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Haití, un dolor que no parece tener fin

… Y puesto que he jurado no ocultar nada de nuestra historia (yo que nada admiro tanto como el cordero paciendo su sombra de la tarde), quiero confesar que todo este tiempo fuimos burdos fregaplatos, limpiabotas sin envergadura, en el mejor de los casos brujos bastante concienzudos, y el único record indiscutible que batimos fue el de aguantar el látigo…

Y este país gritó durante siglos que somos bestias brutas; que las pulsaciones de la humanidad se detienen en el umbral de la negrería1; que somos un vertedero ambulante horrorosamente prometedor de cañas tiernas y algodón sedoso y nos marcaban con hierros al rojo vivo y dormíamos en nuestros excrementos y nos vendían en las plazas y un retal de paño inglés o el tasajo de Irlanda valían menos que nosotros, y este estaba en calma, tranquilo, diciendo que el espíritu de Dios eran sus obras.

Nosotros vómito de negreros

Nosotros venación de los calebares2

¿Qué? ¿Taparnos los oídos? (De Cuadernos de un retorno al país natal. Aimé Césaire3 1913-2008, poeta y político de Martinica.)

Ayiti era su nombre indio. Un pueblo negro hermano sufre intensas horas de dolor. Un terremoto con energía equivalente a “400 mil toneladas de TNT”, acabó con Puerto Príncipe, su capital, de dos millones de habitantes.

 
Considerado el país más pobre de nuestro continente, Haití aparece ante los ojos de todos como una sociedad sometida, y sin capacidad de trabajo y lucha. Pero más puede la apariencia, multiplicada por los medios de comunicación, que la realidad. Hay mucho por ver debajo de esas cifras de desempleo, de miseria, de inestabilidad. Llevemos nuestros sentidos a un recorrido entre el Caribe, Europa y Estados Unidos.

Imperios y violencia

Santo Domingo fue el primer territorio invadido y desolado por los españoles. Haití es la parte occidental de esta isla, colonizada como La Hispaniola (así la bautizó Colón), cuya población originaria (arawak o arahuacos) la redujeron, en tan solo 15 años, de un millón a 60 mil personas. Una despoblación frente a la cual Carlos V impuso la mano de obra esclava africana en 1517. La sangre y el dolor no pararon allí. Las disputas entre los imperios de la época llevaron a España, en 1695, a firmar con Francia el Tratado de Ryswick, que otorgó a esta última la posesión legal de la parte occidental de la isla.

Haití, potencia productora. La voracidad francesa y la cantidad de mano de obra esclava que llegó, convirtieron a Haití en la productora mundial de café, ron, algodón e índigo. Hacia 1754 había 599 plantaciones de azúcar y 3.379 de índigo. En 1767, la colonia exportó 32.700 toneladas de azúcar refinada, 454 toneladas de índigo, 900 de algodón y gran cantidad de cuero, melaza, coco y ron. Y hacia 1776, la colonia francesa generaba más beneficios a Francia que las 13 colonias norteamericanas a Inglaterra. A fines del siglo XVIII, producía el 65 por ciento del azúcar mundial.
 

Ilustración Luis Eduardo Sarmiento Chávez, tomada de “Sistema Mundo Capitalista”. Fábrica de riqueza y miseria, Ediciones desde abajo, diciembre de 2004, Bogotá, p. 93.

Se calcula en 1789, que Francia exportaba a Haití y Santo Domingo alrededor de 78 millones de libras de harina, carnes saladas, vinos y mercancías varias. Las colonias enviaban a Francia 218 millones de libras de azúcar, de las cuales sólo 71 consumían. El resto, era exportado una vez elaborado. En ese año, la isla recibía 1.587 navíos en sus puertos, mucho más que algunos de los más importantes de Europa.

