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Entre barras y estrellas, la caída

Entre barras y estrellas, la caída

Las consecuencias sociales y culturales del dominio del 1 por ciento son devastadoras, sobre todo en su cuna, Estados Unidos. Lo novedoso es que las políticas ultraliberales no están afectando sólo a las minorías y a los pobres sino, como relata un reciente informe, a las capas medias que sostenían el sistema.

 

De la crisis se retorna, en no pocas ocasiones, con fuerzas renovadas y horizontes despejados. La decadencia, en cambio, cierra perspectivas y muestra la carencia de recursos para enfrentar los desafíos. Suele decirse que las crisis son oportunidades y que las superan aquellos que saben aprovecharlas. En la decadencia, sin embargo, no hay otra que contemplar el paso demoledor del tiempo que convierte la ruina en esclerosis mortal.

Cuando se analiza la decadencia de Estados Unidos, tras un siglo de reinado, suele focalizarse el debate en las relaciones internacionales, en el tránsito doloroso y en curso de su hegemonía unipolar a la necesidad que tiene ahora de compartir el mundo con las llamadas potencias emergentes que, en realidad, son potencias muy anteriores a la estadounidense. Pocas veces se mira hacia adentro, hacia las relaciones humanas y sociales de un país que, hace poco más de medio siglo, se ofrecía como la tierra de la libertad cuando el nazismo arrasaba Europa.

En la primera década y media del siglo, el país que supo atraer a la flor y nata de la intelectualidad europea (pintores, poetas, físicos, novelistas, arquitectos y urbanistas, entre muchos otros), donde pudieron desarrollar talentos que eran perseguidos tanto en la Alemania de Hitler como en la Italia de Mussolini, por no mencionar la España de Franco y la Unión Soviética de Stalin, se encuentra en franca regresión, según varios indicadores y reflexiones difundidas en las últimas semanas.

De tierra de la libertad se convirtió en país sombrío, rechazado en medio mundo y aceptado a regañadientes en el otro medio. Su otrora rutilante democracia ya no encandila; muestra signos inequívocos de agotamiento, de haberse convertido en una oligarquía del dinero que está vaciando al país más poderoso del planeta.

CAMINO AL TERCER MUNDO.

El economista Paul Craig Roberts fue subsecretario del Tesoro en la administración de Ronald Reagan, fue editor y columnista de The Wall Street Journal y de la revista Business Week (desde 2010 rebautizada como Bloomberg Businessweek). En suma, es un conservador, un hombre del sistema. Sin embargo, es un crítico feroz de la política exterior estadounidense desde la invasión a Irak, y rechaza la política de aislamiento a Irán.

Cree que Estados Unidos se encamina a ser un país del Tercer Mundo. Los datos que aporta se focalizan en la desigualdad, que se profundiza constantemente. La Oficina del Censo difundió en setiembre cifras sobre los ingresos de los cinco quintiles de la población. Todos perdieron. El quintil más pobre tuvo un descenso del 17,1 por ciento desde el pico en 1999. Los quintiles siguientes tuvieron caídas del 10,8 por ciento desde 2000, del 6,9 y del 2,8 por ciento respectivamente. Incluso el quintil superior tuvo una reducción del 1,7 por ciento, pero desde 2006. Sólo el 1 por ciento tuvo un aumento en los ingresos (Consortiumnews, 29-X-15).

Según Roberts, algunos tramos muestran ingresos similares a los de fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970. Hay 93 millones de estadounidenses en edad de trabajar que no están en la fuerza de trabajo, un récord histórico. Si se incluyera a los trabajadores desalentados en la medición de la desocupación, el índice treparía al 23 por ciento, muy por encima del oficial del 5,2.

Las razones, sostiene, se deben a la deslocalización de la producción, ya que las grandes empresas trasladaron sus fábricas al extranjero, donde pagan menos y obtienen mayores ganancias, aumentando el valor de las acciones y las retribuciones de los gerentes. Mientras los puestos de trabajo más calificados se crean lejos del país, en Estados Unidos “la economía crea puestos a tiempo parcial y mal pagados, como camareras, vendedores al por menor y servicios de atención médica ambulatoria”. En consecuencia, la mitad de los jóvenes de 25 años vive con sus padres porque no pueden independizarse, frente a un 25 por ciento que sí lo hacía en 1999.

El peso del sector financiero en el Pbi se ha duplicado desde 1960. La demanda no crece ni es capaz de impulsar la economía por los bajos ingresos de los asalariados. “La infraestructura económica y social se está derrumbando, incluyendo la propia familia, el Estado de derecho y la responsabilidad del gobierno”, estima Roberts. Cree que el colapso de la Unión Soviética fue perjudicial para su país, ya que creció la arrogancia de los neoconservadores, y los países más poblados como India y China abrieron sus fuerzas de trabajo al capital occidental, “acelerando la decadencia económica estadou-nidense y dejando a su economía en dificultades para soportar la enorme deuda de las guerras”.

