Ha llegado el tiempo menos esperado por los estudiantes (además de entrar a clases en enero). La temporada de vacaciones de junio, precedida por la temporada de exámenes. Días de terror, dicen algunos estudiantes. Por eso, es el momento menos esperado. Sobre ello hablarán estos dardos. Espero herir a alguien.
Los sistemas de evaluación de muchas instituciones (no se puede generalizar) buscan por lo general ‘calificar’ o, mejor dicho, cuantificar el ‘conocimiento’ del estudiante1 en una cifra, cuando no en una insignificante letra que, como islote en la parte superior de una hoja, ‘demuestra’ que el estudiante ‘aprendió’. Así surgen las siguientes preguntas (ya hechas en su momento):
¿Este tipo de evaluaciones realmente dan cuenta de un proceso real de aprendizaje? ¿Cuál es la finalidad de la nota? ¿Cómo y por qué cuantificar el conocimiento? ¿Es posible encerrarlo en una cifra? ¿Por qué todavía se concibe al estudiante como un producto?
La evaluación, como parece estar concebida, es una ‘prueba’ en la que el estudiante responde lo que supuestamente ha aprendido, pero en realidad sólo da cuenta de un proceso de asimilación de información, recepción, acumulación de datos que a la postre, más temprano que tarde, simplemente olvidará porque son cosas que no necesita, no encuentra importantes. No tiene utilidad. ¿De qué sirve saber quién dijo qué sobre el método científico o sobre el teorema de Pitágoras o sobre el Quijote de la Mancha o cuáles son las partes de una célula o de qué color es la estola del sacerdote para el momento? ¡Pfff! Si ni siquiera sabemos aplicar el método científico en la vida diaria o usar cotidianamente el teorema de Pitágoras o establecer un símil entre la locura del Quijote y la de nuestro tiempo, o saber qué sucede con la célula si el aparato del Golgi simplemente no está.
Sometemos a los estudiantes a evaluaciones en las que tan solo se busca un resultado. ¡Son tan innecesarias, coercitivas y terroríficas para los estudiantes! Sólo hay que fijarse en sus gestos de preocupación y aburrimiento, incluso algunos de dolor… Su día tal vez pasa por sus ojos y se vislumbran las posibles consecuencias funestas de una cifra reprobatoria2 Quizá den cuenta de un proceso, ¿pero de aprendizaje, qué? Estas pruebas parecen más una prueba de fusilamiento al que los muchachos, decorosos o no, temen… la evaluación como producto del mercantilismo (resultadista por antonomasia) y del terror.
Es una pérdida de tiempo que en la escuela es valiosísimo para explotar, no sólo en la ‘enseñanza’, entendida ésta como acumulación enciclopédica de una cantidad de conceptos (la mayoría de veces innecesarios), en vez de interactuar con el estudiante en el desarrollo de sus habilidades mentales, sus destrezas, sus inteligencias (como rezaría el señor Howard Gardner), incluso en el bello ejercicio de la libertad. La evaluación es un espacio perdido en el tiempo (a su vez perdido) en el cual el estudiante no disfruta la escuela, como debiera ser, sino que la sufre y teme. Si por él fuera, no presentaría estas amenazantes pruebas… ¿o me equivoco?
Las planeaciones (cerradas de facto) tampoco permiten que haya una verdadera re-evaluación, pues el docente o profesor debe(mos) cumplir una serie de pautas y programaciones, desconociendo o negándole al estudiante la posibilidad de desarmar el conocimiento, digerirlo, comprender 3 los temas o las problemáticas, y a la vez negando también la necesidad del docente de explicarlos en profundidad. No como píldoras para el enfermo ni como la respuesta a un estímulo mecánico.
Al docente también se le evalúa de esa manera… como si su misión o ‘meta’4 fuera rellenar el saco vacío en tiempo récord… como si el objetivo de su tarea fuera pegar las suelas en los zapatos ya hechos (o desechos), como si tan solo se tratara de rellenar un formato y cumplir una serie de parámetros preestablecidos, muchas veces no pedagógicos; como si se tratara de hacer clic en la máquina de ensamble… como si en el devenir de la educación no se activaran procesos sociales y hasta afectivos en la interacción llamada “educación”.
Esta escuela5 es frívola, gris, aburrida, amarga, resultadista, unidireccional, sumisa, mercantil y, por ende, nada educativa. Amaestramos a nuestros estudiantes para responder a un mundo que también es frívolo, gris, aburrido, amargo, resultadista, unidireccional, sumiso, mercantil y por ende, poco educativo. Los llevamos a responder y no a sentir; los amaestramos para responder el qué y no para buscar el porqué. Los conducimos a deambular por el mundo y no a cuestionarlo. Los ‘educamos’ para seguir y no para liderar, para re-crear6 y no para crear. Los condenamos a bailar y beber y fumar, y no a disfrutar. Los encaminamos a ha-ser y no a ser humanos. Los entrenamos para embutir y completar, y no para comprender7 y actuar en la realidad.
Los mantenemos durante ocho horas en un claustro, no para que aprendan realmente sino para que se vayan adecuando al horario laboral, y el rigor de la explotación no sea tan notorio. Los tenemos allí, so pretexto de protección, como zombies, números, máquinas, y no para que sean seres libres.
No les enseñamos a comandar ejércitos sino a ser soldados… no les enseñamos a ser líderes sino borregos. No les permitimos ser auténticos sino ser fieles copias, moldes, marionetas del sistema… tal vez, como ha sucedido con muchos de nosotros, les enseñamos a obedecer, no a cuestionar… y todos tenemos la culpa.
Los profesores (no maestros, como agraciada e incluso irónicamente nos llaman algunos estudiantes) nos hemos encargado de reproducir, perpetuar y legitimar este tipo de educación del relleno, de completar, de cumplir, de seguir las normas, mas no de pensar, de interrogar, o, como decía Pedro Policía, de conspirar, incluso, contra uno mismo.
Ahora el papel del docente es absolutamente ridículo. El docente juega un papel panópticamente coercitivo, en tanto que vigila, controla, manda sobre los estudiantes. Es un papel inútil, no creativo y ni siquiera vivencial. Cumple(imos) un papel de regentes, de punishers (castigadores) cual dios emberracado.
Es tiempo perdido, tirado a la basura… incluso es una función gregaria. Por eso, cumpliendo tal función, en este teatro que han llamado “educación” escribo estas letras, mirándome al espejo de mi propio yo. Usted, lector, tendrá a bien preguntarse: ¿Y entonces, qué haremos? La respuesta la sabemos, pero, mientras sucede, seguiré pensando cómo hacerlo.
Fraterno saludo.
Salud y ¡libertad!
1 Nótese que la ironía es absolutamente intencional.
2 El sólo término re-probar me causa re-pulsión.
3 Término que se usa con tal descaro en los diseños de cursos y de ‘logros’ pero que en realidad no dan cuenta del desarrollo de reales procesos mentales.
4 Atendiendo al tecnicismo de la jerga administrativa y empresarial.
5 Me refiero al sistema educativo.
6 Entendida esta actividad como copiar.
7 Véase y léase la nota tres.
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