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Apuntes para un balance de la cuestión animal(ista)

Apuntes para un balance de la cuestión animal(ista)

Las luchas por los animales en Colombia avanzan con triunfos importantes, pero en medio de un futuro incierto. La prolongación de fenómenos que arrasan la fauna silvestre, como lo son las políticas extractivistas y los megaproyectos, así como la defensa de espectáculos y negocios de herencia colonial (ganadería, becerradas, corridas de toros, etcétera), contrastan con el incentivo a la adopción de animales en situación de calle, el cese del uso de animales salvajes en circos y la suspensión o regulación de cabalgatas en varios puntos del territorio nacional.

Llevar a cabo un balance o análisis crítico de la situación animal(ista) en Colombia plantea una primera dificultad. Si asumimos una perspectiva estadocéntrica, de acuerdo con la cual la cuestión animal debería ser evaluada en el marco de unas fronteras formalmente establecidas y tomando como referencia lo que ocurre en ciertas esferas institucionales (dinámicas electorales, legislación, políticas públicas, etcétera), tendríamos, de entrada, inconvenientes para considerar al Estado mismo como un nodo o cristalización de un conjunto de relaciones de poder más amplias. Campos de estudio recientemente aparecidos, como los Estudios Críticos Animales (ECA), nos dotan de herramientas para realizar un análisis no estadocéntrico (aunque contemple la participación del Estado y los efectos de sus fronteras y dinámicas formales) de la problemática animal(ista). En ese sentido, la categoría que acá resulta fundamental es la de especismo antropocéntrico.

El especismo antropocéntrico, entendido no como una mera discriminación con base en la especie (en paralelo con nociones como sexismo, clasismo o racismo), sino como un complejo orden producto de la relativa estabilización de determinadas relaciones de poder (a la manera de conceptos como patriarcado, modo de producción capitalista o racismo estructural), nos permite llevar a cabo el análisis de una manera más compleja y productiva. Aludimos, entonces, a un conjunto de dispositivos, técnicas, saberes y relaciones tecno-bio-físico-sociales que re/producen continuamente la subordinación, sujeción y explotación animal, es decir, la dominación animal. Granjas industriales y tradicionales, bioterios, zoológicos, disciplinas como la Veterinaria y la Zootecnia, modos de alimentación, etcétera, participan inevitablemente de este orden jerárquico.

Desde el punto de vista de los ECA, quizá la forma más clara de especismo tiene que ver con el sacrificio de innumerables vidas animales no humanas para el consumo diario. Múltiples discursos son constantemente desplegados para hacernos percibir determinadas existencias como si hubiesen sido (científicamente) creadas exclusivamente para el provecho humano. La misma idea de “animal de consumo” es bastante diciente al respecto. Nuestra naturalización del problema llega a tal punto que se perfilan razas enteras con el objetivo de saber si determinado ganado es “de carne” o “de leche”, por ejemplo, o si las gallinas son “ponedoras”. Las vidas enteras de los animales quedan reducidas a sus funciones útiles respecto a los seres humanos. Por fortuna, los propios animales nos enseñan con sus experiencias en santuarios, en ciertas culturas no tan fuertemente occidentalizadas y en relaciones no (tan) especistas con los seres humanos, que sus cuerpos son capaces de obrar y de conquistar alegrías más allá de lo que el contexto especista demanda.

Así, pese a que el consumo de animales no humanos sea la muestra más clara de especismo, esta es, a su vez, una de las prácticas más extendidas y naturalizadas, lo cual da cuenta de la naturalización generalizada del orden especista mismo. Lo que prima en Colombia, por supuesto, como en todo el globo, no es otra cosa que dicha naturalización; solo hasta hace unos diez años, aproximadamente, aparecen, sin dejar de hacerlo, un conjunto de iniciativas (ciudadanas, alterculturales, intelectuales, etcétera) que cuestionan el consumo y uso generalizado de las vidas animales. La aparición de restaurantes veganos, grupos musicales, organizaciones como Resistencia Natural, la Federación de Comités de Liberación Animal, la Plataforma Colombiana por los Animales Alto, el Centro de Estudios Abolicionistas por la Liberación Animal Ceala y los participantes colombianos del Instituto Latinoamericano de Estudios Críticos Animales Ileca dan cuenta de este reciente fenómeno en crecimiento exponencial.

