Nuevamente la sociedad se conmocionó. No es para menos. El 7 de febrero, Wilmer Alejandro Bernal, un joven de 15 años fue convertido en tea por dos policías. Una semana después moriría. ¿Quién para la brutalidad policial?
Era el 9 de febrero de 2012. Bajo el frío bogotano, la rutina policial llevó a los dos agentes debajo del puente de la Avenida Cali con calle 91, en la localidad de Suba. Allí, el joven Wilmer Alejandro Bernal descansaba quizá de la resaca o escampaba de la lluvia. La inspección y procedimiento habitual de los dos uniformados cambió su curso normal cuando la gasolina de la motocicleta oficial fue usada para prender fuego a la improvisada morada. Despertado por las llamas que rápidamente lo cubrieron, con angustia empezó a padecer su incineración. La indiferencia y la tranquilidad del intendente Carlos Danilo Posada y del patrullero Carlos Augusto Díaz Espejo, como espectadores pasivos ante el horror que habían provocado, no se vio alterada hasta cuando el joven perdió la conciencia y fue llevado al Hospital Simón Bolívar, donde perdió la vida una semana después de lo sucedido.
Lo acontecido, bien podría ser el inicio de una novela de ficción o de sadismo, o podría ser parte del guión de la película “El día de la bestia” de Alex de la Iglesia. La noticia fue difundida como las llamas que consumieron vivo a Wilmar, silenciada con rapidez como si la frialdad de los verdugos se hubiera contagiado a gran escala; reemplazada por otros hechos noticiosos. Lo cierto es que se despertó una pequeña inquietud por el caso, que motivó las declaraciones de los altos cargos de la Policía Nacional, de los funcionarios de la Fiscalía y del juez 63 del Distrito que ordenó el traslado a la cárcel La Picota de los dos incriminados. Los canales de televisión, los programas radiales, la prensa y en general todo el arsenal de medios de comunicación del país, se movilizó con la tarea de hacer una historia, que en estos días parece perder importancia. Los altos mandos de la institución, prometieron medidas al respecto, que consistieron en 90 días fuera de servicio para los implicados, “mientras se adelantaba la investigación”.
La tragedia se prolongó. La madre de Wilmer Alejandro no recibía, luego de una semana de fallecido, el cuerpo de su hijo, y es que la evaluación por parte del Instituto de Medicina Legal no arrojaba resultados acerca de la identidad del cuerpo. A través de una publicación en su página web, el Instituto constató que le fue aplicada la necropsia medicolegal al cuerpo ingresado a la institución el 15 de febrero y que las condiciones del mismo “…no permitieron otras formas de identificación (huellas dactilares, señales particulares, carta dental).” Pasados estos estos días, que para su madre debieron semejar una inmensidad, Wilmer Alejandro Bernal Camelo, fue plenamente identificado, constatándose que había sido quemado vivo.
Wilmer Alejandro fue encontrado sin camisa y sin zapatos, que según testimonios, le fueron quitados por los policías que lo quemaron cuando dormía. La madre del menor, doña Blanca Cecilia, desmintió las versiones divulgadas acerca de que Wilmer era un indigente. Doña Blanca dijo que su hijo había escapado dos días atrás. Su madre reclama con toda razón justicia, porque bajo el marco de la Ley de Seguridad Ciudadana, las funciones policiales no deben ir más allá del estricto cumplimiento de su labor.
Sí. Wilmer fue incinerado vivo por dos policías, uniformados, representantes del orden, que esa mañana del 7 de febrero no encontraron mejor solución para aplacar a un grupo de indigentes, que prenderle fuego al niño que apenas llegaba a los 15 años. Según sus declaraciones acudieron al lugar para hacer frente a un altercado entre indigentes, pero lo que no explican, es cómo Wilmer terminó tendido en el piso, sin zapatos y sin camisa, rociado con gasolina y con quemaduras graves.
Ante la ausencia de los dos agentes, que según testigos se fugaron de la escena, otro policía que acudió después al sitio del incendio, fue quien llamó –al parecer– a la ambulancia.
Los medios se callaron entonces. Ya todo estaba dicho, ya el país había escuchado la cruda realidad del caso. Puede ser que todos nos hubieramos sorprendido e indignado. Los medios sólo refrescaron la noticia el 21 de febrero, día en que se procesa a los acusados. Los dos agentes pertenecientes a la estación de policía de Suba, fueron recluidos bajo medida de aseguramiento en la cárcel, a la espera del juicio correspondiente. Ambos se declararon inocentes.
Algo huele mal
No es primera vez que policías se ven involucrados en flagrantes asesinatos y violaciones de derechos humanos. Al parecer el general Naranjo, no ve que en la institución hay algo más que unas naranjas podridas. Un caso muy parecido sucedió en el año 2009, cuando dos menores fueron quemados “por agentes del orden”, por violar el toque de queda; o el caso de Diego Felipe Becerra, joven grafitero, que el pasado 19 de agosto fue asesinado por el patrullero Wilmer Alarcón, caso en el que aún no se aplica justicia. Así ha pasado, pasa y seguirá pasando, si no tomamos conciencia de que algo anda mal, que los abusos de autoridad son cada vez más constantes, crueles y desenfrenados.
La violación y asesinato de una niña de 9 años en una estación de policía de Bogotá en 1993, el asesinato de Nicolás Neira, el Primero de Mayo de 2005, o la violación de una joven en la estación de Soacha en el 2009, demuestran que la violencia desenfrenada por parte de la Institución policial no es cuestión de unos desadaptados sino que reflejan una práctica de abuso policial arraigada en oficiales y suboficiales.
¿Qué motiva ese abuso de autoridad, esa crueldad y esa sevicia desenfrenada en los múltiples casos que registran los medios y que lanzamos al olvido? Sin duda son signos evidentes, que demuestran la incapacidad de la institución de controlar los desmanes, de hacerles frente y de prevenir futuros casos. Y de algunos oficiales y suboficiales, empeñados en seguir incurriendo en manipulación y encubrimiento para “mantener limpio el nombre de la Policía Nacional”.
Ante este panorama, no es extraño que muchos ciudadanos, al ir por la calle y ver un policía, sientan temor y no la tranquilidad que debiera inspirar el uniforme.
Leave a Reply