Home » El rifle de Silva

El rifle de Silva

El rifle de Silva

A las 3:30 de la madrugada del 28 de enero de 1895 el vapor Amérique, que se dirigía desde Venezuela a Colombia, chocó contra la roca Mayorkín en cercanías de las Bocas de Ceniza. Algunos dicen que el capitán Holley estaba absolutamente borracho y que no dio las indicaciones necesarias al segundo teniente François Debordeaux para que tomara otra ruta, pues la de las Bocas de Ceniza era un naufragio casi seguro.

 

La importancia de este trágico accidente se ennoblece cuando aparece en escena un bogotano de finas facciones, de barba protuberante y de elegantes maneras que de seguro a esas 3:30 de la madrugada estaba encerrado en su camarote repasando algunos de sus versos o de sus cuentos o quizás evocando a través de una ventanilla que dejaba entrever a la estrella polar a la joven Julia Holguín Caro de quien estuvo enamorado o a su hermana Elvira, muerta tres años atrás. Así es, se trata con exactitud del gran poeta José Asunción Silva que regresaba de Venezuela tras cumplir como secretario de la legación colombiana para dicho país. Lo que bien sabía José Asunción en ese momento en que el choque del vapor lo arrojó contra la cuneta de su camarote, es que en Colombia hacía pocos días había empezado una nueva insurrección liberal en contra del despotismo del que fuera su amigo Miguel Antonio Caro.

 

Y es en este momento de la historia donde se une el destino con su sarcasmo ya que durante los seis días de naufragio, ningún barco colombiano se acercó a rescatarlos especulando que era una estratagema de los insurrectos liberales para atacarlos y hundirlos. Siempre me pregunto qué pensaría durante aquellos días el gran poeta y lo imagino asido a las barandas del puente de lo que quedaba del Amérique, bajo aquel resol del caribe, con la ropa hecha girones, el corazón derrotado tras la pérdida de su equipaje y de su baúl donde transportaba toda su nueva obra y con su mirada diáfana extraviarse entre la espuma del mar. Quizás sentía ira en contra de su vida desgraciada o en contra de algún dios sádico a quien le gustaba verlo sufrir.

Sin embargo, muchos conocen lo acaecido durante el naufragio, el posterior arribo a tierra firme a cuenta propia de los sobrevivientes y el traslado de los mismos hasta Barranquilla. También se sabe que José Asunción durmió dos días seguidos y hasta sencillo sería suponer que aquel fue un sueño turbado por las pesadillas. Que desde Barranquilla escribió una carta al presidente Caro delatando a los insurrectos, que regresó a Caracas el 26 de febrero, pero no soportó por mucho tiempo a su jefe el general Villa y que el 17 de abril estaba de vuelta en Bogotá. Lo que no se sabe con total certeza es cómo regresó el poeta a su ciudad natal, pues es difícil imaginar que tras seis días de suplicios decidiera embarcarse de nuevo, esta vez por el traidor Magdalena.

La otra opción que tuvo José Asunción para regresar a Bogotá era por tierra, pero cabe recordar que desde el 23 de enero de 1895 se había producido un nuevo alzamiento armado y el país se encontraba en guerra. Parece improbable que un hombre como José Asunción Silva, tan exquisito y delicado, fuera capaz de aventurarse a atravesar el país en tal situación, donde para preservar su vida tuviese que empuñar un rifle. Pero no es tan improbable cuando se tiene la sospecha de que José Asunción, sintiéndose atacado por el liberalismo que lo tildó de traidor y delator tras la carta que enviara a Caro y para retractarse, probablemente sostuvo una reunión el 19 de febrero en Barranquilla con el general Reyes; que además el poeta era amigo personal del reconocido liberal Rafael Uribe Uribe y que no se tienen datos exactos de la forma como regresó a Bogotá.

No sé por qué, siendo Silva el poeta de mi infancia y juventud –al igual que para sus dos mejores biógrafos Fernando Vallejo y Enrique Santos Molano–, me gusta usar su imagen bienhechora y pulida para quitarle esa aura de benignidad que le han otorgado y convertirlo en humano y de este modo, imaginarlo tomar la soberbia decisión de atravesar el devastado país, especialmente en Boyacá y Santander, acompañando al general Reyes, cabalgando en un brioso alazán, con un sombrero de jipijapa y terciado en bandolera un viejo y oxidado rifle desenterrado de la guerra magna. Es como si lo imaginara reposando, con los ojos entrecerrados junto una acequia en su casa de campo Chantilly, escuchando croar a las ranas y la implosión de las luciérnagas antes de sentir su pecho invadido por la nostalgia y el recuerdo de sus seres amados, para luego tomar su cuaderno de tapas de hule negro y escribir “como en esa noche tibia de la muerta primavera, como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas! ¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!…”

Información adicional

Autor/a: Daniel Ángel
País:
Región:
Fuente:

Leave a Reply

Your email address will not be published.