Mi mujer dice, y va a tener toda la razón, que siempre se mueren los buenos. Uno de ellos era Eduardo Galeano. Antes de hablar de él necesitaba un par de días para pensarle y reflexionar. Su prosa me ha guiado desde que leí, cuando era estudiante de sociología en la Complutense, aquel imperecedero Las venas abiertas de América Latina, el texto que Hugo Chávez le regaló en una ocasión a Barack Obama para que se instruyera sobre el continente.
Puede que sea una de las entradas que escriba más desde las entrañas, en un lugar que no encuentro y en el que se juntan los pensamientos, con los sentimientos y estos con las vísceras y ellas con el dolor y todo ello con la alegría. Dolor egoísta porque ya no nos hablará más de la necesidad de la utopía y su sentido para que sigamos caminando, alegría generosa por contar con las letras de sus libros y las palabras de sus mensajes que me han acompañado y acompañaran siempre.
Llevo mucho tiempo hablándome sobre las entrevistas que no fueron, aquéllas tan buscadas y que, por unos u otros motivos, nunca fueron realizadas. La de Galeano era una de ellas. Aunque siempre estaba dispuesto a conversar y a participar en cuantos eventos le invitaban, no era fácil conseguir entrevistarle. En 2008, después de años de intentarlo y a través de la responsable de prensa de su editorial en España, siglo XXI editores, accedió a concederme una entrevista. Pese a estar en Madrid para la presentación del libro que acababa de publicar, Espejos, una historia casi universal, las múltiples obligaciones y compromisos le hicieron responderme que tenía que ser por correo electrónico y centrarse principalmente en ese texto.
Siempre me he peleado con las entrevistas por cuestionario o a través de otros medios que no sean la presencia física que te permite compartir miradas, gestos, voces y silencios. Así que no la hice y él me respondió que entonces me tocaba ir a Montevideo a hacérsela. Ya no podrá ser de ninguna manera.
Le he leído y le he seguido siempre que he podido. Le vi en La Habana en 1999 cuando leyó su libro de Los abrazos en la Casa de las Américas en el marco del Congreso Cultura y Desarrollo; en Rivas Vaciamadrid en 2006 durante el II Foro Social Mundial de las Migraciones, aunque en esa ocasión mandó su intervención grabada en vídeo; en la Casa de América de Madrid en 2008 cuando presentó sus Espejos, y le volví a ver y a escuchar en el Círculo de Bellas Artes en Madrid en 2009 cuando le entregaron la medalla de oro de esa institución cultural.
He recurrido a sus textos en multitud de ocasiones, he compartido sus ideas y aquellas críticas que hacía, desde los tiempos de la teoría de la dependencia, a las desigualdades, a la tecnología y a ese desarrollo que producía en su viaje alrededor del mundo más náufragos que navegantes. De hecho añado su derecho de soñar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuando les hablo de este tema a mis estudiantes. Lo llamo el artículo especial y lo expreso así:
1. Toda persona tiene el derecho de SOÑAR.
2. Un derecho moral, irrenunciable e intangible de la ciudadanía mundial.
3. Conlleva imaginar que tenemos todos aquellos derechos que nos merecemos y que, a veces, nos niegan.
Esta declaración de treinta más un artículos la acompaño con el video en el que lee, con fondo musical de piano, su texto “El derecho al delirio” que forma parte del libro Patas arriba, la escuela del mundo al revés.
Eduardo era nuestro Chomsky latino, pero con una prosa poética acerada y acertada que disparaba siempre al corazón de las injusticias.
Cuando presentó su Espejos, una historia casi universal, ese hermoso libro donde, entre otras muchas cosas nos decía
Los espejos están llenos de gente.
Los invisibles nos ven.
Los olvidados nos recuerdan.
Cuando nos vemos, los vemos.
Cuando nos vamos, ¿se van?
Los medios, que como siempre se desataron en elogios, dijeron:
“Delicioso libro, escrito desde el ángulo de los que no salieron en la foto”, La Vanguardia-
“Una fiesta para el espíritu, por su concisión extrema, afilado humor y exquisito lirismo”, Le Monde Diplomatique.
“Galeano escribe como Pelé jugaba al fútbol”, ABC.
