Entre el 15 y el 16 de noviembre, en Inzá (Cauca), organizaciones rurales se darán cita en el Encuentro “Reconocimiento de los Derechos del Campesinado y Estrategia para la Conformación de Zonas de Reserva Campesina” para visibilizar y socializar su problemática, y exponer y analizar las propuestas que construyen en defensa del campo y de quienes lo habitan.
La situación que padece el campo colombiano es de inmensa gravedad. A sus pobladores no sólo se les presiona para que se desplacen y abandonen su terruño; además, corren el riesgo permanente de ser asesinados, debiendo aguantar en muchas ocasiones inmensos abusos de parte de quienes apetecen sus territorios. Como si esto fuera poco, sufren los efectos evidentes de la exclusión, la marginalización y el olvido de las políticas nacionales en boga.
Para la muestra unos botones: la ausencia de una política que permita el acceso de los campesinos a la tierra es evidente, con lo cual su concentración no sólo se mantiene sino que además prosigue; la inversión económica oficial hacia el campo y quienes lo habitan es reducida y la educación para las zonas rurales es descontextualizada y marginal. Pero, asimismo, el propio concepto de la palabra “campesino” se utiliza como categoría denigrante y ofensiva, que subyuga, reduce y nubla. El campesinado es valorado como sector carente de importancia.
El tratamiento no es casual. La Constitución de 1991 ‘olvidó’ a un actor principal, eje de la sociedad rural; el campesinado. De ahí que en los últimos 20 años lo rural se transformará en étnico y lo étnico ganó en derechos, pero desapareció el campesinado. Ahora se habla de vida rural y nueva ruralidad, con megaproyectos, viaductos, agrocombustibles, palma aceitera y una prometedora explotación minera que sobrepasa el uso de agua indiscriminadamente; en medio, las comunidades indígenas resisten. Pero no se habla con énfasis suficiente de los muertos del campo; las violaciones a sus derechos, padecidas por el campesinado; los miles de desplazados, la mala calidad educativa, la escasez de tierra, los nulos subsidios al pequeño productor. Pero los campesinos estamos aquí habitando las montañas, labrando la tierra, produciendo alimentos para la ciudad, dando muestras de nuestra existencia día a día.
Es necesario enfatizar en que el campesinado ha desaparecido del ámbito nacional, reflejado en políticas, derechos y sobre todo en voces representativas: no hay interlocutores para las decisiones que los afecten en sus derechos; los únicos sectores con esta ventaja y reconocimiento han sido los afros y los indígenas.
De igual manera, ante el tema de violencia, desplazados y víctimas, son de nuevo los afros y los indígenas a quienes el gobierno reconoce como afectados y de igual manera repara, teniéndolos como interlocutores. También es destacable que, en ese proceso, gran parte de las ayudas internacionales de cooperación se destinan a las mencionadas poblaciones, Hoy es visible cómo el campesinado que se afecta con la violencia, el narcotráfico y la guerra se quedó en sus territorios; y es a los campesinos a quienes se les fumiga la comida, se le masacra, y no se dan cifras, datos ni reportes, ni se presta ayuda humanitaria ni de reparación ni de devolución de tierras.
Ahora se siente el paso de los años en los cuales los campesinos se quedaron sin voz y sin interlocutores que atiendan sus problemas, como si este sector –cerca del 30 por ciento del censo poblacional colombiano– no existiera o no sufriera los efectos de la política oficial. Bien dicen que “aquello que no se nombra no existe”. Entre tanto, los afros y los indígenas se muestran como ejemplo de colombianos visibles.
Si bien el modelo de desarrollo capitalista y los efectos de la política desplazan población, estimulan la criminalización de sus luchas y tienden a la negación de la identidad de los sujetos de derecho implicados en el contexto geográfico, los procesos organizativos populares generan la necesidad de reconocimiento normativo-político de quienes innegablemente son sujetos diferenciados, con identidad, creencias y prácticas autónomas, necesarias a la comunidad política y económica del país.
El campo en nuestra visión
Somos moradores de la ruralidad, trabajamos la tierra sin conocer eso que llaman modernidad tecnológica y no tenemos acceso a la tierra porque la mayoría es utilizada para la producción en gran escala. Vivimos en el campo pese a las grandes oleadas de violencia que desplazaron a tanta gente. Somos parte del 65 por ciento de población que es pobre, hacemos parte de ese otro 68 por ciento de población rural que vive con menos de un salario mínimo, y aún vivimos afectados por los rezagos de la violencia de los años 50 y la disputa bipartidista. Sentimos los días de olvido por parte de los gobiernos y la carencia de una política pública para la vida rural.
