Este texto pretende fracturar miradas de corte romántico y esencialista que claman constantemente por una recuperación de supuestos valores deportivos, perdidos con su comercialización y su instrumentalización políticas, y en este sentido develar el origen de la fuerte asociación entre deporte y valores muy difundidos como convivencia, paz, desarrollo, juego limpio y otros más.
Para un acercamiento al deporte y su manipulación mediática como constructor de valores, es obligatorio transgredir, en primera instancia, dos mitos fuertemente arraigados en las conciencias deportivas: 1) los Juegos Olímpicos modernos son la continuación de los juegos helénicos realizados en el Templo de Olimpia durante el período clásico; 2) el deporte es una práctica neutra que, en el caso de las Olimpíadas, ha sido instrumentalizada políticamente, perdiendo su esencia original, clásica, en la cual lo decisivo es la participación en las justas.
Desnudemos el primer mito. Nada hay más fuera de la realidad que tal aseveración. Los deportes modernos son expresión de profundos cambios culturales de largo plazo, que fueron moldeando los pasatiempos rurales y populares de la Edad Media mediante la construcción de normas específicas que se homogeneizaron en forma paulatina. Estos pasatiempos rurales fueron apropiados por las élites europeas, en especial las de Inglaterra, Francia y Alemania, y luego exportados a las demás latitudes bajo la forma de deporte. Por supuesto, este fue un largo y profundo proceso de selección histórica, en el cual unos pasatiempos perduraron bajo la forma deportiva, en tanto que otros se extinguieron o se mantuvieron ocultos bajo ropajes locales: el calcio italiano, el soga-tira escocés.
De los juegos del período clásico sólo quedan algunas prácticas como la lucha y el lanzamiento de jabalina o de disco, así como ciertas carreras, que, más allá de una larga continuidad y permanencia histórica, responden a la marcada admiración del Barón Pierre de Coubertin por la cultura clásica griega y su interés de relacionar los nuevos juegos con los valores asociados a ella, recuperados y reconstruidos por estudiosos alemanes como Heinrich Krause a finales del siglo XIX, que plasmaron los fundamentos del romanticismo y el nacionalismo alemanes, tan claros en los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, en los que se repitieron rituales griegos como el traslado de la antorcha olímpica. Respecto a esta falsa continuidad, el gran sociólogo Norbert Elías, en su ya clásico y relamido libro Ocio y deporte en el proceso de civilización, caracteriza al deporte como práctica específicamente moderna, inglesa, surgida en el seno de las transformaciones relacionadas con profundos cambios en las estructuras políticas y de personalidad de la población.
¿Y la neutralidad?
Respecto a la supuesta neutralidad del deporte, que constituye nuestro segundo mito, el movimiento olímpico se ha constituido en uno de sus principales representantes y difusores con hechos como la sanción a Tommie Smith y John Carlos, atletas estadounidenses que ganaron las medallas de oro y bronce en la prueba de 200 metros planos durante la Olimpíada de 1968, y quienes al recibir sus preseas levantaron sus puños enguantados en negro, como símbolo de la lucha contra la segregación racial en su país, en momentos cruciales de la lucha del Black Power (Poder Negro), lo que les valió la expulsión de la villa olímpica, el retiro de sus medallas y el veto de por vida.
El movimiento olímpico ignora o no quiere reconocer que el deporte, por su origen, tiene un carácter inherentemente político, al igual que los Juegos Olímpicos. Este carácter no está dado por la ya mencionada instrumentalización de los deportes con fines políticos, de los cuales el más representativo es la propaganda política, sino por el complejo proceso que sirve de crisol para la constitución de las prácticas deportivas. Como ya se dijo, los deportes modernos surgen en el seno de la sociedad inglesa, donde las élites se apropian de una serie de pasatiempos rurales y populares, no como una intención deliberada de despojo sino como resultado de un largo proceso de transformaciones socioculturales, lo cual no excluye el carácter de clase que se le imprime a tal proceso. Un claro y clásico ejemplo de esto lo conforma el hurling inglés, juego de pelota rural que fue ‘monopolizado’ por las escuelas de élite y transformado en los modernos football y rugby.
