
El pasado 30 de mayo se anunció del primer vuelo privado al espacio a bordo d ela nave Crew Dragon gracias a la empresa SpaceX de Elon Musk, uno de los principales multimillonarios de E. U. No sin acierto, la noticia fue presentada ante el mundo en los siguientes términos: este logro cambia la historia de los viajes espaciales. Es cierto. Estudiemos el tema.
Mientras los Estados Unidos disfrutaban lo conocido como sus “años dorados”, en plena Guerra Fría –una época caracterizada por el principal crecimiento económico del país y multiplicación y fortalecimiento de una enorme clase media; la producción y consumo de electrodomésticos; la época de las grandes bandas y los salones de baile; la consolidación del Plan Marshall hacia Europa y de la Doctrina Monroe hacia las Américas; en fin, cuando claramente E.U. hubo desplazado a Francia e Inglaterra como la gran potencia imperialista–, suceden acontecimientos sorpresivos.
Ya en 1952 la entonces URSS anuncia el desarrollo de la bomba de hidrógeno, sorprendiendo a medio mundo. Mientras los ciudadanos norteamericanos se hundían en el consumo y proliferaban los grandes centros comerciales en todo el país, Laika circunnavega el planeta en una nave espacial en noviembre 1957. Esta sola noticia hace que, como una decisión de tipo nacional y estratégico, el Estado norteamericano decide crear en octubre de 1958 la Agencia Espacial norteamericana: la Nasa. Se trataba al mismo tiempo de un motivo de orgullo y de interés estratégico en toda la línea de la palabra para el prestigio y la seguridad de los E.U.
Posteriormente, en abril de 1961 Yuri Gagarin se convierte en el primer ser humano en viajar al espacio exterior. Manifiestamente, la URSS tomaba la delantera en numerosos aspectos de carácter internacional y a largo plazo. Unos meses después, en junio de 1963, Valentina Tershkova se convierte en la primera mujer en viajar al espacio. Tres logros impresionantes de la Unión Soviética en algo menos de un lustro.
Es sabido que los avances ingenieriles corresponden a importantes desarrollos científicos, y que éstos no son ajenos, en absoluto, a poderosos planes e intereses de carácter político.
Como consecuencia de Laika, Yuri Gagarin y Valentina Tereshkova, el presidente John F. Kennedy anuncia una meta que desplazaría a la URSS a lugares secundarios: en diez años los estadounidenses viajarán la luna. El sólo anuncio desplegó lo que se llamó la carrera espacial, la que aún continúa, pero a la que años después se sumaron otros países, por ejemplo China, India, y en tiempo reciente Emiratos Árabes Unidos. Israel siempre ha estado en la tras-sala de los logros de los E.U. Un pequeño grupo de países cuyo mensaje, adicionalmente, es el de poderío económico y estratégico. Todas empresas de caracteres nacional –interés-país, como se dice hoy en día–. Todos, excepto los E.U., a partir de mayo del 2020.
Producto de la decisión tomada por Kennedy, la Nasa se convirtió en la principal agencia científica y tecnológica alrededor de la cual pivotan una serie de organismos fundamentales. (ver recuadro, Breve mirada a la Nasa)
Dos tipos de ciencia
Como política estratégica, en este caso de ciencia y poder, el desarrollo de la Nasa en todos sus contornos y con todas sus implicaciones, se transformó en un asunto de interés nacional (ver recuadro). Exactamente en este contexto una idea novedosa se formula por primera vez en 1963 y se desarrolla y prolonga hasta el día de hoy. Se trata de la distinción entre dos clases de ciencia: la pequeña y la grande, una comprensión original del físico británico D. J. De Solla Price, quien trabajó en la Universidad de Yale.
De acuerdo con de Solla Price, la pequeña ciencia es aquella que interesa tan sólo a un investigador, y en el mejor de los casos a una comunidad académica científica. Los economistas se reúnen en congresos de economía, publican en revistas de economía, tienen sus asociaciones e instituciones de economía y hablan de economía, por ejemplo. Lo mismo cabe decir de los físicos, los historiadores y demás.
