Occidente está gravemente enferma, y sólo cabe esperar lo peor. Su deceso en términos de tiempos históricos será inminente. Pero una nueva civilización emerge.
Primero fue el Quattrocento que se denominó a sí mismo como Renacimiento, saliendo de esa edad oscura que fue la Edad Media, denominada así por encontrarse entre la Grecia antigua y el Renacer de la humanidad. Después fue la modernidad, que se denominó a sí misma de esta forma con sus ideales de progreso, su fe en la ciencia y en la racionalidad y su centralidad en el ser humano. Posteriormente, en el siglo XVIII, se inventa el concepto de civilización como el esfuerzo por distanciarse de la naturaleza. Y con ello, de consuno, con la idea de “civilizar” a otros pueblos, naciones y culturas. No en última instancia, la idea de civilización y “civilizados” se asimiló entre las élites como sinónimo de sofisticación, buen gusto, sentido de la vida y gentileza; justamente, politesse en francés, pulir, y hacia atrás ulteriormente la noción misma de politeia (en la Grecia antigua).
No existe una sola comprensión o definición de civilización. En unos casos se refiere a la herencia y la deuda de un origen fontanal; habitualmente se trata de la síntesis que resultó de la amalgama entre Grecia, Roma y Jerusalén. En otros casos se hace referencia a un ideal mínimo común de valores, principios, ideales y formas y estilos de vida. U en otros casos más, a una unidad de criterios culturales, étnicos y filosóficos. Con ello, en cualquier caso, la idea de civilización tiene tanto de ancho como de largo; desde los trabajos de Malinowsky hasta las interpretaciones de Huntington, con todos los matices intermedios.
En un libro maravilloso, no traducido aún al español, F. Fernández–Armesto —Civilizations. Culture, Ambition, and the Transformation of Nature. Touchstone, New York, 2001—, sugiere una comprensión no–lineal de las civilizaciones. Una civilización se define por sus relaciones con la naturaleza. De esta forma, es posible identificar las distintas civilizaciones en función de su relación con la naturaleza.
Sin ambages, ello permite identificar a Occidente en términos precisos. Se trata de esa civilización que se refiere a la naturaleza en términos de medios a fin, en el que la naturaleza es el medio para que los seres humanos desplieguen y realicen sus intereses y necesidades. Exactamente la síntesis de Atenas, Roma y Jerusalén.
Pues bien, en términos médicos, Occidente es una civilización enferma. La suya es, al mismo tiempo, una enfermedad crónica, aguda y compleja. En medicina, se dice que:
• Una enfermedad es crónica cuando se trata de un mal de largo plazo que no puede ser curado y con el que hay que aprender a vivir. Ejemplos de enfermedades crónicas es la diabetes, la artritis, cardiopatías o la obesidad. Se trata de enfermedades que no pueden ser curadas, tan sólo controladas.
• Una enfermedad se dice que es aguda cuando tiene un origen y desarrollo rápido, usualmente súbito e imprevisto, y su desenlace puede ser igualmente rápido y sorpresivo. Los síntomas generalmente son severos y por lo general es una etapa de la enfermedad que desemboca en una enfermedad crónica o en la muerte. La neumonía o la apendicitis son ejemplos de esta clase de enfermedades.
• Por su parte, una enfermedad se dice en medicina que es compleja cuando resulta de la combinación de factores genéticos, medioambientales y de formas de vida. Se trata de desórdenes multifactoriales, muchos de los cuales no terminan de ser identificados. El asma, el párkinson, la osteoporosis, las enfermedades autoinmunes o el cáncer son ejemplos de enfermedades complejas.
En efecto, en un mundo alta y crecientemente complejo, entrelazado de múltiples maneras y en diversas escalas, alta y crecientemente interdependiente en múltiples sentidos y contextos, no existe la crisis. Por el contrario, existen crisis (en plural) sistémicas y sistemáticas. Tal es el diagnóstico de la civilización occidental, que sufre de numerosas crisis, tales como crisis políticas, económicas, financieras, medioambientales, de valores, crisis de confianza, crisis humanitaria en gran escala, iniquidad y pobreza en amplia escala, corrupción, impunidad y existencia del estado con falencias múltiples en un lugar o en otro. En fin, los diagnósticos, a estas alturas de la vida, son variados, amplios y robustos. Es imposible abordar, tocar y solucionar una crisis sin atender al mismo tiempo a otra(s). Un mundo verdaderamente complejo.
Occidente está enferma, severamente enferma, y a decir verdad se encuentra desde hace un tiempo en la sala de cuidados intensivos. Las mejores mentes en política o en temas de seguridad, en finanzas o en comercio internacional, en temas jurídicos o medioambientales, por ejemplo, no tienen la más mínima idea de cómo salir de ese entretejido complejo de crisis sistémicas y sistemáticas. Todo pareciera indicar que Occidente merece de cuidados paliativos, una idea cara en medicina, ciencias de la salud y bioética.
Son numerosos los foros mundiales —Davos (Foro Económico Mundial), G–7, G–7 más 1, OCDE, entre muchos otros— y son numerosas las instancias y organismos multilaterales, nacionales e internacionales dedicados a buscarle salidas a las series de crisis en curso. Es como cuidar un párkinson con banditas o aspirinas.
Mientras tanto, el costo humano es creciente e inclemente. La crisis de refugiados en Europa (¡en tiempos de paz!), las oleadas de inmigrantes africanos, los desplazamientos internos en numerosos países, la corrupción galopante y sus consecuencias sobre las violaciones de derechos humanos. Intelectualmente el panorama es apasionante; humanamente es desolador y triste.
Occidente está gravemente enferma, y sólo cabe esperar lo peor. Su deceso en términos de tiempos históricos será inminente. Pero una nueva civilización emerge. Nuevas formas de organización social, nuevas escalas de valores, nuevas y diferentes relaciones con la naturaleza, nuevas ciencias, saberes y disciplinas, en fin, nuevas formas de organización económica y de formas y estilos de vida aparecen, por lo pronto a escala local y regional, pero se van entretejiendo de formas sutiles y rizomáticas. Al destino fatídico de esa civilización que es Occidente —la tierra del sol poniente—, lo acompañan nuevas, sorprendentes y muy positivas y favorables formas de vida, comprensión y explicación del mundo y de la naturaleza. Contra el desamparo y milenarismo, contra el pesimismo y la desolación una nueva civilización brota ante nuestros ojos. No está siendo construida. Mucho mejor aún, está siendo sembrada.
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