La izquierda brasileña abroquelada en torno al gobierno, no duda en calificar el posible triunfo de Marina Silva como un retorno al neoliberalismo, un retroceso en cuanto a la participación del Estado en la economía y el deterioro de las políticas sociales que sacaron a millones de personas de la pobreza.
En efecto, Silva propone la autonomía del Banco Central, lo que supone dejar la política monetaria en manos del “mercado”, o sea de los grandes conglomerados multinacionales y del capital financiero especulativo, se muestra favorable a la reducción del papel del Estado en Petrobras, la mayor empresa brasileña que controla las importantes reservas de hidrocarburos en la plataforma marítima y estaría dispuesta a quitarle el apoyo a gobiernos como el del venezolano Nicolás Maduro.
Sin embargo, la crítica al programa de la candidata del Partido Socialista de Brasil (PSB) no puede opacar dos hechos poco cuestionables: el profundo descontento de amplias camadas de la población, en particular los menores de 25 años, con la gestión del Partido de los Trabajadores (PT), y que una parte sustancial del empresariado apoya la política del gobierno, lo que fuerza a matizar las conjeturas sobre un eventual triunfo de Silva.
Un viraje inesperado
El 13 de agosto fue el momento de la mayor inflexión en la campaña electoral brasileña. La muerte del candidato socialista Eduardo Campos en accidente aéreo, sacudió el monótono clima hacia el primer domingo de octubre. Hasta ese momento, la presidenta Dilma Rousseff del PT llevaba amplia ventaja sobre su principal rival, Aécio Neves del Partido de la Socialdemocracia de Brasileña (PSDB), ex gobernador de Minas Gerais. Detrás, muy lejos, se situaba el candidato del PSB, Campos, con menos del 10 por ciento de las intenciones de voto.
Se trataba de una campaña aburrida, de claras connotaciones tecnocráticas, con tres candidatos que –con algunas diferencias– apostaban al desarrollismo. Siendo los tres economistas de profesión, era difícil que conectaran con los sentimientos de la población, más preocupada con las dificultades de la vida cotidiana (el pésimo transporte público urbano, las dificultades para un acceso de calidad a los servicios de salud y educación, entre otros) que por los datos macroeconómicos que entusiasman a los economistas.
Todas las encuestas previas al 13 de agosto mostraban que una parte del electorado, hasta el 25 por ciento, votarían nulo o en blanco. En los dos meses anteriores a la muerte de Campos, el instituto Datafolha revelaba dos datos importantes: la caída de Dilma en las intenciones de voto, pequeña pero constante, y que más del 60 por ciento rechazaba la obligatoriedad del voto (Datafolha, 12 de mayo y 6 de junio de 2014).
En los hechos, el cambio más importante que experimentó el escenario político-electoral fue que una parte de los brasileños salieron de la modorra y se entusiasmaron con la posibilidad de que algo cambiara. Ese deseo de cambio empata con el “espíritu de junio”, por las masivas movilizaciones del sexto mes de 2013, durante la Copa de las Confederaciones. Una reciente encuesta revela que si las elecciones no fueran obligatorias, el 57 por ciento no votarían, frente al 42 que sí lo harían. Lo interesante es que en 2010, cuando fue elegida Rousseff, el 55 por ciento frente al 44 estaban a favor de acudir a votar. El gran cambio se produjo en los últimos años, y precisamente es junio de 2013 el punto de inflexión. En quince años nunca había existido un rechazo tan amplio a la política electoral.
Y en eso llegó Marina
Para empeorar las cosas, el país entró en recesión faltando apenas un mes para las elecciones. Lo que puede ofrecer el PT a los votantes es cada vez menos, de ahí que su campaña vuelva a hacer hincapié en estribillos algo gastados, como la reducción de la pobreza, que ya esgrimió en anteriores campañas.
Uno de los datos más notables es que ocho de cada diez brasileños quieren que las cosas cambien, una abrumadora mayoría que recuerda el clima en el que fue electo Luiz Inacio Lula da Silva en 2002. De ese clima, se está beneficiando Marina Silva, quien de alguna manera puede mostrar una trayectoria social y política similar a la del ex presidente.
Marina Silva nació hace 56 años en Rio Branco, en el amazónico estado de Acre. Descendiente de africanos y portugueses es hija de un seringueiro (recolector de látex) que tuvo once hijos, de los cuales sólo ocho sobrevivieron. A los diez años comenzó a trabajar para pagar la deuda de su familia con el patrón. Sufrió de malaria, contaminación por mercurio y leishmaniosis. Trabajó como empleada doméstica, fue analfabeta hasta los 16 años, estudió historia y psicopedagogía.
