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La salud en la vitrina

La tecnología posibilitó muchos nuevos alimentos, materias primas orgánicas para la industria y la medicina; enfermedades antes incurables pudieron ser tratadas, diezmadas y erradicadas. Se atacaron las causas de taras y deficiencias genéticas; en los países desarrollados se mejoró la salud física pero los pobres siguen sufriendo y muriendo por dolencias de fácil curación (dengue, hambre), mientras en el Norte la gente se enferma por exceso de comida chatarra y por gaseosa.
 

El uso instrumental de las transnacionales de laboratorios farmacéuticos, plantas de agroquímicos, transgénicos, semillas, alimentos (Singenta, Monsanto, Dupont, Novartis, Adventis, Bayer-Basf, Agrobitech, Limagrain, Downchemical, Astrazeneca, etcétera), convirtió en tragedia para el planeta la utilización irracional de tales descubrimientos y creaciones, en pro de una minoría plutócrata del mundo desarrollado. Es un proceso contra la soberanía alimentaria y las posibilidades de autodesarrollo de los países empobrecidos, mientras intoxica a la humanidad, multiplica el cáncer, y destruye digestiva y cardiovascularmente al consumidor de alimentos y medicamentos.
 

Luego de adueñarse de los bancos genéticos, y robar y patentar el conocimiento aborigen de los cinco continentes, las transnacionales de la genética y la biotecnología (las ciencias, la ‘industria’ de la vida) del Norte asaltan la información genética, haciendo de la vida una simple mercancía, negando la producción en los países empobrecidos y la distribución a costos razonables de medios esenciales para tratar enfermedades letales (sida, hepatitis B, degenerativas como alzhaimer y parkinson).

La salud se promueve por doquier, creando dilemas entre sanos y enfermos, y pánico existencial, haciendo del ciudadano un hipocondríaco, para venderle medicamentos. Nadie está seguro de cuántas patologías padece, si tiene la talla o el peso perfectos, o un buen estado físico. Los negociantes quieren que el mundo ande enguantado y con tapabocas; que nadie salude de mano o de beso; que cada uno cargue agua y jabón para las manos; que estemos indagando en EPS, IPS y clínicas sobre cómo funciona cada órgano. Quieren convertirnos en maniáticos del aseo y los fármacos. A este paso, llevaremos una droguería en el bolsillo, haciendo el amor con medios cibernéticos, engendrando por inseminación artificial para no adquirir virus de pareja. Es como si la gripe aviar o porcina, y el VIH, fueran inventados para separar y aislar a la gente.

Se ofrecen elixires para la eterna juventud, medicamentos para cada dolencia, medios para la figura perfecta; la clínica que quita, pone, cambia o vende el órgano deseado, sin profundizar en las causas fisiológicas o sociales de las patologías. Y así con la mayoría de enfermedades: sólo son tratables metiendo antibióticos sintéticos, con quimioterapia o amputación de órganos, únicas opciones aceptadas como científicas, frente a terapias y disciplinas no occidentales. Asimismo, vitaminas, proteínas y minerales esenciales para la salud se pueden adquirir sólo con productos sintéticos de los elementos naturales, porque para los traficantes de la salud lo natural es deficiente, sucio e inocuo.

La medicina comercial no proviene de investigaciones científicas de las transnacionales de la farmacéutica y la tecnología clínica quirúrgica, desarrolladas en laboratorios de las metrópolis; resulta de expropiar saberes, especies, procedimientos multiculturales y pueblos del mundo durante años, que Occidente acumula aislando y sintetizando los componentes activos de las especies utilizadas. Las terapias o medicinas alternativas y tradicionales de la periferia también son objeto de expropiación transnacional, como en lo agroalimentario: aquí lo limpio, orgánico, natural, pasó a ser comercializado, patentado por las trans de la genética, la farmacéutica y la biotecnología.

 
Hablan de salud física, “mente sana en cuerpo sano”. Para la salud mental hay que obedecer los mandamientos de la religión del mercado, ser copia de estereotipos de gimnasio (violentos, ostentosos, superficiales, egoístas, indiferentes ante la tragedia humana), fabricados en la metrópolis por expertos de glamur, estética, moda; siempre enaltecidos. Todos debemos ser deportistas, bonitos y jóvenes para ser saludables.

 
Ninguna de las sociedades anteriores generó tantas enfermedades mentales, frustraciones, sufrimientos, incertidumbres, infelicidad para la humanidad, que el capitalismo, pues el consumismo es en sí una pandemia multisintomática que se interpreta como virtud: el egoísmo es autoestima; pasar sobre los demás, arrollándolos y destruyéndolos en busca de objetivos, pragmatismo; la psicopática avaricia capitalista le dicen éxito emprendedor; la depresión, la soledad (en medio de la multitud anónima), la angustia existencial, el alcoholismo, la drogadicción, producto de la dinámica, la violencia y la injusticia del capitalismo, son simples daños colaterales, como la destrucción de los ecosistemas, el hambre y la miseria.

