¿Arte de lo posible? ¿o de lo necesario? La decepción de las mayorías con respecto a la política y el poder, a sus formas de hacerla y de ejercerlo, es generalizada y persistente. Es una sensación que parece no tener fin.
Esta impresión es de siempre, y los políticos profesionales, voceros de los partidos tradicionales, se encargan de renovarla a cada instante: corrupción, promesas incumplidas, sobresueldos, defensa del interés privado por encima de lo público, engaño como constante diaria, preeminencia del voto como mecanismo de ‘participación’, en fin, desarrollo y ejercicio de aquellas prácticas que las mayorías de un país evidencian como negativas. Comportamiento despreciable y ruin.
La crisis de los partidos, ahondada a principios de los años 90 del siglo pasado, en parte es una expresión de esta realidad.
Posible Vs. necesario
Algunos estudiosos definen la política como “el arte de lo posible”. Con el pragmatismo que les caracteriza, los políticos de siempre y quienes, semejando ser de nuevo cuño, se les igualan en sus prácticas, desarrollan a profundidad esta máxima. No se alejan de ella. Es así como la política se vuelve empresa, negocio del cual viven unos pocos y padecen muchos. Con burla de la ilusión de la gente que espera una sociedad mejor.
Parte fundamental de la política está constituida por el lenguaje, las imágenes –componente del anterior–, los ritos, los espacios, el tiempo. En toda sociedad, cada uno de estos aspectos está definido por la clase en el poder. Y su interés es lograr que el conjunto social funcione bajo la lógica que imponen y determinan los intereses dominantes. El conducto para que así sea son los medios masivos de comunicación, que transmiten y le dan realce a todo aquello que sus dueños pretenden que sea noticia.
Superar esta lógica –se ha comprobado en diversidad de sociedades– es muy difícil pero no imposible. Así lo demuestran en tiempos cercanos movimientos sociales como el zapatismo, desde un manejo dinámico y oportuno de la comunicación, valiéndose para ello del sentido del tiempo y de la historia. Sin duda, se puede desencuadernar la lógica dominante y reencaminar la dinámica nacional.
El principio fundamental para que así sea es uno solo: interpretar de manera adecuada los sentimientos nacionales, es decir, el querer, el deseo mayoritario de una población dada; hablar con sus palabras, dibujar sus imágenes, recrear su esperanza, refundar la política haciéndola de todos. Cuando así se obra, se refunda la cultura, fundamento de cualquier cambio en profundidad. Pero cuando se procede por el mismo carril de la institucionalidad, no se marca diferencia con el contrario, y, tal vez sin quererlo, se termina con su ropaje o al menos así lo interpreta la mayoría, para la cual los “partidos tradicionales y los nuevos son lo mismo”.
Amarillo con ribetes azules y rojos
En vísperas del reciente Congreso del Polo Democrático Alternativo, tuvimos la oportunidad de apreciar cómo un partido que se pretende nuevo y renovador, cuando no revolucionario, se somete a la lógica política del ‘otro’, destiñéndose.
Días antes del evento, durante varias semanas, vimos que los medios oficiosos de comunicación enrutaron el debate del PDA hacia el tema de las disputas internas y el de la posible candidatura a la Presidencia de la república en 2010. Sin resistencia que valga la pena resaltar, sin relacionar la necesidad de un salto de liderazgo colectivo y nacional por la unidad, unos y otros le hicieron el favor al establecimiento: multiplicaron el eco de un debate insulso, sin novedad ni contenido nuevo sobre la campaña electoral, que no logra romper el sentido, el ritmo, el tiempo y los intereses de la política dominante. Y entonces nos encontramos con un lamentable debate que no se sintoniza con el país real.
Aquella polémica está llena de imágenes rechazadas por la población: trampas, inconsecuencias, preeminencia del interés individual sobre el colectivo, respuestas ambiguas, mentiras que con fortuna y sin desgracia fatal no quebraron la incipiente “unidad de partido”.
Se trata de un debate que reproduce en buena medida el espectáculo al que nos tienen aconstumbrados los políticos tradicionales. ¿Voy con el que gane? Sin darles importancia en la expresión a los luchadores indígenas, negros, mineros pobres; a los desplazados y víctimas del delito y la mafia oficiales, a los jóvenes irreverentes. Enmarañados en los tejidos del poder –el deseado–, los líderes del PDA olvidaron –más allá del temario de su Congreso– que el mundo, y Colombia como parte de éste, yace en una profunda crisis económica y política, la misma que echa por tierra las más preciadas proyecciones oficiales: el desempleo crece con ritmo aritmético, la pobreza galopa, las desigualdades se ahondan, en fin, el sistema se inunda hasta el cuello, y se ahoga, claro está, siempre y cuando haya una conducción y un liderazgo legítimos que presionen para sostenerlo sumergido.
En cambio, aparecen bomberos en socorro de quienes detentan el poder, no porque así lo digan sino porque actúan de tal modo que le dejan libres las manos, las piernas y el resto del cuerpo para que respire con toda tranquilidad y, finalmente, salga a flote a pesar de sus deudas y sus delitos con la gente.
Cuando el PDA se enfrasca en un debate sin referente ni contenido nacionales, acepta la lógica y el tiempo de la política institucional, y se acomada al ritmo de lo necesario y lo posible para los sectores dominantes. Mucho más cuando su lenguaje y sus símbolos son los que utilizan los políticos profesionales.
Así, limitados a la política y el consabido “arte de lo posible”, un sector que se entiende alternativo y de izquierda, y que, por tanto, se muestra –y lo muestran– ante la población como alterno al poder dominante, olvida que la política requiere, más que realismo, audacia; que la política es “el arte de lo necesario”.
Entonces, preguntemos: ¿Dónde está la sintonía con el país nacional? ¿dónde, las medidas de urgencia para redireccionar el país en el siglo XXI, garantizándole “el máximo de felicidad posible” a ese pueblo que se dice o se quiere representar? ¿Qué propuestas y decisiones tomó el Congreso del PDA sobre este particular, y dónde y cómo se las ha hecho conocer al país?
La respuesta no puede ser, como contestó un dirigente del Polo, que los grandes medios no difunden las propuestas del PDA. En política existen otras verdades que no puede olvidar quien cree tener vocación de gobierno y de poder, entre ellas: “nadie le regala nada a nadie”; pero, asimismo: “quien no hace política la ve hacer”. Y precisamente en estos tiempos la política no debe estar centrada en el exclusivo acomodo para un usufructo electoral, como grupo o individuo.
Al perder el PDA esta oportunidad para presentar una propuesta que saque a las mayorías nacionales más allá de la crisis, y al continuar en una lógica dominada por el tiempo electoral institucional –que necesita sobre todo evitar que el debate esté centrado en la política económica, en lo social y la geopolítica–, se pierde una ocasión preciosa para potenciar la crisis. Así no se renueva la política. Así, el poder queda contento.
¿Inercia, apetito de bomberos en vez de sepultureros?
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