En 1984 fue vice coordinadora de la Central Única de Trabajadores (CUT) en su ciudad y se afilió al PT. Fue concejal, diputada y senadora, y ministra de Medio Ambiente del gobierno Lula entre 2003 y 2008. En 2010 fue candidata por el Partido Verde (PV) cosechando 19 millones de votos, el 19,3 por ciento, sin alcanzar la segunda vuelta. Es ambientalista defensora del “capitalismo verde”, rechaza el aborto y el casamiento gay, profesa el evangelismo integrando la Asamblea de Dios. Para las elecciones de 2014 no pudo conformar un partido propio, ya que abandonó el PV, presentándose como candidata a vice del PSB, junto a Campos.
Para los intelectuales afines al PT, Marina Silva representa a la derecha neoliberal. Es cierto que tiene rasgos conservadores y que una parte de la derecha la apoya como forma de derrotar al PT. Sus propuestas entorno al Banco Central y Petrobras provocan algarabía en el sector financiero, al punto que la Bolsa de São Paulo sube cada vez que se difunden encuestas que muestran su posible triunfo.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Dilma recibió el apoyo explícito de la senadora Katia Abreu, la mayor representante del agronegocio, en tanto el PT ha tejido alianzas muy sólidas con oligarquías locales, como la familia Sarney que gobierna el estado de Maranhão. En ambas candidaturas hay sectores importantes de la derecha neoliberal. La candidata del PT recibió casi el doble de aportes que la suma de las campañas de Neves y Silva, correspondiendo el 52 por ciento de cuatro grandes multinacionales: la constructora OAS, la mayor procesadora de carne del mundo, JBS, la constructora Andrade Gutierrez y Ambev, multinacional de la cervecera Ambev (Estado de São Paulo, 5 de septiembre de 2014). Las cuatro son grandes multinacionales con sede en Brasil, beneficiadas con préstamos del estatal BNDES. La diferencia es que, para buena parte de los votantes, Marina encarna el cambio, lo nuevo, el anhelo de que las cosas sean distintas.
El nuevo escenario social
Hasta abril de 2013 la aprobación del gobierno de Dilma oscilaba entre el 64 y el 65 por ciento, mientras la desaprobación era de apenas del 7, y quienes lo consideraban regular oscilaban en torno al 25 por ciento. Pero llegado el mes de junio la aprobación cayó al 30, la desaprobación trepó al 27 por ciento y los regulares llegaron al 43. Un golpe del cual el gobierno de Dilma nunca se recuperó, llegando la aprobación al actual 35 por ciento.
Este verdadero terremoto tiene un solo nombre: el espíritu de junio, las masivas movilizaciones de millones de personas en 353 ciudades durante un mes. ¿Qué fue junio? Un potente grito de millones de brasileños jóvenes contra la desigualdad y la represión. Recordemos: las manifestaciones las inició el Movimiento Passe Livre (pasaje gratuito) contra el aumento del precio del transporte urbano. Fue la dura represión policial ante un reclamo justo, lo que provocó la masificación de las protestas que inicialmente habían sido pequeñas.
La inmensa mayoría de los manifestantes tenían menos de 25 años, se quejaban de la pésima calidad de un transporte lento y caro, pero también de los problemas en la atención de la salud, en la educación, y en general en todos los servicios estatales. Fue una protesta contra la desigualdad, contra un modo cupular y clientelar de hacer política. Reclamaban la democratización de la vida cotidiana, ser consultados en la toma de decisiones que los afectan. Esa realidad se refleja en las intenciones de voto: Marina supera a Dilma entre los que tienen entre 16 a 24 años (42 a 31 por ciento), mientras ésta la supera entre los mayores de 60 (38 a 25 por ciento).
En junio culminó la polarización PT-PSDB que dominó la política en las dos últimas décadas. Era la línea política y partidaria que separaba izquierda y derecha, neoliberalismo y deseo de cambios. Esa polarización modeló las elecciones de 2002, 2006 y 2010, ganadas por Lula las dos primeras y por Dilma la tercera. Ya no funciona: “De aquí en adelante, quien insista en los mismos esquemas mentales puede acabar reducido a guetos”, señala Bruno Cava, escritor e investigador en el área de la teoría y filosofía del derecho (Quadrado de Loucos, 28 de agosto de 2014).
