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Resistencia campesina para el futuro

Resistencia campesina para el futuro

Como un nuevo retoño que brota de la planta mochada, una comunidad de sobrevivientes retorna a florecer después de haber sido considerados muertos o demasiado frágiles para persistir. Para muchos de los campesinos de los 11 caseríos de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó, el paisaje que les rodea en el futuro no será muy distinto del de hoy. Para ellos, las balas nunca van a dejar de pasar por encima de sus pueblitos enclavados en las montañas antioqueñas. Sin embargo, estos campesinos, víctimas de persecución y desplazamiento forzado, han logrado resucitar de la devastación moral, regresando a sus tierras y forjando una nueva identidad colectiva.

Así como un retoño recobra vida al borde de la destrucción, esta comunidad de campesinos ha sobrevivido a las atrocidades perpetradas por los paramilitares, el ejército y la guerrilla. A toda costa, guardan las esperanzas de fortalecer su resistencia, que nace de la necesidad de distinguirse como población civil neutral en medio del conflicto armado. En este último rincón del país, la guerra es tan cotidiana que se vuelve parte del paisaje natural. Las bombas estallan en la proximidad como truenos, las ráfagas cercanas repiquetean como el aguacero golpeando el techo de cinc y las bengalas iluminan la noche como relámpagos. Aún así, la comunidad trasciende los temporales de combates para divisar los nuevos retoños con proyección a futuro.

Resistencia agrícola

En medio de una cotidianidad de guerra se crean diferentes estrategias para darles vida a todos los retoños entre los picos de la Serranía de Abibe. Una de ellas es el Centro Agrícola, una tierra colectiva de la comunidad que reúne varios esfuerzos de autosostenimiento: cultivos, trapiche, centro de capacitación y semilleros de formación de niños. Carlos1, un paisa costeño del caserío de La Unión, es originario de las montañas selváticas de Urabá e hijo de los colonos paisas que abrieron las primeras trochas en la región. Por eso habla con propiedad cuando dice que “no queremos estar involucrados en la guerra, queremos trabajar la tierra”. Sin otra opción, este campesino creó el Centro Agrícola como espacio de investigación, intercambio e implementación de estrategias agropecuarias para fortalecer la permanencia de los campesinos en la zona mediante la seguridad alimentaria.

Después de pasar por la frente el pañuelo negro, empapado de sudor, Carlos recuerda que al comienzo de la Comunidad los bloqueos paramilitares no dejaban subir el alimento desde la ciudad hasta las zonas rurales. A raíz de esto, los montañeros se vieron obligados a autoabastecerse con su dieta básica: frisol, maíz, yuca, banano, arroz y panela. Con el tiempo, estos obreros de paz concibieron la práctica de autodeterminación como una forma de lucha. Carlos reconoce que la resistencia campesina demanda mucho sacrificio porque tiene que ver con la resistencia al hambre, a la enfermedad, al miedo, al sufrimiento, a la desesperanza y, por último, a la muerte…

Con rostro reflexivo, Carlos alza la cabeza para mirar las nubes oscuras que cuelgan sobre el Centro Agrícola. En medio de esta acción, reconoce que la comunidad necesita ser autosostenible para resistir los proyectos de muerte que los poderes armados y económicos montan en contra de ellos. De repente, infla su pecho como si fuera a cantar y afirma: “El autosustento implica mucho trabajo pero lo hacemos con proyección al futuro”.

Sueños endulzados

El trapiche rojo resplandece encima de la loma más destacada del Centro Agrícola, detrás de las cruces de madera del cementerio comunitario de La Unión, donde antes los vecinos se apilaban para despedirse de los mártires; ahora se reúnen con alegría para participar en la molida de caña. Bajo los helicópteros militares que le dan vueltas al caserío como gallinazos, los pobladores se juntan en la casa de caña para endulzar la vida, ya que el aguapanela es su bebida principal. Debido a la precaria condición económica de muchos cultivadores, la explotación comunitaria de la caña reduce el costo de los alimentos. Mientras el lunar del rincón de su boca se alza un poquito, Carlos reconoce con satisfacción que más de la mitad del caserío ya no compra panela de las tiendas sino que produce su propio endulzante. Es más: luego de trabajar largas jornadas de sol a sol entre semana, los campesinos miran con frecuencia la elaboración de la miel como una actividad recreacional.

Los fines de semana se amontona la gente alrededor del trapiche, donde suelen confundirse los chillidos de la caña mientras se muele, con los niños agitados. El olor a dulce llena el aire, en un proceso que dura todo un día. Después de la tumbada, la recogida, la molida y la cocinada del guarapo, por fin se produce la miel de caña. Además, mientras se trabaja en colectivo los vecinos estrechan lazos de amistad y generan con orgullo el producto proveniente de esta actividad en beneficio de la comunidad. Este retoño de lucha crea lazos pegajosos entre los participantes. En este proceso, los miembros de la comunidad marcan el camino de autosostenibilidad y dulcifican las severas condiciones de la guerra.

Puentes redondos

A lo largo del filo que atraviesa el Centro Agrícola, sobresalen tres kioscos que sirven un doble propósito: marcar distancia entre los actores armados y la población civil, y trazar un futuro por medio de técnicas agrarias para fortalecer la Comunidad de Paz. Carlos relata que hace poco tiempo el ejército se había apoderado de la cumbre de este filo. Desde allí vigilaban a la comunidad noche y día, revisando quién entraba y quién salía, y esculcando a los campesinos en retenes irregulares. En principio, los kioscos marcaban los límites de la comunidad. Pero los soldados cumplían a menudo las órdenes de sus superiores y vulneraban los derechos de la población civil, pasando por su territorio e involucrándoles en el conflicto. Con indignación e impotencia, la comunidad presenció cómo la proximidad del ejército exponía a la población al riesgo de un ataque. En múltiples ocasiones, los moradores del caserío se agazapaban en el piso, mientras las explosiones de bombas y ráfagas de ametralladoras pasaban por encima de sus hogares. En este panorama, los tres kioscos se levantaron como barrera a la presencia militar, para exhibir la permanencia de la comunidad en ese espacio. Con el tiempo, estos kioscos se convertirían en puentes para facilitar la integración campesina en la resistencia.