 

Profesionales y capitalismo

 
Psiquiatras, psicólogos, sociólogos, sexólogos… con visión occidental) buscan explicar el comportamiento criminal y ‘anormal’ del individuo; devolver al redil capitalista al inadaptado, traumatizado, degenerado, demente, violador y abusador sexual, atracador, vendedor callejero de estupefacientes, sicario y secuestrador, rebeldes sociales. Se debate sobre la degradación de esta gente, que curiosamente es pobre. Diagnostican patologías que se tornan, según ellos, en taras genéticas no corregibles, haciendo de padres, hermanos, tíos, abuelos, amigos, vecinos, en potenciales criminales, insanos, y asimismo, a los pobres en culpables de su propia situación de violencia y abandono.
 

Esos profesionales no prescriben terapias ni medicamentos sociales para tratar los males, porque no les interesa profundizar en lo causal, ni en la responsabilidad estatal para prevenirlos y combatirlos. Al Estado y al capital privado no les importa la impunidad de los crímenes de lesa humanidad del gran capital nacional y transnacional, legal e ilegal, verdaderos genocidas (expoliadores, corruptos, pedófilos, misóginos); destructores de pueblos, culturas y vida, promotores y financiadores de las guerras: los genocidios; envenenadores de la humanidad. Lucrativo negocio capitalista es la guerra, y con ella la construcción de cárceles, útiles de control y represión que sólo ataca los efectos (como la medicina occidental) de su criminal modelo económico destructor de lo bello que hay en la naturaleza y la humanidad; cárceles adonde nunca llegan los más grandes criminales, que hacen las leyes que los protegen y condenan al inocente.

Toda deficiencia psicológica o mental del adaptado-alienado a esta sociedad se llena con consumismo, entretenimiento mediático, trabajo extenuante, droga (ahí están el fanatismo religioso, el deporte comercial), pero no todos acceden: los marginados no productores ni consumidores, prescindibles que nada poseen de lo que el capitalismo ofrece y define como bienestar de una sociedad físico-mentalmente enferma.

El espíritu violento, competitivo, del capitalismo obliga al individuo a buscar objetivos extremos, absurdos (el hombre más gordo, el que más come, la mujer más flaca, el más feo, la más bonita, la más baja, el más alto, el que conduce más rápido, el más rico, el más cruel, el más vendedor, quien más compra, el más criminal), casi siempre atentando contra su propia humanidad y la de los demás. Un estado patológico mental depresivo, obsesivo, que contagia a la sociedad, llevando al individuo a la esquizofrenia, el crimen o la total indiferencia de lo que pasa en el mundo y su propia vida, cuando se alcanzan o se pierden las metas, cuando se pierden la dignidad y la esperanza. Para los dueños del capital, todos existimos como competidores-consumidores. Para sobrevivir, el individuo debe destacarse en una actividad que ordene la sacrosanta iglesia del mercado.
 

En Colombia vivimos la deshumanización de la vida, propiciada por la avaricia del sector financiero que privatizó la salud y elevó los costos de los medicamentos como joyas preciosas; que impide que el pobre acceda a la salud, subsidiada, contributiva o prepagada; que lleva a la ignominia llamada paseo de la muerte, en que el paciente pobre recorre la ciudad por clínicas y hospitales, tras atención médica o medicamentos, muriendo con frecuencia en el intento. Tal hecho sintetiza la tragedia del pueblo.

Por la salud nos la jugamos, aunque los dueños de la medicina crean que la tenemos perdida. Para los sectores populares, la salud debe volver a ser pública y gratuita, como deben serlo la educación, derechos que debemos exigir del Estado. La salud debe ser dirigida, administrada, por la comunidad local y regional, con aporte nacional. Luchar por la salud popular es luchar por la vida; la soberanía alimentaria, presente y futuro de los nuestros; por la autonomía de una democracia popular capaz de investigar y producir medicinas gratuitas, acabando con el monopolio trasnacional de las farmacéuticas, respetando, promoviendo, el desarrollo de la medicina popular alternativa, acabando con la guerra y la injusticia social, generadoras del 90 por ciento de las enfermedades.

 
Ni las vacunas ni la propaganda de las farmacéuticas ni los programas mediáticos sobre salud pueden cambiar la condición de salud de la población. La mejor prevención está en una alimentación-nutrición sana y suficiente, adecuada a la edad y la actividad física, que incluye el bienestar emocional, mental y social; mejor dicho: la salud para el pueblo es la comida bien repartida, con educación, en una democracia participativa y decisoria.

Información adicional

Para el capital, el negocio primero
Autor/a: Gonzalo Salazar
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