1810-2010: Tiempo de conmemoración e identidad
recorriendo los tiempos y territorios de nuestra historia.
Crece la audiencia… nos encontramos hoy, de cara al país, 200 años después de la independencia de España, como herederos de una historia que está fundada sobre cuatro cimientos:
El de los pueblos indígenas originarios, el de los negros de los palenques, el de los campesinos-artesanos pobres antiseñoriales de origen hispánico, y el del esfuerzo de los colonos del interior agrícola, entre unos y otros nos heredaron los valores fundamentales de construcción social y de nación para nuestra lucha presente: honradez, solidaridad, libertad, dignidad y autonomía. 200 años, una fecha propicia para rescatar certezas.
Fecha, para extraer de las experiencias de las luchas por la independencia de hace dos siglos, no sus formas ni textos oficiales, sino las mejores enseñanzas de mujeres y hombres del pueblo granadino. Como también, de las muchas batallas libradas durante dos siglos, en procura de una Latinoamérica unida, de justicia, igualdad, libertad, soberanía, dignidad, tranquilidad, techo, salud, empleo, pluralidad de credos. Por recuperación de la Pacha mama para sus dueños originarios. Y, paz sin olvido, de quienes con traición a Carbonell, Manuelita Saénz y Bolívar, –y al pueblo que junto a ellos, por los territorios de medio continente, luchó contra el imperio de entonces– aún hoy, niegan la brecha de injusticia y desigualdad que impide la felicidad como signo fundamental en la vida en nuestro país. Nos mira un pasado de rebeldía con historia viva.
Una necesidad para todos y todas y para los hijos e hijas por venir: porque la libertad que alcanzamos en las batallas de Boyacá, Carabobo, Pichincha y Ayacucho quedó aplazada.
Quedó pendiente: el dominio de la Hacienda, la avaricia del clero, las pretensiones de los criollos ricos, o por el afán de poder de unos que llegaron a generales sin comprender su misión histórica con el pueblo. Sucedió que en los primeros lustros y décadas como nación, entre caudillos, gamonales y terratenientes, el país padeció la plaga de las guerras civiles y su rastro de cadáveres tras intereses mezquinos, y sin el sur de “Patria Grande”.
Y luego, en el siglo que pasó, con sus consecuencias de sangre y exclusión, vimos las hegemonías de los partidos y dos cortas dictaduras militares, hasta llegar a la reciente conversión del estado en el instrumento armado e ilegítimo del privilegio y de los testaferros expropiadores de tierra. Una metamorfosis de la democracia y la economía que arruina a medianos y pequeños propietarios honrados, arrendatarios y minifundistas: Ocho años de Uribe con un expediente abierto de abuso, inconstitucionalidad y crimen, que espera y exige la condena social, política y cultural del conjunto de las franjas de nuestro pueblo. Una causa y un sumario imposibles de cerrar. De olvidar, sin una terapia de reconciliación y democracia, con base en el protagonismo del pueblo como sujeto de poder y organizador de comunidad.
Impensable de borrar, sin un tratamiento que recorra el camino de la justicia, la soberanía, el fin de la pobreza extrema y el analfabetismo, la informalidad, de la inamovilidad y estabilidad laborales, la revisión de títulos de la gran propiedad rural y urbana, la definición de límites a las utilidades de las empresas de salud y del sector financiero, la inclusión social en todo el territorio, la modificación del modelo de desarrollo, el rescate en las FF.AA. de un sentido de soberanía y de una vocación continental, suramericana y de reparación, hacia una transición democrática, ojala, como tareas diarias hacia la construcción de una paz justa. Junto con esta esperanza y diseño de país, sin el olvido que quiere el poder, hoy recordamos un buen número de certezas.
