La historia de la Cumbre de los Pueblos ha estado estrechamente vinculada con la de la cumbre oficial llamada “de las Américas” y en ese sentido su significación política tiende a depender fatalmente de la que alcance esta última. Fue, por eso, importante cuando el tema de confrontación era el ALCA y comenzó a debilitarse cuando ya derrotada esta propuesta, la cumbre oficial empezó a tantear buscando una razón de ser. Hoy, para el evento popular, a las obvias dificultades que representa para las organizaciones sociales encontrar apoyo para transporte (incluido el internacional) y alojamiento, se añaden las indecisiones de los gobiernos que han sido noticia en las últimas semanas.
La historia no oficial de la oficial
Es evidente que la cumbre de las Américas, como reunión de los mandatarios de 34 países del continente, fue inventada por el gobierno de los Estados Unidos en 1994, cuando se realizó la primera en Miami, para materializar su propuesta de un área de libre comercio “desde Alaska hasta la Patagonia”, pieza clave dentro de la disputa mundial que, por entonces, se desarrollaba en torno a la reorganización de las instituciones del comercio internacional. Es por eso que la denominación de “las Américas”-que siempre le ha gustado al gobierno de los Estados Unidos para referirse al continente- sigue la de su propuesta: “Área de libre comercio de las Américas”, ALCA. Esta propuesta sería el único contenido de tales reuniones de alto nivel y su verdadera razón de ser; se marcaba así el sentido primordialmente económico de la política imperial para la región. Obsérvese que, conscientemente, se prescindió de la OEA, mucho más dedicada a los temas políticos y diplomáticos (y, por cierto, bastante desprestigiada en ese momento), aunque se utilizara su estructura administrativa para todo lo referente a la convocatoria y organización.
La derrota del ALCA en la IV Cumbre de Mar del Plata en 2005 representó, en consecuencia, un golpe demoledor para la idea misma de las Cumbres. Pero no sólo por el futuro de la propuesta que poco a poco se fue cambiando en lo que se llamó un Alca “por entregas”, sino porque la derrota revelaba al mismo tiempo una cierta insubordinación por parte de una porción significativa de los gobiernos de la región. Expresión de la resistencia de los movimientos sociales y, en cierto modo, del éxito de las cumbres de los pueblos que venían realizándose desde la segunda Cumbre.
En tales circunstancias, la única posibilidad era que se cambiara el contenido de semejante instancia de alto nivel. No fue así; al parecer ni siquiera el poder imperial pudo entenderlo. Se llegó a la V Cumbre en Trinidad y Tobago hace tres años, como si fuera un asunto de rutina, con un borrador de Declaración bastante extenso y atiborrado de temas (y buenas intenciones) en donde lo único que faltaba era precisamente el único tema crucial: la crisis económica mundial. No hubo, por lo tanto, Declaración, mientras que la cumbre de los pueblos se concentró en la crisis y esa fue la sustancia de su interpelación a los gobiernos. Claro está, recién posesionado Obama, a todos interesaba, naturalmente, escuchar su planteamiento sobre la nueva política para la región. Sin embargo, aparte de la consabida retórica de las buenas relaciones con los vecinos, que, por cierto, tampoco se cumplió, no hubo nada sustancioso. Y así, en medio del desánimo, se convocó para este año de 2012 la sexta Cumbre en Cartagena de Indias. Entre tanto se fortalecían otros procesos de asociación y cooperación, como Unasur y ALBA. Y el más significativo de todos, la CELAC, que podría ser la alternativa más importante desde la segunda guerra mundial: la OEA sin Estados Unidos ni Canadá.
Gol de Correa
En realidad, al único que pareció interesarle la cumbre de Cartagena fue al gobierno anfitrión. A Obama, lo último que se le podía ocurrir era propiciar escenarios para formular una política para la región (nuevamente la expectativa), ya que podía introducir ruidos innecesarios en medio de una complicada campaña electoral. Para Santos, en cambio, era la oportunidad de presentarse, a diferencia de su antecesor, como el supuesto “líder latinoamericano” en capacidad de mantener buenas relaciones con los vecinos díscolos, evitando, al mismo tiempo, enfurecer a la potencia decadente. Para ello se inventó un tema insípido que podía ser del gusto de tirios y troyanos, bajo el lema: “Conectando las Américas, socios para la prosperidad”. Por “conectividad” debería entenderse, tanto el recurso a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación como la construcción de la infraestructura física para la integración. No se olvidaba, desde luego, la preocupación por la “pobreza y la inequidad”. El atractivo (o gancho) en esta ocasión sería la aprobación de “proyectos concretos y financiados” para ser desarrollados conjuntamente.
Fue entonces cuando al presidente Correa se le ocurrió mencionar algo obvio: no era posible aceptar una reunión pretendidamente continental que, por exigencia de Estados Unidos, excluyera a Cuba; en su opinión era una vergüenza que los países del ALBA lo aceptaran así. El Departamento de Estado, antes de cualquier manifestación al respecto por parte de Obama, se adelantó a reafirmar su posición tradicional, invocando la OEA. Este tema había sido discutido anteriormente, en particular en la cumbre de Quebec (2001), donde se puso de presente la diferencia explícita que se había hecho entre esta instancia y el funcionamiento de la OEA, y si no se avanzó en la discusión, por lo menos de parte de la cumbre de los pueblos, fue porque resultaba un tanto contradictorio que se vinculara a Cuba a una propuesta como la del ALCA que precisamente se estaba rechazando. Pero tenía que volver a aparecer en un momento en que se trataba de redefinir el contenido de las Cumbres. Al final, el gobierno de Estados Unidos lo expresó abierta y descaradamente: “Cuba no tiene derecho a participar porque no tiene un gobierno democrático”.