“Un libro básico, que nos regala magistrales clases de historia”, El Periódico de Catalunya
“Estos relatos no funcionan en soledad: se llaman, conversan, se contestan, se buscan. El efecto es deslumbrante”, Revista Ñ, Argentina.
“Un recorrido fantástico todo a lo largo de la historia humana” Perfil, Argentina.
“Inventario general de los hitos y mitos de la historia, regido por la mirada lírica y lúcida del autor”, Página 12.
“Una sinfonía de relatos de un escritor muy querido y muy leído, sobre todo por lectores jóvenes que descubren a su juglar”, La Jornada, México.
“La primera ley del narrador, no aburrir, se cumple. La primera ley del intelectual comprometido, también: en ningún caso la diversión se convierte en narcótico, sino en lúcido placer estético”, Milenio, México.
“Contra la amnesia universal”, El Observador, Uruguay.
“Fundación de otra historia posible, que dice el pasado desde el presente”, Brecha, Uruguay.
Yo escribí entonces para Terra Colombia que él “critica la hipocresía, la desmemoria y el olvido, y denuncia esos largos períodos de amnesia que sufre el Norte del mundo”, que con ese libro quería “pisar fuerte para dejar una huella que haga que la gente que hay dentro de los espejos de la historia, pero que la historia oculta, salga a la luz”.
Pero es que Galeano siempre peleó contra la amnesia y contra la mentira, siempre luchó por reconstruir la historia, siempre nos habló y nos escribió sobre los nadies, sobre los excluidos, sobre los vagamundos (nombre con el que en su honor bautizamos una ONG en España, asociación Vagamundo).
A lo largo de su vida y de sus obras, Galeano nos ha puesto el mundo patas arriba; nos ha enseñado a mirarnos en los espejos de la historia; nos ha mostrado los abrazos; ha hecho andar a las palabras; nos ha abierto las ventanas sobre el tiempo; nos narró los días y las noches de amores y guerras; nos contó, en 366 recuerdos, de las y los hijos de los días; nos voceó, cual cronista radiofónico deportivo, sobre una de sus pasiones, el fútbol al sol y a la sombra, y también nos cantó de nuestras canciones, de mujeres y de las memorias del fuego.
Me resultaría muy difícil elegir un solo texto suyo. Pero les menciono el que escribió para el periódico mexicano La Jornada en febrero de 2005, en el que recuerda a otro de mis personajes de referencia. Un artículo titulado “don Quijote de las paradojas”, en el que decía “Está visto, y los ciegos lo ven, que cada persona contiene otras personas posibles, y cada mundo contiene su contramundo. Esa promesa escondida, el mundo que necesitamos, no es menos real que el mundo que conocemos y padecemos.
Bien lo saben, bien lo viven, los aporreados que todavía cometen la locura del volver al camino, una vez y otra y otra, porque siguen creyendo que el camino es un desafío que espera, y porque siguen creyendo que desfacer agravios y enderezar entuertos es un disparate que vale la pena.
Ayuda lo imposible a que lo posible se abra paso. Por decirlo en términos de la farmacia de don Quijote: tan mágico es este bálsamo de Fierabrás, que a veces nos salva de la maldición del fatalismo y de la peste de la desesperanza.
¿No es ésta, al fin y al cabo, la gran paradoja del viaje humano en el mundo? Navega el navegante, aunque sepa que jamás tocará las estrellas que lo guían”.
Por estos días he leído en varios medios que el mundo de la intelectualidad se ha quedado huérfano por la muerte de Galeano, a la que se ha sumado el mismo día al otro lado del charco la de Günter Grass. Creo que no es cierto, precisamente somos muchas y muchos los que hemos “mamado” y “bebido” de los escritos suyos y pienso que hemos tenido mucha suerte de haber sido tan bien alimentados. Ha sido un honor contar con él. Que si orfandad, que si día luctuoso, que si… yo creo que hay que celebrarle como expresaba en ese derecho al delirio que nos proponía para adivinar otro mundo posible “la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero”.
Así que, seamos celebrantes de haber tenido el enorme gusto de compartir su tiempo, de haberle visto, leído y oído.
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