El 9 de marzo Bogotá se conmocionó. No fue para menos. Desde primeras horas de la mañana, una ola de inconformidad se extendió sobre Transmilenio, en lo fundamental, en la avenida Caracas.
De manera coordinada, centenares de estudiantes de secundaria, acompañados por núcleos estudiantiles del Sena, y en algunos sectores por pequeños focos universitarios (Pedagógica y Distrital), así como por población en general, se congregaron en puntos previamente seleccionados. Es así como ocuparon las estaciones de la calle 72, 53, 45, 39, y otras más.
La razón de la protesta no es ajena para nadie en la capital del país: el transporte público articulado, sobre el cual se han gastado miles de millones de pesos, diseñado y dispuesto –a pesar del inmenso gasto público– para beneficio de unos pocos empresarios del transporte, está colapsado: la incomodidad a la hora de abordarlo, las largas esperas para poder acceder al mismo, el alto costo de su tarifa (300 pesos más que los buses y busetas tradicionales), la lentitud del servicio (sobre todo por la avenida Caracas, traducida por el deterioro de las losas en una verdadera trocha), todo ello ha colmado la paciencia de la población que lo utiliza, y ha creado un ambiente favorable a la protesta y la exigencia.
La inconformidad se sentía crecer con fuerza. Semanas antes los bloqueos para interrumpir el servicio se hicieron comunes. Sabotajes de unos cuantos minutos, en la mayoría de los casos de una hora, y en una ocasión de cinco. Pero el nueve de marzo la protesta, ampliada por la ocupación de estaciones, el enfrentamiento con antimotines y el Esmad, el saqueo de cajas con dinero, etcétera, se extendió durante todo el día. Nueve horas para ser más precisos, obligando a la administración distrital a cancelar el servicio por la avenida ocupada los manifestantes.
Llama la atención que la jornada de protesta, anunciada por redes sociales, sin sigilo alguno, sorprendiera a la administración bogotana, la cual demostró una total subestimación de lo anunciado, calculando sin duda que la misma no pasaría de algunos bloqueos momentáneos de la vía. Pero no fue así. Tal vez superando lo calculado por los propios organizadores, la jornada fue mucho más allá, logrando enlazar en una misma acción sectores poblacionales cansados totalmente con el servicio Transmilenio (el cual no deja opción de competencia en muchos de los barrios de la ciudad, y por lo tanto hay que abordarlo gústese o no), con sectores decididos a tumbar al nuevo alcalde capitalino. Así las cosas, para sorpresa de muchos, la contundencia de la acción logra romper la misma ecuanimidad del alcalde, que al recibir los reportes de los bloqueos en creciendo, rompió en señalamientos y acusaciones.
Un comportamiento salido de tono y de toda explicación, ya que unos días antes el mismo funcionario había criticado los contratos firmados por administraciones anteriores, los cuales permitieron el prolongado abuso de algunos comerciantes del transporte (lo que hace necesario su renegociación), beneficiándose del monopolio sobre el servicio del transporte en amplios sectores de la ciudad, con tarifas costosas, las mismas que también el alcalde ha dicho en repetidas ocasiones que deben reducirse, al estar infladas en 456 pesos. Para darle paso a esto, buscando mejorar el servicio, un día antes la misma alcaldía había instalado los comités de usuarios del Transmilenio por localidad.
Es decir, el principal funcionario público de la ciudad contaba con toda la información y los antecedentes para neutralizar con argumentos y acciones la protesta que rompía la ciudad por la avenida Caracas. Pero para sorpresa no lo hizo, sino que se destempló en alegatos virtuales.
Un error garrafal, pues una de sus principales funciones es educar políticamente, es propiciar organización social, es motivar la apropiación y defensa de lo público por parte de la ciudadanía en su conjunto, señalando con toda claridad el o los enemigos a confrontar en cada momento. En este caso, las empresas que se han apropiado del transporte público de la ciudad, monopolizándolo, obligándolos a renegociar los acuerdos, pero al mismo tiempo, creando las condiciones para que la ciudad se haga a la totalidad del servicio, que como se sabe es de carácter estratégico, bien en la perspectiva de calidad de vida de sus habitantes, bien en las mismas finanzas de la urbe.
Pero olvidado de esto, actuando como si fuera un individuo y no un colectivo que tendría que estar reunido de manera extraordinaria en Consejo de Gobierno, se enfrentó y se expuso de manera descontrolada a sus contradictores. En ese trance, se olvidó del derecho a la protesta y la rebeldía anti estatal, que él mismo promulgó –con armas en la mano– décadas atrás.
Así, en un trance de acción individualista que devela lo que tanto le han criticado en otros escenarios –su liderazgo individualista–, perdió lo ganado unos días atrás, al dar señales inequívocas de que el servicio Transmilenio, su tarifa y contratos, hay que mejorarlos en beneficio de toda la ciudadanía.
