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Sarayacu, la dignidad de un pueblo

Sarayacu, la dignidad de un pueblo

Para la mayoría de los y las lectoras, el nombre de Sarayacu sonará lejano y ajeno. Peor aún su historia y su camino. Sin embargo este nombre es sinónimo de identidad, de soberanía, de lucha y de dignidad de un pueblo.

El pueblo originario kichwa de Sarayacu se ubica a las orillas del río Bobonaza en la provincia de Pastaza, en el centro sur de la amazonía ecuatoriana. Con una población de alrededor de 1500 habitantes y con un territorio de 254 000 ha, representa a una de las organizaciones indígenas con más historia y tradición de esta región y del país.

En efecto, Sarayacu fue uno de los pueblos amazónicos que realizaron la marcha de más de 500 km hacia Quito a inicios de los años 90´s por la titulación de sus territorios, logrando que el gobierno les reconozca su territorio comunal. También ha sido parte, como muchos otros pueblos amazónicos, de la lucha por la defensa de la soberanía territorial en los diversos conflictos fronterizos. Sarayacu fue un actor clave en defensa de los intereses nacionales frente al Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos que se quiso imponer a inicios de esta década. También ha sido participe de propuestas en los dos últimos procesos constitucionales por la defensa del agua, de la tierra, de la biodiversidad, de los derechos colectivos de los pueblos indígenas, entre otras, a finales de los 90´s así como el año pasado.

Todo esto a pesar de que este pueblo mantiene desde hace varias décadas una larga y dura lucha en defensa de su territorio. Una lucha que le ha costado vidas, sudor y sangre de su población, humilde y digna.

Su lucha por no permitir la explotación petrolera en su territorio es un claro ejemplo de coherencia en el camino del “sumak causay” o buen vivir.

No sólo que este pueblo ha demostrado, a lo largo de estos años de lucha, su valentía y su coraje frente a un sistema que ha humillado, pisoteado y aniquilado a otros pueblos similares, sino que también ha demostrado que otro mundo es posible. Un mundo donde la reciprocidad, la solidaridad y la complementaridad son el pan de cada día. Donde el interés colectivo está por encima de intereses individuales. Donde las decisiones se toman en consenso. Donde la sabiduría de los y las ancianas, así como de los espíritus de la selva,  se escucha y se respeta, sabiduría que ilumina el camino de todo el pueblo. Donde el discurso es simplemente la práctica cotidiana. Donde la palabra es verdadera. Donde la naturaleza no sólo tiene derechos sino que es la ley misma. Donde la política no necesita de mentiras, ni de hipocresía, ni de armas para ir por donde debe ir. Donde cada habitante juega su pequeño rol respetando al vecino. Donde todos y todas quieren y viven en paz y con alegría.

Y es una vez más en Sarayacu que el día lunes 24 de agosto del 2009 pasará a la historia.

Es ese día que se inicia el proceso del retiro de los explosivos que dejó la empresa petrolera argentina CGC en territorio de Sarayacu en el 2002. Este retiro es el primero de siete medidas a favor del pueblo de Sarayacu que la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó en el 2004.

Luego de varios años de un proceso legal a nivel internacional, este pueblo ha logrado que el Estado ecuatoriano reconozca los atropellos cometidos contra su integridad y su existencia como pueblo ancestral. El Estado ha sido obligado a reconocer que la mayoría de sus políticas no han tomado en cuenta a los pueblos indígenas, ni como seres humanos ni como seres actores de su propio futuro. Este hecho muestra, entre otras cosas, que el Estado ha sido incapaz en entender la complejidad del reto de construir un país donde quepamos todos y todas. Muestra también que el Estado nunca ha tenido la voluntad de escuchar, respetar y vivir esas diferencias y esas diversidades que conviven en este país. Y deja a un gobierno de izquierda y progresista frente a uno de sus mayores retos en la construcción de una verdadera revolución.

Por su lado, el pueblo de Sarayacu recordará ese día como uno más en su larga lucha, pero un día con colores y sabores especiales. Ese día, hombres y mujeres, niños y adultos, pintaron sus rostros con el tradicional huito, en símbolo de lucha, de alegría y de rebeldía. Ese día, se preparó chicha de yuca y maito de pescado para compartir con todos los y las invitadas.

El pueblo estaba de fiesta, porque siempre es así, siempre que se logra algo en beneficio colectivo, algo en beneficio del “sumak causay”, aunque aún quede mucho por caminar.

Es hora de seguir las huellas que nos comparte este pueblo, huellas de un camino digno y rebelde. Es hora de escuchar su palabra llena de esperanza por un mundo mejor para todos y todas.

Desde el pie de monte amazónico

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