“El voto en Marina se apoya justamente en el hecho de ser rechazada, de generar crisis y mover las certezas”, señala Cava. Cuanto más se la critica por tener “cara de empleada”, o sea mujer, negra, acreana y evangélica, “más se fortalece”. No es que ella represente el espíritu de junio, no tuvo ninguna relación con las movilizaciones. Es justo al revés: una gran parte de los que quieren cambios se sienten más cercanos a Marina que a las demás candidaturas.
La izquierda se muestra incapaz de comprenderlo, como se mostró irritada en junio de 2013. “Siento que la polarización de años entre tucanos (PSDB) y petistas empobreció la capacidad de análisis de estos militantes”, razona el sociólogo Rudá Ricci. Para Bruno Cava, “lo que está fuera del campo de visión de la izquierda sólo conlleva una carga errática y peligrosa, que debe ser controlada” (IHUOnline, 5 de julio de 2013).
Los movimientos están saliendo también de la polarización tradicional. El MTST (Movimento de Trabalhadores Sem Teto) libró un comunicado en el que destaca su “rigurosa autonomía en relación a cualquier partido político y sobre todo a cualquier gobierno” (MTST.org, 26 de agosto de 2014). Se trata de uno de los más importantes movimientos urbanos de Brasil, que dice preferir un gobierno que dialogue con los movimientos a “otro que los criminaliza y reprime”.
En su comunicado reconocen que hay candidatos a los gobiernos de los estados y al parlamento que enarbolan las mismas demandas que el MTST de vivienda digna y reforma urbana. Pero afirman que su camino no es la participación electoral que “los cambios se construyen con lucha y organización popular” y que “nuestro voto es el poder popular”. El Movimento Passe Livre no ha emitido ningún comunicado, pero se muestra muy distante de la disputa electoral y algunos militantes se pronunciaron en un sentido similar al del MTST.
La izquierda paralizada
Uno de los intelectuales afines al PT, el sociólogo Emir Sader, sostiene que la derecha está recomponiendo fuerzas en la región, con base en tres procesos: el papel desestabilizador de los medios de comunicación, campañas de denuncias sobre “supuestas irregularidades” de los gobiernos progresistas y creación de un clima de pesimismo económico, apoyados en el “gran empresariado” y en alianza con los Estados Unidos (Alai, 5 de setiembre de 2014).
Este tipo de análisis oculta que el modelo extractivista que defienden los gobiernos del PT también está soportado en grandes multinacionales de la minería y el agronegocio, y que la gestión económica es a menudo muy deficiente y dependiente de los precios internacionales de las commodities. Pero, sobre todo, desdeñan los fuertes vínculos del progresismo con los empresarios y, de modo muy particular, los que sostiene el PT con un puñado de multinacionales brasileña.
Hasta el momento, la campaña de Dilma lleva recaudados 123,5 millones de reales (unos 55 millones de dólares), frente a 44 millones de Neves y 25 millones de Silva (Estado de São Paulo, 5 de setiembre de 2014). Datos que no reflejan el supuesto apoyo del “gran empresariado” a la oposición, que recaudó mucho menos entre ellos que la candidata del PT. La constructora OAS, por ejemplo, donó 20 millones de reales al PT y sólo seis millones a Neves. JBS aportó 15 millones a PT y seis millones a Neves. Si alguien se guiara por las donaciones, debería concluir que el partido del empresariado es el que se denomina “de los Trabajadores”.
En los análisis de la izquierda hay, además, un gran ausente: la calle. Existe un clima de cansancio con la política institucional, que se refleja en el apoyo a Marina Silva. En 2010 ya había llegado al 20 por ciento de los votos pero no llegó a la segunda vuelta. Buena parte de sus votantes son los que hasta semanas atrás declaraban su intención de votar anulado o blanco.
Faltando apenas cuatro semanas para la primera vuelta, la revista Veja reveló que un gobernador, 12 senadores y 49 diputados habrían recibido “propinas” de la estatal Petrobras por el 3 por ciento del valor de los contratos entre 2004 y 2012. Es probable que la denuncia, realizada por el ex director de Abastecimiento de Petrobras, encarcelado por corrupción, sea falsa. Pero lo importante es que resulta creíble y afecta al PT y a sus aliados.
Aún es pronto para saber quien vencerá en la segunda vuelta. La Presidenta parece haber conseguido frenar el crecimiento de su retadora y puede ganar el balotaje. Sin embargo, todo indica que los tiempos del progresismo, como fuerzas transformadoras, están en franco proceso de agotamiento.
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