Podría decirse que el más bien imperceptible y continuo trabajo micropolítico ha abonado terreno para que hoy sea posible la entrada en escena de candidatos a diferentes cargos de elección popular no solo apoyados por grupos animalistas, sino ellos mismos provenientes de los movimientos animalistas. Varias concejalas y concejales elegidos son claros ejemplos de esto. No obstante, el panorama más inmediato es un poco desolador, ya que con el triunfo del ultraconservador Centro Democrático y su aspirante presidencial, Iván Duque, se prolonga la reprimarización de la economía colombiana y la triste defensa de espectáculos con animales de raigambre colonial como las corridas de toros, las corralejas, las peleas de gallos, etcétera. El triunfo del Centro Democrático es, al tiempo, el del reforzamiento del orden especista, ya que sus adherentes son conocidos sectores ganaderos y terratenientes que, entre otras cosas, han establecido históricamente nexos con el paramilitarismo.

Se trata de una pequeña clase oscilante entre formas de poder feudales y capitalistas, no necesariamente excluyentes entre sí, que cuenta con el apoyo de empresarios y sectores financieros internacionales. A manera de ejemplo, Terry Hurtado, miembro de la Federación de Comités de Liberación Animal y de la junta directiva del Institute for Critical Animal Studies, cuenta que en la ciudad de Cali se proyecta la construcción de un centro comercial en el parqueadero de la plaza de toros, lo que le generará, afirma, “un ingreso de setenta mil millones a la plaza y un flujo de un millón de personas”. Hurtado asegura que este tipo de articulaciones entre terratenientes y empresarios nacionales e internacionales deben despertar la oposición de los grupos animalistas, pues están echando abajo el arduo trabajo político-cultural antitoreo sin ningún tipo de compensación ni interés en las vidas animales sacrificadas.

Las articulaciones entre terratenientes y empresarios nacionales e internacionales también se evidencian en el extractivismo boyante y en los nuevos megaproyectos de infraestructura directamente relacionados con la circulación de capitales, así como en la deforestación y ampliación de la frontera agrícola a zonas en las que, en principio y por razones ambientales, no debería extenderse. Esto se debe a que, tras el proceso y los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano y las Farc-ep, muchos territorios otrora ocupados por dicha guerrilla han sido colonizados por grupos paramilitares que han asegurado el control de la tierra y, por ende, la agudización del deterioro ambiental. Incontables vidas animales se han visto sacrificadas a causa del daño ecosistémico. Justamente el momento de reprimarización, neoparamilitarismo y construcción de megaproyectos que actualmente vive Colombia, así como otros países de América Latina, hace que los movimientos ecologistas y animalistas preocupados por la llamada fauna silvestre tejan alianzas. Alianzas que también se han empezado a configurar con movimientos populares, campesinos, afros e indígenas, cuyas comunidades son desplazadas y exterminadas. Sharon Barón, activista animalista e integrante del Ileca, considera que el lobby para gravar “alimentos poco saludables” y la denuncia de la ganadería como principal causa del cambio climático y de la deforestación del Amazonas puede ser un contrapeso al desmedido poder ganadero.

Ciertamente acá el análisis del especismo en tanto orden que reproduce sistemáticamente la dominación animal es bastante pertinente, pues este tiene como telón de fondo un ideal de Hombre blanco, propietario-posesivo y viril. Tras su paso, que es el de la reprimarización de la economía en Colombia, los seres humanos y no humanos que se alejan de sus características se ven particularmente afectados (campesinos, indígenas, afros, mujeres y, por supuesto, animales no humanos y la naturaleza en general).

El especismo, corporizado en los terratenientes y empresarios nacionales e internacionales atrás descritos, así como toda la cultura moderno-colonial que los sustenta, permea a su vez las políticas de institutos estatales como el Instituto Colombiano Agropecuario ICA, el cual ha modificado sus licencias zoosanitarias de tal modo que las cabalgatas y las corridas de toros llevadas a cabo en varias partes del territorio nacional sean permitidas. Este es un ejemplo claro del funcionamiento biopolítico del especismo antropocéntrico, es decir, del uso de políticas zoosanitarias para la prolongación de la dominación animal. En esa misma línea, el cierre de restaurantes como Sabor Vegano en la ciudad de Bogotá, que le apuestan a otro tipo de relaciones con humanos y animales (en situación de calle) y a métodos no tan agresivos de asepsia, dan cuenta del carácter especista del biopoder contemporáneo.

Ahora bien, pese a todos los impedimentos, la presión y la naciente sensibilidad animalista han hecho que, por ejemplo, sean fuertemente reguladas o suspendidas las cabalgatas en grandes y pequeños municipios, con el escollo de que nuevos municipios están recibiendo a los jinetes que habían cesado sus actividades, cuestión que abre frentes de lucha política y crítica cultural adicionales. Igualmente, haber logrado la abolición del uso de los llamados animales salvajes en circos constituyó otro importante paso del movimiento animalista en Colombia.

