En la política del segundo semestre de 2011 surgió el proyecto Progresistas con Gustavo Petro. Además del acto formal de constitución, su primer bautismo institucional de fuego –con todo éxito– fue el de las elecciones del 30 de octubre y un segundo de menor intensidad, giró con la conclusión de la I asamblea nacional de sus impulsores, activistas, simpatizantes y curiosos. De acuerdo con los tiempos que corren, la forma de organización que definieron es la de los nodos.
Como aparato político, Progresistas es la obvia conclusión de su dirigencia más visible, tras la intensa lucha interna que –bajo dos rieles: intereses del Moir y PC– se vivió con distintos episodios dentro del Polo Democrático Altermativo (PDA). Una puja con altibajos y desigualdades, distante de los sectores comprometidos en luchas antigubernamentales, dentro de una estructura con señoríos y aires de mando verticales, en cuyo interior, quienes tenían mayor favor público en las encuestas e incluso en los votos –por no tener un fuerte aparato político–, eran minoría dentro de la dirección amarilla. Una contradicción que rompió el empaque.
Con los capítulos de esa lucha, queda clara para Gustavo Petro –una de las partes del conflicto–, una enseñanza meridiana: Más allá de las diferencias y prevenciones con el aparato y sus ramajes (autoritarismo, imposición, negativas de temas en los órdenes del día, agendas sin las luchas cotidianas), sin organización no es posible conducir y crecer en el orden nacional un esfuerzo político masivo. También, que el dirigente sólo, aunque destaque en círculos de opinión o activismo, por más simpatía que despierte en la sociedad, no puede garantizar una conducción que alcance un impacto amplio y no solo ocasional. La “masa” debe tener una estructura de canales y acercamientos donde pueda discutir ideas y darles forma.
Aunque importante, la opinión pública o la de intereses locales solo localistas no determinan un rumbo o rectificación a la hora de las asambleas y congresos internos. Para tal efecto son imprescindibles, sin duda –y para sumar gente y capacidad decisoria en la puja política– la organización, estructura, normas, y un cierto orden para poder discutir, tomar decisiones y ejecutarlas. Sobre este particular, la forma con nodos que adopta Progresistas es la estructura en red, que supondría, ser más expedita que la tradicional estructura piramidal de la izquierda.
Los nodos por si solos no son una virtud. En realidad, pueden traducirse en una estructura flexible, abierta o cerrada, según los intereses de quien la propicie. Su espíritu responde de mejor manera a la dilatada estructura social que caracteriza a las sociedades del siglo XXI, pero en si misma no garantiza nada. Es iluso pensarlo de otra manera. Toda estructura responde a un diseño y quien lo proyecta es el ser humano, detrás del cual hay propósitos y una ideología. La evidencia de las primeras expresiones confirman esto.
A pesar del deseo de poner en marcha una estructura sin vértice, todas las expectativas Progresistas giran en torno a Gustavo Petro, su líder. Así quedó confirmado el mismo 16 de diciembre, con un mar de discursos casi insulsos –96– como antesala a sus palabras. Fue obvio, la concurrencia quería escucharlo y recoger la “orientación”. El propósito de la Asamblea, de elaborar el Plan Nacional de Trabajo, quedó en deuda, o al menos no se decidió, como era la pretensión de la Asamblea de todos los nodos. El mismo Petro asi lo presintió cuando dijo: “La idea no era hacer un reinado de belleza de intervenciones, sino un plan de trabajo”.
En el esfuerzo por motivar la construcción de un proyecto consecuente con los tiempos que corren, Petro señaló la necesidad de darse una dinámica nacional (“[que los] nodos de progresistas como movimiento […] dejen de ser un movimiento bogotano y se transformen en un movimiento nacional”), y propuso el reto de afrontar en la primera etapa constitutiva del movimiento: “Una de las primeras tareas en las regiones, es que empecemos la discusión sobre qué significa un verdadero movimiento del siglo XXI en las regiones, cómo se convocan las diversidades, cómo nos podemos expresar socialmente de manera diferente a lo que la tradición nos enseña, cómo nos podemos juntar en red, cómo la región adquiere eso que nunca pudimos hacer, la autonomía suficiente dentro de un movimiento político que lo haga, no solo red de nuevas ciudadanías, sino un verdadero movimiento que se exprese como red de regiones, y cómo se construyen las estrategias ciertas eficaces que nos permitan capturar el poder regional”.
Y también precisó las cosas que no se debe hacer en el esfuerzo por estructurar Progesistas: “[…] interrogantes que tenemos sobre este nuevo movimiento […]: en primer lugar, no queremos que sea un Polo Democrático. No queremos repetir la historia, no queremos una federación de grupos de izquierda peleando por el pequeñísimo espacio de una dirección nacional, no nos interesa un movimiento jerarquizado donde la pelea sea por la jefatura regional, la presidencia o tantos puestos que a la postre no sirven para nada. […]
Queremos que sea un movimiento de nuevo tipo […], expresión en el siglo XXI de nuevas ciudadanías”. Muy a pesar de lo pretendido, por circunstancias institucionales, todo vuelve al centro. Así lo confirman las palabras del ahora alcalde de la capital: “[…] nuestro compromiso de hacer un buen gobierno democrático en la ciudad de Bogotá es lo que permitirá que este movimiento pueda fortalecerse en una buena y nueva alternativa en el resto del país”.