Memoramos a Haití como primera República de esclavos libres en enero de 1804. Primera en el reclamo y conquista de la libertad, que en marzo de 1806 brindó ayuda logística a la expedición precursora de Francisco Miranda, en el buque Leander –cuyo mastil enarboló por primera vez nuestro tricolor.. Pueblo: el más solidario, donde después acudió Bolívar tras dos derrotas en Caracas. Derrotas que junto a la de Antonio Nariño en la Nueva Granada, enseñaron que sin procurar la igualdad de los de abajo y sin superar las diferencias sociales, no tendría victoria el levantamiento como guerra social contra el español enemigo. Y hoy también, contradecimos sofismas de unidad nacional.
¿Quiénes éramos en el siglo XIX? ¿Quiénes somos ahora, en este siglo XXI?
Los espejos son testigos diarios. Hoy andamos con pasos y raíces desde milenarios días de nuestros ancestros aztecas, mayas, incas, arahuacos, y africanos, asiáticos, europeos y del mundo. No olvidamos que fuimos el escenario de un crimen de lesa humanidad aún impune.
Ayer: los pueblos de la que pretendió ser la Gran Colombia –hasta bien al sur: donde los araucanos, con herencia a los mapuches. Al norte los territorios del actual centro América y México desde la Lacandona hasta el Missisipi ; y cómo no, gente de Belice y el Caribe: sus islas todas del Sotavento y Barlovento –con su ejemplo ya dicho de Haití– y su magia de cueros y timbales –graves, medios, agudos–, cinturas y caderas negras. Y, de los Andes y sus alturas, del Pacífico, del Amazonas y del Orinoco…
Hoy-ayer. Mujeres, hombres: Indios, negros, blancos, mestizos, zambos, cuarterones; miteros-campesinos, y los diversos y libres con su sexo. Mujeres, hombres hoy: Obreros, empleados, oficinistas, trabajadores informales y auxiliares de hogares, desempleados, choferes de bus, taxi, camiones, mulas y gandolas, flotas, chivas, yipaos en los pueblos; maestros, artistas, recogedores de cosecha, rebuscadores, comerciantes de fronteras, funcionarios por obligación con y sin uniforme, celadores de día y de noche, y colombianas: raspachines y sus familias, cuyos hijos sin ametralladoras, balas ni bombas de juguete y guerra, porque las oyen y ven entre las nubes y los aires. Sin callar el drama de miles y miles de jóvenes desempleadas, que resultan producto de exportación sin estadística, para el sexo pago en el primer mundo, y de los colombianos del transporte artesanal o industrial de la droga. Nosotros y nosotras: Bogotanos, antioqueños, chocoanos, vallunos, pastusos, costeños, boyacenses, opitas, llaneros, santandereanos, guajiros, amazónicos, orinocos, isleños; en este nuestro suelo, astillado ayer y siempre.
Patria y suelo hollada desde Colón en la Invasión-tragedia que trajo buscadores de oro, bancos españoles, alemanes; y dueños de apellido y de un escudo de armas en busca de tierra. Más luego, por las pocas familias con sus fotos en el Palacio de San Carlos y en la Casa de Nariño: corporativos, nunca saciados de capitalismo, genuflexos ante el nuevo reparto imperial inglés y el siguiente del control norteamericano; hasta la presente emergencia de nuevos factores de poder económico a final de la década de los setenta en el siglo pasado.
Los de una ‘clase emergente´ con inversiones, negocios, tierras y ‘dineros calientes’, en competencia y necesidad de poder político; sin reparar en los métodos violentos, ilegales, de represión, soborno y suplantación local, con abuso y complemento de las Fuerzas militares y de Policía, para lograr sus propósitos económicos, políticos y de latifundismo, agronegocio, industrialización agrícola y vínculo con el turismo y los grandes megaproyectos del capital internacional con sus funestos efectos de masacre y desplazamiento. Sin embargo…
¡Henos aquí!, enfrentados al “señor”, al terrateniente, para poder hacernos a un pedazo de tierra, o a una huerta desde la cual y con la cual vivir. Aquí, campesinos en busca de tierra para sembrar. Aquí, lanceros, soldados, negros libertos, cimarrones, indios opuestos a la mita, rebeldes ante la encomienda.