La nueva declaración implicaba, por supuesto, una amenaza. Así las cosas, la Cumbre enfrentó la disyuntiva de realizarse o con Estados Unidos o con los países del Alba, con el agravante de que a los gobiernos suramericanos en su conjunto tampoco parecía interesarles mucho ya que la agenda propuesta eludía los temas fundamentales de la política hemisférica. Entre tanto, las organizaciones y movimientos sociales trabajaban para realizar, como de costumbre, una cumbre de los pueblos, con las dificultades adicionales que representa un país militarista y militarizado como Colombia. En su convocatoria se proponen destacar los temas claves de la región que se resumen en uno: la persistente presencia imperialista, tanto más funesta y peligrosa cuanto más decadente es la potencia. Sin embargo, no podían dejar de lado el cuestionamiento de fondo que se le estaba haciendo a la propia Cumbre como instancia de reunión hemisférica y que podía incluso llegar a cancelarla; en cierto modo lo que en estas condiciones había que hacer no era el evento paralelo sino impugnarla de plano. Sobra decir que la incertidumbre ha venido afectando el complejo y costoso proceso organizativo que supone la cita en Cartagena.
Los goles de Santos
Como una demostración más de su estilo astuto y sibilino, Santos viene haciendo todo lo posible por salvar su cumbre. No sin antes confirmar los acuerdos con los países “del pacífico”, por ahora México, Panamá, Perú y Chile, en la línea de los Estados Unidos que desde la posesión de Obama ha venido insistiendo en el “arco del pacífico” hacia un acuerdo “profundo” que involucre Australia y Nueva Zelanda y un grupo significativo de países asiáticos, con miras a aislar a China, Santos viaja a la Habana en donde para su fortuna se encuentra también Chávez. El gesto tiene un efecto político: ofrecer, en la práctica, un reconocimiento a Cuba, a cambio del cual le pide aceptar que es imposible invitarla porque supuestamente “no hay consenso”, como si en algún momento, en el pasado, se hubiese verificado el consenso de no hacerlo. En realidad, y no se necesita ser politólogo para descubrirlo, se trata de que Estados Unidos lo prohíbe y Santos nunca le llevaría la contraria. El gesto, de todas maneras, introdujo las dudas en el grupo del Alba, comenzando por Venezuela.
No obstante, la incertidumbre se mantiene. Ante la oferta adicional de Santos de discutir en la propia Cumbre el “tema de Cuba”, el gobierno de la isla declara que no tiene ningún interés en que se ponga allí en discusión. Es claro que no lo ve políticamente aceptable como expediente para legitimarla. Se anuncia entonces una visita extraordinaria de Evo Morales a la Casa de Nariño, a nombre del Alba. No es claro todavía, al momento de escribir esta nota, el propósito de la visita, ya que a esta altura suena ridícula la pretensión de convencer a Santos de cursar la invitación a Cuba. Sin embargo, para éste, es la ocasión de hacer otro gol.
Como se sabe, el presidente de Bolivia viene de reiterar ante las Naciones Unidas su propuesta de modificar la convención de 1961 en materia de estupefacientes y legalizar el uso de la hoja de coca. Y ya hay antecedentes, numerosas declaraciones y pronunciamientos, incluso por parte de expresidentes, en el sentido de abandonar el tratamiento de guerra, centrado en el narcotráfico, que se ha venido utilizando desde entonces, con evidente fracaso y enormes costos en vidas y tranquilidad para los pueblos. Santos ofrece entonces, modificar la agenda de la Cumbre, para introducir éste como tema central. Todo depende de que sea cierta la percepción según la cual el gobierno de Estados Unidos si bien no está dispuesto a modificar su posición, sí admite, por lo menos, abrir el diálogo al respecto.
El final del partido
En todo caso, la maniobra tiene un claro objetivo. Elevar el perfil político de la cumbre para incrementar el costo de no asistir. Un costo político que no estarían dispuestos a sufragar, por lo menos, los países andinos, de Centroamérica y el Caribe. Entre tanto, la cumbre de los pueblos se confirma. Aunque, desde luego, la ciudad amurallada haciendo honor (o deshonor) a su denominación, va a estar cercada por fuerzas militares, y controlada hasta en los mínimos aspectos de la vida cotidiana, Cartagena va a recibir miles de representantes de organizaciones sociales de Colombia y de otros países que deliberarán sobre los temas acordados y aprobarán una declaración política que, después de una movilización, será presentada ante los mandatarios como exigencia de los pueblos. El desafío consiste, no sólo en llevar a cabo la cumbre superando las dificultades de toda índole, sino en hacer visible la voz auténtica de los de abajo siendo que el gobierno colombiano, como es su estilo, se ha propuesto también organizar, bajo sus reglas y propósitos, una “participación de la sociedad civil” que, ante el mundo, ofrezca la imagen de una democracia avanzada.
Como se ha sugerido, el verdadero partido se ha jugado, y se está jugando, antes del evento oficial, antes de la flamante Cumbre de las Américas y sus conclusiones. Y no carece de interés; cualquiera sea el resultado, incluso con el sometimiento de los países del Alba, es claro que estamos viviendo un replanteamiento de las relaciones políticas en el continente. Sin duda nos esperan otros más. Por lo pronto nos queda una inquietud: ¿qué tanto puede interesarles esta cumbre a los países del Cono Sur, especialmente a Brasil?
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