
Una quinta parte de los parlamentarios brasileños están adscritos a la bancada evangélica (BE). Fue fundamental en el voto a favor del impeachment.
El actual parlamento brasileño demuestra ser uno de los más conservadores de la historia de ese país. Eduardo Cunha, quien actualmente lo preside y es el referente de la BE, propone dirigir y legislar los diversos ámbitos de la vida social y política desde una convicción moralista y conservadora. El año pasado se conformó la alianza “biblia, buey y bala”, compuesta por la bancada evangélica, la bancada de los terratenientes y del agronegocio y la bancada de militares y simpatizantes. Esta alianza, no formal pero sí estratégica, buscó promover el impeachment.
La bancada evangélica responde a una alianza interpartidaria de políticos conservadores. Actualmente tiene 83 diputados, provenientes de una veintena de partidos que habían acordado días atrás votar en bloque el impeachment. La BE tiene casi el 20 por ciento de los votos parlamentarios y viene jugando un papel creciente en la política brasileña. Ejemplo de esta presencia es que Marina Silva, candidata por la Red de Sustentabilidad y líder evangélica, es una de las favoritas a la presidencia en este contexto de crisis, según sondeos de Datafolha.
Para comprender este fenómeno político-religioso han de considerarse algunos factores. Por una parte, la dimensión de la pertenencia religiosa en Brasil juega un papel identitario fundamental; la población es muy practicante de su fe y los referentes religiosos juegan un rol importante en las decisiones cotidianas de las personas. Por otra parte, el crecimiento de los grupos conservadores se ha desarrollado utilizando técnicas de mercadeo, manipulación psicológica y trabajo social en sectores vulnerables. Viene apadrinado por una política estadounidense que incluye el combate ideológico y religioso al comunismo y a la teología de la liberación, instrumentalizado desde los años sesenta apoyando a grupos que sostienen discursos anticomunistas o contrarrevolucionarios.
Esto puede explicar por qué las comunidades eclesiales de base de sectores católicos y protestantes progresistas en Brasil y el resto de Latinoamérica hoy tengan un peso específico tan bajo en la política partidaria.
La comprensión teológica que da sustento a estas prácticas políticas se resume en dos corrientes contemporáneas: teología de la prosperidad y teología del dominio. Ambas provienen de Estados Unidos pero se han ido adaptando a diversos contextos en toda la región. Las convicciones político-religiosas de estos grupos se fundamentan en una lectura bíblica fundamentalista, conservadora, moralista, nacionalista y totalitaria/totalitarista/totalizante que comprende el texto bíblico de manera completamente descontextualizada, se ubica en un esquema de premios y castigos y considera la dignidad humana sólo si trabaja sobre la culpa en la conducta y la pertenencia a determinado grupo predilecto por elección divina. La teología de la prosperidad tiene como presupuesto el libre mercado donde todos compiten como iguales, y dependiendo de los esfuerzos propios reflejados en la deidad se podrá ganar más o perder más. La prosperidad es directamente proporcional a los esfuerzos propios, pero si algo falla ha de ser asumido como voluntad misteriosa del ser superior patriarcalizante. La teología del dominio se sustenta en la lógica de la “mayoría moral”, es decir, una mayoría unida por valores conservadores –que no necesariamente provienen de una misma creencia religiosa– a los que la mayoría de la población adhiere. También adscribe a la “guerra cultural” –o lo que, en términos religiosos, grupos neopentecostales llaman “guerra espiritual”–, que se traduce en una lucha en la que “los cristianos” en el Parlamento y en la sociedad deben “combatir las agendas propuestas por Satanás”.
La contrapropuesta a la agenda de Satanás consta entonces de acciones como bajar la edad de imputabilidad penal, dificultar el acceso a la justicia de mujeres víctimas de abuso sexual, salvar a “la familia” y promocionar el agronegocio que se deglute a la selva amazónica.
Por tanto se organizan y apoyan a grupos pro-vida y pro-familia, que cristalizan en “valores universales” la sumisión a un orden establecido por un ser superior, que es el único que tiene el poder para combatir a Satanás y volver a ganar el dominio sobre este mundo que está entregado a la miseria diabólica. Esa miseria se representa en las diversas minorías que se manifiestan en defensa de los derechos humanos. Es la banalización de la democracia y de la política como preocupación por el bien común. Y también es la banalización de quien ha sido llamado Dios según esta cultura.
Un impeachment no surge de la noche a la mañana, se viene gestando desde hace tiempo en alianzas explícitas e implícitas entre estos grupos religiosos, políticos y económicos que cuentan con un gran poderío en los medios de comunicación y entre el empresariado.
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