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En cristiano: ¡sin tierra no hay eucaristía!

En cristiano: ¡sin tierra no hay eucaristía!

Para entender la perspectiva bíblica con respecto a la tierra, vale la pena hacer el ejercicio de traducir el comienzo del libro del Éxodo en clave colombiana, así: “Dijo Dios: Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Colombia y he escuchado el clamor que le arrancan sus opresores internos; conozco muy bien sus sufrimientos. He venido a librar a ese pueblo de la mano de sus verdugos y a conducirlo a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel (…). Así pues, el clamor de ese pueblo ha llegado hasta mí y he visto la opresión con que les oprimen. Mi pueblo será liberado de esa opresión” (Éxodo 8, 7-10). Llamo la atención sobre los términos claves en el texto citado, “Opresores-oprimidos-opresión-liberación”.

 

Esos cuatro conceptos –opresor, oprimido, opresión y liberación–, que se corresponden exactamente con las categorías de análisis de la teoría sociológica actual para referirse a los pueblos empobrecidos y a su proyecto político, son el hilo conductor de la historia del pueblo de Israel. Desde el segundo libro de la Biblia, el Éxodo, narración de una gesta heroica libertaria del pueblo sirio-palestino al final del reinado de Ramsés II en el siglo 13 antes de Cristo, pasando por los profetas de los siglos 8 y 7 antes de Cristo, hasta Jesús de Nazaret y la práctica anti-imperial que de él derivan las primeras comunidades de los tres primeros siglos de nuestra era, hay un indicador constante de libertad cristiana: la vida en paz conectada al tema de la propiedad de la tierra.

 

Repasemos algunos episodios para constatar esa tesis: el primero, la ya mencionada liberación de hace 33 siglos, narrada por el libro del Éxodo, tiene como núcleo de las aspiraciones libertarias del pueblo la re-conquista del derecho a la tierra; una hermenéutica simple del texto deja ver varios momentos: el pueblo, eminentemente pastoril, tiene tierra y ésta es poseída con equidad, es decir, ningún connacional es privado del derecho a ella; en un segundo momento se da un despojo: la tierra les es quitada como política legitimada por la monarquía impuesta en su territorio y por las monarquías vecinas; el pueblo sin tierra pierde todo derecho a la vida y todos los derechos que a éste –primordial– son connaturales; se deshace la unidad popular y el pueblo se deslíe en el exilio. Finalmente, la epopeya: el pueblo empieza a convocarse, y busca liderazgos, y evoca una fuerza trascendente que lo convoque y reunifique; encuentra que el Yahveh-Dios en quien ha creído, siempre ha estado de su parte. Deja el pueblo que esa fe yahvista le hable; Yahveh le dice, justamente, que le va a llevar de la opresión a la liberación y que la señal de ésta será la re-conquista de la tierra.

 

En los profetas del siglo octavo antes de Cristo es reiterado el tema de la tierra y de sus frutos. Amós, por ejemplo, cultivador de higos que predica en el reinado de Jeroboam II –época en la que el reino del Norte se expande y enriquece en medio de grandes lujos que insultan la miseria de los oprimidos y el culto se vacía de contenidos y se hace cómplice de la opresión–, denuncia el ultraje de los campesinos que son “pisoteados” y “suprimidos” y anuncia que “la tierra se va a estremecer”, es decir, que las leyes de su posesión y dominio serán subvertidas1. En lenguaje épico, el profeta dibuja el nuevo ordenamiento del mundo judío: “vienen días en que el arador empalmará con el segador / y el pisador de la uva con el sembrador; / destilarán mosto los montes / y todas las colinas se derretirán. / Entonces haré volver a los deportados de mi pueblo Israel; / reconstruirán las ciudades devastadas, / y habitarán en ellas, / plantarán viñas y beberán su vino, / harán huertas y comerán sus frutos. / Yo los plantaré en el suelo / y no serán arrancados nunca más / del suelo que yo les di, / dice Yahveh, tu Dios”2.

