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Para reconocer el valor inmenso de las pequeñas cosas

Para reconocer el valor inmenso de las pequeñas cosas

“En aquella edad de oro, una raza dorada de hombres mortales poblaba la tierra, hombres que vivían como dioses, sin pena en el corazón, libres de trabajos y ajenos a las fatigas, en ellos no había nada de miserables, sus brazos y piernas jamás desfallecían, haciendo alegres fiestas lejos del alcance de las desgracias. (…) vivían en paz y felicidad en sus tierras, entre muchas otras cosas buenas, ricos en ganados y queridos por sus adorados dioses. (…) La edad de oro fue sucedida entonces por las edades de Plata, Bronce y Heroica, cada una de ellas peor que sus predecesoras, y, finalmente por nuestra edad de Hierro. En esta Edad de Hierro, los hombres nunca dejan de trabajar y penar durante el día, así como de estar en peligro por la noche; y los dioses dejan caer penosas desgracias sobre ellos” 
 
Las palabras del profesor Gunther Stent son un buen preámbulo para presentar esta fase densa y gris de la conversión de todo en espectáculo, la desaparición del pensamien­to crítico y el desentendimiento de lo político, la desvalorización interesada de las ideologías de compromiso social y solidaridad humana, la liquidación de todo tipo de vínculo de asociación incluido el de la vinculación laboral estable; la velocidad de todo en lo que nada está llamado a perdurar, la desjerarquización del mundo que todo lo deja reducido a un mismo nivel de importancia, la saturación informática, la conversión de muchos bienes de mérito y derechos en mercancías, como el agua, la seguridad, la salud y la educación y la promoción generalizada del consumo por el consumo, para consolidar la hegemonia del valor o precio sobre el valor de uso de los bienes y servicios.
 
Sí, el precio domina el valor de uso, la necesidad de ganancia y la competencia exige producción creciente. Un ejemplo de este fenómeno son los autos particulares que generan exceso de redes e infraestructura las que a pesar de construirse con denuedo en todas las ciudades, y entre ellas, nunca son suficientes, ocupando cada vez más espacio, obligando al desmonte de cordilleras, al arrinconamiento de barrios para dar paso a nuevas vías e incluso a estacionamientos, al elevamiento de más edificios con uso exclusivo para carros (garajes), creando ciudades más extensas y costosas que gastan más energía para su funcionamiento y la movilidad de su pobladores, por aquello de la infraestructura del asfalto y el estímulo al uso individual del carro por sobre el protagonismo del transporte colectivo. Una reproducción de esa cultura es Colombia: en el año 2011, con 324 mil unidades, la venta de vehículos batió record.
 
Estábamos mejor cuando estábamos peor… decía Papandreu en Grecia y seguramente lo estarán pensando en Irlanda, Portugal, Italia y España, que (con Grecia) curiosamente configuran la sigla Pigs, que en inglés traduce cerdos, y no porque los estén engordando, todo lo contrario los están asfixiando de hambre, cuando antes comían abundante, hacían siestas y se morían de viejos y no de estrés. Es claro que vivían mejor cuando eran pobres y no tenían que aparentar que podían llegar a índices de alto riesgo para saberse modernos y convertirse en europeos.
 
Pero eso de que estábamos mejor cuando estábamos peor, también tiene aplicación en nuestro país, o sino recordemos el Informe sobre Desarrollo Humano 2011 publicado por la ONU, el cual señaló que en los últimos veinte años Colombia ha retrocedido hasta el puesto 87 entre 187 países. Y en lo que toca a iniquidad social solo es superada por Haití y Angola. Y la brecha sigue aumentando, y puede ser mayor, si propuestas como la reforma a la ley 30 de educación, que de aprobarse consolidaría un escenario de mercado, donde los estudiantes defenderían su permanencia en la universidad no por su saber sino por ser buenos sujetos de crédito, porque los semestres tendrían costos astronómicos hasta en las universidades públicas.
 