Aquí, pequeños y medianos comerciantes, artesanos insumisos ante el alza de los impuestos y la imposibilidad de comerciar en libertad –con España, los mercados de Europa y la puerta cercana de Asia–, los productos de nuestras manos. Aquí, indios contrabandistas. Pero también, mujeres obligadas a usar el cuerpo, a servir el ‘derecho’ de pernada, mujeres sin derechos ni quejas, mujeres encerradas criando hijos y preparando el desayuno y las cantinas con almuerzo para reproducir el amor y la fuerza de trabajo que sustentan la familia. Aquí, medianos, pequeños empresarios; letrados, en estudio de la identidad de estas tierras, entendiendo el clima, las alturas, los valles, la bastedad de los ríos, los bosques, la selva, la belleza de una naturaleza prolífera en frutos y bondades, suficiente para todos los que nacen y la habiten.
¡Henos aquí!, con movilización, aplauso y grito: honrados y trabajadores, pero siempre expropiados, acosados, oprimidos, mal pagos, perseguidos, señalados, negados, maltratados, criminalizados. Aquí, continentales y solidarios: desde José Antonio Galán, Manuela Cumbe, Nariño, Manuela Saénz, Bolívar y su lucha hacia un destino en el mundo que quedó trunco.
Siglo XX: Primera y segunda deudas de soberanía
Previo, con registro y pesar de las traiciones de Páez, Santander y Flórez y el asesinato de Sucre y posterior levantamiento de artesanos, el destierro de muchos de ellos y del general José María Melo; entre disputas atizadas por el Imperio de turno y su ascenso, entramos en el siglo XX y con su calendario, padecimos el temprano desmembramiento de nuestro territorio. Un robo con síntomas o enfermedad de olvido.
Nos sucedió –tras la disolución de la Gran Colombia– con la mutilación del Istmo, la segunda coz y gran deuda con nuestra soberanía: vasalla, nombraron el departamento de Panamá como una nueva nación.
Definieron que sus aguas atlánticas y pacíficas quedaran bajo control del Imperio de imperios y su Casa Blanca. Ese mismo, que más voraz y ya dueño de Puerto Rico, en 1898 puso sus garras sobre Cuba, se expandió a Hawai, Guam y las islas Filipinas, y bajo la extensión de su nuevo dominio, cerró el ciclo del Imperio español en “Nuestra América”.
Como es la historia y la economía, conmociones y nuevas labores y fuerzas sociales nacieron durante el último siglo del segundo milenio. De sus sobresaltos, renació la esperanza para los negados.
Sus luchas se escenificaron en los nuevos talleres que superaron al artesanado, pero también en las minas, y en las haciendas de las multinacionales, como la United Fruit Company y su crimen de las Bananeras, el 6 de noviembre de 1928. Una masacre que en la senda de Rafael Uribe Uribe, con dedo índice sobre la naturaleza de la oligarquía; con utopía rebelde anunciaron María Cano, Ignacio Torres Giraldo y Raúl Eduardo Mahecha, Quintin Lame y el congreso obrero forjado en los puertos, ríos, nacientes fábricas y otras concentraciones proletarias y campesinas de esta Colombia guerrera, la misma que con valentía y verbo potente denunció Gaitán, en el nacer de su compromiso con el pueblo: “…el hambre no es liberal ni conservadora”, decía. “…A la restauración moral y democrática de la nación”, llamó. Y el fuego de sus argumentos se propagó por todo el país. Los oprimidos de entonces, desde las ligas campesinas, con la huelga general en la mano, la huelga protagonizada por las mujeres entre ellas la voz de Betsabé Espinosa en Bello… como un aprendizaje de insurrección si la puerta del poder no abría, recibieron con alborozo la esperanza.
