“La cárcel es una bendición”, evidente contradicción, pero así piensa la “gente de bien”. Preocupados a toda costa por sus limitados intereses, sólo se preocupan por su seguridad inmediata, la misma que creen hallar cuando están más rodeados por policía y cuando ven más cárceles a su paso.
mi cuello, pero nunca
encadenaran mi conciencia.
José María Vargas Vila
¿Pero qué distancia a una persona cualquiera de una cárcel? Nada o casi nada. Sales de tu casa con la tranquilidad de regresar un poco más tarde, pero unas horas después estás en un calabozo, tensionado por las preguntas y la presión física de los interrogadores. Para el individuo popular, ese paso de la casa a la cárcel puede ser producto de un raponazo, un cosquilleo, o cualquier otro rebusque mal realizado. Para el preso de conciencia, puede ser el autoritarismo de un régimen que te sindica de algo que no has cometido, pese a lo cual te colocan ante las cámaras de televisión como un jefe de no se sabe qué redes terroristas.
A los de “familias de bien” también les suceden imponderables, y van a dar a la cárcel. Puede ser por un homicidio culposo, un desfalco descubierto antes de tiempo, su relación con fuerzas ilegales de derecha, en fin, sus deseos de vivir siempre a costa de los demás. Sin embargo, su permanencia en la cárcel casi siempre es transitoria, pues, favorecidos por sus relaciones e intrigas, son remitidos a lugares especiales y, por larga que sea la condena, como “por arte de magia” o por la magia que da el dinero, dejan los muros sin cumplir ni siquiera el mínimo del tiempo dispuesto por la ‘justicia’.
Sabiduría popular. En uno y en otro casos se confirma aquel decir tan popular y recordado día a día: “La cárcel es pa’l de ruana”; bien un pobre, bien un rebelde, según ellos, “gente de mal”.
La cárcel, como precisó Dostoievski, es el subsuelo, es aquel sitio tenebroso en el cual los seres humanos son tirados para que se descompongan, por obra del poder. A ese subsuelo llega, según los sectores dominantes, el “bajo mundo”, sector social también conocido como lumpen-proletariado. Llegan supuestamente para su resocialización, pero todos los estudios efectuados sobre la cárcel evidencian el error: allí se cumple el castigo y la venganza, y por parte alguna se permite o estimula la supuesta resocialización. Por ello, el delincuente cumple su condena y sale de inmediato al ‘ruedo’, es decir, a buscarse lo suyo a como dé lugar: esta es su venganza, realizada casi siempre y de manera equivocada sobre su mismo pueblo.
Pero al subsuelo también llegan (llegamos) hombres y mujeres que piensan(pensamos) diferente del establecimiento, que sueñan(soñamos) mundos distintos, que creen(creemos) en la necesidad de hacer real la utopía y bregan(bregamos) por su construcción. Unos, en forma tal vez equivocada, lo hacen con las armas, otros creemos en la necesidad del cambio de mentalidad de los pueblos como algo indispensable para los verdaderos cambios, propósito que sólo es alcanzable en el marco de una revolución cultural, con una educación crítica y liberadora, que tiene que darse en todos los lugares que habite el ser humano, más aún en estas mazmorras del régimen.
Independientemente de que una persona sea de bien o de mal, se trata de un ser que sufre en la cárcel, hecha por los seres humanos y destinada para los mismos. En ella, otros hombres imperfectos, como los más imperfectos hombres de las cárceles, imparten ‘justicia’ y determinan en proporción al sufrimiento el tiempo de la pena, no el tiempo de la resocialización que ellos mismos reconocen sólo en el papel, que ha de ser de orden cualitativo y no cuantitativo. Allí se sustituye la cultura por la tortura, en una inversión absurda de valores.
Buscamos aproximarnos a una dimensión más humanizante de estos valores, en el ostracismo de los antivalores, como son en esencia las cárceles, donde “nunca tanta crueldad tan maquiavélicamente esgrimida soportó la humanidad”1, pues, “la cárcel se ha mostrado en la historia reciente como una de las más importantes opciones del Estado (únicamente superada por las ejecuciones extrajudiciales) para persuadir a sus ‘asociados’ de adoptar un comportamiento que sólo reproduzca sus intereses”.
Presos pero irreductibles
En este sentido y en este lugar, desde el último rincón de un calabozo, armado de un libro, un lápiz y un papel, si en la soledad estamos, o de un vehículo sonoro de la cultura, es decir, la palabra, hemos de pensar el mundo que vivimos, el mundo que sufrimos y el mundo que soñamos. Así vive la cárcel el preso de conciencia.
El escenario de lucha ha cambiado. Ahora, como en otros momentos de nuestra lucha, debemos ser multiplicadores de la cultura, multiplicadores de escenarios que liberen nuestras mentes, para que nuestro cuerpo soporte la miseria y la crueldad del encierro y los castigos. Desde mi condición de ateo, considero inclusive a los grupos de reflexión espiritual (si condenan las injusticias y la opresión, y luchan por un mundo mejor) como una acción de “j’ormación liberadora, de igual manera el deporte, las artes, el trabajo y ante todo el estudio. He ahí donde debemos aportar el máximo de nuestra fuerza, nuestra capacidad y nuestra experiencia, para hacer de la prisión un escenario de verdadera resocialización y auténtica emancipación, ya que para un hombre y una mujer libres esto es “sólo un cambio de escenario, no de misión”2, y la nuestra, como defensores de derechos humanos, educadores y ante todo librepensadores, es evitar que nuestras conciencias sean también encadenadas, y, junto a los millones de colombianos y colombianas que sufrimos y somos víctimas del terrorismo de Estado, de un gobierno narcoparamilitar, hemos de conservar encendida la inextinguible llama de la esperanza.
1 Fusic, Julius.”Reportaje al pie del patíbulo”. Ediciones Desde Abajo. Bogotá, 2008, p. 14.
2 ibíd., p. 15.
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