
La revista The Economist publicó recientemente un artículo con la teoría de que la inflación no es sólo un concepto económico sino que además se aplica como criterio comercial para exagerar las ventajas de ciertos productos o servicios. Una manipulación así puede suceder en ciertos almacenes de ropa, donde, para motivar más ventas, deciden cambiar las tallas hacia abajo: a un vestido talla 6 lo etiquetan como talla 4, de tal suerte que quien se lo pruebe no puede de la felicidad al pensar que se ha adelgazado. En este caso también juega la marca, en que la diferencia entre el costo de producción y el precio final (en muchos casos. abrumador) es directamente proporcional al posicionamiento de la marca.
Nada más patético de lo que es esta cultura abusiva del consumismo que trae adentro de la bolsa del shopping (centro comercial) un mundo de falsa abundancia que se llena con los zapatos de moda, la cartera, la ropa de marca y las respectivas cremas europeas para atacar las arrugas, todo como producto de la fetichización (idolatría) del deseo y la castración de la felicidad del ser humano.
Y como la plata de los ingresos habituales no alcanza para satisfacer este escenario de deseos provocados por la cultura imperante del capital, tomamos un atajo que nos facilita hacer realidad nuestros sueños, el crédito, oportunidad maravillosa para tomar las ofertas y rebajas que nos ofrece el comercio, que ha descubierto por esta vía un vehículo maravilloso para incrementar ganancias y evitar la contratación de bodegas para guardar los inventarios de las mercancías (basura) que pasan de moda.
Con un cupo amplio y la tarjeta de crédito en la mano, la gente se dedica a utilizarla: otro televisor de plasma, un nuevo reloj, la moto, el celular, la cirugía estética para la niña y tantas cosas inútiles más. Pero llega el día de la cuota mensual, que de manera irremediable habrá que pagar, y así la historia se repetirá por 24, 36, 48, 60 meses o más (hay bancos que otorgan hasta 84 meses). Aquello se convierte en una verdadera esclavitud a pesar de las menores tasas de interés, más amplios plazos y mayores niveles de endeudamiento, características que, si bien de momento significan alivio, muy pronto serán la más dura realidad. Este círculo vicioso es un atentado a las finanzas personales y familiares, pues la entidad financiera, que además le paga la nómina, hará de su salario –con la cuota del pago de su crédito, la cuota de manejo de la tarjeta débito y/o crédito, ectétera– una fuente que alimenta por débito automático sus ingresos institucionales.
Por eso son comunes comentarios como este: “Como tenía buen historial de pagos en las centrales de crédito, me llamaban a ofrecerme tarjetas y yo aceptaba. No me dí cuenta hasta cuando mi sueldo no me alcanzaba. Hoy estoy tratando de refinanciar los pagos, pero me piden hacer un abono que no tengo. Estoy en problemas y me preocupa además el aumento de la tasa de interés que seguramente me incrementará las cuotas”.
Es de anotar que, de acuerdo con cifras de bancarización (mayores de edad vinculados al menos con un producto al sistema financiero), publicadas al corte del mes de marzo de este año por la Asobancaria, el 65 por ciento (19,9 millones de colombianos tienen esta condición), de los cuales sólo 6,4 millones de personas tienen crédito, lo que nos arroja un nivel de bancarización por crédito del 21 por ciento. La cifra es muy precaria en materia de democracia económica, pues el 79 por ciento de los colombianos mayores no tiene acceso al crédito regulado, lo que los convierte en víctimas potenciales de sistemas usureros como el paga diario o gota a gota, que hacen su agosto cobrando escandalosos tasas de interés que en muchos casos superan el 500 por ciento anual.
Desde el punto de vista de los bancos, el incremento de la cartera vencida de consumo no es necesariamente preocupante, por diversas razones: en primer lugar, es normal que la cartera vencida aumente cuando se incrementa el total de la cartera; en segundo lugar, los niveles de la cartera vencida no están todavía en magnitudes preocupantes y el indicador de calidad sigue siendo aceptable (4,8 por ciento en mayo de 2012); en tercer lugar, se cuenta con amplias provisiones para cubrir la cartera vencida (129 por ciento a la misma fecha).