Primera victoria anticolonial. Para comprender estos hechos debemos considerar que los esclavos constituían el 85 por ciento de la población. En 1789, los beneficios de la revolución burguesa en la metrópoli, no llegaron a las colonias. En Haití los esclavos sobrepasaban el medio millón, y en tal situación tuvieron que seguir. Pero los ecos políticos de “Igualdad, libertad, fraternidad” llegaron, y en menos de una década de lucha, entre 1791 y el 1º de enero de 1804, los ejércitos populares derrotaron al ejército imperial francés. Declararon la independencia, la libertad y la igualdad para las mujeres y los hombres esclavos.

 Luchan contra Inglaterra, por la Independencia de Estados Unidos. Previamente, este pueblo hizo parte de las tropas francesas que se unieron a la lucha en tierras que se conocerían después como Estados Unidos. Peleó contra el reino de Inglaterra, y contribuyó al triunfo descolonizador. La marca de esa gesta internacionalista selló la piel del pueblo haitiano, y en 1806 apoyó con soldados y armas al barco Leander del Precursor Francisco de Miranda (quien se presentó allí bajo el seudónimo de George Martin) en su batalla por la libertad.

 Bolívar recibe ayuda. Más adelante, en 1815, el presidente Alexandre Petión tuvo igual solidaridad con Simón Bolívar y aportó 2.000 fusiles para su labor independentista. Un año más tarde, reforzó la contribución con otros 4.000 fusiles, más 15.000 libras de pólvora y otras tantas de plomo, una imprenta, y sobre todo, 30 oficiales y 600 voluntarios que fueron a luchar por la libertad y la independencia de sus hermanos latinoamericanos. La única exigencia de Petión a todos los apoyados era una sola: acabar con la esclavitud. Y esa exigencia constituyó el mayor aporte para Simón Bolívar, pues le permitió comprender el secreto a detonar para vencer al imperio español: desatar una guerra social, dejando atrás la guerra mantuana que había comandado.

Sin dar el brazo a torcer

 Pese a la independencia conquistada, los capitalistas franceses no se quedaron quietos. Hacia 1825, bajo la amenaza de un bloqueo naval, la restaurada monarquía de Carlos X obligó a la recién constituida república a “indemnizar a los agraviados colonos”. La presión venció, y el pago (‘deuda’) de 150 millones de francos-oro de la época fue aceptado, algo así como 23.000 millones de dólares de nuestro tiempo. Pero hubo más presiones.

Desde el momento mismo de la independencia y por su papel y lugar geográfico, Gran Bretaña. Francia, Alemania y Estados Unidos se disputan su dominio. Alientan revueltas, colaboran en el derrocamiento de presidentes, bombardean las costas y hasta ocupan militarmente su territorio. No es extraño, entonces, que para 1851 Haití fuera el principal mercado latinoamericano para los Estados Unidos, quienes vendían más productos a los haitianos que a México. Y así, para finales del siglo XIX, la primera república políticamente independiente de Latinoamérica se había convertido en un país económicamente dependiente. 

Desde siglos, una expoliación y sometimiento sin respiro

 Un ‘Somoza’ en Haití. Ya en el siglo XX (1915-1934), para lograr su dominio total y garantizar el control del transporte por el Caribe (el cuarteto Panamá-Cuba-Haití-Puerto Rico), Estados Unidos somete a Haití militarmente. Instala una dictadura en cabeza de Papa Doc (François Duvalier), y luego su hijo Jean-Claude, Nene Doc que se extendería por cinco décadas. El asesinato de miles de haitianos es la respuesta a la protesta social, y el desfalco del país es la otra razón que explica la pobreza que todos los medios de comunicación comentan a diario.

En 1970, el pueblo haitiano cubría casi el 90 por ciento de su demanda alimentaria, pero hoy, importa cerca del 55 por ciento de todos los géneros alimentarios. Su ambiente está devastado por el uso intensivo de tecnologías nocivas, el consumo masivo de carbón y la deforestación del 97 por ciento del territorio. Haití llegó a ser el país número 9 en todo el mundo en la elaboración de bienes de consumo para el mercado estadounidense. Además, estuvo entre los tres primeros en el montaje de productos como juguetes rellenos, muñecas e indumentaria, todo a partir de salarios bajísimos y trabajadores oprimidos. Su producción fue tal que superaron las exportaciones de café.

