La aparición de variedades de gripe y una espada como la de Damocles en forma de pandemia, saca a flote la galopante incoherencia entre los objetivos del aparato económico y los intereses vitales de la comunidad humana. Recordando a Clemenceau, es claro que los economistas no pueden legítimamente continuar monopolizando las decisiones relativas a la producción, y que otras instancias deben intervenir para que la sociedad no continúe, sin voz, en permanente peligro.
Cuando el meteorólogo Eduard Lorenz percibía que, en las predicciones del clima atmosférico, una pequeña variación en las condiciones iniciales conduce a resultados diametralmente distintos, y con ello inauguraba los estudios sobre los “sistemas caóticos”, no sólo daba pie a que su idea se sintetizara poéticamente en la famosa frase “el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York” sino que también, a la vez, invitaba a darles un golpe certero a las creencias en un mundo altamente predecible y por ello fácilmente dominable.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que lo que debía convertirse en un fuerte llamado a la precaución, cuando se manejan variables delicadas, se banalizara en el campo de la economía y terminara apoyando estudios sobre temas como “el comportamiento de la bolsa de valores cuando los inversionistas actúan bajo estrés” y otras cosas por el estilo. Y eso es así porque, si esa clase de consideraciones se utilizara para mirar, por ejemplo, cómo en el capitalismo globalizado (cuyo carácter complejo y cada vez más caótico es difícil de negar) las decisiones que se toman sobre las formas de producir, distribuir y consumir se inscriben de forma creciente en ambientes inestables, las conclusiones a las que se llega nos invitan, de seguro, a no dejarle al azar (las ‘fuerzas’ del mercado) nuestro futuro en el planeta.
Las famosas hipotecas subprime, que han sido el detonante de la actual crisis financiera y del sector ‘real’ de la economía, son un buen ejemplo de cómo las decisiones en un solo país y en un solo sector pueden convertirse, por su efecto multiplicativo en cascada, en verdaderas bombas de tiempo para el mundo entero. En igual sentido podemos considerar la reciente amenaza de pandemia de influenza porcina, que, más allá de si fue provocada de forma consciente o no (en este caso los llamados “teóricos de la conspiración” están en condiciones de exhibir indicios muy fuertes sobre la intencionalidad del hecho), le muestra al mundo su vulnerabilidad frente a la cada vez más acelerada replicación ampliada de hechos transmisibles.
El 28 de abril de este año, Joseph Domenech, veterinario jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), aseguraba desde Roma que las autoridades sanitarias mundiales llevaban “cinco años esperando” un brote de gripe aviar y finalmente les había llegado una mezcla de gripe humana, porcina y aviar. En igual sentido, el columnista del diario La Jornada, de México, Alfredo Jalife, ironizando sobre la omnisciencia del Pentágono, el FMI y el Foro Económico Mundial de Davos, escribía el 29 de abril de 2009: “Hace 13 años se publicó un estudio Air Force 2025 en cuyo capítulo cinco se presenta un cronograma con una historia plausible, donde en 2009 (¡súper sic!) la influenza aniquilaría a 30 millones de personas”. Lo que, sin duda, afianza las muy serias sospechas sobre “la conspiración”; sin embargo, cabe preguntarse si existen otras razones por las que anticipar una pandemia puede ser hoy tan serio como predecir, por la existencia de las placas tectónicas, que tarde que temprano una ciudad como Los Ángeles se verá sacudida por un fuerte terremoto.
