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¿Clases emergentes para economías emergentes?

¿Clases emergentes para economías emergentes?

El estudio del Banco Mundial “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina”, del que los medios de comunicación han hecho algunos adelantos, es apenas uno de los muchos trabajos que tanto las entidades multilaterales como la academia convencional han publicado en la segunda década de este siglo, intentando mostrar, luego del efecto demoledor de la última crisis, que pese a todo los humanos nunca hemos estado mejor que ahora.

 

El fuerte descontento que impulsó, en los países del centro capitalista, movimientos como los Indignados y Ocupantes de Wall Street, y que sintetizó las nuevas condiciones sociales en su lema de 99-1, desnudó la aceleración de la concentración de la riqueza en la cúpula de los mil millonarios, la persistente pérdida de los ingresos de los asalariados y la emergencia de una sociedad polarizada entre quienes lo poseen todo y quienes apenas subsisten. La práctica extinción de la llamada clase media, constituida en lo esencial por técnicos y profesionales del sector formal, ya fueran dependientes o independientes, o por microempresarios con ingresos que superaban la media, es una de las consecuencias del nuevo modelo que lamentan tanto los políticos como los académicos del sector menos conservador del establecimiento, que ven en ese hecho una de las posibles fuentes de inestabilidad futura, pues atribuyen a esas “clases medias” el papel de amortiguador social y de apoyo al statu quo.

 

El presidente de USA, Barak Obama, en el discurso de posesión de su segundo mandato, afirmaba que era obligación de su generación reconstituir una clase media próspera y creciente. Creó por decreto el grupo de trabajo de la clase media (Middle Class Task Force), que integra a varias agencias federales con el objetivo de fortalecer al grupo social que supuestamente es el sostén del sistema de valores de esa nación. De otro lado, sicólogos evolucionistas como Steven Pinker y zoólogos como Matt Ridley (ver su libro el Optimista Racional) intentan mostrar, desde la academia, que el progreso humano es una realidad irreversible y que “todo tiempo presente es mejor”. La razón de esa ofensiva de los “optimistas”, es el intento de contener la reacción que ha provocado la creciente conciencia de las personas del común que han logrado identificar en la acelerada concentración del ingreso, la verdadera causa de las crisis de los últimos veinte años. De lo que se trata, entonces, es de convencer a las personas que pese a estar sin trabajo estable, amenazados de expulsión de sus casas por el no pago de las hipotecas así como verse forzados a entrar en el mundo del rebusque, su situación es mejor que la de los hombres del paleolítico y de la edad media, y que por tanto no se justifica queja alguna.

 

Esto último –que además es discutible como ya lo hiciera evidente Marshall Shalins con su definición de sociedad opulenta, a la que según él se puede llegar por dos caminos “o bien produciendo mucho, o bien deseando poco”–, si se aceptara para la discusión, no desmiente que los últimos diez años han significado un deterioro extendido y generalizado de bastas capas de las clases subordinadas, que “medias” o “bajas” han terminado cediendo parte de su ingreso a los grupos dominantes.

 

¿Fin de la clase media en el corazón del capital?

 

La misma denominación de “media” para ese grupo social nos indica que su definición es relativa y como algunos señalan, residual. Se trata de un grupo “ni-ni”, ni pobres ni ricos, independientemente de lo que con esto último se quiera definir. Pero, más allá de la discusión, lo cierto es que apuntalar la idea que no se es pobre, es un objetivo que los gobiernos se proponen como parte de su legitimación, por lo que el llamado Estado del Bienestar se encargó de asociar la propiedad de ciertos bienes durables (como casa, carro y electrodomésticos), y el consumo de servicios como la educación y los viajes de placer a cierto estatus de “integrado social”, que distinguió con el apelativo de clase media y a quienes inoculó con toda la batería ideológica de la “democracia” y la “libertad”, como las verdaderas causas que se escondían detrás de su condición de incluidos. Escapar del horror de la pobreza pasaba, entonces, por la defensa a ultranza del sistema.

 

Los ingresos que definen las líneas de pobreza son altamente arbitrarios. El límite de la indigencia se considera en 1,25 dólares diarios (aproximadamente $2.375 pesos colombianos), que a una persona en nuestro país no le alcanzaría para transportarse al sitio de trabajo y regresar a la casa (según el Banco Mundial 1.300 millones de personas viven con ese ingreso o menos). El umbral de la pobreza moderada, según esta última institución, es de cuatro dólares diarios (aproximadamente 7.600 pesos colombianos) que en Colombia cubriría los dos viajes que le permitirían desplazarse al trabajo y mal comer cualquier cosa, sin disponer para gastos de vivienda, vestuario y los demás servicios básicos.

