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El inolvidable Octubre 2019: El retorno de la victoria ancestral. La Caja de Pándora

El inolvidable Octubre 2019: El retorno de la victoria ancestral. La Caja de Pándora

Octubre, el mes de la resistencia de los pueblos ancestrales en contra de la colonización y neocolonización, y por la construcción de la otra historia, esta vez coincidió con un estallido social que concitó a las mayorías ecuatorianas, desmnudando la catadura del régimen existente. Las impresiones derivadas del mismo son múltiples y con luces diversas.

 

Lo que no esperaban recorrió el país con fuerza de huracán. Energía, presión contenida tras más de una década de judicialización y criminalización de la lucha social y la disidencia política perpetrada por la estrategia correísta-progresista en contra de la resistencia de los pueblos opuestos a su proyecto de modernización conservadora.

Inconformidad latente con la cual choca el paquete económico neoliberal del gobierno de Moreno, el que sin medir de manera adecuada el ambiente social y político dominante en toda la sociedad ecuatoriana, con el Decreto 833, que incrementa el precio de la gasolina y el Diesel e incrementa las tarifas del transporte público, libera la energía social de la ira popular; respuesta de mayorías a la coacción de un capitalismo salvaje sobre la vida humana y natural.

La respuesta social ante el Decreto de marras, el llamado al paro nacional y al levantamiento indígena por parte de las organizaciones sociales, fue rebasado por lo que Benjamín denomina la violencia divina*. Se refiere así a un estallido popular cuya fuerza es una respuesta violenta a la violencia simbólica y sistémica del capital, una energía social que trasciende las demandas concretas y justas de los pueblos.

La característica principal de la violencia divina es que no es medio para ningún fin, es simplemente expresión de la inconformidad que destruye lo fundado. A pesar de ello, las organizaciones sociales encauzaron el estallido, resolviéndolo en la mesa de diálogo que exigieron a Moreno.

Es esta violencia divina la que el Gobierno y sus aliados, de manera cínica e hipócrita, descalifican como actos vandálicos y de saqueo. A la luz de la historia reciente es oportuno preguntar de dónde proviene el saqueo y el vandalismo: ¿Acaso la sucretización de la deuda privada en 1983, el feriado y salvataje bancario en 1999 y la corrupción correísta entre 2007 y 2017 no es violencia y saqueo a su máxima expresión? ¿Acaso la política extractivista que han implementado las élites gobernantes en toda la historia del país no es expresión de una violencia extrema del capitalismo en contra de la humanidad y la naturaleza? Ante esta historia de violencia estructural, la ira social no solo es comprensible, sino que se justifica. La respuesta enérgica de los pueblos en contra de la violencia del capitalismo y sus agendas políticas cada vez más salvajes, es parte de la historia de resistencia planetaria; es evidente en las protestas de los Chalecos amarillos de Paris 2018, en las protestas de Hong Kong 2019, en las actuales protestas de Haití, Barcelona y Chile, solo para citar algunas protestas de las escenificadas a lo largo de de los últimos dos años.

Es en estas circunstancias que dos hechos fundamentales lograron articular la protesta social para conquistar la victoria: 1) la presencia del pueblo Sarayaku, cuya autoridad simbólica reside en la autonomía de su proyecto de vida, que no busca disputar la administración del Estado, sino luchar por la construcción de una vida distinta en el marco del kawsak sacha –la selva libre–. 2. La marcha de las mujeres convocada por Blanca Chancoso, histórica dirigente indígena, que congregó una inmensa presencia femenina en las calles de Quito en rechazo de la represión estatal. Esta voz femenina no eligió al Estado ni sus símbolos como interlocutor de su demanda, sino que interpeló a la sociedad quiteña a unirse en contra de la violencia patriarcal, desatada por la declaratoria del estado de excepción.

La resistencia y lucha de la razón ancestral

Como resaltó tres décadas atrás, en resistencia que posicionó a los pueblos ancestrales como el actor histórico principal de los procesos de resistencia y transformación social que conoció nuestra región continental, de nuevo el movimiento indígena se constituye en el eje de la lucha en contra del renovado ciclo neoliberal en América del Sur y, por qué no decirlo, del continente.

