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Pensando en volver

Pensando en volver

Tras 25 años de reconstrucción, la izquierda alemana volverá a comandar el gobierno en un estado federal. Para disgusto de la canciller Angela Merkel y el presidente Gauck, y en coalición con socialdemócratas y verdes, Bodo Menlow, líder local de Die Linke (La Izquierda), se transformará en primer ministro de Thüringen.

Las miles de personas que se subieron al muro del Berlín en la noche del 9 de noviembre de 1989 representan la imagen más simbólica del cambio definitivo que supuso para el mundo la caída del bloque socialista. Algunos de ellos, munidos de martillos y cinceles con los que desgajaban pequeñas partes de los enormes bloques de hormigón que encerraban a Berlín occidental, festejaban la apertura irrestricta de fronteras que el gobierno de la República Democrática Alemana (Rda) había anunciado apenas unas horas antes.

ALGUNOS YA SABÍAN.

Acaso lo más icónico no fue el hecho sino la manera y el momento en que tuvo lugar, porque si bien sorpresivo, de ninguna manera podía ser inesperado. En la memoria colectiva mundial está grabada la mítica conferencia de prensa de la tarde del 9 de noviembre en la que Günter Schabowski, vocero y miembro del Politburó de la Rda, responde “Ab Sofort” (“De inmediato”) cuando un periodista le pregunta desde cuándo regiría el permiso para viajar a Occidente que había anunciado segundos antes. La confusión trasmitida por la imagen del dubitativo funcionario le dio un tono épico al momento y se convirtió en símbolo del final de la Guerra Fría. Sin embargo, como revelara mucho después el entonces alcalde de Berlín occidental, Walter Momper, el gobierno de la Rda tenía planeado abrir las fronteras de manera irrestricta en diciembre de ese mismo año. En 2009, en una entrevista con el periódico berlinés Taz, Momper contó que diez días antes del Mauerfall tuvo un encuentro con el propio Schabowski y con su par de Berlín oriental, Erhard Crack. “Primero ellos dijeron cuán contentos estaban por haber logrado deshacerse de Erich Honecker. Y entonces Schabowski dijo: ‘Se dará libertad de movimiento para los ciudadanos de la Rda, eso es parte de un Estado moderno’.” Momper además contó que aunque desconocía la fecha exacta en que la medida tendría efecto, estaba claro que sería antes de Navidad.

El 17 de octubre de 1989, apenas unos días antes del encuentro narrado por Momper, el Politburó había aprobado por unanimidad la destitución de Honecker como presidente del Consejo de Estado. Desde agosto de ese año, a través de Hungría y Austria, las fronteras se habían vuelto porosas. La insostenible situación económica y el descontento sumaban cada vez más gente en las calles, y las voces disidentes aparecían incluso dentro del propio Partido Socialista Unificado Alemán (Sed, en alemán), que ocupaba el gobierno de la Rda desde su creación en 1949. La figura de Honecker, negándose a aprobar reformas que se consideraban inevitables, aparecía como el único obstáculo para que la Rda pudiera replicar las transformaciones que Mijaíl Gorbachov había introducido en la Unión Soviética y que, con estilos diferentes, estaban teniendo lugar en Polonia y Hungría. Con el alejamiento del veterano líder las reformas se sucedieron con gran dinamismo: el 9 de noviembre se permitió a los ciudadanos viajar al oeste y el 1 de diciembre el Volkskammer (Cámara del Pueblo), el legislativo de la Rda, votó a favor de quitar la frase “bajo la dirección de la clase obrera y su partido marxista-leninista” del primer artículo de la Constitución –con lo que se rompía el monopolio del poder político que el Sed tenía dentro del gobierno–, y llamó a elecciones abiertas.

 

LA CAÍDA DEL REY.

El otrora todopoderoso Sed, que contaba con 2,3 millones de afiliados, 44 mil empleados y más de 750 inmuebles, estaba hecho trizas. Aunque el partido expulsó a Honecker de sus filas y se disculpó ante el pueblo “por las injusticias cometidas”, su vinculación con el perverso y muy eficiente Ministerio de Seguridad del Estado de la Rda (popularmente conocido como la Stasi) despertaba una enorme desconfianza. Después de una serie de renuncias y expulsiones, y tras la elección de autoridades, el 21 de enero de 1990 el ala reformista logró torcer la muñeca de los antiguos líderes y abandonó definitivamente el nombre y la simbología del Sed para pasar a denominarse Partido del Socialismo Democrático (Pds). La nueva formación declaró su ruptura irrevocable con el estalinismo como sistema y revindicó el origen de su tradición política en personalidades como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Apenas dos meses antes de las elecciones, el Pds, encabezado por dirigentes partidarios de la perestroika, como Hans Modrow, Lothar Bisky y Gregor Gysi, y etiquetado por la prensa internacional como “poscomunista”, intentaba dejar atrás la oscura sombra del Sed.