 

En Nueva York, ese umbral sube a 21,5 dólares de acuerdo con lo definido por la alcaldía de la ciudad, aunque para el gobierno federal de USA el límite es 15,85 dólares. La organización que engloba los comedores sociales de Nueva York, La Coalición Contra el Hambre (Coalition Against Hunger), estima que el número de personas que han caído bajo el umbral de la pobreza en esa ciudad es de 1,6 millones, es decir una de cada cinco. En Europa las cifras no son más halagüeñas, según la agencia Eurostat, 115 millones de personas, 23,4% del total de la fuerza de trabajo de la Europa de los veintisiete, se encontraba en riesgo de pobreza o en exclusión social. 8% de esas personas tenían severas privaciones materiales y el 10% vivía en hogares cuyos miembros tenían tan sólo empleo ocasional.

 

El promedio de la tasa de ocupación en Grecia alcanzó en febrero de éste año el 27%, mientras que ese índice llegó a 64,2% entre los menores de 25 años. En España, la tasa de desocupaciones hoy del 27,2% (6,2 millones de desempleados) alcanza entre los menores de 25 años el 57%, mientras que 1,9 millones de hogares tienen a todos sus integrantes sin empleo. En la Eurozona, la tasa promedio es del 12% y el número de desempleados llega a 19 millones, sin que se vislumbre algún descenso significativo en el corto plazo.

 

El mileurismo (los que ganan mil euros), un término que aparece en España en el 2005 como una queja sobre la situación laboral de los jóvenes, se ha extendido a los obreros de todas las edades y orígenes y a profesionales marcados con el paro, o a los recién egresados. En Francia, la desocupación entre los babylosers (bebés perdedores), universitarios graduados jóvenes, ha pasado del 6% a comienzos de los setenta del siglo pasado al 30% actual. Y en Grecia, uno de los países europeos más golpeados por la crisis, los mileuristas han sido sustituidos por “la generación de los 700 euros”. Estos hechos parecen darle la razón a autores como Massimo Gaggi y Eduardo Narduzzi, quienes en su libro El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (publicado en español en el 2006) pronosticaban una homogeneización por lo bajo de las clases subordinadas, para las que ya se comenzaban a diseñar los productos lowcost (bajo coste).

 

Parece más que evidente, entonces, que los últimos diez años en las sociedades del centro capitalista han significado un espectacular retroceso, y que independientemente de que se acepte para la discusión que se sale ganando en una comparación con la humanidad de la edad de piedra, a la manera como lo hacen Pinker y Ridley, la década anterior es prueba que “el nivel de vida” en el capitalismo está sujeto a los “caprichos” de la acumulación.

 

Los emergentes ¿la otra cara?

 

Que la deslocalización de buena parte de la producción industrial hacía países de la periferia ha significado un reajuste de la distribución del producto a escala mundial es también un hecho innegable, siendo quizá los grandes ganadores del juego algunos países asiáticos como China y Corea del Sur. Eso ha significado, sin lugar a dudas, la aparición de una nueva población urbana y el acceso de una cantidad significativa de personas al consumo de cierto tipo de bienes de reciente tecnología, en lo que se denominan países emergentes.

 

Sin embargo, ese ingreso ha estado signado por una asimetría social creciente en dichas naciones que ha permitido que una pequeña élite se lleve la parte del león. En China, por ejemplo, en los años setenta la sociedad era prácticamente igualitaria, mientras que en 2012 el coeficiente de Gini se situó en 0,474, según la oficina nacional de estadísticas, aunque para instituciones como el Centro de Investigación y Estadísticas de la Universidad de Finanzas y Económicas de Chengdu, en 2010 ese índice era ya del 0,61 (cero representa la igualdad total mientras que uno la desigualdad absoluta). Para Brasil ese índice es del 54,7, mientras que para Rusia es 40,1 y en la India es 36,8 (de los llamados países desarrollados el Gini más bajo lo ostenta Noruega con 22,5, estimándose el promedio de la desigualdad mundial en 0,63).

 

En 2011, en la República Popular China el número de millonarios se estimó en 562.405, mientras que las personas con activos individuales entre 100 mil y un millón de dólares, se calculaba en poco más de diez millones (0,7% de la población), según la revista Forbes.

 

En América Latina, el Banco Mundial anunciaba con bombos y platillos que la clase media había aumentado de 100 a 150 millones entre el 2000 y el 2010, estableciendo el rango de ingresos para ese grupo entre 10 y 50 dólares diarios, y se inventaba la clase de los vulnerables, como aquellos cuyo ingreso no los ubica en el escalón de la pobreza (menos de 4 dólares diarios), pero tampoco en la clase media, pues su ingreso fluctúa entre 4 y 10 dólares diarios, y además muestra probabilidades superiores al 10% de recaer en la pobreza.

