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El fenómeno de El Niño: un simulacro general para el cambio climático

El fenómeno de El Niño: un simulacro general para el cambio climático

Qué (quiénes) son ENOS y El Niño:

 

Como es bien sabido, El Niño constituye la llamada “fase seca” de ENSO: El Niño Oscilación Sur, que es una dinámica climática de carácter global, que en la práctica comprende dos fases: una cálida, El Niño y una fría: La Niña.

 

Su aparición a través de alguna de sus fases, se produce de manera “cuasi-periódica”, es decir, que no ocurre con intervalos regulares, aunque “algunos investigadores, aproximando cifras recogidas durante los últimos 50 años, afirman que el periodo de retorno del fenómeno ENOS de cualquier intensidad suele oscilar entre 3 y 5 años, mientras que el periodo de retorno de ENOS intensos anda por los 15 a 20 años”.1

 

ENOS forma parte de la llamada “variabilidad climática”, es decir, de esa característica de la esencia del tiempo meteorológico (el que tiene lugar en la troposfera, “la capa de los cambios”), que consiste en estar cambiando de manera permanente. El clima también comparte esa característica (por eso se llama “variabilidad climática”) pero sus cambios suceden en periodos mucho más largos que los del tiempo atmosférico; para poder “definir” el clima de una región es necesario que haya en ella unas condiciones más o menos estables durante un periodo no menor a 30 años.

 

Convencionalmente se adoptó el término “cambio climático” para referirse al conjunto de efectos que genera el impacto de la actividad humana (emisión de gases de efecto invernadero, deforestación, etcétera) sobre los sistemas interconectados de cuya interacción surgen el clima y el tiempo: atmósfera, hidrósfera, criósfera (hielo, nieve…). En general: la biósfera.

 

Uno de los posibles impactos del cambio climático sobre la variabilidad climática puede ser que El Niño y La Niña hagan presencia cada vez con más frecuencia o con características más extremas, que generen un mayor impacto. En este momento, sin embargo, nadie podría afirmar con absoluta certeza que La Niña 2010-2011 que produjo tantos estragos en Colombia, o que El Niño que tiene una muy alta probabilidad de afectar al país a partir del segundo semestre de este año, sean expresiones “normales” de la variabilidad climática, o si ya reflejan la influencia del cambio climático.

 

El anunciado El Niño está en formación desde hace varios meses y su principal síntoma es el incremento de las aguas superficiales del Pacífico ecuatorial frente a las costas, principalmente de Ecuador y Perú. Afirman las instituciones nacionales e internacionales que estudian el tema, que también existe probabilidad de que sea uno de los más fuertes que, hasta ahora, hayan afectado al país.

 

El Niño y sus expresiones regionales

 

El Niño no se manifiesta de la misma manera en las distintas regiones de América del Sur, e incluso tampoco en todas las regiones de Colombia. En Ecuador y Perú ha generado en el pasado un incremento exagerado de las lluvias, con los consecuentes desbordamientos de ríos, inundaciones, destrucción de puentes, etcétera. Pero además, pérdidas económicas y traumatismo social, especialmente en las comunidades de pescadores, pues la elevación de la temperatura de las aguas del mar se traduce en una notable reducción de las poblaciones de peces y otros “frutos del mar”. Ese aumento de las lluvias también incrementa la productividad de algunas zonas normalmente muy secas del norte del Perú, lo cual constituye una ventaja, que lamentablemente no compensa las enormes pérdidas que genera en otros lugares. Recordemos que quienes primero denominaron “El Niño” a este fenómeno, fueron los pescadores peruanos, que sabían que solía presentarse en la época de Navidad (como “el veranito del Niño” en Popayán).

 

En otras temporadas, en el sur de Colombia y especialmente en la Costa Pacífica, también hay memoria de los efectos de El Niño, con su aumento del oleaje, elevación del nivel del mar, deterioro de corales, aumento de lluvias, desbordamiento de ríos e incremento de la temperatura ambiental. O sea, más calor y más humedad.

 

En las regiones Andina y Caribe, en la Orinoquia y en algunas partes del Amazonas, El Niño dejó su huella con reducción de la pluviosidad, sequía, incremento de la temperatura diurna y descenso de las temperaturas nocturnas y al amanecer (lo cual queda traducido en heladas que afectan de manera grave a los agricultores andinos), deterioro de los suelos por disminución de la humedad, incendios forestales, baja producción o pérdida de cosechas, encarecimiento de alimentos y todos los demás efectos derivados de la falta de agua. Lo poco que queda de los casquetes de nuestros nevados por supuesto que también será lesionado. En todas las regiones se generan, además, cambios en los patrones de morbilidad, pues al cambiar las condiciones del ambiente cambian también muchas de las afecciones –físicas y sicológicas- que suelen presentarse.

 

¿Cómo nos preparamos y cómo nos adaptamos?

 

Tras el “apagón” que duró varios meses y que afectó de manera tan grave a Colombia en 1992-1993 (que también tuvo efectos positivos como la recuperación de espacios y momentos para la reunión familiar, el descubrimiento para mucha gente de que también brillaban las estrellas en el cielo de las grandes ciudades, yel programa “La Luciérnaga”), el sector energético se fortaleció a través de distintas estrategias para reducir su vulnerabilidad frente a los extremos climáticos, entre otras la diversificación de sus fuentes. Este es un muy buen ejemplo no solamente de medidas de gestión del riesgo frente a un fenómeno como El Niño, sino de adaptación al cambio climático. O sea que hoy resulta menos probable que un fenómeno de estos quede traducido en un fuerte racionamiento de electricidad (aunque no descarto la necesidad de medidas para economizar).