De este modo, la expansión de los deportes se realiza como un proceso que generaliza (y luego universaliza) una práctica particular, al mismo tiempo que lo hace con todas las ideas e imaginarios asociados al sujeto que realiza esa práctica. En un imbricado tejido de tensiones entre los deportes anglosajones, la gimnasia alemana (con aparatos) y los juegos rurales de otros territorios, terminan imponiéndose unas prácticas sobre otras, al mismo tiempo que transmiten los valores de las culturas originarias. Los deportes universalizan los valores de la cultura europea, de la élite inglesa, alemana y francesa, universalización que produce un orden jerárquico de las culturas, en que la europea, por supuesto, se encuentra en la cúspide. Este es el carácter eminentemente político de los deportes.
El deporte colombiano como mito
La forma como se universalizan los deportes y los valores asociados se desarrollan con mayor fuerza en América Latina, donde la idea y el contenido de la civilización europea se arraigan en América Latina mediante la colonización. En Colombia, los deportes se forjan en los clubes sociales de Bogotá y Medellín, principalmente, gracias a la importación de tales prácticas por unas élites, incluida la política, que consideraban la forma de vida europea (francesa e inglesa) como el derrotero que debía seguir la población en el proceso de constituirse en nación moderna. Es obvio que, en este imaginario, la emulación de todo tipo de prácticas del viejo continente se constituía en factor fundamental para construir “lo moderno” en el país.
La relación entre deporte y modernidad condujo a otro tipo de asociaciones más directas y efectivas. Inicialmente, los deportes se vincularon a temas como higiene, salud y educación, todo esto con la idea de que la práctica deportiva podía mejorar las condiciones de salubridad de la población, así como su carácter moral. Pero esta interpretación no es fortuita sino que hace parte de la transferencia colonial de ideas y valores. En Europa, De Coubertin, en medio de su exaltación de la cultura clásica griega, se empeñaba en vincular ideológicamente los deportes anglosajones y la civilización inglesa, así como la gimnasia alemana y sus férreos valores sociales. En síntesis, el Barón asociaba los modelos pedagógicos de Alemania (gimnasia) y los deportes de la Gran Bretaña con su desarrollo nacional, que recordaba la grandeza de los griegos. Fácilmente, la concordancia entre deporte y valores de la civilización europea se traslada incólume a Colombia.
Esta relación y la ampliación de la práctica deportiva en el país fueron catapultando el interés elitista por crear asociaciones y participar en los Juegos Olímpicos. Las primeras justificaciones para ir a estos Juegos se desarrollaban desde la necesidad de posicionar al país entre las naciones más civilizadas del mundo, de modo que asistir implicaba hacer parte del conjunto de países modernos, así las estructuras políticas, económicas y culturales estuvieran atravesadas por profundas prácticas excluyentes y coloniales.
Con el paso del tiempo, el deporte y dentro de él la participación en la cita de cada cuatro años, fueron relacionados con valores que, aunque diferentes, hacían parte de la asociación original entre deporte y civilización. El conjunto completo de estos valores está compuesto, entonces, por las ya señaladas ideas de higiene, salud, modernización, desarrollo, paz y convivencia, y más recientemente el ideal de belleza corporal. Esto explica en parte el interés durante los años 60 de muchos países, incluido Colombia, y desde orillas ideológicas diferentes, por desarrollar el deporte de alto rendimiento con fuertes inversiones de recursos en investigación para el entrenamiento deportivo, pues los triunfos y las medallas representaban el éxito de un modelo de desarrollo específico.
Finalmente, el conjunto de valores asociados al deporte permite igualmente comprender algunos hechos a primera vista contradictorios, como, por ejemplo, que el fútbol en Colombia haya sido históricamente patrocinado por empresas que producen alcohol y tabaco, sustancias que la medicina cataloga como nocivas para la salud, y es precisamente este último elemento lo que muestra en forma más clara la relación, pues si las sustancias son nocivas para la salud, la mejor forma de ‘blanquear’ su culpa es relacionándose con una práctica que está en la cúspide de la moral ciudadana: “El deporte es salud”. Pero si sustituimos “salud” por “paz”, es decir, “el deporte es paz”, también comprenderemos claramente la razón de que Pacific Rubiales se haya interesado en patrocinar a la Selección Colombia, todo dentro de su pretendida y quizá falsamente filantrópica política de responsabilidad social empresarial.
JORGE HUMBERTO RUIZ P, Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana. Miembro de la Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte (ASCIENDE). [email protected]
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