 

El gran salto, como se puede observar en el cuadro, consiste en que el 21% de quienes se encontraban en la miseria se volvieron “vulnerables”, es decir que pasaron a ganar entre 120 y 300 dólares mensuales (muy lejos de los umbrales de pobreza como los de USA que fluctúan entre 476 y 645). Y, de otro lado, el “salto” del 18,2% de quienes eran vulnerables a clase media, que pudieron pasar de ganar 300 dólares a ganar un poco más de eso, o como máximo 1.500 al mes.

 

En otras palabras, según el cuadro, el 60% de las personas del subcontinente vive con menos de 10 dólares diarios (aproximadamente $19.000 pesos colombianos, valor cercano al salario mínimo). Así mismo, el estudio reconoce que el cambio de pobres a vulnerables como de vulnerables a clase media, se debió a que las economías crecieron por efecto de las mejoras en los precios de las materias primas (el 66% de las personas que pasaron de pobres a vulnerables y el 74% de quienes pasaron de vulnerables a clase media lo hicieron debido al crecimiento económico), contribuyendo muy poco la redistribución del ingreso en esas variaciones permaneciendo, por tanto, el grado de desigualdad casi inalterado. Como muestra de esto vale la pena destacar el caso de Chile, que se cita siempre como un ejemplo exitoso, hasta el punto de haber ingresado en el club de los “desarrollados”, y que de acuerdo con las definiciones oficiales de pobreza la redujo de cerca del 40%, a comienzos de la década de los noventa, hasta poco menos de 15% en la actualidad, mientras que el coeficiente Gini tan sólo varió de 0,56 a 0,55 (el de los países de la OCDE es de 0, 32%, el club al que supuestamente Chile hizo su ingreso).

 

En las cifras de los “ascensos” de clase, los subsidios derivados del modelo neo-extractivista juegan un papel importante en nuestra región, y a eso es a lo que se refieren las estadísticas, en la gran mayoría de los casos, cuando hablan de reducción de la pobreza debida al crecimiento. Ahora bien, cabe preguntarse ¿dada la volatilidad de los precios de las materias primas, no es la gran masa de latinoamericanos vulnerable? ¿No debería llamárseles mejor la clase “submarino” (Waterboarding) en homología a la tortura legalizada por USA del ahogamiento simulado de prisioneros a los que se lleva hasta el límite de la muerte para dejarlos luego respirar un poco y sumergirlos nuevamente en la asfixia? ¿El concepto de flexibilidad en las relaciones laborales no está acaso concebido bajo el principio de exclusión-inclusión sistemática y continuada de los trabajadores? El hoy tienes trabajo e ingresos y mañana no, ¿no es acaso una asfixia social continua en la marginación?

 

A medida que se acerca la fecha de plazo para el cumplimiento de las llamadas metas de milenio (2015), los trabajos que “prueban” que nos encontramos en un camino de incesantes mejoras no cesará, y los ecos criollos de los Pinker y Ridley mostrarán su erudición “espantando” el pesimismo. En Colombia, el presidente Juan Manuel Santos, en el mes de abril, declaraba que el país había dejado de ser el campeón de la desigualdad y exhibía como gran logro el descenso del Gini de 0,54 en 2011 a 0,53 en 2012, y minimizaba la aceleración de la desindustrialización, la caída de las exportaciones y el acortamiento de la “bonanza” minera que ya se hace evidente y sobre el que llamaba recientemente la atención la Asociación de Instituciones Financieras (ANIF).

 

Lo que se quiere barrer debajo de la alfombra, es que convertir la población del mundo en “clase media”, según los estándares del capitalismo, es una distopía suicida. Si tomamos como ejemplo el objeto símbolo de esa “clase media”, el automóvil, es fácil entenderlo. Hoy se estima que el parque automotor ronda los mil millones de vehículos en el mundo con la mayor circulación en los EE.UU, que ronda los 300 millones de automotores (poco menos de un auto por persona), por lo que si los llamados BRIC alcanzaran ese nivel de consumo la circulación de vehículos, tan sólo en esos países, sería cercana a los tres mil millones, ¿es posible la sostenibilidad del planeta bajo esos parámetros, incluso si nos limitamos a mirar el gasto de energía y de acero?

 

Ya es claro para los analistas más serios que lo que hace agua es un mundo que mide el deber ser por las cantidades consumidas. La FAO acaba de publicar el estudio “Insectos comestibles: perspectivas de futuro para la seguridad alimentaria y la alimentación del ganado”, en una muestra más que los “recursos tradicionales” comienzan a dar señales de agotamiento. Que el planeta es limitado y no un hueco sin fondo de riquezas infinitas, es un principio que nos debe permear a todos, para empezar a entender que la redistribución del producto y el trabajo, y no el crecimiento por el crecimiento, son las estrategias a seguir si de verdad aspiramos a un futuro verdaderamente amable.

Información adicional

Autor/a: Álvaro Sanabria Duque
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