Pero la preocupación, sobre todo desde el punto de vista de la Superintendencia Financiera, es que, en la competencia por colocar más crédito por parte de los bancos, aumente el apetito por riesgo, así como se relajan los estándares de colocación. Derivado de lo anterior, la Superfinanciera ha establecido una provisión adicional que aplicará sobre los incrementos de la cartera de consumo de las entidades que ven incrementar la cartera vencida. Pero no sólo se busca controlar el riesgo; igualmente se mitiga el efecto que tiene la expansión del crédito en el aumento de la inflación.
Todas las medidas para controlar el crecimiento del crédito terminan por incrementar su costo, que los deudores terminarán pagando, en especial al tomar nuevos créditos. Además, un endeudamiento exagerado gente limita la capacidad de gasto futuro de la gente, porque su ingreso neto y su calidad de vida se ven afectados por la carga de las obligaciones de crédito. De acuerdo con su evolución desde 1995, son notablemente altos los compromisos financieros, provenientes del servicio del crédito de consumo (hoy 13,2 por ciento). Pero la carga por todas las modalidades de crédito (15,2 por ciento) luce menos preocupante debido a que lo correspondiente a cartera hipotecaria es muy bajo (2 por ciento).
La situación demuestra cómo la cultura de consumo estimula mucho más el gasto a fin de mantener la demanda, que la decisión de tomar crédito hipotecario para resolver una necesidad básica como la vivienda, en lo cual se reconocen las limitaciones de la mayoría de las familias colombianas por la falta de ingresos y estabilidad laboral para calificar como sujetos de crédito, privándose de beneficios como el que actualmente otorga el gobierno nacional, de hasta 5 puntos anuales en la tasa de interés en los primeros siete años del crédito. Esto, en el caso de los deudores de crédito hipotecario que accedan a vivienda de interés social (VIS).
Según información de la Asobancaria, el aumento de las tasas de interés de colocación ha cumplido el efecto de desestimular la demanda de crédito. Su expansión se moderó durante el segundo semestre de 2011 y los primeros cuatro meses de 2012. En este período, la tasa de variación de la cartera total disminuyó de 26,7 anual a 16,4 por ciento, sobre todo por la desaceleración de la cartera comercial (de 28,6 por ciento anual a 12,4 anual). La cartera de consumo también se moderó pero más lentamente (de 29 a 23 anual) y con un impacto menor sobre la expansión de la cartera total, cuyo crecimiento, en el caso de vivienda y microcrédito, se frenó en el transcurso de 2012 y presenta ahora menores tasas (24,7 y 17,4 anual, respectivamente).
Pero aquí viene otra parte de la historia. El Banco de la República, que en lo corrido de 2012 mantuvo una senda de incrementos en la tasa de interés de intervención para la política monetaria, que llegó hasta el 5,25 por ciento, en julio la disminuyó al 5, atendiendo presiones de los gremios y del propio presidente de la república, que hicieron notable su preocupación por las disminución de la demanda y sus consecuentes efectos en el crecimiento del PIB por debajo de las cifras proyectadas. Con esta disminución, es de esperar que las tasas de interés del mercado, de captación como de colocación, tiendan a la baja, sobre todo la primera, pues el efecto en las tasas de interés de crédito se torna más lento, además de que aumenta la preocupación por los riesgos de la cartera vencida.
A propósito de esta locura que es la fórmula crédito-consumo, en el continente americano y en el mundo, recordemos las recientes palabras de Pepe Mujica, presidente de Uruguay, en la cimbre Rio+20: “Mis compañeros trabajadores lucharon mucho por las 8 horas de trabajo. Y ahora están consiguiendo las 6 horas. Pero el que tiene 6 horas se consigue dos trabajos; por tanto, trabaja más que antes. ¿Por qué? Porque tiene que pagar una cantidad de cuotas: la moto, el auto, y pague cuotas y cuotas, y cuando se quiere acordar, es un viejo reumático –como yo– al que se le fue la vida. Y uno se hace esta pregunta: ¿ese es el destino de la vida humana? Estas cosas que digo son muy elementales: el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad. Tiene que ser a favor de la felicidad humana; del amor arriba de la Tierra, de las relaciones humanas, del cuidado a los hijos, de tener amigos, de tener lo elemental”.
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