 

En varias entrevistas recientes el Director del Ideam y otros funcionarios comentaron los planes de contingencia que distintos sectores del Estado están adoptando (en particular en el energético, el de acueductos, el sector salud y en general en todas las instituciones que conforman el Sistema Nacional Ambiental y el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo), para enfrentar los efectos del fenómeno de El Niño.2

 

De acuerdo con los escenarios de cambio climático elaborados en el país, lo más probable es que en el futuro, en las mismas regiones en las cuales El Niño se manifiesta a través de una reducción de las lluvias y por ende de la disponibilidad de agua para los ecosistemas y las comunidades, ese sea el efecto permanente del cambio climático.

 

O sea que este El Niño que viene va a constituir una especie de “simulacro general” para evaluar no solamente qué tan bien preparado está el país para enfrentar unas emergencias puntuales, sino qué tan adaptados estamos para convivir sin traumatismos con esa nueva realidad que les impone a nuestros territorios el cambio climático.

 

Obras de infraestructura como reservorios de agua de distintos tamaños, canales, diques y otras son necesarias y útiles para la adaptación, siempre y cuando se lleven a cabo como parte de estrategias integrales de gestión del territorio. Entre otras razones, porque deben reducir la vulnerabilidad frente a todos los extremos, tanto aquellos producidos por exceso de agua como por carencia de ella. De lo contrario va a ocurrir lo que ya estamos viendo en varias partes del país, donde poblaciones que en La Niña estuvieron cubiertas de agua, luego de lo cual fueron realizadas en ellas grandes inversiones, hoy, aún antes de El Niño, sufren por los efectos de la sequía.

Un “ordenamiento del territorio alrededor del agua”, como el que plantea el POT de Bogotá (lamentablemente hoy suspendido), será necesario en todo el país para que podamos convivir con extremos climáticos. Ese plan no respondió a un embeleco del Alcalde Petro sino a un estudio cuidadoso y sistemático de la manera como deben transformarse las relaciones entre las dinámicas humanas y las de los ecosistemas de los cuales dependemos y con los cuales compartimos (o más bien: somos) el territorio.

 

Valores para la convivencia entre nosotros y con los ecosistemas

 

Algo a lo cual debemos colocarle mucho más énfasis, es a la necesidad de generar ambientes de convivencia en los cuales sea posible recuperar y fortalecer valores como la identidad, el sentido de pertenencia, la solidaridad, la equidad, la reciprocidad y la hospitalidad del territorio, no solamente con los que vienen de afuera sino con quienes formamos parte de él. Todo esto, entre otros propósitos, con el objeto de que podamos aprender a transformar los conflictos, particularmente aquellos relacionados con el agua y con el acceso a suelos fértiles y a climas habitables.

 

A medida que los efectos de los extremos climáticos sean más evidentes, en esa medida aumentarán los desplazados ambientales, incluyendo los que he llamado “desplazados in situ”: aquellos grupos de población que si bien no cambian de coordenadas, se encuentran de repente viviendo en territorios que sufren transformaciones tales que ya son incapaces de reconocer y de reconocerse dentro de ellos. Esto ocurre ya en muchos lugares de Colombia y no tanto por ahora como resultado del cambio climático sino de la manera como son implementados muchos proyectos de desarrollo.

 

Recordemos que Colombisa tiene el vergonzoso record de ser uno de los países del mundo con mayor cantidad de minas antipersonales sembradas en el territorio. En varias veredas el pozo de agua ha sido minado por actores armados fuera de la ley, como una manera de ejercer control del territorio y de evitar que integrantes de las Fuerzas Militares puedan abastecerse en ellos. Pero, como es conocido, quienes en últimas terminan siendo más perjudicadas son las comunidades que pierden el acceso a su agua, con todas las consecuencias desastrosas derivadas de tal suceso. Esto ocurre hoy sin El Niño y sin cambio climático. ¿Qué puede suceder en esos y en otros territorios, cuando se incremente la competencia por unos recursos y unas condiciones que hacen posible la vida con calidad y dignidad?

 

Transformar la manera sangrienta como tramitan esos y otros conflictos actuales y los que están por venir, puede resumirse en dos palabras: La paz.

 

Sin no hay paz en Colombia tampoco será posible una verdadera adaptación al cambio climático. Y así mismo, tampoco habrá una verdadera paz si no logran redefinirse las prioridades del desarrollo y la manera como la Colombia urbana se relaciona hoy con los territorios que ocupan las ciudades y con la Colombia rural.

 

Dejo por ahora simplemente mencionada otra dimensión del desafío adaptativo, estrechamiento ligado con la paz: la posibilidad que nos debe ofrecer el territorio para obtener seguridad y salud afectiva, emocional y cultural. Lo resumo con el título de un bello libro boliviano, escrito por el alemán Stephan Rist: “Si estamos de buen corazón, siempre hay producción”.

 

Sobre esto conversamos en una próxima oportunidad.

 

1 “Clima y Tiempo” en AGUACEROS Y GOTERAS – http://enosaquiwilches.blogspot.com/2006_09_01_archive.html
2 Busquen, por ejemplo, en Youtube por OMAR FRANCO – Fenómeno de El Niño https://www.youtube.com/watch?v=k1m6PDiHqic o los informes de SEMANA sobre el tema http://www.semana.com/nacion/articulo/fenomeno-de-el-nino-esta-colombia-preparada/385572-3
Video: http://www.semana.com/nacion/multimedia/fenomeno-de-el-nino-en-el-segundo-semestre-del-ano/386120-3

Información adicional

Autor/a: GUSTAVO WILCHES-CHAUX
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