El 18 de marzo de 1990 se celebraron las últimas elecciones del Volkskammer de la Rda. La Unión Democristiana (Cdu) venció ampliamente con un 41 por ciento de los votos, los socialdemócratas del Spd recogieron un 22 y el Pds apenas alcanzó el 16. Con el nuevo gobierno encabezado por el democratacristiano Lothar de Maizière, a quien acompañaban socialdemócratas y liberales, las negociaciones del proceso de reunificación se aceleraron considerablemente.

UNIÓN Y DESAPARICIÓN.

La ruinosa economía de la Rda, a la que Gorbachov no estaba interesado en rescatar, dejó al gobierno sin la posibilidad de establecer condiciones para la reunificación. Estaba claro que Alemania occidental (Rfa) iba a aportar el dinero para recomponer la economía oriental y con ello impondría sus términos; el fracaso de la experiencia socialista era absoluto, y los modelos sociales y las estructuras productivas de la Rda fueron consideradas disfuncionales o arcaicas. El 1 de julio de 1990 las dos Alemanias fusionaron sus sistemas financieros y el 3 de octubre se firmó el Einigungsvertrag (contrato de unificación), por el que Berlín volvió a latir con un solo corazón y los otros cinco estados federales que conformaban la Rda (Mecklenburg-Vorpommern, Brandenburg, Sachsen, Sachsen-Anhalt y Thüringen), junto a sus casi 17 millones de ciudadanos, pasaron a integrar la Rfa, por lo que, en términos prácticos, la reunificación se convirtió en una anexión de facto.

En diciembre de ese mismo año Alemania celebró elecciones para conformar el primer Bundestag (Parlamento Federal) unificado. La Cdu se impuso con holgura, y en coalición con los liberales Helmut Kohl inició su tercer mandato como canciller. En esa ocasión la votación del Pds fue de apenas un 2,8 por ciento, obteniendo 17 de los 622 escaños del Bundestag. La particularidad fue que mientras la votación de los poscomunistas en los estados federales occidentales resultó prácticamente inexistente –obtuvo el 0,3 por ciento–, en los orientales alcanzó el 11 por ciento. La asimetría observada en esa instancia se convertiría, con el correr del tiempo, en una característica de los resultados electorales del Pds, tanto a nivel nacional como regional.

DIE LINKE.

Mientras que en el oeste la presencia del Pds era testimonial, en las primeras elecciones que celebraron los lander (estados federados) que conformaban la Rda, el partido obtuvo una aceptable votación, en promedio un 18 por ciento, lo que le permitió ingresar a todos los parlamentos regionales, llegando a ser socio minoritario en los gobiernos del Spd en Sachsen-Anhalt y Mecklenburg-Vorpommern.

Pese al relativo éxito que lograba en las elecciones del este, en los comicios para el Bundestag la izquierda no lograba levantar cabeza: en 1994 el Pds obtuvo el 4,4 por ciento y 30 escaños, en 1998 el 5,1 y 36 legisladores, mientras que en 2002 su fracción parlamentaria quedó reducida a sólo dos representantes tras recibir el 4 por ciento de los votos. Para las elecciones federales de 2005 el Pds incluyó en sus listas a candidatos de la Alternativa Electoral por el Trabajo y la Justicia Social (Wasg), una escisión del Partido Socialdemócrata surgida a raíz del descontento que habían generado dentro de sus propias filas las reformas liberales llevadas a cabo por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder. Por su cercanía ideológica y su despliegue territorial, la alianza con la Wasg –liderada por una figura de primera línea como Oskar Lafontaine, quien además de ministro de Finanzas había sido presidente y candidato a canciller por el Spd– le dio a la izquierda la posibilidad de tener un mejor desempeño en los estados occidentales. En aquellas elecciones el Pds logró duplicar su votación, alcanzando el 8,7 por ciento y robusteciendo su representación en el Bundestag. Para 2009 ambas formaciones comparecieron a los comicios federales fusionadas en un solo partido –Die Linke– y consiguieron su mayor representación parlamentaria fruto de haber rozado el 12 por ciento.