Pues bien, con motivo de los últimos sucesos, publicaciones de Organizaciones no Gubernamentales (ONG) como GRAIN han llamado la atención sobre las formas que asumen las explotaciones ganaderas de todo tipo, en las que cabe destacar los altísimos niveles de concentración espacial de las poblaciones animales. En “El Cuaderno de Saramago”, el blog del Premio Nobel que circula en la red, el escritor portugués señalaba el 29 de abril pasado que la población de cerdos de Estados Unidos ascendía en 1966 a 53 millones, que se distribuían en un millón de granjas, mientras que actualmente los 65 millones existentes se concentran en ‘apenas’ 65 mil instalaciones, con todos los riesgos de salud que del hacinamiento se derivan para los seres vivos. El asunto es tan delicado que la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (más conocida como EPA, sigla en inglés), y no la Secretaría de Agricultura, es la instancia responsable de vigilar las Unidades de Producción Pecuaria Intensiva, que son aquellas explotaciones que concentran más de mil bovinos para carne, 2.500 cerdos ó 750 vacas lecheras que se encuentren en condiciones de confinamiento.
Lagunas de heces y cerdos alados
El problema de la alta concentración animal ha roto el equilibrio del círculo ‘virtuoso’ que, desde tiempos inmemoriales, se había establecido entre la ganadería y la agricultura con el uso del estiércol de los animales como abono para las plantas, ya que la población animal centralizada produce más del potencialmente utilizable en las zonas aledañas. Esto ha terminado por generalizar la instalación de lagunas de desechos (conocidos como purín, en el caso de los cerdos, y definidos como la mezcla semisólida de estiércol, orina y pienso), que se convierten en seria amenaza para el ambiente y la salud humana, y terminan por provocar más de un desastre ecológico con su derrame, contaminando cuerpos de agua y provocando matanzas e infecciones en peces, lo cual acaba por trastornar la salud humana.
De igual manera, esa alta concentración y el confinamiento se convierte paulatinamente en una verdadera fábrica de virus y bacterias mutantes. El uso intensivo de drogas a que eso conduce, y el de hormonas como instrumento de crecimiento artificial, hacen que las heces de los animales criados en cautiverio se constituyan en una de las fuentes más importantes de Microcontaminantes Emergentes de Alta Persistencia, que acaban por concentrarse en los cuerpos humanos, por ser éstos, al fin de al cabo, el punto culminante de la cadena trófica en el actual estado de cosas.
No deja de ser paradójico en la reciente situación que las autoridades de la FAO llevaran cinco años esperando una pandemia de gripe aviar, basadas en el hecho de que las migraciones de ciertas aves a grandes distancias las hacían un vehículo ideal de transmisión generalizada, y terminaran recibiéndola pero mezclada y jalonada por la gripe de cerdos enjaulados. De ello se pueda esperar quizá, por lo menos, alguna lección para el futuro, como que a la ingeniería genética le quepa considerar la inconveniencia de pensar en ciertos exotismos en los que seguramente cabe el diseño de cerdos con alas.
La “primavera silenciosa” o el coche fúnebre tirado por venenos
En 1962, dos años antes de su muerte, la bióloga norteamericana Rachel Carson publicó La primavera silenciosa, libro que se constituiría en una de las bases del ecologismo moderno. En esta obra se denuncia cómo el uso indiscriminado del insecticida DDT, por su toxicidad y su capacidad para persistir en los organismos por medio de la acumulación en los tejidos grasos, era un peligro creciente a medida que se avanzaba en la cadena trófica. La obra describe cómo en Sheldon (Estados Unidos) la destrucción con DDT de una invasión masiva de escarabajos terminó afectando a los pájaros insectívoros, las lombrices de tierra y los charcos donde bebían las aves, lo cual se tradujo en una amenaza seria de extinción para estos animales. Así se mostraba por primera vez que el “control de plagas” con instrumentos químicos debía ser altamente vigilado y regulado.
Pese a los ataques que suscitó y aún suscita el libro de parte de los escépticos, que todavía pretenden cuestionar que el uso indiscriminado de sustancias químicas es peligroso, e insisten en su inocuidad, la ruta que abrió ha encontrado eco, hasta el punto de que la IV conferencia de las partes del Convenio de Estocolmo, realizada del 4 al 8 de mayo del presente año, agrega nueve sustancias al listado de Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP), completando 21. Con la misma orientación, el 13 de enero el Parlamento Europeo aprobaba un conjunto de medidas que entrarán en vigencia con total plenitud hasta 2018, y que hacen más estricto el uso de plaguicidas. Pero, más allá, lo importante es que se comienza a reconocer que aplicar la lógica productivista a la agricultura y la ganadería es altamente riesgoso. Es un significativo avance el hecho de que se cuestione la lógica de la ganancia como único mecanismo decisivo en la determinación de las formas que asumen las explotaciones agrícolas y ganaderas. Estamos ante un tema que debe ser profundizado y socializado con todas las implicaciones que de esto se deduzcan.