Pero no sólo se equivocó él, también le sucedió a quienes, consciente o inconscientemente, impulsaron la jornada de protesta –o colaboraron a su radicalización– y la llevaron hasta el extremo de la denuncia del alcalde como un neoliberal sin posibilidad de corrección.
Los que así actúan se equivocan de cabo a rabo, toda vez que el enemigo principal no es el alcalde, el cual –y su administración– ha dado muestras innegables de querer llevar a cabo una administración de puertas abiertas, dialogada, movilizadora de la ciudadanía para enrutar la urbe en muchos de sus destinos controlados –a pesar de las dos administraciones del Polo– por los mismos de siempre.
La oportunidad es única, y se debe actuar. Con los ciudadanos indignados se debe iniciar un proceso de debate sobre las posibilidades técnicas de aquellas medidas susceptibles de ser implementadas en el corto plazo, y cuyo objetivo no puede ser distinto al de paliar algunos de los efectos más nocivos del sistema de transporte vigente. Y, diferenciarlas de aquellas estructurales, y de largo plazo, en las que la consideración y valoración del tiempo y confort de los usuarios del transporte público sean de verdad el centro de la acción.
Y hay espacio para actuar. Si más del 60 por ciento de los viajes del transporte masivo los cubren aún los buses y busetas, es claro que buena parte de la solución a los problemas de movilidad residen en una regulación fuerte de la forma como circula y es utilizado esta parte del parque automotor. Revisar el proceso de sectorización de la ciudad y racionalizar el uso de estos vehículos no puede ser una tarea imposible. Es claro que el uso de las vías públicas ha sido un ejemplo de que lo privado no es, por principio, superior a lo estatal ni a lo colectivo, y ya va siendo hora de demostrar que el ejercicio del poder en función del interés ciudadano es posible entre nosotros. Y se puede actuar.
Para este tipo de giros hay espacio, apoyo y simpatía en el país, así lo demostraron quienes protestaron el 9 de marzo. Un giro que rompería con la imposición de los comerciantes del transporte, que por décadas han impuesto sus intereses –con el beneplácito estatal–, perjudicando a la mayoría. Ya es hora de revertir la situación.
No hay que olvidar que en el caso del transporte de pasajeros, en Colombia se llevó a cabo una privatización temprana que nunca permitió implementar soluciones colectivas. El desmonte de los ferrocarriles en la comunicación intermunicipal y la ausencia de sistemas de gran escala en las ciudades, no son un producto del azar, sino de la parcelación de un mercado y su entrega a cotos de caza privados que los han usufructuado en su beneficio. ¿No es hora de pensar en grande? Pues bien, cuando decimos –pensar en grande– no nos referimos a la monumentalidad de la intervención, sino a la utilidad y objetivo de la misma, es decir, a la primacía del interés social sobre el particular.
En esta lucha, y como lo enseña la Ciencia Política, no hay que olvidar que en un territorio dado cada periodo señala con claridad el enemigo por enfrentar, sobre el cual se deben concentrar todas las fuerzas de quienes son sus opositores. Ese es uno de los axiomas de esta Ciencia. La pregunta es obvia: ¿en Bogotá y en el actual periodo, para los sectores que se autodefinen como de izquierda, el enemigo principal es el actual alcalde?
Si alguien así piensa, no hay duda que está totalmente errado. Si se evalúa lo sucedido el 9 de marzo, la manera como se desenvolvieron los hechos, no queda duda que allí aprovecharon, para atizar lo que ya había tomado cuerpo, sectores de derecha, accionando hasta crear o propiciar caos. Si así fuera, no es ilógico preguntar, ¿por qué sucedió esto? Pero además, ¿quién se beneficia en mayor medida de lo ocurrido?
Los hechos ya están consumados, y lo único que queda por hacer de parte de las fuerzas políticas es valorar el escenario y tomar decisiones colectivas sobre el qué hacer en la coyuntura en que se encuentra la ciudad. La enseñanza de lo que está ocurriendo con Transmilenio –durante 8 años de Polo no se contó con espacio ni voluntad para remediar lo hecho por la administración Peñalosa– es clara: hay que movilizarse por la renegociación temporal de los contratos, por la reducción de la tarifa, por el mejoramiento del servicio en todas sus etapas, y por un viraje estratégico en la propiedad del servicio, hasta hacerlo totalmente de quienes habitan en la capital del país.
Este es el camino por seguir. Errar no es posible en esta coyuntura histórica, pues acá se están definiendo las rutas del mañana. Acrecentar el poder de las clases subordinadas, dar voz e imagen a los invisibles, son las verdaderas tareas de la izquierda y en eso, a pesar de las diferencias que puedan existir acerca de los objetivos específicos o en las estrategias para los logros de lo popular, hay que estar unidos. Las diferencias reales que subsisten al interior de la izquierda no pueden confundirse con los apetitos personales ni llevarla a la inmovilidad ni a favorecer a los amigos del statu quo. Hay un espacio para la grandeza y quienes lo ocupen de verdad serán quienes se inscriban en la memoria de la gente, como hacedores de sociedad y de futuro.
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