SIN DERECHOS.

La revuelta de Baltimore, el pasado 25 de abril, en respuesta a la muerte de un joven negro que estaba bajo custodia policial, es, para David Goldman, un punto de no retorno. Su reflexión es demoledora: “Seis años después de la elección del primer presidente afroestadou-nidense, las perspectivas de los estadounidenses negros parecen más sombrías que nunca desde la Primera Guerra Mundial, cuando comenzaba la migración masiva desde los campos del sur hacia las fábricas del norte” (Asia Times, 28-IV-15).

Goldman es un economista estadounidense que asegura escribir “desde una perspectiva judeocristiana”, con análisis centrados en factores demográficos y económicos de larga duración y volcado a la comprensión del ascenso y caída de las naciones. En los ochenta se desempeñó como director general de fondos de inversión en organismos como el Credit Suisse y el Bank of America, entre otros. Actualmente publica sus columnas en Asia Times bajo el seudónimo Spengler.

Los datos demográficos que vierte para explicar la situación de la población negra son sorprendentes. El 72,5 por ciento de los niños negros nace en hogares monoparentales. Lo mismo sucede con el 53 por ciento de los hispanos y sólo el 29 por ciento de los niños blancos.

Hasta ahí son datos esperables. Pero cuando se discrimina por “color” y empleo, las cosas dan un vuelco dramático: tres mujeres negras tienen trabajo a tiempo completo por cada dos varones negros; para los blancos, las cifras se invierten: hay tres varones blancos empleados por cada dos mujeres blancas. Dos tercios de las licenciaturas concedidas a afrodescendientes son para mujeres. “¿Dónde están los hombres negros?”, se pregunta Spengler.

La respuesta es tremenda: por cada cien mujeres negras que no están en la cárcel, hay sólo 83 varones negros en la misma situación. El 17 por ciento restante murió o está preso. La tasa de encarcelamiento de la población negra es alucinante: uno de cada 87 blancos en edad de trabajar está preso, frente a uno de cada 36 hispanos y uno de cada 12 negros (Asia Times, 28-IV-15). Los varones negros tienen una en 21 posibilidades de ser asesinados, frente a una en 131 para los hombres blancos. Si la ira llevó a la población negra a incendiar Baltimore bajo un presidente negro “es porque no hay solución a la vista, síntoma de la decadencia estadounidense”, dice Spengler.

Hay 6 millones de personas que perdieron su derecho a votar por haber estado en prisión. La estadounidense es “una de las pocas democracias que privan de derecho a votar a sus ciudadanos cuando entran en la cárcel” (El País, 2-XI-15). Florida, uno de los estados clave en las elecciones, tiene 1,6 millones de personas que no pueden votar. El 23 por ciento de los negros está en esa situación.

Una docena de estados declara ilegal el voto de los detenidos, incluso luego de cumplir condena, mientras en Florida se debe esperar hasta 16 años para poder pedir la restitución de ese derecho. Entre el 80 y el 90 por ciento de los presos pertenece a alguna minoría racial, según Humans Rights Watch.

EPIDEMIA SILENCIOSA.

A medida que el sector financiero se ha ido posesionando de la economía y la política estadounidenses, la sociedad comenzó a resquebrajarse, afectando en particular a las capas medias. Algo de eso revela el reciente estudio de la Universidad de Princeton, que asegura que la mortalidad de blancos de mediana edad se ha disparado en las dos últimas décadas.

Los datos que encontró el estudio, en el que participó el último Nobel de economía, Angus Deaton, revelan que medio millón de personas de entre 45 y 54 años murieron por cirrosis, suicidios, alcohol y drogas (The New York Times, 3-XI-15). Ningún otro grupo demográfico en Estados Unidos o en otro país desarrollado ha tenido un comportamiento similar, con la excepción de la época del pico de la epidemia de sida.

El informe señala que esos datos “invierten décadas de progreso y son únicos de Estados Unidos”. Las razones hay que buscarlas en el empeoramiento de la salud física y mental de ese grupo de población, visible en sus dificultades para llevar a cabo tareas diarias, el aumento del dolor crónico y la imposibilidad de trabajar. La tasa de mortalidad de la población blanca de 45 a 54 años venía descendiendo un 2 por ciento anual en Estados Unidos, Francia, Alemania, Reino Unido y Canadá. Pero a partir de 1998 en Estados Unidos crece medio punto cada año.