Sin embargo, el Concordato y su dedo de obispos en la Catedral que ponía presidentes, y la mano criminal y hegemónica una vez conservadora u otra liberal, no reparó en métodos ni estilos ni en ética alguna ni moral: chulavitas, mano negra, ‘limpios’ y cóndores, SIC, Das, Entrenamiento de oficiales en la Escuela de las Américas, B2, lecturas como tarea en los cursos de ascenso, del coronel francés Roger Trinquier y sus acciones ‘encubiertas’ del colonialismo en Vietnam y Argelia, las “recomendaciones” del general Yarborough de los Estados Unidos, sueldos paralelos de los Carteles a la Policía y a oficiales del Ejército, Cooperativas de autodefensa autorizadas, paramilitares, Yair Klein, beca para Carlos Castaño en Tel Aviv y contactos con suboficiales y oficiales del Batallón Colombia en misión en Suez, comandos mercenarios, Águilas Negras… con su trayectoria de sangre, luto, terror original y contrarrevolución.
Un recorrido de muerte que en el siglo XX comenzó con hachazos a pocos pasos de la Plaza de Bolívar. Tajos contra el general vencido en la Guerra de los Mil días que acordó con Cipriano Castro avanzar hacia caracas y él hacia Bogotá para después de Zamora, un tercer intento de reunificar la Patria.
Recorrido con ensañamiento y cárcel contra el indio Manuel Quintín Lame. Asesinó a Gaitán cuando después de la división liberal en las elecciones de 1946 –que fraguó en su contra …el eje Santos-López– sólo su muerte podía detener su triunfo presidencial. Cuando la lucha por la democracia, la inconformidad y la guerrilla liberal tenía su fuerte en los Llanos Orientales, el recorrido de luto sacó de su manga al teniente general Gustavo Rojas Pinilla cuya promesa de ¡Paz, Justicia y Libertad!, significó el crimen contra Guadalupe Salcedo, jefe guerrillero desmovilizado, José Alvear, Dúmar Aljure y otros más, y roció bombardeo y plomo contra los campesinos de Viotá, quienes bajo la dirección no entreguista de Juan de la Cruz Varela sembraron resistencia y guerrilla sin control liberal de Bogotá.
Años luego –por tercera vez, tras Uribe Uribe y Gaitán–, la altura moral y académica de Camilo Torres; a pesar de sus mensajes y conversaciones con los no alineados, sindicalistas, militares, comunistas, jóvenes rebeldes y manifestaciones con plazas llenas fue insuficiente para plasmar la unidad contra la oligarquía. Una actividad que desde el secreto del poder definió su condena a muerte si permanecía en las calles o en la clandestinidad urbana, o caía preso. Con un mero amague de reforma agraria, al sobrevenir y configurarse una mayoría que no era liberal ni conservadora, la carta fue el fraude contra Rojas que aumentó la presión de la inconformidad y alimentó el crecer de la guerrilla urbana y la movilización independiente de los sectores sociales y campesinos.
Cuando en la década de los ochenta la iniciativa revolucionaria y todas las memorias se hicieron fuerza, con velocidad mayor que la tarea de los partidos y grupos, parecía cercano el fin oligárquico. Pero por cuarta vez , con Jaime Pardo Leal, un liderazgo que tenía motor en el campo y traspasaba los límites de su propio partido, cayó bajo las balas del capitalismo y su terror de múltiples agentes. Un crimen sin respuesta combativa puntual y digna. La oligarquía desató una mediana contraofensiva con decenas de miles de víctimas entre activistas sociales sin militancia y de la Coordinadora Nacional de Movimientos Cívicos –y sus 2.500 organismos sociales–, la Asociación de Usuarios Campesinos, Anuc, la Unión Patriótica, UP, –una vez ganó territorio en 90 alcaldías–, y, A Luchar, Frente Popular, Frente Amplio del Magdalena Medio, la organización social de Barrancabermeja y Colombia Unida, en una menor medida. Contraofensiva por la base, una de las patas, que con otros tres crímenes –a la generación del estado de sitio: Galán, Carlos Pizarro-Bernardo Jaramillo– cerró la tenaza en la otra pata: para cercenar la posibilidad de liderazgo. Pizarro y Jaramillo distantes por la puja ‘ideológica’ inmediatista, una vez pasadas las elecciones de 1990, tenían el talante para concretar la unidad.