Según el profesor Julio González Zapata de la Universidad de Antioquia, en los últimos veinte años, con alborozo unánime hemos caído seducidos por el paradigma universitario denominado “la empresa del conocimiento”, que privilegia lo empresarial sobre el saber. Es así como dos nuevos conceptos, antes exóticos al mundo académico, ahora lo condicionan y determinan: gestión y riesgo. A propósito del puesto que se ocupa, se dice por estos días que la salida del rector del Gimnasio Moderno obedeció a que algunos directivos no resistieron el puesto 276 en el ranking Saber 11 del Icfes.
 
Esta academia “competitiva” y de ranking habría rechazado a Vladimir Nabokova a quien reconocían como un gran profesor, no porque enseñara bien la materia, sino porque daba ejemplo e inculcaba en sus estudiantes una actitud profunda y afectuosa hacia ella. 
 
El reto que enfrentamos es muy grande. Si queremos, como dice Sergio Boisier, “autodominar la sociedad a fin de orientarla al logro del bienestar de las personas (único fin éticamente legítimo para tal dominio), es imprescindible comprender la estructura y la dinámica de los procesos sociales incrustados en el territorio, el crecimiento económico y el desarrollo de la sociedad. Sin esa comprensión, toda intervención es azarosa en sus resultados y los costos sociales generados por errores derivados de un conocimiento insuficiente son, a la corta y a la larga, soportados mayoritariamente por los sectores sociales más pobres. Adquirir un conocimiento sobre su causalidad y dinámica de los procesos sociales, no sólo es una obligación científica, es además, un imperativo ético.” 
 
En esa perspectiva, la cultura de la solidaridad es una asimetría del mundo financierista especulativo. Pero en esa paradoja radica nuestra esperanza, en una racionalidad solidaria afincada en la sustentabilidad, la sencillez, la reciprocidad y la complementariedad, elementos que trascienden las cifras alucinantes y halagadoras de los balances del capital de cada año, para darle foco a un proyecto de desarrollo realmente humano.
 
Si nos identificamos con este reto, no hay duda que estos son tiempos para revalidar nuestro compromiso con el proyecto solidario, que se debe entender más grande y sustancial que el escenario que nos fija la economía solidaria, que termina, muchas veces, solo adjetivada, confusa y amoldada al modelo de economía dominante, que todo lo regula y que con su monopolio totalizador, y en el desarrollo de sus subjetividades (monocultura), termina por excluirnos e invisivilizarnos, llevándonos a lo que el investigador social Boaventura de Sousa Santos denomina la sociología de las ausencias o de la no existencia, por considerársenos ignorantes, atrasados, inferiores, locales e improductivos.
 
Nuestro reto definitivamente es bien grande, se trata de transformar objetos y sujetos imposibles en sujetos posibles que descodifican sus sociedades. Otro mundo y otra economía es posible, siempre que reconstruyamos nuestro propio misterio y tomemos distancia de la teoría crítica eurocéntrica, reconociéndonos en la cotidianidad y la movilización hacia una plataforma solidaria, creando un ambiente civilizatorio de confianza y hermandad, volver tal vez al principio, recuperar nuestro carácter con un sentido reflexivo y crítico, porque el proyecto solidario debe asumir un compromiso profundo con la resignificación de nuestra historia, porque la imperante tiene como objeto esconder y ayudar a olvidar los momentos, los sucesos, los seres humanos y los nombres vitales y determinantes de nuestros procesos de resistencia, de derrotas, independencias y conquistas.
 
Esfuerzo titánico pero posible. Vale la pena convencernos que otra economía, que otro mundo y que otra civilización son posibles. Reto y logro que nos permitirá aprender más y reconocer el valor inmenso de las pequeñas cosas, de esas que emprenden a diario miles de hombres y mujeres en todos los continentes, para reconocer que todo esto que hacemos hoy y que hacemos desde hace tantos años, son una fuerza contenida que hoy encuentra camino en la indignación, en la movilización, en la serenidad y en la inteligencia. 
 

Información adicional

Otra economía es urgente y necesaria
Autor/a: Oswaldo León Gómez
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