En las últimas elecciones federales (2013) la izquierda alcanzó el 8,6 por ciento, logrando 64 escaños en el actual Bundestag. Pese a perder el 3 por ciento de su electorado con respecto a 2009, el descalabro de los liberales y el magro apoyo recibido por los verdes convirtió a Die Linke, por algunas décimas, en el tercer partido más votado, lo que simbólicamente representaba un cambio en el escenario político alemán. En esa ocasión el Spd, segundo en las elecciones tras los democratacristianos, se negó a intentar negociar un improbable acuerdo a “tres bandas” con los poscomunistas y los verdes y se embarcó en una gran coalición con Angela Merkel.

EN THÜRINGEN.

Desde el 14 de setiembre, cuando se conocieron los resultados de las elecciones regionales, todas las miradas se posaron en Erfurt, la capital de Thüringen: Die Linke estaba en posición de encabezar un gobierno regional por primera vez desde la reunificación. El Spd había descendido considerablemente en su votación y de esta manera la izquierda –que alcanzó un 28 por ciento y quedó sólo detrás de la Cdu, que tuvo un 34– se hallaba en posición de negociar la formación del gobierno. El líder local, Bodo Menlow, primero cerró un acuerdo con los verdes y luego tejió entendimientos con la dirección regional de los socialdemócratas, quienes, tras consultar a sus militantes, dieron el visto bueno a la coalición.

Pero no todos están contentos con la idea. Los líderes locales de la Cdu han sacado a relucir sus ya clásicas sospechas sobre los vínculos de los miembros de Die Linke con la Stasi. Sin embargo, en este caso las dudas no tienen demasiado asidero. La ficha de Bodo Menlow, quien se afilió al Pds recién en 1992, está limpia. Él mismo se ha encargado de remarcar que nunca hubiera pertenecido a un partido de corte estalinista. “Nuestra llegada al gobierno es un síntoma más de la normalidad en este país. Hay que respetar la democracia”, dijo el candidato a ser primer ministro de Thüringen. Respecto de las acusaciones que pesan sobre algunos parlamentarios poscomunistas, dejó en claro que “a los diputados los eligen los votantes; y a los cargos de mi gobierno los elegiré yo”. La canciller también se ha mostrado disgustada con la idea de que Die Linke comande un gobierno regional. Merkel había agitado fantasmas incluso antes de la elecciones, aconsejando a los votantes para que no dejaran que “Karl Marx vuelva a estar en la oficina del primer ministro” en Erfurt. Ahora, tras conocerse el acuerdo de coalición, Merkel consideró que era “una mala noticia” para Thüringen, y aprovechó las conmemoraciones de los 25 años del Mauerfall para dar una vez más su visión de la Rda, un “Estado injusto” que estaba “liderado por la Stasi, que pisoteó una y otra vez la libertad de las personas”. Merkel reconoció además sentirse “triste” de “que todavía hoy tengamos con tanta regularidad esta discusión”.

Pero la mayor sorpresa fue que Joachim Gauck también se metiera en la polémica por la llegada de Die Linke al poder en Erfurt. El presidente federal, entre cuyas labores no aparece la de hacer comentarios sobre la política partidaria o acerca de las negociaciones para formar gobiernos regionales, hizo caso omiso al rol que debe ocupar y en una entrevista televisiva se preguntó: “¿Se ha distanciado tanto actualmente el partido de las convicciones que hicieron que el Sed reprimiera a la gente, para que podamos confiar plenamente en ellos?”. Las dudas sobre un partido político con más de 25 años de trayectoria en boca de Gauck, quien por definición ostenta un cargo en el que su autoridad moral es una herramienta clave, tomaron gran significación y recogieron encendidas críticas. La presidenta de Die Linke, Katja Kipping, dijo al diario Bild am Sonntag que las dudas del presidente “sobre las ideas de nuestros miembros y electorado son inaceptables. Un presidente no puede decir algo así”, y reclamó que Gauck “debe sopesar mucho sus palabras”. En este mismo sentido, el periodista Stefan Reinecke, en su columna del periódico Taz, aseguró que escuchar a los dirigentes de la Cdu utilizando los clichés acerca de la vinculación de los miembros de Die Linke con el Sed no es una sorpresa, pero que “el presidente ahora también toque esa corneta es vergonzoso”.

En diciembre, si no surge ninguna improbable marcha atrás, Bodo Menlow se convertirá en el primer ministro regional. De esta manera el Spd de Thüringen dejará la coalición con la Cdu para pasar a ser una de las tres patas de una administración encabezada por Die Linke. La nueva ingeniería política que gobernará en Erfurt será un banco de pruebas para todos los partidos y puede transformarse en una nueva opción en el abanico de posibilidades de cara a las, todavía lejanas, elecciones para el próximo Bundestag.

Información adicional

Autor/a: Guzmán Morales
País: Alemania
Región: Europa
Fuente: Brecha

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