Por el contrario, la gran ciencia es aquella que compete a distintas comunidades académicas y científicas, en la que participan además militares, políticos y la sociedad civil, y cuyos planes y logros competen tanto al sector privado como al sector público por igual. El Proyecto Manhattan fue la primera expresión histórica de ete tipo de ciencia. En su mejor momento –entre 1940 y 1944- trabajaban en él alrededor de 5.000 investigadores, todos con Ph. D. Iniciativas semejantes de la gran ciencia son, entre otros, la conquista del espacio exterior, el proyecto Brain, dedicado al estudio del cerebro, el proyecto genoma humano, el gran colisionador de hadrones –el Cern–, los aceleradores de partículas, la exploración del fondo submarino.
La gran ciencia es aquella que compromete el hecho de que los científicos son agentes de interés nacional, como es el caso en países como los E.U., Rusia, China, Israel, o Irán, entre otros. En el mismo sentido, las universidades, determinados programas y los más importantes centros e institutos de investigación son considerados de interés estratégico nacional, según el caso, y reciben tanto el apoyo necesario como las medidas de seguridad propias que son pertinentes.
La fenomenología de la gran ciencia es un tema apasionante desde el punto de vista sociológico, cultural, político e histórico. Sin ambages, la propia historia y filosofía de la ciencia se ve transformada por estas estructuras y dinámicas. Es justamente alrededor de estas estructuras que emerge la cienciometría y sus capítulos. Es decir, la medición y escalafones de universidades, centros de información y profesores. La cienciometría se articula como infometría, bibliometría y epistemetría, principamente. No es suficiente con hacer las cosas: hay que decir cómo se estructuran, cómo se gestionan, y cómo se hacen. Este es el mundo académico y científico de hoy, cuyo telón de fondo son políticas económicas, prestigios nacionales, liderazgos geopolíticos, indicadores macroeconómico en toda la extensión de la palabra.
La Nasa ocupa, si cabe, el centro de estas consideraciones.
¿Qué es SpaceX?
La Corporación de Tecnologías de Exploración Espacial, conocida comercialmente como SpaceX, fue fundada por Elon Musk en 2002 y al día de hoy cuenta con más de 7.000 empleos directos, cuya meta no admite dudas: que los estadounidenses regresen al espacio exterior –dicho tácitamente, después de una serie de descalabros lamentables, como fueron las últimas misiones Apolo, y el hecho de que la Unión Soviética ayer, o Rusia hoy tomara la ventaja con la construcción y el sostenimiento de la Estación Espacial Internacional.
Un dato resulta capital: en los últimos años todos los viajes de norteamericanos se llevaron a cabo, sistemáticamente, desde la base rusa en el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán. Por cada asiento que ocupaba E.U. en una misión Soyus debía pagarle cerca de 85 millones de dólares a los rusos. Entre 2006 y 2018 la Nasa canceló por este concepto cerca de 3.500 millones. Una suma considerable. Con SpaceX la Nasa reduce el costo por asiento a 52 millones de dólares.
En la carrera por impulsar los vuelos aeroespaciales comerciales SpaceX le ganó la apuesta a la empresa Boeing. Adicionalmente, SpaceX rediseñó por completo los trajes espaciales haciéndolos al mismo tiempo más flexibles y resistentes. Todo un triunfo de la iniciativa y del capital privado.
¿Qué significan los vuelos comerciales?
La comercialización de los vuelos espaciales marcará una inflexión en la historia de la exploración espacial. Desde ya se anuncian vuelos abiertos –a quienes puedan pagarlos– para dar vueltas alrededor de la Tierra y contemplar el espacio exterior, tanto como para futuros viajes a la luna y a Marte. Siguiendo la mentalidad capitalista, el retorno de la inversión es muy alto, sin la menor duda.
Ahora bien, lo anterior es la apariencia. Pues la verdad es que la necesidad de que la Nasa hiciera acuerdos con Musk y su empresa evidencia una profunda crisis, la que irá en creciente en la medida que otras empresas privadas surjan o se constituyan para emular y competir con SpaceX.