Compartimos estas tierras con indígenas, negros y colonos pero estamos solos. No es sólo lo verde, las montañas y el agua cristalina; incluso los datos estadísticos del Gobierno no hablan de una verdadera y clara población rural. Se dice que cerca del 30 por ciento de la población colombiana es rural. Llega el momento de reales acciones sociales, el medio ambiente reclama para que cese el despojo extractivo, pasando por encima del campesino que grita para no ser arrancado como una raíz vieja.
Entendemos la ruralidad como sostén de la vida, evidenciada en el agua de las montañas y los ríos; en la comida, la flora y la fauna presentes en las montañas, los valles y los páramos. Lo rural implica producir e intercambiar comida para las ciudades, cuidar las cuencas y microcuencas, reforestar, no desmontar los bosques. Los efectos benéficos de este esfuerzo de miles de familias que viven en medio de las cordilleras son inmensos y constantes.
Ser campesino significa mantener la transmisión de saberes, ser centro activo de la existencia en el mundo rural. Ser campesino hoy determina un reto por dignificar la existencia, los derechos y la visibilización de sus formas de vida. Ser campesino obliga a una apropiación de la realidad que fue arrebatada por la práctica y el consumo capitalistas. Ser campesino encierra el reto por recuperar un lugar en el territorio, y mantener los saberes y las prácticas que hablan del campo como si aquél ya no existiera. Pero es claro que la vida en el campo existe porque el campesino habita un territorio.
Pese a ello, y en contra del querer de los campesinos, las recientes leyes de tierras, de restitución y de reparación, presentadas en el Congreso colombiano, tienen en su haber grandes cambios para las poblaciones rurales. Una lectura muy sucinta en este tránsito entre lo que fue el gobierno de Uribe y es el de Santos permite concluir que al campesinado se le establece como población vulnerable, a la cual se debe atender. Llama la atención esta constante, pues pareciera que, cuando se implementa una política para el campo, ésta se desarrollara desde la ventana por donde entra el sol al interior de una oficina habitada por máquinas que reciben datos y no desde la vida real de las comunidades rurales.
Quiénes son los campesinos
El reconocimiento jurídico y constitucional del campesinado colombiano está en entredicho. Prácticamente no se le reconoce como población representativa en la vida rural y social, pero el hombre del campo desarrolla procesos naturales, materiales y espirituales en diversos territorios del país. En Inzá habita y comparte la vida colectiva, y persiste en resistencia cultural. A pesar de esto, no poseen tipo alguno de beneficios constitucionales que protejan la vida, su identidad y su dinámica simbólica. No hay términos de referencia para ellos, y no se acepta su cosmogonía como forma de saber y aprender. Tampoco hay una terminología que dé cuenta de sus haceres colectivos, y de sus procesos de resignificación e identidad. No se cuenta con escenarios para destacar su importancia como productores de vida y alimentos, y como protectores del medio ambiente. La educación no dignifica sus sentires y sus prácticas.
En Colombia, ser campesino es sinónimo de pena, pobreza, atraso. La sociedad mayoritaria los occidentaliza, reduciéndolos a la pobreza, sin necesidad de la tierra, sin identidad, sin historia, sin un lugar habitable; ser campesino implica una lucha para resignificar su importancia como pueblo y sostén de la vida rural.
Territorio y ruralidad
Necesitamos la tierra para existir: el despojo de ella es la muerte. Entendemos el territorio como lugar de nuestros ancestros, nuestra cultura, nuestros muertos; como lugar de nuestras relaciones de subsistencia, y no podemos desprendernos de la historia. Somos con el territorio un solo cuerpo y aquí hacemos vida rural. Por nuestro territorio pasan las vías para asistir económicamente a la ciudad, nos conectamos con la globalización en forma desventajosa porque perdemos identidad y apropiación de las cosas que hacemos para existir, pues éstas ya no son importantes para el mundo.
Esta ruralidad no puede ser economicista y debe dar cuenta del territorio y sus diferentes componentes para integrarlos al contexto pertinente. Ser rural entraña apropiación del territorio por el campesinado, lugares, espacios e historias con las cuales se tejen lazos por medio de usos y prácticas que hacen un corolario de rastros históricos, digno y vigente para la vida de miles de colombianos de la ruralidad. Tales principios debieran ser entendidos como axiomáticos, pero la visión ideologizada de la sociedad dominante los pone en entredicho.
Este reto de existir implica hacer visible la vida rural. Necesitamos volver a sentir la relevancia que tiene el campo, la fuerza viva de hombres y mujeres dedicados al agro, las largas jornadas; las intensas madrugadas para ir al encuentro con el sol, con la fresca brisa matinal donde lentamente se diluye el amanecer en hilos de luz, mientras tomamos en sorbos dulzones las primeras porciones de café. Junto al fogón de leña, nuestras voces gritan fuerte y hondo para dejar la marginalidad. Encontrarnos y mirarnos a los ojos para contar nuestras historias debe ser otro reto. La unidad del campesinado viene madrugando. Todos avivamos el fuego de un nuevo día.
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