Además de lo mencionado, quizás una de las principales victorias y alivio para los animales no humanos sea la avanzada y total sustitución de vehículos de tracción animal en varios lugares del territorio colombiano, así como la creación del Instituto de Bienestar y Protección Animal en Bogotá, cuyo enfoque bienestarista contrasta con el zoonótico, es decir, orientado al control de los animales por considerarlos como potenciales agentes transmisores de enfermedades. En este sentido específico, ha habido una transformación en la regulación biopolítica que ciertamente ha constituido algo positivo, por lo menos, para los perros y gatos en situación de calle. Asimismo, la ley 1774 modificó el Código Civil para convertir a los animales en seres sintientes y, además, permitió la penalización de actos considerados crueles. Vale destacar, en cualquier caso, que tanto el mencionado Instituto como la ley 1774 no rompen con los aspectos más naturalizados del especismo antropocéntrico, sino que lo modifican para que sea menos incisivo con algunas criaturas. Si bien la “crueldad” se encuentra penalizada, al tiempo es permitida la comercialización y matanza sistemática e ilimitada de animales. En otros términos, aun cuando los animales son considerados como capaces de experimentar placer y dolor, concomitantemente son comprendidos como mercancías con poseedores legítimos y para su provecho personal.

Adicionalmente, el Instituto de Bienestar se ocupa exclusivamente de perros y gatos y promueve la esterilización y la identificación por medio de microchips que convierte a los animales “de compañía” en pseudociudadanos. En las ciudades colombianas, así como en otras grandes ciudades del mundo, se promueve este tipo de control animal y se proyecta como un signo de progreso a ser emulado; no obstante, desde una perspectiva animalista crítica, podría decirse que la esterilización masiva es el reflejo de un orden especista en donde los animales son pensados como seres que deben ser dispuestos de manera subordinada en un espacio considerado primariamente como humano, el cual no deja de expandirse y de inundar los rincones más recónditos del globo. De ahí que muchos animalistas promovamos la esterilización libre (no forzada por el Estado) de los miembros adultos masculinos de la especie humana y la reconstrucción de los espacios, de tal manera que otras especies no se perciban como invasoras ni objetos de control en general (esterilizado, microchips, etcétera). Por cierto, el microchip como boleto de ingreso a la ciudadanía constituye un mal presagio de lo que puede ocurrir también en un futuro cercano con los seres humanos. Hurtado cree que ciertas formas de familia inter-especie, su creciente reconocimiento y respeto, son un signo esperanzador de que son posibles otras maneras de co-existir. Aquí también podríamos incluir el nuevo interés por la adopción responsable.

Finalmente, entre los temas pendientes que movimientos animalistas de otras latitudes se han encargado de visibilizar, pero que en Colombia no ocupan un lugar relevante, encontramos: 1) la lucha por la abolición de los zoológicos y de los nuevos ecoparques-zoológicos, que siguen reproduciendo la dicotomía salvaje/doméstico y sometiendo a los animales llamados salvajes a la invasiva mirada (científica) del Hombre blanco; 2) una crítica académica de la naturalización de la dominación animal por parte de saberes modernos como los de la Biología, Veterinaria y Zootecnia; 3) la disputa por espacios alimenticios libres de los llamados productos de origen animal, ecológicos y accesibles a toda la población (en contraste con meras nuevas líneas de mercado y espacios gentrificados); 4) una crítica de la ganadería como práctica especista y no solo por estar asociada a la concentración de la tierra en Colombia (ganadería extensiva) y a las diversas disputas sociales que esto genera; y 5) la lucha contra la apertura y el actual funcionamiento de bioterios y, en general, múltiples formas de experimentación animal. A este último respecto, vale mencionar la denuncia de Manuel Elkin Patarroyo por su uso de monos extraídos del Amazonas, la cual, desafortunadamente, no ha logrado frenar dichas prácticas. Finalmente, como lo recuerda Eduardo Rincón, estudioso de la cuestión animal y reconocido animalista colombiano, está el problema del uso de animales con propósitos sexuales, tema a menudo minimizado y ridiculizado pero que, en realidad, posee dimensiones alarmantes. Se ha registrado incluso la existencia de burdeles enteros dedicados a la zoofilia, que en realidad es una práctica especista que nada tiene de “amorosa” en sus formas dominantes.

 

*Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia con posgrado en el campo de los Estudios Culturales.

Información adicional

Autor/a: Iván Darío Ávila Gaitán
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique Nº179, edición Colombia

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