En agosto de 1959, Mary Leakey de-senterró el cráneo del Zinjanthropus boisei en la Garganta de Olduvai (Tanzania). Aquel hombre-mono fallecido 1,75 millones de años antes era el mejor defensor de las teorías de Louis Leakey.
La humanidad tenía un origen muy antiguo y, como Darwin había predicho, surgió en África. Cinco años después, Louis publicaba en Nature la descripción del Homo habilis, el primero de nuestro género. Olduvai se convirtió en la cuna de la humanidad y los Leakey fundaron la paleoantropología, el estudio de la evolución humana. Cincuenta años después, la reconstrucción de lo sucedido en torno al lago de Olduvai sigue siendo clave para comprender cómo unos simples primates comenzaron a utilizar piedras talladas para cortar carne y acabaron paseándose por la Luna.
Las incógnitas sobre el origen humano tienen la entidad necesaria para que a su alrededor se produzcan debates que a veces desbordan las revistas científicas e incorporan graves acusaciones. Una de estas incógnitas se refiere a la capacidad cinegética de los primeros humanos, una actividad con importantes implicaciones para la interpretación de nuestra evolución. “Si fuesen cazadores, eso significaría que tenían una alta cohesión como grupo, una buena capacidad de comunicación y de coordinación y que eran capaces de fabricar las herramientas apropiadas.
Unas características que ahora parecen elementales, pero que no lo son”, explica Rosa María Albert, investigadora de la Universidad de Barcelona que participa en Olapp (Proyecto Paleoantropológico del Paisaje de Olduvai, de sus siglas en inglés), uno de los dos equipos científicos que trabajan en los yacimientos tanzanos. “La caza implica, en definitiva, una sociedad relativamente compleja que no es necesaria para los carroñeros”, añade.
El paleoantropólogo de la Universidad de Rutgers (EEUU) Robert Blumenschine, codirector de Olapp desde hace 20 años, defiende esta segunda hipótesis, apoyado en los restos encontrados en la Garganta de Olduvai. Según este planteamiento, las acumulaciones de fósiles de animales que se han encontrado en los yacimientos de hace dos millones de años, cuando vivían los Homo habilis, no serían restos de la despensa de unos humanos cazadores como se había afirmado hasta los ochenta. Las marcas dejadas por carnívoros en aquellos despojos sugerirían que los homininos vivían comiendo los restos que no aprovechaban los depredadores. “No se descarta que cazasen pequeños animales, como hacen los chimpancés, pero lo que harían fundamentalmente es tratar de aprovechar todos los recursos disponibles”, explica Albert, que trabaja en la reconstrucción del paisaje de Olduvai en la época en que apareció la humanidad.
Desde hace tres años, un segundo grupo de investigadores ha comenzado a trabajar en los yacimientos que hiceron famosos los Leakey. Codirigido por el profesor de Prehistoria de la Universidad Complutense, Manuel Domínguez-Rodrigo, el equipo Toppp (Proyecto Paleoantropológico y Paleoecológico de Olduvai, de sus siglas en inglés) ha empezado a cuestionar las ideas de Blumenschine. Según el paleoantropólogo español, los primeros humanos sí podrían cazar. En suopinión, la idea de unos antepasados carroñeros se basaría en prejuicios ideológicos más que en las pruebas.
Mentalidad colonial
El investigador español no solo ha atacado con contundencia los planteamientos científicos de Blumenschine, también ha cuestionado su ética. “Ellos han ideado teorías que se han mantenido vivas durante 20 años porque no han dejado a nadie que pueda plantear hipótesis diferentes a las suyas ir allí para contrastarlas”, afirma Domínguez-Rodrigo, recién llegado de la campaña de excavaciones de este año en Olduvai. Según el profesor de la Complutense, Blumenschine ha tratado de obstaculizar con sus abundantes medios y su influencia sobre las autoridades de Tanzania la entrada del grupo español en los yacimientos donde apareció el Zinjanthropus boisei.
“Ellos han trabajado allí con una mentalidad colonial, a la antigua usanza, explotan el patrimonio y no dejan nada a cambio, no se implican en la formación de la gente de allí”, asegura Domínguez-Rodrigo. En su opinión, un comportamiento más cercano a la población local y un esfuerzo porque el producto de los yacimientos repercuta en los habitantes del país les ha ganado el apoyo de las autoridades tanzanas y la obtención de permisos de excavación.
