Todo cambia, y la política no es la excepción. El Frente Amplio (FA) conquistó el gobierno en las elecciones de 2004 con el 52% de los votos, ganando en primera vuelta con Tabaré Vázquez, luego de que el país sufriera la mayor crisis económica en su historia. En 2009 repitió con José Mujica, quien tuvo que ir a segunda vuelta porque en la primera cosechó 49,3% de los votos, pero en el balotage sumó cuatro puntos más. En ambas ocasiones logró la mayoría absoluta en el parlamento, con lo que pudo gobernar sin mucho contratiempo.
El 26 de octubre de 2014, las expectativas y convocatorias muestran cambios en el electorado: el FA, de nuevo con Tabaré Vázquez como candidato presidencial, y en contra de lo postulado por éste, deberá concurrir a una segunda vuelta y, como si esto fuera poco, perderá la mayoría parlamentaria con lo que deberá entrar en acuerdos con otros partidos para gobernar, con el predecible resultado de tener que licuar aún más su programa. Los analistas aún no saben cómo será el resultado de la segunda vuelta, estiman un empate técnico aunque, en mi opinión, Vázquez tiene más opción de volver a ser presidente.
Los enojados
Alrededor del 10% de los votantes de Montevideo, donde vive la mitad de los tres millones de uruguayos, rompieron con el FA en los últimos años. El dato no es menor, por dos razones: el electorado uruguayo es muy estable, tanto como la población que creció apenas 15% en medio siglo (en 1960 había 2,7 millones de habitantes y el último censo asegura que no llegan a 3.3 millones). Una variación de dos puntos de una elección a otra es algo considerable, cinco puntos son casi un terremoto político.
En segundo lugar, el Frente nació en Montevideo donde tuvo siempre un electorado muy potente que oscilaba entre el 50 y el 60% desde hace varias décadas. Pero, luego de estos años de gobierno nacional, y capitalino, uno de cada diez votantes da muestras de cansancio. Hay que tener en cuenta que la izquierda gobierna la capital de forma ininterrumpida desde hace 25 años y la desconformidad con su gobierno es muy alta. Tanto que en las elecciones municipales de 2010 casi el 15% de los montevideanos votaron en blanco o anulado, algo inédito ya que tradicionalmente esos votos no superan el 3 o 4%. Una señal de alerta que el FA no supo o no quiso interpretar.
Los enojados con el Frente tienen las más diversas razones para no votarlo. Desde los recelos que levanta un personaje como Tabaré Vázquez, quien nunca fue de izquierdas hasta que lo catapultaron al municipio de Montevideo, un oncólogo millonario dedicado a la medicina privada, alardea de su amistad de George W. Bush, vetó la ley de aborto que aprobó el Parlamento y trabó un fuerte conflicto con Argentina por una papelera sobre el río Uruguay mostrándose, además, favorable a ingresar a la Alianza del Pacífico aunque corra el riesgo de abandonar el Mercosur.
Una segunda tanda de rechazos proviene de los movimientos contra la minería y ambientalistas, movilizados con éxito en los últimos tres años al conseguir la paralización de un proyecto de extracción de mineral de hierro por una empresa de la India. También se registra un creciente rechazo a las consecuencias del modelo sojero, ya que el Estado debió reconocer que todos los ríos del país están contaminados por agroquímicos.
El rechazo al modelo productivo gana más y mejores argumentos. Los movimientos no sólo rechazan la soja y la minería sino un modelo consistente en exportar commodities sin procesar, en un país donde la mitad de los trabajadores perciben un salario mínimo y medio, lo que resulta insuficiente en uno de los países más caros del continente.
Sin alternativas
Los uruguayos sabemos que el sistema político es uno de los más estables del mundo, situación que sólo es comparable con la de Inglaterra. Los dos partidos tradicionales, el Nacional y el Colorado, tienen 170 años y la izquierda un siglo. Por eso, votar por fuera de las tres siglas resulta tanto como desperdiciar el voto.
Eso también está cambiando. Desde la independencia en 1830 hasta 2004, gobernaron los partidos tradicionales, pero desde 1970, al calor de una crisis terminal del país y su modelo de sustitución de importaciones e industria, la izquierda creció con el aporte de muchos desengañados de los partidos de siempre. El crecimiento de la izquierda fue permanente desde aquel momento, hasta que obtiene el gobierno en 2005 y empieza a estabilizarse. Ahora está en el momento de caída.
Las alternativas no son sencillas. Hacia la derecha, el Partido Independiente que contiene varios líderes moderados desgajados de la izquierda, tiene apenas 2,5% y dos diputados que ahora espera incrementar. Hacia la izquierda, la Unidad Popular que nunca superó el 1% y es una pequeña ruptura por la izquierda, apuesta a crecer para llegar al Parlamento. Los ecologistas agrupados en el Peri (Partido Ecologista Radical Independiente) podrían tener un desempeño algo mejor ya que sus escasas definiciones políticas pueden llevarle a muchos críticos del Frente Amplio.
El voto en blanco o anulado puede llevarse una porción aún mayor de descontentos. En un país donde los movimientos sociales son muy débiles, como los que resisten la minería, o muy institucionalizados, como el sindical, no es sencillo que surjan alternativas en el escenario electoral.
Lo que es casi seguro es que el próximo gobierno del FA (de confirmarse su eventual triunfo en una segunda vuelta) puede ser el último de esta fuerza política que viene limitándose a reproducir el mismo modelo productivo neoliberal vigente en los demás países de la región, con sólidas políticas sociales que consiguen disminuir la pobreza pero sin el menor cambio estructural. Los pobres viven mejor, pero siguen siendo pobres.
Las clases medias, que viven mucho mejor que una década atrás, ahora son consumistas y por lo tanto conservadoras. Quieren protección frente a la delincuencia (una de las más bajas del continente) y seguridad en sus ingresos. Formas de vida que las van convirtiendo en conservadores, en la misma lógica que sus pares en Brasil y Argentina. Un conservadurismo que la izquierda no se empeña en combatir, ni en el terreno de las ideas ni en las acciones de gobierno.
Ante semejante panorama social-cultural, es muy difícil que los gobiernos progresistas puedan mantenerse a mediano plazo: el modelo que defienden y del cual se han beneficiado está segando la hierba bajo sus pies, porque genera una sociedad cada vez más insolidaria, individualista y consumista.
* Periodista uruguayo, Semanario Brecha.
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