Una vez posesionado como alcalde, Enrique Peñalosa no demoró en develar sus verdaderas intenciones: privatizar todo aquello que pueda feriarse, pavimentar aún más la Sabana, arrasar con humedales y reservas ambientales, volver a modelos ya superados en salud, como el curativo, dejando atrás el programa de prevención construido a lo largo de varios años, buscar más la rentabilidad que el servicio en áreas como el transporte, reservando el espacio público para los comerciantes de siempre, desalojando del mismo a los informales, y priorizar la fuerza al diálogo y la concertación al momento de tratar las demandas callejeras de la ciudadanía.
Estas prioridades, al ser constatadas con las que caracterizaron al gobierno que dejó funciones el pasado 31 de diciembre, permiten deducir que estamos ante dos modelos de ciudad: aquella que de manera acertada sintetizó Petro como “La Bogotá humana”, que da cuenta de una visión de largo plazo, de Estado, y la que ahora está al mando, que sin reparar en las consecuencias de sus medidas se enfoca en los negocios y el efectismo de corto plazo, a pesar de postular ser “Una Bogotá mejor para todos”.
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