 Pero también había otras exportaciones: sangre y plasma. El comercio de esta última –5 toneladas por mes– se hacía para los laboratorios estadounidenses de Cutre Laboratories, Armour Pharmaceutical, Dade Reagent y Dow Chemical.

 Antes que la naturaleza, las potencias y los enemigos internos de este pueblo ya tenían desolado a Haití.

 Inestabilidad política. Tras el fin de la dictadura, se inició la apertura democrática. En 1991 el sacerdote Jean-Bertrand Aristide a la cabeza del movimiento Lavalas fue elegido presidente. Pero, ante el impulso de medidas para corregir injusticias económicas, fue derrocado y enviado al exilio. Los tres años siguientes fueron de persecución y desarticulación de las organizaciones sociales y políticas.

¿Los muertos? Miles. Nadie sabe. En 1994 Estados Unidos ejecuta una nueva ocupación militar. Entonces, Aristide regresa a finalizar su primer mandato, aunque ya sin márgenes de maniobra. En 2001, Aristide es elegido de nuevo, y levanta banderas como el aumento del salario mínimo y el reclamo a Francia de una indemnización que reponga en parte los daños propiciados desde la independencia haitiana y que se arrastraron por 200 años. Eran tiempos de inestabilidad política y social en Haití.

La crisis llega a su punto más alto el 29 de febrero de 2004, cuando Aristide es obligado a renunciar por tropas de los Estados Unidos. Los medios de comunicación ocultaron el hecho que se presentó como voluntario. Sin embargo, en aquellos duros días de movilización y represión masiva, desde su ‘exilio’ en la República Central Africana, Aristide explicó por vía telefónica al congresista Máxime Waters, del Partido Demócrata de Estados Unidos, que fue secuestrado y llevado de manera ilegal a otro país. El 2 de marzo, el abogado de Aristide en Estados Unidos, Ira Kurban, dijo en una radio de Miami: “Permítanme aclarar que esto no fue una rebelión. Esto fue un golpe de Estado. Fue un golpe de Estado dirigido, operado y equipado por los servicios de inteligencia de Estados Unidos, después que esos servicios de inteligencia seleccionaran a un grupo de personas entrenadas en República Dominicana”.

 Con una situación que se prolonga hasta nuestros días, tras la imposición de un gobierno de facto que organizó las elecciones para un nuevo presidente que legitimó el golpe y la intervención militar de la ONU, a través de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minusth).

 

1             Lugar donde se encerraba a los esclavos.

2             Césaire –junto con Léopold Sedar Senghor (Senegal) y León Gontran Damas (Guyana)– es reconocido como “padre de la Negritud”. En 1935, escribían los tres en la revista El Estudiante Negro, y su propuesta frente al racismo y la alienación. Asimismo, en París, otros grupos de estudiantes antillanos y africanos participaban en la Revista del Mundo Negro (1931-32) y en Legítima Defensa (1932) que coincidían con el movimiento Renacimiento negro de Harlem en los Estados Unidos surgido durante la década de 1920. “La negritud no fue propiamente conceptualizada en la época por ninguno de sus propulsores, sin embargo, se difundió rápido a través de sus textos poéticos, de los que se desprende que se trata de un proceso de desalienación, mediante la toma de conciencia del hecho de ser negros, la aceptación de ese hecho y de la cultura y la historia propias. Se trata pues de un movimiento de reconocimiento de las culturas africanas, así como de auto-afirmación de las culturas negro-americanas. En el caso de Césaire, estas reivindicaciones van más allá de lo racial y tocan lo social, cuando (en su país) se erige como el vocero de todos los oprimidos en busca de su emancipación”. (Aura María Boadas. Suplemento Papel Literario de El Nacional. Caracas. 10 de mayo de 2008.     

3            Habitantes de la costa entre el golfo de Biafra y el de Benin que durante el siglo XVIII se dedicaban al tráfico de esclavos.


