En la capital del país circulan más de 60 mil taxis y 25 mil buses, sin contar los vehículos escolares, los de los funcionarios con permisos especiales y los de todos sus guardaespaldas, verdaderas comitivas que forman trancón en cualquier momento y en cualquier esquina. Tanto auto circulando en el día sin carro reduce el impacto de lo que podrían ser, en verdad, 24 horas sin coches, y no sólo 12, como es el “día sin carro”.
Los coches van y vienen, a pesar de que la propaganda enfatiza que es “sin carro”. Bien de mañana, antes de las 6:30, hora en que empieza a regir la imposibilidad de transitar en auto particular, raudos van infinidad de conductores que se afanan por llegar al trabajo. Madrugan más de lo común para burlar la norma del “día sin carro”. No les importa la contaminación sonora ni por emisión de gases; en realidad, sólo les preocupa su comodidad. A las 7 de la noche, cuando se levanta la restricción, salen de regreso para sus hogares, y se encuentran con que los trancones son tan normales o peores que en los días ‘normales’.
Así, la ciudad muestra su normalidad dentro de la anormalidad. Pero lo que en verdad deja ver su sello en todo su esplendor son el modelo urbano y el modelo civilizatorio impuesto, el que funciona por el petróleo, el mismo que tratan de remediar una vez al año.
Ciudades ajustadas, cada vez más rediseñadas, para que circulen por ellas los carros. Avenidas con varios carriles, semáforos, estaciones surtidoras de gasolina por doquier, y en medio de ellas los de a pie, obligados a tener todos los sentidos en perfecto estado para no ser atropellados.
Zumban los veloces bólidos. En su interior, ensimismado en su soledad, apegado al timón, va el ciudadano de la urbe moderna. Él es el primero y así deber seguir siendo. A él nadie lo sobrepasa, aunque la proliferación de coches le impida aumentar su velocidad más allá de 40 ó
En medio de esta anormalidad tan normal; cuando ya la sombra cubre el día y las luces de todo tipo engañan la penumbra; cuando ya queda atrás el “día sin carro”, los CAI móviles de
Uno tras otro, una y otra vez, llegan los CAI móviles, camiones y camionetas policiales con multitud de habitantes del común, obligados a entrar en un parque acondicionado con separadores para dividir y encerrar la gente. También llegan numerosos motociclistas. Uno a uno, sus documentos son revisados; los minutos pasan y algunos logran salir. Otros son reubicados en otra zona del parque, y la falta de documentos o cualquier otro motivo los hará pasar horas de incomodidad.
El viento sopla y la temperatura cae. También los derechos en Colombia, donde estás obligado a caminar con varios documentos de identidad si no quieres que cualquier uniformado, sobrepasando sus atribuciones, rompa tus derechos y te haga pasar un mal momento.
Leave a Reply