A los lectores caídos en cumplimiento del deber.
Quino
Supimos que la guerra había comenzado cuando ya nos vimos con la sangre afuera… Hasta entonces y como cada viernes en la noche nos reunimos a hablar un poco en la tienda de doña Alicia.
Esa noche a David le dio por leer unos poemas puerquísimos que había escrito mientras veía dormir a su suegra. Todos estábamos atentos a esa lectura, que nos reunía alrededor de la hoja que él sostenía. Entonces, por nuestras manos pasaban vasos llenos de aguardiente, luego llegaban los cigarrillos, entonces alguien más sacaba de su bolsillo una hoja arrugada con poemas de lo más subido de tono y los leía en voz alta. Por lo general terminábamos leyendo en el parque, porque a doña Alicia no le gustaba que le anduviéramos espantando los clientes con nuestras pendejadas, pero esa noche la propia señora Alicia se quedó ahí parada, viendo como seducíamos al aburrimiento: de seguro le gustaba lo que oía porque, al igual que nosotros, no parpadeaba.
Entonces se oyeron balas estrellándose contra el asfalto. Un frío cadavérico nos subió por los pantalones, Lo primero que hizo Monti fue acabar lo que le quedaba de cerveza. Sonaron botas acercándose y todos nosotros quedamos quietos: el miedo seguía abusando de nuestros pantalones. Doña Alicia corrió hacia la puerta, pero ya era demasiado tarde: la guerra se nos había entrado aquella noche.
Los fusiles desafiaban nuestras miradas, que ya empezaban a temblar por el alcohol. Entonces Felipe salió de debajo de la mesa con las manos arriba, casi con las lágrimas en el piso, y rogó por su vida, como sabe hacerlo un cobarde. Doña Alicia se precipitó a explicar que nadie estaba haciendo nada malo, que no había razón para exagerar las cosas, pero los fusiles seguían ahí, irguiéndose románticamente frente a nuestras caras. David volvió a sacar un papel del bolsillo y empezó a leer el poema más pornográfico que yo le haya escuchado, y al terminar alzó la mirada y arrugó el papelito de tal manera que cupiera por el cañón del fusil. Lo metió con los dedos y luego se sentó a terminar su cerveza… una bala impaciente salió a buscar su cabeza, y todos nosotros cerramos los ojos, pensando que aquella bala se desviaría deliberadamente hacia nosotros. Lo siguiente que oímos fue el cuerpo de David rebotar contra las baldosas, seguido de gritos de pánico de doña Alicia y Felipe. Mientras, Monti sólo acudía a ver todo con un silencio que expresaba más que un grito, a tiempo que yo recogí los restos del papelito y me los eché al bolsillo del pantalón.
Todos mirábamos fijamente y con odio al final del fusil. Queríamos una explicación y queríamos otra cerveza, pero de nuevo volvió a sonar el gatillo y no pude evitar cerrar los ojos. Para cuando los abrí, decidí buscar con la mirada a ver quién faltaba, y esta vez era Felipe, que caía de cara al piso con un orificio que le desangraba la imaginación. Entonces miré de inmediato a doña Alicia y luego a Monti; después de todo, no nos íbamos a dejar matar así como así: teníamos que intentar algo, pero Monti, en su mirada, sólo dejaba al desnudo un trauma que lo consumía ahí parado, y doña Alicia estaba tan horrorizada con la sangre que tenía en su cara, que apenas entendía lo que estaba pasando. Sonó entonces una voz que hablaba desde el fusil, pidiendo que diéramos la vuelta.
Monti volteó rápidamente y gritó a todo pulmón que jamás había estado con una mujer y que no le gustaba García Márquez. Entonces terminó su grito y terminó su vida, dándole punto final con un sonoro rebote de cráneo. Doña Alicia me miró como incitándome a voltearme primero que ella; me sequé la poca de lágrimas que temblaban en mi ojo derecho, saqué de mi bolsillo un billete de los grandes y se lo entregué a doña Alicia, diciéndole que ahí estaba lo que habíamos consumido.
Del extremo de los fusiles se oyeron risas. Al parecer los desconcerté, me di vuelta, saqué mi último poema y no lo leí por respeto a mí mismo. Entonces lo que hice fue comérmelo trocito a trocito y palabra por palabra, alcé la mirada al techo, como buscando en aquel bombillo mi redención, o por lo menos un milagro, y lo siguiente que hice fue morir.
Código: 451
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