Las bases militares son parte de la estrategia por medio de la cual se consigue el control tanto de América del Sur como del Centro y del Caribe. Pero no son el todo. Los tratados comerciales y otros componentes complementan el diseño (ver mapa pág. 7). Gobernantes abyectos son necesarios siempre para disponer todas las piezas sobre la mesa y lograr lo perseguido por parte del Imperio.
La idea de los espacios económicos supranacionales se remonta a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, institución que surge en la década de los 50 del siglo XX para regular las condiciones de producción y comercialización de esos productos entre algunos de los países más importantes del continente. Esa comunidad derivó en la actual Unión Europea (asociación de países que ya no se limita a los intereses económicos), que en muchos aspectos puede considerarse el referente de las demás asociaciones económicas regionales que se crearon posteriormente.
Con las asociaciones de países afines (y normalmente limítrofes) se busca, con la ampliación del mercado, mejoras en la productividad de los diferentes sectores de la producción a través de la aplicación de economías de escala. Pues, bien, nuestros países no fueron ajenos a la idea, y en mayo de 1969 Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú firmaron el Acuerdo de Cartagena, más conocido como Pacto Andino, que tenía como meta establecer una unión aduanera que facilitara la circulación de las mercancías entre esos países. Venezuela se sumaría al Acuerdo en 1973. En el Sur se firmaba, en abril de 1969, el Tratado de la Cuenca del Plata entre Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay. Se puede decir que se pretendía pasar del nacionalismo al regionalismo económico, con lo cual se esperaba enfrentar mejor los desafíos de un mercado internacional crecientemente competitivo.
Sin embargo, del ejemplo de la Unión Europea se olvida a menudo la relativa simetría entre los países constitutivos, y su independencia y su homogeneidad en el campo político. Ese olvido se hará patente cuando, en 1976, el Chile de Pinochet, que se había convertido para la época en el laboratorio de experimentación del modelo neoliberal, abandona en octubre de ese año el Acuerdo de Cartagena, pues las condiciones de éste, en cuanto a inversión extranjera y aranceles externos, le impedían someter sus mercados a las exigencias de Norteamérica. La derecha asestaba así el primer golpe a la integración regional y apostaba por un modelo de apertura indiscriminada que en la década de los 90 se haría extensivo a los demás países.
Pensamiento único e integración regional en Suramérica
El miedo al comunismo, acentuado por la victoria de la Revolución Cubana en 1959; los movimientos de liberación nacional en África e Indochina en los 60 y los sucesos de mayo del 68 fueron factores que crearon un terreno fértil para que las clases dominantes de América Latina optaran por gobiernos militares en la década del 70 y la primera mitad de los 80. Pero la crisis generalizada del capital que se vive desde comienzos de esa última década dejará sin piso a los regímenes de facto, lo cual estimulará el regreso de los gobiernos civiles, que curiosamente se encargarán de aplicar los llamados ajustes estructurales, recetados a estos países por el Fondo Monetario Internacional y que en lo esencial consistieron en la reducción sistemática de salarios y el desmonte de los servicios sociales. Esto fue posible porque las dictaduras habían hecho el trabajo sucio de descoyuntar las organizaciones de la sociedad civil, y la desaparición y el asesinato de los principales líderes de los movimientos políticos de oposición (tan solo en Argentina se estiman en más de 30 mil los desaparecidos durante la dictadura). En ese período, los procesos de integración se vuelven asunto marginal.
La introducción en el mundo anglosajón (Estados Unidos y Gran Bretaña) del modelo neoliberal en la década de los 80 (la presidencia de Reagan se extiende de 1981 a 1989 y la de Margaret Thatcher de 1979 a 1990) se convierte en ejemplo obligado para el resto del mundo. Y la caída de la Unión Soviética, en 1989, consolida la idea de que el capitalismo, en su presentación más salvaje, es la única forma de organización posible, inaugurándose una época de homogeneización de las políticas y los discursos sociales y económicos que cubre la década de los 90, y que apenas vendrá a mostrar sus fisuras con la reciente crisis económica. La apertura de mercados, que se torna en uno de los credos del nuevo evangelio económico, revive paradójicamente el interés por los procesos de integración. La existencia de bloques regionales parece entonces un mecanismo válido de acumulación de fuerzas para negociar en el campo internacional.
Es así como las disminuciones sustantivas de los aranceles, que hacían parte del recetario oficial, facilitaron la reactivación de los procesos de integración económica regional, hasta el punto de que en 1993 entra en funciones la Zona de Libre Comercio entre Bolivia, Colombia, Ecuador y Venezuela. Paralelamente se constituye, en 1991, un Mercado Común entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, base de lo que hoy se conoce como Mercosur. Pero los efectos negativos del nuevo modelo son percibidos con mayor intensidad y rapidez en algunos países. En Venezuela, Carlos Andrés Pérez se ve obligado a renunciar a su segundo mandato en 1993, luego del caracazo, que no fue otra cosa que el estallido social provocado por unas políticas de austeridad para las clases subordinadas, y de elevadas ganancias para el capital.