Todos, amparados y protegidos por el plomo y la fuerza de la costumbre. Pero también, lustros después, por la manipulación mediática, lograron dividir, confundir y propagar el miedo en los campos y ahora avanzan e intentan hacerlo en las ciudades. Pero a su vez, los errores del campo popular y de sus direcciones ayudaron, sin percatarse, a que el nuevo imperio y sus testaferros nacionales cumplieran su cometido.
Ahora, doscientos años después de conquistar la Primera Independencia, henos aquí, cargados de ese inmenso deseo de igualdad, de libertad, de justicia, de soberanía, de tierra para trabajar, que insufló el ánimo de nuestros guerreros, aquellos que dirigidos por Bolívar y San Martín, y toda su mocedad de oficiales, lograron batir las armas imperiales.
Tercera y cuarta deudas a nuestra soberanía
Hoy, en pleno siglo XXI, debemos mirarnos en la Historia. Y como un primer paso, encontrar entre nosotros las huellas sobrevivientes de la Colonia: el latifundio o la concentración de la tierra, el reino del monocultivo, el control del poder político y económico por parte de la minoría, la violencia sin límite aplicada sin piedad contra los reclamos de justicia, el control de las mentes y los corazones por la reiteración del discurso o por la fuerza de la costumbre, la ausencia de soberanía, el monopolio del comercio para favorecer las grandes empresas nacionales e internacionales, la extracción sin límite de nuestros minerales muchas veces sacrificando la pacha mama, la usurpación de sus propiedades a los más pobres, la declinación nacional y patriótica del Ejército, y cómo no señalar: la Action Act –traduce ‘plan Colombia’– Ley de allá, que en octubre de 1999 aprobó la Cámara de los Estados Unidos, con orden política y militar sobre nuestro suelo, y la cuarta afrenta: la entrega de bases y cuarteles a las botas de una bandera extranjera.
¡Henos aquí!, colombianos y colombianas que votan y que no votan, de todas las edades, de todas las razas, herederos y herederas de quienes con ingenio y constancia supieron concitar y dirigir las fuerzas populares para batir a un enemigo superior en formación militar y en armas.
¡Henos aquí!, herederos y herederas de un pueblo masacrado una y otra vez, negado una y otra vez, perseguido y herido o muerto, una y otra vez. En su episodio más reciente, con estos ocho años de concesión a Uribe para refundir la paz. Y de veinte que van de neoliberalismo, que en 1991 vendieron como ¿Bienvenidos al futuro?, con un saldo de pobreza y de miseria para millones de colombianos, todo junto a tres décadas de asenso paramilitar y mafioso. …más décadas para el poder oligárquico. Poder vigente y favorecido por la larga ausencia de un liderazgo nacional y colectivo, de manos callosas y grito adolorido: legítimo y consecuente por la paz justa, por la inclusión, de oposición, resistencia y movilización en la calle, el municipio, la vereda y el hemiciclo; y por la construcción de un poder y un sujeto social y popular.
Darle cuerpo al Congreso de los Pueblos, espacio de relacionamiento y coordinación social, a construir –consolidar- dentro de un proceso de mediano plazo, con el cual se proyecte ocupar ese espacio vacío dejado por la ausencia de una dirección política con capacidad de direccionamiento táctico y estratégico de las luchas sociales en nuestro país.
Como un solo ser humano, más allá de razas, lenguajes, departamentos y geografías, ¡henos aquí!, desde un camino largo y por primera vez, con la decisión y el riesgo de emplazar al próximo gobierno desde su primer minuto:
¡Henos aquí! Titán con miles de cabezas y rugir de segunda y verdadera independencia.
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