Es así como en los días que corren, se produce un retorno de la lucha social liderada por los pueblos ancestrales en contra del capitalismo neoliberal, que además supone un salto y continuidad en su lucha contra el progresismo conservador. Frente a la violencia de la razón capitalista surge la resistencia y lucha de la razón ancestral, que se muestra con claridad en los pueblos indígenas pero que mora en toda la humanidad, en su camino de humanización articulada al respeto de la naturaleza. En el caso particular del Ecuador, son los pueblos ancestrales el fundamento cultural de nuestra sociedad, en ellos radica el mayor patrimonio de nuestro país y la fuerza telúrica de la resistencia anticolonial y anticapitalista. Las raíces de la sociedad ecuatoriana se hunden en la historia precolombina, de allí emerge su posibilidad de futuro.

La enseñanza de mujeres y jóvenes

En estas movilizaciones, además del movimiento indígena, protagonista principal de la lucha, y de las organizaciones de trabajadores, resaltó la presencia refrescante de las mujeres organizadas, como de las no organizadas, y de los jóvenes que en estas jornadas se bautizaron en la lucha política. Estos dos actores abrieron nuevas y emergentes formas de organización de la resistencia social, que plantean alternativas a las viejas estructuras de la izquierda, cooptadas por la razón de Estado, y que hoy frenan la resistencia social por su marcado conservadurismo y patriarcalismo. Estas nuevas formas, aún en ciernes, expresan otra manera de enfrentar al sistema, donde no se pospone la construcción de nuevas relaciones sociales a la espera de la instauración de un nuevo sistema. Estas nuevas relaciones están ligadas al cuidado, a las experiencia cotidiana, a los afectos, a la horizontalidad; se tejen en el aquí y ahora de la lucha. Esa es la enseñanza que nos dejan los jóvenes y las mujeres y esa ya es una inmensa victoria.

En contra y más allá de las dos estrategias capitalistas dominantes

El movimiento indígena y el resto de sectores sociales protagonistas de la resistencia y la lucha en contra de las directrices económica neoliberales, lograron establecer una línea autónoma respecto del gobierno neoliberal y los grupos de la derecha nacional y, también, respecto del progresismo conservador correísta. Una línea de autonomía que no solo se disputó y triunfó en el país, sino que logró establecer una diferencia clara en el contexto de la geopolítica regional.

Es fácil observar que en el conflicto político desatado en Ecuador, a lo largo de la primera quincena de octubre, se disputaba un conflicto mayor, que incluso rebasa el ámbito regional, y que tiene como ejes de disputa: por un lado, la línea tradicional del capitalismo neoliberal de la derecha alineada con el FMI y al Estado norteamericano en el eje occidental, al cual se articulan gobiernos latinoamericanos como los de Argentina, Brasil, Colombia, Perú y Chile. En el otro lado se encuentra la línea del progresismo conservador alineado con la agenda del capitalismo ruso-asiático, que administró la mayoría de los Estados de SurAmérica y que hoy se encuentra en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y México.

Esas dos estrategia del capitalismo disputaban sus proyectos en el conflicto social desatado en Ecuador. Las estrategias utilizadas por unos y otros pretendían utilizar y sofocar el levantamiento autónomo de los pueblos para beneficio de sus propias agendas. El correísmo progresista buscaba apoderarse de las demandas de los pueblos para conseguir la destitución de Moreno y hacerse de nuevo con la administración del Estado, y así tapar sus actos de corrupción y saqueo de los recursos de la sociedad que perpetraron en su época de gobierno; y abrir de nuevo las puertas para el retorno del progresismo conservador en el subcontinente. Por su parte el gobierno de Moreno buscaba deslegitimar la protesta social al articularla con el correísmo, imponiendo de esta manera la política fondomonetarista, en complicidad con los grupos económicos más poderosos nacionales y transnacionales, con la derecha política socialcristiana –con quien ha gobernado durante dos años– y la derecha ideológica que intenta manejar la economía del país.