Lo llamativo es que las muertes por sobredosis bajaron entre hispanos y negros pero aumentaron entre los blancos a partir de 1999. “En 2006, por primera vez, las muertes por causas relacionadas con el consumo de drogas y alcohol entre blancos superaron a las de negros e hispanos”, dice la Universidad de Princeton. Pero lo más estremecedor es la cantidad de personas que dicen sufrir dolor crónico: uno de cada tres blancos de edad media tiene dolor crónico en las articulaciones, uno de cada cinco en el cuello y uno de cada siete en la espalda. También crece el “estrés psicológico serio”, las personas que tienen dificultad para “caminar 400 metros o subir diez escalones, estar de pie o sentadas durante dos horas o relacionarse con amigos”. Hablamos de personas de 45 a 54 años.

Uno de los secretos que revela el informe, que naturalmente ha causado enorme revuelo, es el aumento del consumo de heroína y medicamentos para paliar el dolor. “El 90 por ciento de las personas que consumieron heroína por primera vez en la última década son blancas”, y “tres de cada cuatro optaron por la heroína después de consumir medicamentos recetados por un médico”, destaca la revista de psiquiatría de la Asociación Médica de Estados Unidos. Según los autores, el mayor control sobre los medicamentos con opiáceos derivó en que se sustituyeran por heroína.

Se trata de una epidemia silenciosa que incluye uso de medicamentos contra el dolor y drogas (hábitos con fronteras porosas), suicidios y consumo de alcohol. Los autores del informe concluyen señalando que ese grupo de población será “el primero que llegará a la mediana edad y verá que no vivirá mejor que sus padres”, en lo que puede ser una “generación perdida”. Las razones son dos: las presiones económicas y el nivel educativo.

En los hechos, y más allá de la voluntad de sus autores, el informe es una de las denuncias más potentes y demoledoras contra las políticas neoliberales del 1 por ciento a costa del 99 por ciento, que consisten, entre otras, en un ataque frontal contra la clase media.

AUTORITARISMO NEOLIBERAL.

Henry Giroux es uno de los más importantes pedagogos del mundo, fundador de la pedagogía crítica, y reconocido por la huella que dejaron sus 35 libros. Acaba de publicar un largo artículo titulado “Cultura de la crueldad: la era del autoritarismo liberal”, en el que denuncia cómo la pesadilla de George Orwell de una sociedad totalitaria “proyecta una sombra oscura sobre Estados Unidos” (Counterpunch, 23-X-15).

Este nuevo autoritarismo habla de “una experiencia diferente de terror total en el siglo XXI”, basada en “un ethos mezquino que clama contra cualquier noción de solidaridad y compasión por los demás”. En apoyo de su hipótesis cita varios hechos elocuentes: la democracia se marchita, se registra un asalto continuo y despiadado contra el Estado social, crece la cultura de la supervivencia del más apto y se destruye cualquier vestigio de contrato social. “Los mercados utilizan sus recursos económicos e ideológicos para armar y militarizar todos los aspectos de la vida cotidiana, celebrar una cultura del miedo, una pedagogía de la represión, y una política de la precariedad, el control, y la vigilancia de masas”, destaca Giroux.

Los poderosos han impuesto “un mundo de sombras y desorden en su búsqueda implacable de riqueza, indiferente al saqueo de la humanidad y el planeta”. Ya no existen espacios seguros al amparo de los acaparadores y de los tentáculos de la vigilancia y el castigo estatales. Sí existe, en cambio, una “tolerancia infinita” a los delitos de los banqueros, y aparecen “zonas de abandono social” en las que las personas son desechables. En esa categoría entran “los jóvenes, los grupos de bajos ingresos y las minorías de clase y color, que están siendo demonizados, criminalizados o simplemente abandonados, ya sea en virtud de su incapacidad para participar en los rituales del consumo debido a trabajos mal pagados, mala salud o necesidades familiares urgentes”.

Los jóvenes son los más proclives a sufrir esta situación, que se traduce en crecientes niveles de ansiedad, estrés, depresión y suicidio. Con base en informes oficiales, Giroux señala que “uno de cada cinco jóvenes y uno de cada cuatro estudiantes universitarios sufren de algún tipo de enfermedad mental diagnosticable”.

Son demasiados, en resumen, los síntomas de la decadencia como para ignorarlos.

La represión es una consecuencia casi obligada. The Economist informó que “los equipos de Swat (unidades de elite para la lucha contra el terrorismo y operaciones especiales) se desplegaron cerca de 3 mil veces en 1980, pero ahora se utilizan alrededor de 50 mil veces al año”. La policía mata cuatro personas por día, según el sitio http://killedbypolice.net/, que lleva una cuenta que crece de año en año.

Giroux concluye asegurando que ninguna democracia puede sobrevivir al tipo de desigualdad en la que “las 400 personas más ricas tienen tanta riqueza como 154 millones de estadounidenses”. Y clama por un renacer del espíritu crítico y de la acción de los movimientos antisistémicos.

Información adicional

Autor/a: Raul Zibechi
País: Estados Unidos
Región: Norteamérica
Fuente: Brecha

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