“Ahora podemos calmarnos”, dijo el alcalde de ciudad México, Marcelo Ebrard, al dar por terminadas todas las restricciones impuestas para combatir el virus oficialmente llamado A(H1N1) y popularmente conocido como de la “gripe porcina”.
El A(H1N1) sigue expandiéndose por el mundo, por cierto, pero su virulencia y peligrosidad no sería mayor que las de la gripe común.
El suspiro de alivio recorre el mundo más rápido que la gripe, pero el temor a una pandemia devastadora es muy real. El virus de la gripe aviar que nos asustó hace unos años mutó hacia una versión fatal para la gente, pero que no se transmite entre humanos. El de la gripe porcina mutó hacia una versión que se contagia de una persona a otra, pero con bajos índices de mortandad. Una nueva mutación que combine la agresividad con la transmisibilidad podría causar cientos de millones de muertes en pocas semanas.
El riesgo es enorme e imposible de restringir dentro de fronteras nacionales. Para preparar sistemas globales de alerta y respuesta, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha convocado a los gobiernos a ponerse de acuerdo sobre cómo enfrentar tal emergencia. La identificación temprana del tipo de virus de que se trata y sus eventuales mutaciones es un elemento clave en cualquier estrategia de respuesta, así como en la preparación de test que permitan identificar el virus, así como la elaboración de vacunas y de medicamentos específicos que permitan evitar o paliar las consecuencias de la infeccción. La piedra angular de la cooperación entre los distintos laboratorios nacionales es el intercambio de las muestras del virus que han obtenido de los pacientes locales. Y aquí es donde intereses mezquinos de algunos países y empresas farmacéuticas están poniendo en riesgo la capacidad del mundo de enfrentar una pandemia.
Después de semanas de negociación en Ginebra, la OMS logró aprobar un marco general para la preparación global contra la pandemia de gripe, pero los países ricos y pobres siguen discrepando sobre cómo proceder a la transferencia internacional de muestras. Parece obvio que un “acuerdo tipo”, conocido como SMTA (por la sigla en inglés de Standard Material Transfer Agreement), debería regular el envío de virus de un país a otro, para no demorar cada transferencia con negociaciones específicas. Estados Unidos quiere reducir este acuerdo a una mera notificación de envío, mientras que los países pobres pretenden incluir una cláusula de trazabilidad -que permita identificar las muestras enviadas a la OMS y sus sucesivas transferencias- y una cláusula que obligue al receptor de la muestra a compartir los beneficios que obtuviera de ella.
En un extenso informe publicado por el servicio SUNS, especializado en negociaciones internacionales, la investigadora de Third World Network (TWN) Sangeeta Shashikant logró identificar detrás de un obstáculo aparentemente menor a la acción de los lobby de las empresas farmacéuticas, que no quieren verse obligadas por el SMTA a compartir las vacunas y antivirales que desarrollen con la OMS, que a su vez los pondría a disposición de los países afectados sin costo.
Los gobiernos del Reino Unido, Canadá, Suecia, Suiza, Dinamarca y Austria ya han emitido órdenes de compra por adelantado sobre las vacunas a desarrollarse, acaparando la capacidad disponible de fabricación de las empresas farmacéuticas. “Esto pone en riesgo a los países en desarrollo, que son los que más van a necesitar las vacunas”, explicó un diplomático del sudeste asiático, argumentando en contra de esta práctica y por una distribución obligatoria y no sólo voluntaria de los beneficios.
En el pasado reciente, laboratorios comerciales que han recibido muestras de virus de países en desarrollo han patentado diversos usos específicos de los productos derivados de estos materiales biológicos. La legislación de algunos países permite patentar no sólo los medicamentos y vacunas, sino los propios virus. Los países pobres quieren evitar estos excesos introduciendo en el SMTA reglas que impidan estos abusos de la propiedad intelectual.
Indonesia, que sufrió estos excesos durante la gripe aviar, sostuvo que el SMTA es la clave para un sistema equitativo, justo y transparente de compartir beneficios y que su aprobación es necesaria como “indicador concreto de confianza” que permita compartir muestras de virus entre países.
El delegado indonesio ante la OMS reconoció que la actual epidemia del A (H1N1) agrega un factor de emergencia que hace necesaria la colaboración ante la amenaza de pandemias con el mínimo de trabas burocráticas. “Pero si algunos estados miembros sostienen que las muestras de virus deben compartirse sin un acuerdo que las regule, entonces el mismo reconocimiento de la urgencia debería llevarlos a admitir que no debe de haber derechos de propiedad intelectual que impidan o encarezcan la producción de vacunas, test de diagnóstico y medicamentos antivirales, y deberían también hacer posible que los países en desarrollo dispongan de suficiente stock de estos materiales”.
Algunos países, como India y Brasil, tienen capacidad de producción propia de vacunas y antivirales genéricos, pero hasta el momento la OMS no apoya ni recomienda hacerlo. Combinado con el acaparamiento de la producción de vacunas y antivirales patentados por parte de algunos países ricos, esto pone en riesgo la salud de los países pobres, argumentó Indonesia.
Por su parte, Brasil sostuvo que “los virus y otros organismos patógenos son recursos biológicos y como tales están incluidos en la Convención sobre Diversidad Biológica”. Esta legislación internacional reconoce los derechos soberanos de los países sobre sus recursos biológicos y establece la autoridad estatal para determinar el acceso a sus recursos genéticos con el objetivo de compartir equitativamente los resultados de la investigación y los beneficios que resulten de la comercialización con el país de origen de estos recursos.
El razonamiento brasileño, expresamente apoyado por el Grupo de Países Megadiversos, parece impecable: si una muestra de virus es material patentable, al igual que una planta medicinal, debe estar sujeta a la misma legislación que protege a los países contra la “biopiratería” de estas últimas. Si se aceptara aplicar la Convención de Biodiversidad a las muestras de virus no habría por qué negociar acuerdos específicos como el SMTA a la hora de compartir estas muestras.
Sin embargo, la Unión Europea y Estados Unidos se negaron a aceptar esta fórmula intermedia entre su rechazo al SMTA y el reclamo de los países más pobres de que no se lucre sobre sus enfermedades. “No hay ninguna relación”, sostuvieron en una declaración conjunta.
A falta de acuerdo, la mejor preparación para la pandemia que viene es… cruzar los dedos.
Por, Roberto Bissio
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