La Minustah y la estabilización de la miseria

El 22 de diciembre de 2006 una importante manifestación en Cité Soleil (sector de Puerto Príncipe) reclamaba el retorno del presidente Aristide. Pese a la expresión pacífica de los manifestantes, fueron reprimidos por las fuerzas de la ONU (según denuncia de Haití Information Proyect, organización de Derechos Humanos), con un saldo de 30 muertos, incluidos mujeres y niños.

Más reciente, en mayo de 2008, el Congreso de Haití sancionó una ley de aumento del salario mínimo, de 2 a 5 dólares diarios. Sin embargo, el sector empresarial presionó al presidente René García Preval para no promulgar la ley aprobada por ambas cámaras legislativas, con la amenaza de despedir a cerca de 25 mil trabajadores del sector manufacturero. Un grupo de estudiantes universitarios se movilizó en contra de estas presiones, seguida luego por organizaciones sociales y la ciudadanía. La policía local intervino con la colaboración directa de la Minustah, para reprimir brutalmente las manifestaciones.

En junio sucedió otro hecho. Tras la muerte de un dirigente político local, centenares de personas acudieron a su entierro y, conforme a la costumbre haitiana en estos casos, el velatorio fue acompañado de una movilización por las calles. “Inexplicablemente, militares de la Minustah dispararon contra el cortejo, del que muchas personas salieron asesinadas y heridas”. La impunidad en estos casos es reinante. El Estado no da las informaciones solicitadas, los medios de comunicación callan y la Minustah es intocable por la justicia haitiana.

Para el dirigente Henry Boisrolin, del Comité Democrático Haitiano, la situación tiene todos los rasgos de una ocupación militar, a pesar del esfuerzo por denominar a la Minustah ‘ayuda humanitaria’: “Nosotros la rechazamos. Entendemos que es una violación de nuestra autodeterminación, de nuestra soberanía y la dignidad como pueblo”.

La intervención de las Naciones Unidas no trae beneficios para el pueblo. “En un país abarrotado de basura, sin servicios públicos de agua corriente y luz distribuidos mínimamente, con un sistema vial destruido, los países que intervienen militarmente no fueron capaces de levantar un solo programa de cooperación que sea útil, a pesar de los más de 600 millones de dólares que tienen como presupuesto”.

El terremoto les servirá para profundizar la ocupación y el control de este pueblo. El envío de 10 mil soldados de los Estados Unidos, movilizando su flota naval y una inmensa tecnología de control militar, así permite pensarlo.

No hay duda entonces: la solidaridad con el pueblo haitiano pasa, entre otras cosas, por demandar garantías para su plena soberanía y restituirle todo lo robado para que viva en justicia.

Haití en cifras

Los haitianos eran (y son) en su mayoría negros, su religión más practicada era (y es) el vudú –acusado por los colonizadores de “magia negra”, prejuicio extendido hasta hoy– y el idioma más hablado es el creole. Haití es un país de cerca de 10 millones de habitantes, distribuidos en poco más de 27.000 kilómetros cuadrados. El 70 por ciento de la población haitiana es pobre y no tiene empleo, la mortalidad infantil es de 80 por cada 1.000 nacidos, el analfabetismo en las zonas rurales supera el 70, la estructura económica está destruida y el 60 por ciento del presupuesto proviene de la ayuda internacional y de las remesas de emigrantes que trabajan en otros países. Estos números son constatados a simple vista en Haití. La pobreza y la precariedad son tales, que no es común tener luz eléctrica o agua corriente, por lo cual todo el tiempo las calles están abarrotadas de personas. Llama la atención que no circulan personas de elevada edad, pues la esperanza de vida gira en torno a los 50 años.

A pesar de ser un país con mayoría de habitantes en el sector rural, éstos apenas poseen tierras. Los incentivos o las posibilidades de explotarlas con eficacia son escasos. La política neoliberal de las últimas décadas destruyó la capacidad productiva nacional.

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