik

Donald Trump está siendo más franco que su predecesor, Barack Obama, si se me permite arriesgar una interpretación. No habla de imperio, pero sugiere que ya no lo son. “No procuramos imponer nuestro modo de vida a ninguno”, dijo en su discurso inaugural. Con todos sus twits, no se ve que diligencie ya la continuidad de la “pax americana” que rigió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como ya no es un imperio sino sólo una gran potencia, los acuerdos que balanceaban el poder son sustituibles por lo que él estima son las conveniencias de esta potencia remanente.

Eso parece ser lo que entendió Rusia todavía en tiempos de Barack Obama, y por eso se involucró decididamente en el conflicto sirio. Lo hizo en defensa de sus propios intereses estratégicos. Como se sabe, Rusia tiene un gran territorio pero un muy difícil acceso a los océanos: por el Ártico, el Báltico y el Mar Negro es que están sus posibilidades. Esta última flota fue creada en tiempos de Catalina la Grande, en 1783, y permitió derrotar al imperio otomano en 1790.

Con la anexión de Crimea y Sebastopol en 2013-2014 (ante la cual la Otan nada quiso hacer, exhibiendo una enorme debilidad), empezaron a mejorar mucho las posibilidades de su flota del Mar Negro. El puerto de Tartus, en la costa siria del Mediterráneo, es su única base en territorio extranjero, y allí tiene Rusia un destacamento de submarinos y está ampliando las instalaciones con 1.700 “especialistas”. También mejoró y multiplicó Rusia su comunicación con Tartus, el segundo puerto de Siria, desde Novorossiysk, su gran puerto en el Mar Negro, a través de los estrechos turcos del Bósforo y de los Dardanelos. Las 1.636 millas marinas entre ambos son siete días de viaje para los barcos mensuales de aprovisionamiento que empezó a mandar. Reuters comentó la situación afirmando en un despacho que “se refuerza el puente entre Siria y Rusia”. Es que las obras son complementarias de otros avances. El trasbordador Alexandr Tkachenko (una herrumbrada mole amarilla que está en sus últimos viajes como carguero) cubre la conexión entre Crimea (hoy parte de la Federación Rusa) y la región rusa de Krasnodar. La publicación militar estadounidense The National Interest señalaba en setiembre pasado, en un artículo titulado “La flota rusa está de regreso”, que este nuevo ordenamiento le permite a Rusia “despliegues sustentables” al representar el fin del retroceso en sus posiciones marítimas en el Mediterráneo (durante la Guerra Fría, Rusia contaba con puertos en Argelia, Libia, Egipto y Yugoslavia).

A estos intereses militares se les suman los económicos, focalizados en las potenciales enormes reservas de hidrocarburos en la cuenca del Mediterráneo. Como parte de lo que hoy puede verse como una estrategia que implicó la anexión de Crimea, a fines de 2013 la firma rusa Soyuz Neftegaz acordó con Siria el pago de 84 millones de euros para tareas de exploración. En 2009 Asad había rechazado un acuerdo con Qatar para esa exploración, en lo que la agencia Afp describió en su momento como una acción para “defender los intereses de su aliada Rusia”. Que no se diga que la actual situación es una sorpresa para Estados Unidos. El movimiento de Trump de abrirse a un entendimiento con Moscú y a colaborar con Rusia en Siria, heterodoxo o no, parece fruto del pragmatismo de una de las potencias económicas de este mundo.

Andrés Alsina

Información adicional

Autor/a: Jorge Bañales
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Fuente: Brecha

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