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“Nos prendió fuego la Policía”

“Nos prendió fuego la Policía”

Dos presos prófugos de la cárcel hondureña de Comayagua, donde murieron carbonizados 355 reos el pasado miércoles, llamaron ayer a una televisión estatal para contar una versión del incendio que arroja una grave sombra de corrupción sobre los funcionarios del penal. El interno, de 27 años, contó que 85 reclusos participaron en un plan para escapar que contaba con la complicidad de los guardias e incluso del director de la cárcel, previamente corrompidos. Según su relato, cada uno pudo haber pagado unos 3.000 euros por su huida, aunque finalmente esta se vio frustrada porque los funcionarios los traicionaron y provocaron el incendio de las instalaciones.
 

“Nos prendió fuego la Policía para hacer parecer que [el fuego] era una causa de fuga. Que revisen las cuentas del señor director: pagamos un dinero para poder salir. Nos íbamos a ir 85. Todos ellos [los guardias] estaban a favor. A mi me tocó dar 85.000 pesos (3.400 euros), otros dieron más y otros menos”, explicó el preso fugado, que no quiso identificarse. Sólo precisó que cumplía su condena en el Pabellón 8 del centro.

El plan, prosiguió el recluso, consistía en que los internos pactaron con la dirección que los guardias sembrarían el caos en la prisión para permitir la fuga de los 85 presos, que tenían previsto salir a las 10 de la noche disfrazados de policías. Sin embargo, después de haberse embolsado el dinero, lo que hicieron los funcionarios fue rociar de gasolina los pabellones y empezar a disparar a los presos. El joven aseveró que estaba a salvo con otros dos prófugos, uno de los cuales también se puso al teléfono y ratificó su versión. Los tres afirmaron tener heridas de bala y quemaduras.
 

Estas declaraciones ponen en tela de juicio las dos hipótesis que se barajaban como causa del incendio: un cortocircuito y la quema de un colchón por parte de un interno. Versiones refutadas por el recluso: “Nada que ver. Otras veces ha habido cortocircuitos y por un colchón sólo no se prende fuego a toda la prisión”, contestó el reo al periodista.
 

La Fiscalía, por su parte, no quiso ayer pronunciarse sobre la fiabilidad de esas dos teorías y aseveró que se están investigando las causas. “No vamos a tener hipótesis concretas mientras no tengamos un dictamen técnico que defina causa y lugar del siniestro”, concluyó la fiscal Danelia Ferrera al pie de la morgue de Tegucigalpa, en medio de un terrible hedor por el estado de descomposición en que se encuentran ya los más de 350 cadáveres allí almacenados.

La denuncia de los reclusos aumentó la indignación de los familiares de los fallecidos, concentrados desde hace tres días cerca del servicio forense. “Queremos justicia. No fue un cortocircuito, ahí olía a gasolina, escuchamos los disparos. Desde dentro, pedían auxilio, gritaban que les abrieran las puertas, nosotros también pedíamos que les abriesen o que nos dejaran entrar, pero ni siquiera dejaban entrar a los bomberos. No fue un accidente, ahí hubo dinero de por medio. El director del centro es el que tiene la culpa”, clama el padre de uno de los presos fallecidos que vive muy cerca del penal y se desplazó hasta allí al avistar las llamas.
 

Ahora, en Tegucigalpa, espera que le entreguen el cuerpo de su hijo Carlos David, de 26 años. Al igual que el millar de familiares que le acompañan, lleva una mascarilla para poder soportar el olor a muerte que impregna las inmediaciones del depósito. A sus pies, un reguero de sangre de 200 metros sale de la sala donde se almacenan los cadáveres para acabar en una alcantarilla, allí donde esperan los familiares.
 

“Ahí viene corriendo también la sangre de mi esposo”, cuenta entre lágrimas Gloria Marina Redondo. Su marido, Marcio Arturo Sánchez, murió carbonizado en una pileta que usaban los presos para ducharse. Se refugió allí huyendo de las llamas, pero, en los 40 minutos que tardaron en intervenir los bomberos, el agua se evaporó y Marcio pereció junto a otras personas que habían buscado refugio en el mismo lugar.

Con la condena cumplida

 A su esposa, la tristeza y la impotencia se le entremezclan con la rabia. En septiembre, su marido acabó de cumplir una condena de 17 años por homicidio, pero la burocracia no le envió la orden de liberación. Pandillero de la mara Salvatrucha, llevaba diez años rehabilitado. En este tiempo, escribió tres libros sobre pandillas, jóvenes y religión. Ahora Gloria quiere acabar el cuarto, que dejó a medias. Sin embargo, primero tiene que conseguir ayuda para seguir alimentando a sus cinco hijos, de entre 6 y 17 años.
 

Los padres de Luis Amado Cardona ya tienen el cuerpo de su hijo. Es uno de los 15 cadáveres identificados y entregados. El proceso va lento debido al penoso estado de los cadáveres, consumidos por el fuego y en avanzado estado de descomposición. La madre de Cardona no pudo ver los restos de su hijo. Le entregaron una bolsa sellada y ni siquiera pudo comprobar que era él. “Yo hubiera quedado más conforme, aun en el dolor de mi alma de verlo quemado, pero por lo menos verlo”, dice destrozada Edelmira Argueta.
 

La precariedad de las instalaciones de la morgue hondureña, que apenas ocupa 200 metros, también ralentiza el proceso. Sólo tiene tres mesas de autopsia y, para poder recibir los más de 350 cadáveres procedentes de la prisión, tuvieron que sacar de los refrigeradores 30 cuerpos que no habían sido reclamados y enterrarlos en una fosa común. Para avanzar en el trabajo, han llegado especialistas de Chile, El Salvador y México. Sin embargo, hasta ahora, según la Fiscalía, no se han encontrado otras causas de muerte que no sean la asfixia o las quemaduras. Fuentes del servicio forense aseguran que la gravedad de las quemaduras hace difícil encontrar restos de balas y que, además, se están haciendo autopsias guiadas, un procedimiento más sencillo para acelerar el proceso.
 

Luis Amado Cardona estaba en el pabellón número seis, donde se desató el incendio. Sólo uno del centenar de presos que había en esa nave sobrevivió, aunque por poco tiempo. Nery Ricardo Gómez, un preso de 31 años que llevaba 12 años en la cárcel, falleció ayer en el hospital después de sufrir dos operaciones del aparato respiratorio y con el 65% de su cuerpo quemado. Su esposa, Leticia, explicó a Público cómo encontró por casualidad a su marido en el hospital de Comayagua al levantar una de las sábanas de las camillas. Ahora regresa de Tegucigalpa con un cadáver.
 

Gómez es el tercer preso que fallece en el hospital. También quedan 19 reos vivos con quemaduras, algunos en el 80% de su cuerpo.

MAJO SISCAR ENVIADA ESPECIAL18/02/2012 10:00 Actualizado: 18/02/2012
 

Información adicional

Autor/a: MAJO SISCAR
País: Honduras
Región: Centro América
Fuente: Público.es

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