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Década de cambios en América Latina

Década de cambios en América Latina

El modelo neoliberal, fomentado a partir de los gobiernos de Margaret Thatcher en Inglaterra (1979-1990) y Ronald Reagan en Estados Unidos (1981-1989) proponía la apertura económica, la liberalización en un “mundo sin fronteras”, y la desregulación de los mercados de capital y de trabajo. A través de esas políticas, el “Estado mínimo” cedió su poder a la “mano invisible del mercado”. Los proyectos estructurales y la planificación fueron aún más abandonados, pasando a imperar las políticas de corto plazo. La privatización y la desnacionalización de los patrimonios públicos y las empresas privadas se profundizaron en una escala desconocida.

Todo sucedió muy rápido. La sentencia de Thatcher (“There is no alternative”), la caída del muro de Berlín y el fin de la URSS. No habría otro camino posible para nadie. Todos debían trillar el ‘consenso de Washington’ (1989), presentado en la capital estadounidense entre académicos, ejecutivos del gobierno y de las empresas transnacionales, y funcionarios del FMI y el Banco Mundial. El célebre neoconservador Francis Fukuyama sugirió rápidamente que la historia había terminado. El pensamiento único estableció su hegemonía globalizadora y enajenante; dominó universidades, partidos políticos y amplios sectores que antes habían militado en las izquierdas.

Según el ‘consenso’, el problema de los países periféricos y dependientes sería solucionado a través de la realización de por lo menos cuatro medidas, resumidas así por el economista canadiense Michel Chossudovsky, crítico de ese modelo: 1) apertura económica, con significativa reducción de las barreras arancelarias; 2) desestatización de industrias y empresas de servicios públicos; 3) desreglamentación y reducción de los controles del movimiento de capital; y 4) flexibilización de las relaciones de trabajo, y reducción de los derechos sindicales y de seguridad social. Tales planteamientos estaban fundados en dos consideraciones acerca de la globalización, a saber: que se trataba de un fenómeno natural e irremediable; y que se caracterizaría por un proceso de homogenización de la riqueza. Es decir, se rescataron las ideas del liberalismo estricto, que habían sido desmitificadas por la carrera imperialista y la dominación del capital monopolista financiero a partir de 1850. En el campo teórico, esas tesis fueron superadas antes de la crisis de los años 1930. Por eso, se afirma que en los 90 el pensamiento económico latinoamericano alcanzó el fondo del pozo, con un retroceso tremendo.

Perplejo, el historiador Eric Hobsbawm afirmó: “Para los que vivimos la Gran Depresión, todavía nos parece imposible comprender cómo las ortodoxias del libre mercado, en aquel entonces tan plenamente desacreditadas, una vez más llegaron a presidir un período global de depresión a fines de la década de 1980 y 1990, una vez más sin entenderla ni poder solucionarla”. Se trataba exactamente de una agresiva restauración liberal-conservadora.

En resumen, las medidas económicas fueron las siguientes: fin del control de cambio, que pasó a oscilar libremente, acorde con la oferta y la demanda de dólares; “libertad” comercial, apertura mediante la brusca reducción de aranceles y eliminación de licencias y cupos de exportación e importación; fin de los controles y liberación de los precios internos, con supresión de subsidios; eliminación de los controles directos sobre las tasas de interés, libertad para inversiones extranjeras en el sector bancario; aumento de los impuestos y reajuste de precios de los servicios públicos; disminución del papel del Estado, con la privatización de empresas y bancos; reducción del gasto público, para garantizar el fidedigno pago de los intereses de las deudas externa e interna.

Las supuestas medidas justificativas que se utilizaron para emplear las nuevas medidas fueron la necesidad de reducir el déficit fiscal, el estímulo a la entrada de capitales productivos extranjeros, la modernización de las industrias nacionales (la elevación de su eficiencia, competitividad y productividad), la caída de la inflación y la disminución del desempleo.

