Se anuncia desde antes de nacer cómo será nuestra existencia. Padres, instituciones de todas las clases y formas, valores, cultura, política, economía y hasta el territorio donde nacerá un persona son los limitantes de ese “cómo será”. La predestinación de los individuos es un fenómeno a todos los niveles que es fundamental en la consolidación de una sociedad.
Los valores que subyacen a una comunidad son los que por costumbres y tradiciones se insertan en la persona. Estos valores son adoptados por el individuo antes de que pueda cuestionarlos. La moral del individuo es en este sentido una reproducción de su contexto.
Quizá tanto ustedes como yo, recuerden el famoso “Mundo feliz” de Huxley. De ser así me gustaría que imagináramos la escena dónde los recién nacidos divididos por colores, secciones y futuros roles sociales, están todo el tiempo escuchando las grabaciones por las cuales se programa en ellos su visión de mundo. No pretendo aquí hacer un paralelismo entre nuestras sociedades y las que se nos muestran en las distopías. Lo que me interesa es resaltar la relevancia de la predestinación que la sociedad ejerce sobre las personas en favor del mantenimiento y prolongación de la misma. Sobre todo en sociedades donde sus individuos no hacen parte de ella por simpatía, necesidad mutua o elección, sociedades dónde sus individuos pertenecen por resignación, parquedad o miedo.
Los dispositivos para que un individuo se adhiera con todo su ser a su comunidad son infinitos. Los más sofisticados fueron hijos del siglo anterior, de los cuales la psiquiatría destaca con torturas propias. Parece que la predestinación no es entonces el principio de nuestra existencia, parece que es la existencia misma. Sujetos designados como “anormales” son aquellos que no tienen una conciencia común de su realidad delimitada por fijaciones espacio-temporales. De aquí que las preguntas de rigor en los psiquiátricos para sus huéspedes sean dos: “¿Qué fecha es hoy?” “¿Por qué está en éste lugar?” Pues la noción compartida de fechas y lugares dan testimonio de que estamos bien adaptados, bien sometidos, bien subordinados y que en éste caso, la predestinación ha vuelto a ser completada. Esquizofrenia, paranoia, dismorfias, etc, todas tratadas como patologías de individuos mentalmente inestables ¿vitalmente enfermos? Claro que no, son individuos a los cuales se les determinan patrones de comportamiento aislados y fuera de lo que la comunidad espera de ellos. Tampoco vamos a satanizar ni a divinizar la locura o la cordura. Vivimos en una realidad impuesta, predeterminada y es ello lo que no corresponde a la individualidad. Si nuestras visiones de mundo son diferentes a la programada por las voces que los recién nacidos escucharon en las cunas de la obra de Huxley, o a las dictaminadas por las Instituciones, por los padres, por la sociedad, pasamos por ser diagnosticados como enfermos, atacando así las consecuencias y no el origen de la dificultad, a saber, que por más determinada que sea la realidad, es imposible decir que solo hay una correspondiente a una única visión de mundo, pues claramente las visiones que tenemos del mundo y de la realidad misma son múltiples, incluso ante los mismos ojos. De hecho hablar de determinaciones fijas es apelar a una visión mecanicista del mundo. Esta visión imperó durante muchos siglos siendo aceptada gratamente por los intelectuales del siglo XVII y por Hobbes, padre del Estado moderno.
Para sobreponernos a las determinaciones morales, emocionales, naturales, sociales o políticas (por nombrar solo algunas) hace falta sabernos también animales. No es “el imperio de la razón” quién asegurará que el uso de nuestra voluntad nos permitirá salir del “imperio de los sentidos”, es decir, no es nuestra razón quien nos ayudará o ayuda a sobreponernos a nuestras limitaciones naturales. La razón ha tratado al hombre como objeto, ha cosificado en su afán dominador y cientificista a toda la naturaleza incluso, a la parte natural que constituye al hombre como ser vivo.
Algunos pensadores contemporáneos hablan del “fracaso del hombre como animal”. Es a ese fracaso al que hemos llegado al usar en exceso la “razón dominadora”.
No se trata de sacralizar a la naturaleza y exponer una perspectiva minimalista del hombre, todo lo contrario. Ante la predestinación y contra la predestinación hay que armarnos con todas nuestras facultades. Escuchar al entendimiento, sentir nuestro instinto, hablar con la claridad del pensamiento, tocar sin supuestos, abrir los ojos a la comprensión y olfatear el misterio del sabernos animales, seres vivos.
Contra la predestinación hay que adueñarse de sí mismo, combatir los determinismos a sabiendas de que no se ganará la guerra, pero si se aprenderá en las batallas sobre nosotros mismos.
En este sentido de autoconocimiento reflexivo contra la predestinación, tanto los valores sociales como las subordinaciones culturales que practicamos por costumbres y que cargamos como el rastrero de lo que no somos y que nos han impuesto desde el nacimiento, son develadas en la práctica del descubrimiento de sí, del devenir caos, del devenir anárquico, del devenir todo lo que somos y que ahora no somos sino solo aparentamos, porque en una vida predestinada no aparece lo que somos sino que “parecemos” e incluso perecemos en esa apariencia.
Luchar contra la predestinación es luchar por nosotros mismos.
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