 

Oseas profetiza en tiempo de los últimos reyes de Israel, entre los años 743 a 724 antes de Cristo, tiempos revueltos en los que se dan conquistas asirias, asesinato de 4 reyes en 15 años, corrupción religiosa y moral, desplazamiento de la tierra por fuerzas invasoras extranjeras. Anuncia el profeta que el Israel despojado y humillado volverá a su tierra: “los hijos de Yahveh vendrán azorados de occidente, / azorados vendrán desde Egipto, como un pájaro / como paloma desde el país de Asiria; / y yo los asentaré en sus casas”3.

 

Miqueas, campesino como Amós, profetiza a finales del siglo 8 antes de Cristo, cuando el pueblo retorna del destierro; es por eso que habla en simultáneo de las promesas para el futuro y del juicio a los opresores despiadados: “Ustedes que detestan el bien y aman el mal / que arrancan la piel de encima de los pobres / y la carne de sobre sus huesos, (…) / ustedes sembrarán y no segarán”4. “Voy a reunir a mi pueblo todo entero, recogeré al resto de Israel; los agruparé como ovejas en el aprisco, como rebaño en medio del pastizal, y no tendrán miedo de nadie”5.

 

Aunque en los evangelios canónicos –Mateo, Marcos, Lucas y Juan–, siete u ocho siglos después de los profetas, no aparece ninguna alusión directa de Jesús a la tierra, sí aparecen alusiones explícitas, poéticas y radicales, a la liberación del pueblo y a la ruina del imperio con todas sus políticas, como ésta de Lucas: “El Señor me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena noticia a los pobres y a proclamar la liberación a los oprimidos”6. Jesús actualiza en su praxis la misma vena libertaria de su madre, la campesina María, quien, en un momento clave de su existencia, se apropió del canto libertario de una profetisa de varios siglos atrás7 para decir: “alabo al Dios mi salvador que dispersa a los soberbios de corazón y derriba a los poderosos de sus tronos; que levanta a los humildes, colma de alimento a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos”.

 

La eucaristía de los seguidores de Jesús hasta comienzos del siglo tercero de nuestra era reproducía, exactamente, ese espíritu de 13 siglos de luchas por el derecho a la tierra y por todos los derechos: se reunían en las casas, comían y bebían sin distinciones de procedencia económica o social, recordaban el espíritu de Jesús que los mantenía juntos y pactaban acciones en contra de todas las políticas excluyentes y opresoras del imperio8. Tanto así que uno de los líderes de aquella espiritualidad predicó y escribió “la tierra que sobrepasa tu necesidad de ser ya no te pertenece más”. Esta teoría cristiana y esta praxis podría denominarse hoy deslegitimación cristiana de la concentración de la tierra en pocas manos.

 

Las comunidades cristianas de hoy en Colombia, partícipes insoslayables en las conversaciones nacionales por la paz, al problematizar la posesión de la tierra, sólo tienen un camino de fidelidad a lo que inspira y da razón de ser a su existencia: defender litúrgica, teológica y políticamente, venga de donde viniere, la iniciativa de la creación de “zonas de reserva campesina – ZRC” que aseguren la decisión consensuada de eliminar las causas del conflicto en el país, camino único para construir una paz sustentable, firme y duradera9.

 

* Teólogo, promotor de “Comunión sin fronteras” [email protected]


1 Amós, capítulos 8 y 9.
2 Amós 9, 13 – 15.
3 Oseas 11, 10 – 11.
4 Miqueas 3, 2; 6, 15;
5 Miqueas 2, 12.
6 Lucas 4, 18 – 19
7 La profetisa Ana: 1er. Libro de Samuel 2, 1- 10
8 Ver: COX, Harvey, “El futuro de la fe”, 2009.
9 Ver: “Las tierra de la ira”, Álvaro Sanabria Duque. En: desde abajo, abril 20 – mayo 20 de 2013.

Información adicional

Autor/a: Ancízar Cadavid Restrepo
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