Pero no es una mutuación cualquiera. Asistimos a la crisis del Estado nacional en el ápice de su constitución, los Estados Unidos. La incapacidad de la Nasa para desarrollar proyectos propios es la crisis de un proyecto-país. Los demás países en la carrera espacial, particularmente Japón, Rusia, China y la India ya han tomado nota. La crisis de la Nasa es un triunfo para ellos. Muy específicamente para China y para Rusia, donde el tema sigue siendo un problema distintivamente de Estado. La seguridad estratégica de los E.U ha comenzado también a mostrar goteras en este plano.
La crisis del sector público presenta oportunidades para el capital y los intereses privados. Ya numerosos sectores nacionales han sido privatizados en los E.U.: entre ellos los sistemas de seguridad en las cárceles, una buena parte del control de seguridad en las aduanas, la profunda y sistemática crisis en el sistema de salud –healthcare–, en fin, igualmente muchos sectores de seguridad y defensa incluso en planes de acción por fuera de los E.U. La crisis del Estado resume un cambio de la sociedad entera. La privatización de la vida pública sólo encuentra parangones en la historia con el medioevo, antes del surgimiento de la modernidad y mucho antes de la aparición del Estado nacional, en el siglo XIX. Los individuos ven abandonado su destino al mejor postor –un eminente rasgo feudal–, y la política subsiguiente es el “cada quien que se salve como pueda”. Fue justamente contra esta idea que surgió el liberalismo, con Hobbes y Locke. La idea del Leviathan fue la de superar exactamente el hecho de que el ser humano se comporte como un lobo (homo hominis lupus).
Sin ambages, la precariedad que domina en la Nasa es un peldaño adicional para la crisis profunda de toda la modernidad y lo que ella representó. Ni más ni menos.
Pues bien, la crisis de la modernidad –algo suficientemente diagnosticado por historiadores, sociólogos, economistas, politólogos y filósofos, principalmente–, no es otra cosa que la crisis del producto mejor elaborado por la civilización occidental. Visto en perspectiva de largo plazo, la crisis de la Nasa y el triunfo de Musk con su empresa es la confirmación del fracaso del modelo civilizatorio de Occidente. Reiteramos: Rusia y China toman atenta nota del fenómeno y lo leen en escalas de tiempo de amplio alcance, hacia atrás y hacia adelante.
Dicho en otras palabras, asistimos al descalabro de esa consigna que sirvió a unos y a otros: America First. Lo que observamos es que es el capital privado lo que emerge como prioridad. Presumiblemente, los fracasos y limitaciones de la Nasa continuarán en el futuro próximo. Es sabido de la profunda crisis económica de los E.U. Cuando uno de los sectores más estratégicos en toda su historia ve abandonada su autonomía, otros sectores le seguirán. La cara más visible de esta circunstancia es la crisis del Covid-19, que los desnuda en sus precariedades.
Retomando la crisis del covid-19 en E.U.
La del covid-19 significó, exactamente, la crisis del sistema de salud como política pública en los E.U. La seguridad social es un total fracaso. El sistema de salud es un bien privado, que desdice todas las consignas, principios y banderas de la Modernidad, incluida la Ilustración y el Romanticismo. Son numerosas las noticias de personas que han sido curadas del cocid-19 o se han recuperado pero que entonces le quedan debiendo a las clínicas y hospitales, literalmente, millones de dólares. Salvar la vida para endeudarse y perderlo todo es un asunto de muy poca dignidad.
Pues bien, la privatización de la seguridad social consiste en el colapso del Estado y, consiguientemente, en el fracaso total del liberalismo gringo: democracia, libertad y el “In God we Trust” (confiamos en Dios) que circula en los billetes. Todos los cimientos de la educación y con ella, de la ciencia y la tecnología se desmoronan a ojos vista. Es exactamente en este panorama, y de forma sistémica, como cabe leer la crisis de la Nasa.
Así, su crisis no es distinta a la del sistema de seguridad social (healthcare).