Hoy día, los kioscos se tornaron en puentes del conocimiento, donde los mismos campesinos intercambian sus saberes para fortalecer los proyectos productivos. Entre la recocha campesina y el relato de historias vividas, los campesinos autogestionan su formación agrícola, consolidando la identidad colectiva y afianzando los valores campesinos. Las manos llenas de callos empuñan un lapicero para tomar apuntes. A través de talleres participativos, cultivadores de los 11 caseríos de la comunidad se capacitan cada dos meses en técnicas para cultivar y procesar sus productos. En las entrañas de estas aulas redondas, los participantes se forman para luego aplicar lo aprendido. Este es un proceso en el que se capacitan para cuidar aun más su retoño. Cada taller significa otro futuro para la comunidad porque, en vez de desterrarse por la violencia, estos cultivadores echan raíces y fertilizan su conocimiento para beneficio de su colectividad.

Semillas de esperanza

El tamaño de la semilla es diminuto; sin embargo, asegura la resistencia duradera de la Comunidad de Paz frente a los poderes armados y económicos. Detrás de la biblioteca yace el semillero del Centro Agrícola para instruir a los niños y adolescentes en el quehacer del campesinado. Estos dos espacios, la biblioteca y el semillero, son albergues de conocimiento. Por un lado, en la biblioteca los pequeños retoños aprenden a reconocer las persecuciones que vienen socavando el proceso de la comunidad, concientizándose de los acontecimientos históricos que terminaron con la existencia de más de 200 miembros de la comunidad. Por otro lado, desde muy pequeños, en el semillero los muchachos se involucran en la labor campesina que les integra en la comunidad. A medida que las pequeñas manos trabajan en conjunto, germinan semillas de resistencia para almacenarlas en el banco de semillas y comienzan a percatarse de la responsabilidad que conlleva su tarea.

Como la semilla es el origen de la vida en el campo, los niños germinan el futuro de la Comunidad de Paz en medio de la incertidumbre del presente. Según Carlos, en el semillero los niños identifican y “crean su propio banco de semillas, controlan su propio futuro y se apropian de la reproducción de su bienestar”. Carlos vislumbra que el campesino no podrá competir ni con las grandes empresas ni con los macroproyectos una vez aprobado el TLC, y por eso hace énfasis en que el semillero es primordial porque “reconoce el propio conocimiento de los campesinos, germina la semilla para el futuro y asegura lo propio”. En él, la nueva generación de luchadores de la comunidad no sólo contempla el futuro sino que además lo siembra para no sucumbir ante el mundo bélico y capitalista.

Nuevos significados

La pintura más reciente de doña Lucila, una de las fundadoras de la Comunidad de Paz, se titula “El retorno” y se refiere a uno de los cuatro desplazamientos forzados del caserío de La Unión. Los bordes del cuadro son de verde y amarillo, y simbolizan que era militante del partido político de la Unión Patriótica (UP) y perseguida por organizar a los trabajadores bananeros del Urabá. En su pintura, el Centro Agrícola aparece entre los ranchos campesinos y el kiosco central del caserío, y en el cuadro aparecen el semillero, la biblioteca, el cementerio, la casa de caña, y todos se conectan a los tres kioscos sobre el filo de la montaña.

Para esta líder tan importante en el proceso campesino, el Centro Agrícola se configura como parte de la identidad del caserío. Tanto así que lo describe como un suceso histórico muy importante, como el retorno de los desterrados a su lugar de origen. En su interpretación del retorno, el sol apenas se asoma detrás del paisaje montañoso y los desplazados regresan, no al caserío sino a ocupar su lugar en el Centro Agrícola. De manera que el retoño de vida que representa este centro de formación y resistencia colectiva comparte el mismo lugar que los retornos que la comunidad ha liderado desde finales de los años 90. Doña Lucila, al igual que todos los otros miembros de la Comunidad de Paz, ha resignificado La Unión a partir del Centro Agrícola, como un proyecto que influye en el pasado, el presente y el futuro.

Cada mañana, el sol se asoma para dar paso a un nuevo día. Mas sabemos que no siempre un retoño nace de la rama fracturada. Pero la resistencia campesina de la Comunidad de Paz ha persistido pese a las dificultades, y seguirá reproduciéndose y fortaleciéndose en este proyecto inédito. Con el Centro Agrícola, los campesinos de la Comunidad de Paz construyen una salida que les convierte en sobrevivientes de su historia, opacada por la violencia, y se proyectan al futuro con una propuesta de vida. Como sobreviviente, Carlos proclama que “a diario resistimos” y reconoce que “nuestro proyecto es de vida y el proyecto de ellos es de muerte. Nosotros sembramos y creamos futuro de alimentación, no eliminamos a otros”. Y aunque la guerra puede eliminar a los gestores de estos procesos, la Comunidad de Paz cuenta con un proyecto que edifica a todos los miembros para persistir hacia el futuro en la resistencia campesina. A diferencia de otros momentos, hoy el retoño aparece y vuelve a cobrar vida en medio de un campo de guerra.

1    Para proteger la identidad los nombres han sido cambiados.

Información adicional

Un retoño de paz
Autor/a: Sean Martin Cranley
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