Los nutrientes, otro problema
Según la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, realizada por Naciones Unidas, además del calentamiento global, otro gran problema es la carga excesiva de nutrientes que provienen de la agricultura y provocan inicialmente la eutrofización (aumento anormal de la biomasa que desequilibra el ecosistema) de las aguas dulces superficiales y subterráneas, y que termina por alterar el medio marino con la generación de las “mareas rojas” (floraciones algales), que se transforman luego en los llamados puntos muertos (áreas marinas sin vida). Desde 1960 se han duplicado los flujos de nitrógeno reactivo, los de fósforo se han triplicado, y del nitrógeno sintético, fabricado desde 1913, más de la mitad del total ha sido utilizado a partir de 1985, mostrándose un uso acelerado de químicos que no da muestras de detenerse. Rociar la materia viva, y de paso el suelo y el agua con venenos de todo tipo, ya comienza a pasarnos factura, razón de más para que los cuestionamientos acerca de la explotación intensiva de los sectores agrícola y pecuario se conviertan en un eje de reflexión sobre lo que debe ser una organización social más equilibrada.
La producción de drogas, venenos y organismos genéticamente modificados (a través de la biotecnología) convergen en una sola industria representada en multinacionales como Monsanto y Syngenta, industria que lo mismo gana si envenena o si ofrece la cura. De allí que al capital no parezca preocuparle la aparición de las pandemias y se esfuerce en hacernos creer que su advenimiento es ‘natural’ e inevitable. Cabe, por ello, a los grupos alternativos luchar por que se ponga en el campo de la discusión que el capitalismo globalizado e integrado se ha convertido en un sistema altamente inestable (complejo y caótico), y que persistir en la producción centralizada, concentrada e intensiva, tanto en la ganadería como en la agricultura, implica un peligro en el que la humanidad se juega su supervivencia.
Nunca antes los movimientos alternativos han tenido al alcance de la mano pruebas tan contundentes acerca de la precariedad de los principios rectores del capitalismo. Pues, aún aceptando que la especialización de las naciones y las regiones (división del trabajo guiada por las ventajas comparativas) pueda hacer más barata la producción, se hace fácilmente demostrable que ello aumenta considerablemente la inseguridad sobre los suministros en el largo plazo, así como la aplicación de economías de escala en la producción de biomasa es altamente riesgosa en cuanto a la generación y la difusión explosiva de enfermedades que pueden incluso amenazar la existencia humana. El desafío está servido en cuanto a la estructuración de un discurso coherente que nos ubique nuevamente como parte integral de la naturaleza, y no como su contraparte, y que además involucre la importancia de considerar que, como seres vivos, estamos ligados a las otras especies que conforman la cadena de la vida.
La suerte de nuestros congéneres de hoy y de mañana no se puede seguir considerando como independiente de lo que hacemos con nuestro entorno. Fausto comprobó que venderle el alma al diablo no es tan buen negocio, y la humanidad ya tiene pruebas de que girar tan solo alrededor del dinero y la ganancia procura una borrachera de corto plazo de la que ya va siendo hora de salir, para lo cual se hace necesario comenzar por parafrasear a George Clemenceau (a quien se atribuye la famosa frase de que “la guerra es demasiado seria para dejársela a los militares”), y decir que la economía es demasiado seria para dejársela a los economistas ortodoxos y los empresarios. La primera victoria se dará si demostramos lo elemental y desatinado de sus discursos.
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