Por un desempleado más
Cuando yo era niño, soñaba con ser “alguien”, un adulto, una persona importante; me inculcaron que trabajar era la forma de lograrlo. Mis sueños me orientaron a estudiar para alcanzar este anhelo. A su tiempo, vino la escuela primaria, el bachillerato, la universidad, todo con dedicación, con tanto esfuerzo de mis padres y de mi parte. Luego llegaron el matrimonio, los hijos y la vinculación laboral en una “buena empresa”. Mi pensamiento era: consolidar al patrón para consolidarme yo. Y así creo haberlo cumplido.
Hace un mes me dieron la carta de despedida; precisamente aquel día cumplia 20 años de trabajo. Sí, “20 años de yugo en el mismo taller. Recibe amargura como recompensa, hasta el desahucio por su vejez; este es el premio que muchos reciben; premio que brinda, el instinto burgués”. Años de puro trabajo, en los cuales no captaba la realidad de mis años, el tiempo que mi cuerpo reflejaba y que mis compañeros sí percibían, y expresaban al saludarme: “Quéhubo viejo”, “chao mi viejo”; hasta “Manuelsaurio” me decían. ¿Será que me hice viejo a mis 49 años? ¿por qué me ven así si yo me siento joven? ¿cómo contratan muchachos sin conocimiento, que ni saben cómo son las cosas, que no las hacen como lo acostumbrábamos?
Me cuentan los compañeros que esperaban su turno para ser despedidos, que cuando me dieron la carta me puse pálido; en verdad sudaba frío y me puse colorado; comenzaba a sudar copiosamente y me puse tembloroso. En ese instante las cosas se agolparon en mi cerebro; por mi mente pasó toda mi vida: los recuerdos de la niñez, las caricias de mi madre y de mi padre, la escuela, la primera niñita que me hizo soñar, los compañeros de bachillerato (los mejores compinches), el profesor “cuchilla”, el ingreso a la universidad, las duras jornadas de estudio, los conflictos estudiantiles, los exámenes (que me habrían de acompañar como pesadillas), las farras, la graduación, la anhelada vinculación laboral, el matrimonio, mis hijos, las vacaciones vividas, cuando se enfermó la niña, su primer día de escuela; todo como en una película, igual a lo que dicen que sucede cuando uno se está muriendo. Sí, me sentía muerto. El esfuerzo hecho para ser “alguien” a partir del trabajo había llegado a su fin; tal vez sin alcanzarlo, todo parecía ya concluido.
Sensaciones, recuerdos, rabia. Mientras todo esto pasaba por mi mente, en el mismo momento un velo se corrió de mis ojos; era algo que nunca había logrado comprender: “la esclavitud asalariada”: cumplir un horario. Cuántos momentos perdidos porque “tenía que trabajar”: el día en que la niña estaba llorando porque sí y no pude quedarme a calmar sus lágrimas; la tarde en que mi madre agonizaba y sólo pude ir de pasada a despedirla/acompañarla porque el horario me limitaba; las largas jornadas para consolidar a mi patrón, con la torpe creencia de que así me consolidaba yo; los gritos del jefe, sus desplantes y humillaciones públicas; era mi dignidad o el colegio de mis hijos; todo lo que soporté por la subsistencia. Hoy, viene a mi memoria este tango:
Yo fui capaz de darme entero
y es por eso que me encuentro hecho pedazos
y me encuentro abandonado,
porque me dí sin ver a quién me daba
y hoy tengo como premio que estar arrodillado,
arrodillado frente al altar de la mentira,
frente a tantas alcancías que se llaman corazón
y comulgar en tanta hipocresía
por el pan diario, por un rincón.
Arrodillado hay que vivir,
pa´merecer algún favor.
Que si de pie te ponés
para gritar tanta ruina y maldad,
crucificado te vas a ver
por la moral de los demás,
en este Gólgota cruel,
donde el más vil,
ése, la va de juez.
(El Gólgota, Francisco Gorrindo, 1938)
Ahora entendía la teoría del valor. Este se crea a partir del trabajo humano. Cuando uno trabaja en una empresa crea valor, parte del cual se lo devuelven a uno para que sobreviva con un cierto nivel de vida, y el resto se lo lleva el patrón (es la famosa plusvalía). La iniciativa privada, cuando se reducen sus ganancias o se le dañan sus costos, puede muy bien poner personas en la calle, personas arrojadas a la incertidumbre, abandonadas a su suerte, para que sobrevivan de algún modo. Pero las ganancias creadas y acumuladas no las devuelven, y van a parar en mansiones, lujos, yates, fincas de recreo, extravagancias. Atender a los desempleados no genera rentabilidad, por eso los desprecian. El capitalismo es: que millones pasen necesidades para que unos cuantos acumulen y vivan en el lujo. Realmente un magnate, un burgués, no es más que un acumulador del trabajo de otros.
En nuestra sociedad, las personas derivan su sustento del empleo laboral, no hay otra opción; el sistema obliga a trabajar para el dueño de los medios de producción, al mismo que favorecen las normas y las leyes, tanto los códigos laborales como civil y penal, pero también la infraestructura y la superestructura de que hablan los teóricos.
Ahora pienso que otra fuera la suerte de la sociedad si, en lugar de la iniciativa privada se impulsara, como mínimo, el modelo del Estado como benefactor, el Estado como patrón, bajo el cual las empresas son suyas, son de todos. Entonces, el valor creado sería devuelto en beneficios sociales. Lo que dice el cantor Rodríguez en “Coca con sal”: comida, casa, conocimiento y salud. Si así fueran las cosas, tirar los trabajadores a la calle implicaría la atención de sus necesidades. No se pueden abandonar a su suerte porque a uno no lo pueden sacar de la sociedad.
Pero hoy no es así. En nuestra sociedad el número de desempleados es mayor que el de los empleados. La sociedad, manejada por la iniciativa privada (la burguesía) ya no puede garantizar que, bajo su guía, los ciudadanos deriven el beneficio del ejercicio económico social. Por tanto, la continuidad del sistema del enriquecimiento privado (el capitalismo) no se ve viable al futuro.
Hay que oponerse, resistir, para que las cosas cambien. Una tarea sería no dejar privatizar más empresas, como lo hicieron con Telecom, el Seguro Social, Ecopetrol, Isagen, muchas de servicios públicos, carreteras, transporte, todo para beneficio de particulares. Si las empresas del Estado no son rentables, ¿por qué las compran?¿y si lo son, por qué las venden?
Ahora pienso que es muy fácil reflexionar, sucedidas ya las cosas. Pero esto lo digo y lo escribo para que los jóvenes consideren con realidad sus opciones futuras y piensen qué deben buscar: la mentira o la esperanza.
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