En respuesta a una petición de Público para responder a las acusaciones de su colega español, Blumenschine, que codirige su equipo junto a lostanzanos Fidelis Masao y Jackson Njau, afirmó que le habían aconsejado “no hacer comentarios sobre las declaraciones del doctor Domínguez-Rodrigo y los problemas en Olduvai”. Albert, que colabora con el científico de la Universidad de Rutgers, asegura que las fricciones “son más por el lado de Domínguez-Rodrigo que por el de Olapp”.
Además, lamenta que, pese al gran tamaño de los yacimientos de la Garganta, pretendan trabajar en el mismo lugar que ellos. “Podrían haber elegido otra zona”, apunta. “En cualquier caso”, concluye la investigadora catalana, “creo que todos deberíamos centrarnos en nuestro trabajo y debatir con las publicaciones”.
La discusión científica continúa, y Domínguez-Rodrigo asegura que el peso de las pruebas que ha encontrado en Tanzania inclinará de su lado la balanza. En 2006, el español publicó un artículo en Journal of Human Evolution en el que afirmaba que Blumenschine había confundido señales dejadas por hongos en los huesos de herbívoros con marcas dejadas por mordiscos de carnívoros un trabajo al que el estadounidense respondió en la misma revista en 2007 y asegura que en esta campaña ha logrado nuevos restos que apoyan la teoría de la caza.
“Uno de los dos yacimientos que hemos abierto muestra que hace 1,5 millones de años ya estaban consumiendo carne de animales de gran tamaño como hipopótamos y búfalos gigantes que habían cazado”, apunta Domínguez Rodrigo.
En otro yacimiento de Tanzania, en Peninj, el líder de Topp cree haber encontrado otro argumento que sustenta su hipótesis. Allí, los filos de hachas de piedra hallados han conservado restos vegetales de plantas sobre las que se trabajó con esas herramientas. Los restos indican que aquellas hachas de millón y medio de años se utilizaron para cortar madera de acacia, y el trabajo de la madera es una capacidad considerada fundamental para desarrollar una tecnología que permitiese la caza.
Más prejuicios que pruebas
Si los fósiles hablan de un Homo habilis cazador, se volverá con mejores evidencias a una teoría del pasado. “Siempre se pensó que el hombre primitivo había sido un gran cazador”, cuenta Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid. El científico, que también codirige Toppp, explica que esta idea empezó a cambiar en los setenta, por la influencia del arqueólogo estadounidense Lewis Binford. Sin embargo, según Baquedano, el nuevo paradigma se basó más en prejuicios que en evidencias.
“En aquellos años, después de la Segunda Guerra Mundial y la de Vietnam, surgen movimientos filosóficos pacifistas que regresan al ideal de Rosseau del buen salvaje, según el cual el hombre es bueno por naturaleza y solo la sociedad lo pervierte”, explica Domínguez-Rodrigo.
En ese ambiente ideológico cuajó la idea de unos humanos menos violentos que salían adelante sin necesidad de matar a nadie. Algunos autores llegaron a cuestionar la habilidad cazadora de los neandertales, ahora completamente confirmada por las pruebas.
La hipótesis defendida por el profesor de la Complutense también transformaría la imagen de las sociedades de homininos de hace dos millones de años. Las virtudes necesarias para hacer frente a grandes animales mostrarían a unos hombres primitivos mucho más avanzados de lo que se creía y cuestionaría el planteamiento neodarwinista que afirma que los cambios culturales deben producirse de forma gradual, de lo simple a lo más complejo.
Este cambio no sería una excepción en la historia del estudio de la evolución humana. De un modo similar han cambiado las ideas que se tenían sobre los neandertales, a los que las investigaciones han ido atribuyendo características cada vez más humanas como el habla o la religión.
La caza nos hizo humanos
Un factor más que explica la intensidad de la controversia entre quienes piensan que los homínidos de Olduvai fueron cazadores y quienes creen que eran carroñeros es la posibilidad de que la habilidad cinegética haya sido clave en la aparición de los humanos. Las proteínas animales que esta actividad incluyó en la dieta pudieron ser esenciales para poder alimentar esa potente máquina de alto consumo que es el cerebro (pese a ser sólo el 2% del cuerpo supone el 20% del gasto energético).
Si la hipótesis de la caza regresase, los idealistas de los setenta no tendrían por qué sentirse decepcionados. Como explican los científicos, la capacidad para matar a herbívoros grandes y peligrosos no surgió del instinto asesino de los humanos, sino de su capacidad para ser solidarios y colaborar con sus congéneres.
DANIEL MEDIAVILLA – MADRID – 12/09/2009 08:00
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