En esa forma, los gobiernos latinoamericanos realizaron sus ‘ajustes’. Las medidas fueron llamadas de “reformas estructurales”, secuestrando el nombre presentado por la Cepal a fines de los años 40 del siglo XX. Significaron intervenciones –sobre todo restrictivas– en el ámbito de las políticas monetaria, fiscal, cambiaria, comercial y administrativa, que en la mayoría de los casos tuvieron como resultado importantes alteraciones recesivas en la economía y el bloqueo del desarrollo: altas tasas de interés y de cambio, aumento del desempleo y la precarización de las condiciones laborales (fuerte crecimiento del desempleo y el sector informal), caída de la remuneración de los trabajadores y el aumento de los tributos.

Poco a poco se puso en evidencia que tales políticas profundizarían sólo la condición periférica de subdesarrollo y dependencia. Aún había una gran confusión ideológica y prevalecía el pensamiento hegemónico del ‘consenso’. Tempranamente, en 1995, el economista brasileño Nilson Araújo de Souza advirtió sobre el colapso del neoliberalismo. En 1997, la UNCTAD, en su informe anual, anunció que las políticas estaban aumentando exponencialmente la pobreza en el mundo, ampliando la diferencia entre los países ricos y los países pobres, y entre los ricos y los pobres en casi todos los países. La crisis económica, social y política, generada por aquellas medidas, generó el fortalecimiento de la participación popular, revolcones sociales, y violentas deposiciones de presidentes en los años 1990 y 2000, en Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador, Perú y Argentina.

Como resultado del colapso del ‘consenso de Washington’, se produjo una inflexión en la orientación política latinoamericana, con ascenso de nuevos gobiernos populares. Primero ganó Hugo Chávez (1999), y después Lula da Silva y Néstor Kirchner (2003). Llegaron Tabaré Vázquez (2005), Evo Morales (2006), Rafael Correa, Daniel Ortega y Cristina Fernández Kirchner (2007), Fernando Lugo (2008) y Pepe Mujica (2010). Aunque asuman distintas variantes, los nuevos regímenes y coaliciones internas de poder pueden ser denominados de gobiernos de ‘izquierdistas’. Presentan como objetivo común la creación de alternativas frente a las consecuencias de las políticas adoptadas durante los años 90 y proponen un nuevo modelo de desarrollo económico, con mayor inclusión social. Su visión económica es claramente más heterodoxa y crítica, y por tanto pueden ser llamados posneoliberales a pesar de la amplitud del término.

El intenso movimiento actual en América Latina es fruto de los estallidos sociales contrarios al ‘consenso de Washington’. Por un lado, las complejas crisis de las décadas 1980 y 1990 tuvieron la capacidad de unir los diversos tonos de la heterodoxia en la misma línea de negación del “pensamiento único”. Estos grupos se unieron para defender un mayor papel del Estado en contra de la ‘libertad’ del comercio, el intercambio y los mercados de capitales. En cierta medida han tenido éxito en la superación de los gobiernos neoliberales. Por otro lado, se pueden observar algunas diferencias entre los proyectos. Eso es algo totalmente normal, dadas las características de los países, sus clases más poderosas y el bloque de poder que controla cada palacio presidencial.

En ese sentido, es importante presentar algunos puntos. Primero, la mayoría de los análisis que hemos observado apuntan a Chile y Colombia como resistentes en el campo neoliberal y como aliados estratégicos de Estados Unidos en la región. Conformarían una unidad al oeste de los Andes. Segundo, hay gran expectativa en cuanto a la postura que va asumiendo Perú un año después de las elecciones que le dieron el poder al militar nacionalista Ollanta Humala. Las interpretaciones más pesimistas prevén su acercamiento al eje del Pacífico. Tercero, pese a las especificidades, los gobiernos posneoliberales han adoptado directrices comunes en el sentido de la intervención del Estado en la economía, el rescate de la soberanía nacional; y la búsqueda de la industrialización, el desarrollo económico y un proyecto común de integración de América Latina. Hemos buscado publicar artículos que analizan los avances del proceso de integración regional en años recientes. Vale resaltar la importancia de la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y el fortalecimiento creciente de Unasur, con sus líneas de acción en las áreas de integración financiera (Nueva Arquitectura Financiera Regional), defensa (Consejo Sudamericano de Defensa) e infraestructura (Consejo Sudamericano de Infraestructura y Planificación).

