El primero basa su campaña en sus logros. El segundo trata de unir la oposición alrededor de ofertas económicas, “entregar a cada familia un millón de bolívares mensuales”. “Que la riqueza de Venezuela no se entregue a los extranjeros”.
Un supuesto nacionalismo, liderado por un representante del pasado. Tarea difícil de concretar en éxitos, pero soportada sobre errores del actual proceso revolucionario, como sus dificultades para romperle el cuello a la corrupción; el peso de la burocracia heredada que se empecina en obstruir las energías nacientes de un proceso que busca concentrar su acción en todos los que habitan Venezuela; y la incapacidad para generar un modelo de empleo que haga sentir mejores a los miles que aún se rebuscan en la calle, por cuenta y riesgo propio.
Para la conquista de sus objetivos, la oposición se rodea de expertas asesorías, de las cuales surge una estrategia que une a todos los que están contra Chávez, fortaleciendo identidades, potenciando capacidades. Sus dos marchas, en verdad masivas (octubre 7 y noviembre 4), permiten visualizar que la campaña opositora transita un camino para generar confianzas y romper las apuestas. Y sus logros parciales no se dejan esperar: pueden alcanzar más votos de los calculados por el Gobierno, lo que facilitaría un efecto mediático para el mediano plazo: pese al triunfo oficial, Venezuela continúa polarizada.
Sus avances parciales evidencian otro error de la campaña oficial: el triunfalismo. Ante la fortaleza de un candidato como Chávez, la dirigencia de las organizaciones gubernamentales cree que no es necesario hacer mucho para conservarse en el palacio de Miraflores. Lo cual tergiversa el sentido que debiera caracterizar un proceso electoral de nuevo tipo: abrirse al conjunto de la sociedad, concitar todas las energías, polemizar y renovar los planes de gobierno en el debate constante con la ciudadanía. En fin, romper la campaña de comandos electorales especializados y hacer de las elecciones, de verdad, una fiesta ciudadana para profundizar conceptos, propósitos, ideas, caminos. Es decir, para profundizar la legitimidad del ejercicio del poder en juego.
Hasta aquí las ventajas de la oposición y sus logros. Pero el proceso en marcha en Venezuela ha mostrado durante estos años su inmensa capacidad para corregir, aprender y profundizar, de ser el caso, sus iniciativas. Es una de sus fortalezas, la que le ha permitido a su cabeza visible, crecer como dirigente.
Esa es una ventaja que se pondrá en juego en estos últimos días. La otra, son los logros inocultables de un proceso que lleva la redistribución de la riqueza, a través de sus variadas Misiones, pero también a través de una gesta humana que pone en el centro de su acción la dignidad de todos los hijos de un país.
El tres de diciembre se sabrá con cuánto espacio y fortaleza proseguirá su gesta la revolución Bolivariana. Entre tanto, los Estados Unidos miden su próximo paso.
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