No sólo con buenos deseos…
Desde el diagnóstico social, político y organizativo, tanto de la sociedad como de la experiencia del PDA, cabe deducir que para propiciar una revolución social que transforme las formas de producción, de distribución y organización social, se debe proceder por otro sendero. La misma ciencia en sus intensas transformaciones de las últimas décadas nos dicen que las categorías de la Física utilizadas en política desde el siglo XIX ya no corresponden a los tiempos que pasan.
Sin embargo, y pese a esto, emerge con mucha fuerza una de las contradicciones que enfrentan en Progresistas: a la hora de asomarse a la sociedad se hace con predeterminación de la forma de lucha (electoral), aún y a pesar de enfatizar el deseo de querer ser un movimiento de nuevo tipo, y expresión de las nuevas ciudadanías.
Pese a la expectativa que despierta y sus anuncios no hay lugar para que esas nuevas ciudadanías discutan e identifiquen en cada uno de sus espacios, cuál debería ser la forma para enfrentar los poderes tradicionales –nacionales, regionales y locales, también internacionales–, y cómo estructurar las redes sociales que den paso a una nueva estructuración de lo social y sus reivindicaciones. Para definir los contenidos de resistencias para ser poder y no solo ni únicamente para ser gobierno.
Con este marco, la Asamblea del 16 de diciembre comenzó a delinear: “[…] Cuando se construye un movimiento político en una región, es porque ese movimiento político no sólo va a ayudar a unas causas nacionales sino además porque va por el poder local”. Y también: “La constitución de este movimiento a nivel nacional, de cara a conquistar poderes locales, debe tener muy claro en su partida no sólo cómo construir esas mayorías para ganar el poder local sino asimismo cómo gobernar”.
Sin embargo, a pesar de los deseos que animan el esfuerzo por renovar la izquierda colombiana, irrumpe la misma perspectiva del PDA: sumirse, construir un aparato electoral que en su devenir termina por reproducir todos los vicios y males de tales estructuras: clientelismo, sometimiento, aparatismo, verticalismo, negación de las dinámicas locales, suplantación, delegación, etcétera.
En la vida moderna, por la contradicción Estado-nación y multinacionales (en la cual la reivindicación nacional es sometida por el capital global), por el efecto de las políticas mundiales en curso, por la tendencia al desmesurado crecimiento y centralismo de las capitales, las localidades vuelven a tomar vigencia, y problemáticas tan sentidas como empleo, alimentación, educación, ingresos básicos, vivienda, y otras de igual importancia, encuentran resolución desde la resistencia de pequeños o medianos conglomerados humanos, sin espera de apoyo gubernamental. Es decir, surgen poderes locales, que no tienen necesidad de expresión en las urnas –en muchas ocasiones, así proceden por el mismo desprestigio del ejercicio electoral y de la acción política que ese escenario desprende (senadores, concejales). Entonces, si esta es la realidad, y si de verdad hay conciencia de la renovación de la política, ¿por qué pre-condicionar el proyecto Progresistas a una sola forma de lucha, que en su dinámica puede resultar o resulta excluyente de la autonomía y del poder vivo, con raíz de las comunidades? Una contradicción de contradicciones.
No abrir y sujetar este debate, propició el distanciamiento del PDA de las estructuras de los movimientos sociales y de sus luchas. Peor aún, de las cotidianidades sociales, con alejamiento de las nuevas ciudadanías –tan reivindicadas por Petro– que en una primera etapa estaban indiscutiblemente sintonizadas con el Polo. Pero, en su afán por ganar elecciones patinó en una práctica y un debate interno que terminó por alejarlo de los sectores a quienes quería representar. Y en un colmo, lo condujo a aceptar en su interior a quienes por procedencia histórica era deducible que no serían consecuentes con un ideario de cambio, hasta el extremo de acordar alianzas con representantes de sus enemigos más sentidos, como ocurrió en el concejo de Bogotá. Todo por el acceso y control del aparato político.
El resultado tuvo consecuencias conocidas. La de un funcionamiento laxo y descuadernado, con el cálculo de aparecer con migajas de control del aparato gubernamental –alcaldía, gobernación, concejos– en el cual los funcionarios públicos elegidos a nombre del partido impusieron su voluntad e interés sobre el colectivo, al punto de no rendir informes de su gestión, y más grave aún, de actuar y gobernar en contra del ideario político del Polo, que para asombro– guardaba silencio y carga con el peso de los “errores”. De esta manera, el resultado no es extraño, pues el camino ya estaba perdido.
A pesar de esta experiencia y de su actitud por confrontarla, Progresistas dispone todo para recorrer similar camino. Al predeterminar la forma de lucha electoral y su imparable competencia interna con primacía y ventaja de los elegidos, dispone el movimiento en construcción para que todos sus militantes hagan –llegado el momento– el esfuerzo por reelegir a los ya representantes públicos (senadores, representantes a la Cámara, concejales, ediles). Un remolino y dinámica que a pesar de los nodos y las nuevas formas organizativas que se aprueben, no ganan nuevos escenarios de protagonismo legítimo con respaldo de comunidades, y los mismos representantes públicos, terminan liderando y condicionando el proyecto.
Como se ve, la deformación de esta praxis política no es exclusiva de la izquierda sino extensión de la expresión política deformada en la actual sociedad. Los indignados en Europa y Estados Unidos así lo acusan. Lo electoral, lo institucional, condiciona la lucha social y la distorsiona, sin que esta limitación lleve a deducir que es un quehacer a desechar y no afrontar, con base en los consensos de los movimientos sociales y sus designaciones.
El impulso de Progresistas es loable, como fue y sigue siéndolo el del PDA. Con precaución para no repetir errores urge tomar distancia de las formas tradicionales de hacer política.
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