El cuarto y más importante punto: no hay absolutamente nada definido. Es evidente que hubo un giro en la región, una inversión parcial de ruta con relación a la lógica anterior. Sin embargo, ¿qué significa ese giro? En primer lugar, hay que acelerar y profundizar los cambios porque la gente no sabe qué es el “neoliberalismo” o el ‘consenso de Washington’. Es decir, los pueblos votaron contra el desempleo, el hambre, el colapso de la educación y la salud, y contra la corrupción generalizada, la privatización, etcétera. Por eso, los nuevos proyectos tienen que mostrar resultados y realizar promesas. Para ello, serán necesarios trabajo, tiempo y recursos financieros.

De manera general, los partidos políticos y los movimientos sociales de izquierdas en el poder han sido capaces de gestionar efectivamente la herencia neoliberal y de transformar para mejor la compleja realidad de esos países. Lula da Silva gobernó por dos mandatos y logró elegir a su sucesora, Dilma Rousseff. Igualmente, los Kirchner están en su tercer mandato, igual que Chávez. El venezolano, reelecto en dos oportunidades, tiende a ganar por cuarta vez en septiembre de 2012. El Frente Amplio logró elegir a Tabaré Vásquez y después a Pepe Mujica. Evo Morales está en su segundo mandato. Y en 2013 habrá elecciones presidenciales en Ecuador y Paraguay.

Todavía hay quienes menosprecian los cambios de los últimos 10 años. Obviamente se puede y se debe avanzar más y con mayor intensidad, sobre todo en países como Brasil. Pero jamás se puede olvidar del tiempo del cual venimos. Es decir, el difícil derrocamiento de un gobierno subordinado al FMI en los años 1990 puede ser considerado como la parte más fácil del la tarea. Superado este momento, habría que hacer el trabajo mucho más arduo: construir sobre los escombros, rápido, algo nuevo y necesariamente mejor que lo anterior. Además de ampliar la soberanía política en el escenario internacional, la mayoría de los países reforzó su autonomía económica, intensificó la acción anticíclica de sus bancos públicos, pasó a controlar la tasa de cambio y retomó las inversiones en el sector militar.

Una de las medidas más importantes viene siendo la promoción del proceso de integración regional como mecanismo de desarrollo conjunto. Otra importante acción es la politización de las poblaciones y la democratización de los medios de comunicación, gracias al canal Telesur y canales de los Estados. Es necesario exponer la complejidad del problema generado por décadas de equívocos, dependencia, abandono y sumisión, dirigidos por los intereses extranjeros y las oligarquías internas. Hay que profundizar ese esfuerzo de explicar la dimensión de los obstáculos: el verdadero drama de las cuentas públicas, la ilegítima deuda externa; el déficit de escuelas, hospitales y viviendas; la condición cementada de economía primario-exportadora; las consecuencias físicas y mentales sobre diez generaciones de seres trágicamente abandonados en la exclusión y extraviados del sistema.

Milito entre aquellos que creen que son pocas las oportunidades y las circunstancias de la historia en que la acción de las individualidades puede contribuir de manera significativa para cambiar la realidad en forma amplia y generalizada. Aunque la acción humana pueda modificar las dinámicas, parece que son extraordinarias las brechas de espacios y tiempos en los cuales la posibilidad de intervención se hace más realizable. Si nada es absolutamente intencional, igualmente nada es fortuito en absoluto. Nuestra generación tiene el privilegio de vivir en un momento como el actual; asimismo, tiene la obligación de ser digna y asumir su tarea transformadora en su tiempo y en su espacio: la América Latina del siglo XXI, en la cual impera el “real maravilloso”. Muy válida es la siguiente frase de Celso Furtado: “Los hombres no escogen las circunstancias en que actúan en la historia, pero son responsables por optar entre las opciones que la historia les ofrece”.

*    Profesor visitante de Economía, Integración y Desarrollo en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA), doctorando en Economía Política Internacional en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y miembro del equipo del Portal ALBA.

Información adicional

Autor/a: Luciano Wexell Severo
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