Nuevos vientos
El triunfo de Hugo Chávez en 1998 (como consecuencia directa de la insatisfacción popular), los disturbios en Argentina en diciembre de 2001 (que condujeron a la renuncia casi inmediata de Fernando de la Rúa) y el triunfo de Lula da Silva en Brasil en 2003 son manifestaciones reactivas al fracaso social en que se tradujeron los modelos aperturistas y desreguladores en Suramérica. De otro lado, la emergencia de nuevas potencias como China e India, la reaparición de Rusia en el escenario mundial y el fracaso globalizador en el mundo musulmán, que se resistió a la homogeneización cultural, plantean un desafío a las lógicas del pensamiento único y el unilateralismo que el mundo anglosajón había formulado como modelo por seguir, y terminan constituyendo una situación inédita en la geopolítica mundial, que definía para el Sur de América nuevas condiciones y nuevos desafíos para su existencia como comunidad.
China como fuerte demandante de energéticos y proveedor de manufacturas, y Rusia como potencia petrolera y gasífera, vieron en Venezuela, Brasil y Argentina (los más grandes mercados de Suramérica) un enorme potencial comercial, y, liberadas las relaciones económicas de ataduras ideológicas, su presencia en el continente debía de hacerse incuestionable. La positiva respuesta de estos países suramericanos, basada en una política consciente de practicar el multilateralismo económico, ha terminado por posicionarlos en el escenario mundial como actores de consideración (Venezuela como miembro de la OPEP, y Brasil y Argentina como integrantes del Grupo de los 20), y les ha permitido un manejo mucho más libre de sus opciones políticas y económicas.
Coletazo gringo
Pese al desprecio por su patio trasero, Estados Unidos no ve con buenos ojos los retozos democráticos en esta parte del continente, y mucho menos que estos países vayan por el mundo negociando sin su permiso. En 2002 se intenta derrocar a Hugo Chávez en una asonada de tres días que los pobladores más humildes de Caracas, en alianza con sectores leales del ejército, logran revertir. En 2003, Estados Unidos firma un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Chile y fortalece la alianza militar con Colombia mediante la profundización del ‘plan Colombia’, que de ser un acuerdo antidroga vira hacia una alianza contrainsurgente.
En mayo de 2004, los estadounidenses les proponen a Colombia, Perú, y Ecuador negociar TLC con cada uno de ellos. Perú alcanza un acuerdo en diciembre de 2005, que pudo ser puesto en vigencia apenas en el presente año. El gobierno colombiano, el más solícito en buscarlo, ha visto obstruido su intento por la oposición de los sindicalistas estadounidenses y algunos senadores demócratas que, escandalizados por la situación de derechos humanos en el país, se declaran contrarios a la firma de un tratado con Colombia. Sin embargo, luego de la entrega de siete bases militares colombianas, la aprobación del TLC parece cuestión de tiempo. En cuanto a Ecuador, Washington había suspendido en 2006 las negociaciones del TLC con Quito, en represalia por la declaratoria de caducidad de un contrato con la Oxy, y, por tanto, la victoria electoral y el posterior ascenso a la presidencia de Rafael Correa, en enero de 2007, no hacen más que confirmar la suspensión definitiva de cualquier acuerdo.
Los efectos de la embestida norteamericana han terminado por socavar en forma importante los esfuerzos de integración suramericana. Los términos aceptados por los negociadores colombianos del TLC con Norteamérica, por ejemplo, provocaron el airado reclamo de Bolivia, que veía cómo las ventas de soja a Colombia (que en 2005 representaban el 66 por ciento de las exportaciones totales de soja de ese país) se veían seriamente amenazadas, pues se abrían las puertas a la soja subsidiada de los productores estadounidenses. El gobierno venezolano se ve obligado a retirarse de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) en 2006, pues percibe el riesgo de ver inundado su mercado de productos de Estados Unidos a través de los sistemas de triangulación (en ese caso, el temor era de que Colombia los importara de Estados Unidos y se los vendiera a Venezuela como propios). Y, para rematar, el bombardeo de Colombia a territorio ecuatoriano en 2008 y la clara intención de vincular al gobierno venezolano (y también al ecuatoriano) con las farc, se convierten en el puntillazo final que bloquea cualquier posibilidad de desarrollar una fluida integración regional. Es claro que el gobierno colombiano se constituye en una cuña que presiona la desintegración de la CAN, aun a riesgo de deteriorar todavía más su balanza comercial.
Multilateralismo versus unilateralismo
El gobierno de Uribe está asumiendo en esta época el mismo papel que representó el régimen de Pinochet para la unidad latinoamericana en los años 70 y 80. En la actualidad, de lo que se trata es de jugar al unilateralismo con Washington, a cualquier precio, y mediante la satanización de los gobiernos de Ecuador, Venezuela y Bolivia romper los esbozos de la unidad suramericana que empezaban a tomar fuerza desde la Primera Cumbre Energética Suramericana, realizada en la isla Margarita en 2007, y donde surgió el término y la idea de Unasur.