Sin embargo, la fuerza de la movilización social fisuró la disputa entre dos versiones del capitalismo y abrió el espacio de la autonomía de la lucha a los pueblos, que no disputaban el control del Estado, sino que enfrentaban el modelo neoliberal y con éste, el capitalismo. Así, los grandes perdedores en estas jornadas de lucha fueron: el Estado, el Gobierno, los socialcristianos –punta de lanza de la derecha tradicional–, los correístas, punta de lanza de la derecha progresista, y los medios hegemónicos de comunicación.

Tres grandes contradicciones

Los momentos críticos vividos por cualquier sociedad sacan, lo a flote lo mejor y lo peor de la misma. De lo mejor, ya hemos visto algunos aspectos, y de lo peor, fluyeron tres grandes contradicciones las mismas que articulan desde tiempo atrás a la sociedad ecuatoriana: el racismo colonial, la desigualdad clasista y el segregacionismo campo-ciudad.

Son estas contradicciones las que obligan al conjunto ecuatoriano a pensarse honestamente como sociedad y dejar de promulgar una falsa identidad nacional, una ciudadanía moderna, un tramposo interés general que no existe y menos aún en este país con un Estado aún colonial.

Contradicciones latentes. En medio de la resistencia de los más contra los menos, saltaron las minorías blanqueadas del país, tanto de Guayaquil y sobre todo de Quito, a condenar los “actos vandálicos de los indios”. Las élites guayaquileñas en la voz de Nebot abrieron su juego profundamente racista con la detestable frase que “los indios se queden en los páramos porque a su ciudad no entran”. Con ello no solo se deslindaron del mundo indígena, sino de la región de la Sierra y la Amazonía e incluso, del profundo pueblo costeño de origen ancestral, montubio y negro. La “blanquitud” quiteña, aliada de las cámaras empresariales y de los grandes medios de comunicación hegemónicos, salió a la defensa de la “franciscana ciudad de Quito”, de su patrimonio histórico y de su “hermoso” urbanismo, en contra de los “indios salvajes” que viene a “su” ciudad sin invitación. Se horrorizan, lloran, patalean por los daños perpetrados en “su” ciudad, pero nunca lanzaron una sola lágrima ni queja cuando sus empresarios y sus gobiernos acaban con la biodiversidad de los páramos, de las fuentes de agua, de la Amazonía destruyendo con ello los territorios de los pueblos ancestrales, dejándoles con tierras, agua y aire envenenados.

Son las mismas minorías blanqueadas que nunca protestan ni sufren cuando las corporaciones de constructores levantan edificios sin importarles dejar sin espacios verdes a la ciudad, sin cuestionarse por el aumento de vehículos que colapsan el tránsito y el aire. Nunca se quejan de que las comunidades aledañas a Quito sean despojadas de sus territorios por las constructoras, en complicidad con el gobierno municipal. No lloraron cuando destruyeron el patrimonio arqueológico para hacer el túnel del metro de Quito. No, no les duele su ciudad, les molesta que los dueños ancestrales de estas tierras vengan a “ensuciar” su proceso de blanqueamiento; les molesta que les recuerden que no están en Europa ni Estados Unidos, que no son ciudadanos del primer mundo al que su necio arribismo les hace desear.

Las victorias

Tras dos años de un gobierno de espaldas a las necesidades y deseos de diversidad de sectores sociales, y con la resaca de un correísmo negado a la protección de los territorios ancestrales y a la participación libre y deliberativa del descontento social, en solo 13 días de intensa lucha decidida, colectiva y solidaria, se logró revertir la realidad, dejando desnudo al poder formal.

Es así como de la primer quincena de este inolvidable octubre, emana una victoria simbólica y política para el movimiento indígena y las organizaciones sociales que lo acompañaron. La victoria política se manifiesta en la recomposición de la resistencia indígena y popular con autonomía del gobierno neoliberal y del progresismo conservador; en la convicción de que es posible resistir y frenar al neoliberalismo; en la presencia de nuevos y refrescantes actores sociales.