Veamos un efecto de todo el problema. Con la crisis del covid-19 o sin ella, Trump ha decidido frenar la expedición de visas H1 y J1 hasta el 2021. Esto significa que estudiantes de doctorado, investigadores, académicos y científicos que pensaban trabajar o investigar en los E.U. no podrán ingresar a ese país. Todos los estamentos científicos ya se han dolido de esa decisión. La verdad es que mientras muchos latinoamericanos cruzan por la frontera con México para trabajar en oficios llamados “inferiores”, hay, asimismo, muchos académicos y científicos, altamente cualificados, que cruzan las aduanas legales para fortalecer el sistema de educación, ciencia, tecnología e innovación de los E.U. Lo que sucede en un plano no es distinto a lo que ocurre en el otro: Estados Unidos depende de mano de obra barata y altamente calificada para su sostenimiento. Todo el panorama muestra claras estructuras fractales. La crisis es sistémica y sistemática. Elon Musk es sólo una anécdota en un panorama más complejo y crítico.
Sin embargo, la verdad es que el problema no es de la administración Trump. Una cosa es la Casa Blanca y otra muy distinta el Departamento de Estado. La Nasa le rinde informes a la Casa Blanca, pero depende del Departamento de Estado. Todo el hilo de la madeja se entiende entonces perfectamente.
Asistimos, a ojos vista a la más profunda crisis de lo mejor de los valores del capitalismo, del liberalismo, del neoliberalismo, del sistema de libre mercado, de la democracia y la libertad, en fin, ulteriormente, de la civilización occidental. La situación de la Nasa es sólo una pieza en un rompecabezas más grande e importante. Verosímilmente, en el futuro inmediato y a mediano plazo observaremos otros fenómenos similares, o peores. Y sí, digámoslo: en la historia existen retrocesos, no solamente estancamientos y crisis. Lo que observamos en un manifiesto retroceso. Un motivo de reflexión considerable.
Referencias
De Solla Price, D. J., (1986). Little Science, Big Science and Beyond. Columbia University Press
https://www.nasa.gov/
https://en.wikipedia.org/wiki/DHS_Science_and_Technology_Directorate
https://www.spacex.com/
Breve mirada a la Nasa
La administración nacional aeronáutica y espacial es una compleja organización de carácter nacional con un organigrama que compromete a otras agencias y directorados, centros de investigación, laboratorios, universidades y centros corporativos encargado de la mejor ciencia y tecnología con fines espaciales, distribuidos en todo el país. No hay prácticamente ningún campo del conocimiento de carácter estratégico que no esté incluido o atravesado transversalmente por la estructura de la Nasa. Ya desde los colegios mismos –las famosas ferias de ciencias–, las universidades y la investigación de punta, los mejores cerebros son buscados desde sus comienzos para captarlos y reclutarlos, con numerosas ventajas de diverso tipo, para trabajar a favor de la Nasa.
La lista de misiones espaciales es amplia, y ningún otro país puede contar los logros alcanzados; los que son conocidos por el gran público y otros de carácter más secreto. Actualmente, entre sus misiones se encuentran el Observatorio Hubble, la Misión Rover de Marte, la observación del sistema solar, y diversas misiones que ya están explorando el espacio exterior del sistema solar. La lista de misiones y campos de investigación sería larga y algo técnica. Vale aquí dirigir la mirada en otra dirección.
En su operación, trabaja en forma de redes de cooperación de amplia escala, redes nacionales e internacionales. Un área propia o cruzada con la Nasa es, en la estructura administrativa, económica y política de los Estados Unidos, el Directorado de Ciencia y Tecnología, el cual forma parte del Departamento de Estado de Seguridad de los E.U. Todos los programas universitarios, todos los laboratorios y centros de investigación, desarrollo e innovación forman parte de este Directorado. Dicho sin más, la educación –pública y privada– es de interés estratégico nacional. El presupuesto anual del Directorado de cerca de un billón de dólares.
El entrelazamiento entre la física, la química, las matemáticas, la biología y la computación, con todas sus gamas, aristas y subcapítulos, constituye, si cabe, la columna vertebral de la Nasa. Los reportes internos –abiertos y clasificados– son una costumbre periódica al interior de la agencia y ante el gobierno nacional y el Departamento de Estado. En una palabra, se trata de una de las expresiones más acabadas de la planeación, la estrategia, las políticas públicas, el liderazgo y los planes y programas –todo en función de la seguridad y el liderazgo mundial del país.
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