El enrarecimiento de las relaciones comerciales y políticas de Colombia con Ecuador y Venezuela obliga a este último a proponerse como meta su desconexión económica de Colombia, lo que lo lleva a reforzar sus lazos con el Mercosur y buscar con ese bloque su vinculación integral. La reciente firma de convenios entre Buenos Aires y Caracas, por más de 1.100 millones de dólares, son el comienzo de un proceso que se ve como irreversible. En ese sentido, la integración formal y real de Venezuela al Mercosur parece inevitable y comienza a darle luz a la formación de un bloque atlántico que, además de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela, seguramente incluirá a Bolivia. Y no sólo porque ésta, con las segundas reservas de gas de esta parte del continente, se torna una región complementaria de Brasil y Argentina en la materia, sino también porque su nueva visión de abrirse a Europa se compatibiliza más con los intereses del Mercosur que con la idea de los demás países andinos (con excepción de Ecuador) de jugar la exclusiva carta de Washington, tal el caso de Colombia, Perú y Chile. Además, la confirmación de que las reservas de litio en el salar de Uyuni son las más grandes del mundo y de que Bolivia puede concentrar entre el 70 y el 90 por ciento de las reservas mundiales de ese material clave en la fabricación de baterías eficientes, sin las cuales es imposible el desarrollo de un auto eléctrico comercializable, aumenta significativamente las posibilidades de Bolivia de multilateralizar sus relaciones internacionales, pues más de un jugador mundial está interesado en profundizar las relaciones con ese país y facilitar su no alineamiento.
Y, más allá de si el litio convierte o no a Bolivia en la Arabia Saudita del siglo XXI, como ya lo afirman algunos, la alianza firmada entre Gazprom (de Rusia), Total (de Francia) y Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos indica el camino iniciado por la nación más pobre de Suramérica hasta hoy. El crédito otorgado por los rusos para la compra de armas por 100 millones de dólares y la firma de un contrato por 3.000 millones para la gasificación del país son muestras adicionales del nuevo rumbo de las cosas en esta nación andina. Ahora bien, si se concreta la compra de la participación de Repsol en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa petrolera argentina, por parte de la estatal petrolera china, se consolida una situación de relaciones internacionales diversificadas en esa región, difícil de revertir en el corto plazo.
De allí que, más que la utilización de los vagos conceptos de “gobiernos de izquierda” y “gobiernos de derecha” para los análisis de la actual coyuntura en Suramérica, quizá resulte más conveniente mirar el asunto desde la perspectiva de países multilateralizados –y que por tanto han ganado relativa independencia de Estados Unidos y una posición deliberante en el concierto de las naciones– y un conjunto de países que siguen dependiendo exclusivamente de sus relaciones con Washington, y que mantienen su condición de subordinación absoluta y un papel totalmente gregario en el Sistema Mundo (a los que podemos denominar unilateralizados). Es probable que la casi segura victoria del empresario derechista Sebastián Piñera en Chile termine por remarcar este escenario, pues con toda seguridad enfatizará aún más en lo que los gobiernos de la Concertación han querido velar, esto es, su vinculación umbilical con Estados Unidos.
Por tanto, resumiendo, si se mira el mapa suramericano, hoy encontramos una zona, al occidente de los Andes, conformada por países que eligieron seguir el camino del siglo XX, la “Estrella Polar del Norte”, y que, por fuertes condicionamientos históricos, difícilmente pueden llegar a una real integración (tal el caso de Perú y Chile por los contenciosos que sostienen de tiempo atrás), pero que con su política internacional están coadyuvando a la creación de un espacio que va desde La Guajira colombiana hasta la Tierra del Fuego, y que, bordeado por el Pacífico, se ofrece al libre tránsito de mercancías y fuerzas armadas norteamericanas. Incrustados en la zona del Pacífico (con la excepción de Ecuador, que, aislado geográficamente de aquellas naciones con las que muestra hoy mayor afinidad, es por esto el más vulnerable), más que un bloque se pueden definir por coincidir en mirar hacia afuera y en una sola dirección (dos de ellos ya tienen TLC con Estados Unidos, Chile y Perú, y el otro, Colombia, a la espera de firmarlo). Y otra zona, la del Atlántico, al oriente de los Andes, que tiene perspectivas de integración y una capacidad potencial de jugar en el escenario internacional.
Ahora bien, debe entenderse claramente que multilateralismo no necesariamente es sinónimo de progresismo, pero también que sin multilateralismo los movimientos autónomos y progresistas tienen menos posibilidades de ser una realidad. Esto explica, por lo menos en parte, por qué los regímenes más retardatarios de la región, como el gobierno de Uribe en Colombia, sacrifican incluso intereses de las clases dominantes (mercados como los de Venezuela y Ecuador, por ejemplo) para poder alinearse de modo irrestricto con el gobierno norteamericano. De allí que una posición digna en el concierto mundial, sin que obviamente sea la bandera central de los movimientos de izquierda, debe ser un reclamo que no debemos despreciar.
Leave a Reply