La victoria simbólica se expresa en el establecimiento de un diálogo de cara a la sociedad nacional y mundial pocas veces visto y que deja una enseñanza de transparencia política al mundo; en la presencia sin intermediación de los pueblos indígenas en la mesa de diálogo, afirmados en su diferencia y en su capacidad de pensar no solo sus nacionalidades, sino de pensar a la sociedad ecuatoriana en la mayoría de su composición social y cultural; en la participación indispensable de las mujeres en todo el proceso de la lucha que nos dice que sin nosotras no hay posibilidad de transformación; en la participación de los barrios de los sectores populares y de algunos sectores medios de Quito, y en el apoyo y acogimiento por parte de varios sectores de la ciudad, entre ellos las universidades, de los pueblos indígenas que arribaron a la misma y, por último, en la gran minga llevada a cabo para arreglar y limpiar la ciudad, escenario de la protesta, donde convergieron los pueblos indígenas y los habitantes de Quito, en una actitud de responsabilidad y cuidado pocas veces vista.

Tres luchas antisistémicas

Lo que tuvimos por todo el país fue una inmensa movilización, un alzamiento por la vida, un proceso de resistencia en el que convergieron las tres luchas antisitémicas: la antipatriarcal, la anticolonial y la anticapitalista. Si bien la última fue la que articuló esta vez la lucha en contra del modelo económico fondomonetarista, las otras dos fueron claves para consolidar la derogatoria del Decreto 883, punta de lanza de las políticas de ajuste.

La dirección del movimiento indígena como actor principal de esta intensa jornada en contra del paquete económico gubernamental cualificó la lucha anticapitalista con la fuerza de la resistencia anticolonial de los pueblos ancestrales. Este hecho amplia la lucha anticapitalista más allá de la discusión sobre el modelo económico y la hace bordear con la discusión del modelo civilizatorio, lo cual es muy importante para cuestionar las coordenadas impuestas por el paradigma del progreso, el crecimiento económico y el desarrollo como verdades del capitalismo, así como de la Modernidad; lo que pone de manifiesto no solo el modelo económico neoliberal, sino el modelo productivo y energético extractivista que está destruyendo a los pueblos, sus territorios y la naturaleza que los acoge.

Por su parte, la presencia de las mujeres y de lo femenino en general en las labores del cuidado, del abrigo, del sostén emocional, de la sanación; no detrás de…, sino en el centro de la lucha, fue fundamental para entender que el capitalismo se lo ejerce desde el mando patriarcal en contra de la vida social y natural. Se entiende con esta experiencia que la lucha anticapitalista es posible solo si es también antipatriarcal y anticolonial, que no hay privilegio ni primacía de una lucha sobre las otras, que su centralidad como lucha articuladora depende del contexto de la resistencia.

Construir el hecho histórico

La lucha como acontecimiento fue una victoria de los pueblos, ahora empieza la lucha por la victoria en la construcción del hecho histórico. De parte del establecimiento harán todo lo posible por despojar de la palabra que dote de sentido el acontecimiento como victoria de la humanidad sobre el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Desplegarán, de parte de la derecha ideológica neoliberal, una estrategia discursiva racista, clasista y machista para imponer su relato ideológico neoliberal que acusa al mundo indígena de violentos y salvajes; a la par que, de parte de la derecha ideológica progresista acusan al mundo indígena de incapaces, ingenuos y manipulables.

El triunfo fue sobre el terreno, ahora, en lo mediático, comunicativo, educativo, en el relato cotidiano, tratarán de revertir su derrota. Esta victoria, que es de todas y todos, no puede perderse en ese interregno, en el cual también el conjunto nacional debe estar presente, para cerrarle el paso a ese poder destructor que niega lo diferente, la memoria y los sueños colectivos. En este, como en otros escenarios, los pueblos tejen sus propios caminos, que tejen su memoria y su autonomía.

 

* Benjamín, Walter, Tesis de la filosofía de la historia, www.anticapitalistas.org/IMG/Benjamin–TesisDefilosoFiaDeLaHistoria.pdf

Información adicional

Autor/a: Natalia Sierra Freire
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