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Para el paro, sobran motivos; faltan legitimidad y método

Para el paro, sobran motivos; faltan legitimidad y método

Es una situación repetitiva. Año tras año, o tal vez cada dos o tres años, desde la década de 1980 y como reflejo inmediato de lo que fue y significó el Paro Cívico de 1977, las organizaciones sociales y políticas declaran y fijan fecha para hacer sentir la inconformidad nacional ante el rumbo tomado por la economía y la política en nuestro país. Una y otra vez, tales decretos y tales citaciones quedan en el limbo, sin trascender, pues encuentran un vacío entre el grueso social.

Nadie discute las razones para decretar las jornadas de protesta; el rumbo del país no permite esconder ni disfrazar las penurias que tienen que padecer las mayorías nacionales para asegurar el diario vivir. Pudiéramos decir que sobran motivos para la protesta y para el paro. Lo que también es evidente en el campo político son las medidas y las actitudes oficiales, que, como es de todos conocido, se traducen en estimular y cubrir de impunidad el inmenso desastre humanitario que conoce Colombia, que lo sitúa entre los países donde se sufre mayor desplazamiento y mayor impunidad, así como mayor concentración de la riqueza y la consiguiente desigualdad social.

Un sitial especial merece la corrupción, lacra del individualismo más exacerbado que no ha dejado de presentarse en forma galopante entre gobernantes y negociantes privados criollos, con especial énfasis desde la llamada “apertura” del gobierno de César Gaviria –sin que dejara de estar presente antes–, con la cual y desde la cual fue feriado el patrimonio nacional. ¿Alguien duda de que tras cada ‘negocio’ hay ‘agradecimientos’ para quienes facilitan tal operación? Esta práctica asume también una forma inocultable en todos y cada uno de los decretos y leyes que les facilitan a los mayores grupos económicos del país, así como a las multinacionales, continuar ensanchando sus arcas con el esfuerzo y el trabajo de todos.

Esto en el campo macro de la política y la economía. Pero en el micro no es diferente y así lo sintetizan quienes concitan a la protesta cuando denuncian el raquítico salario mínimo que devengan los connacionales, así como el pobre incremento autorizado para el mismo en el último mes de 2015. Los informes oficiales mismos confirman que el precio de la canasta familiar es superior al millón doscientos mil pesos, mientras el salario mínimo sólo suma 689.000 pesos.

Habría que agregar a esta realidad los últimos informes del Dane, que aceptan el incremento del desempleo, a la vez que confirman que la mayoría de la gente que responde por los hogares en el país asegura que sus ingresos son insuficientes para cubrir los gastos demandados por el sostenimiento familiar. En otros informes, el propio Departamento Nacional de Estadísticas ya había confirmado que la población que trabaja por contrato fijo es minoritaria y es la misma que devenga el salario mínimo; la mayoría, como se sabe, trabaja por cuenta propia y está sumida en la informalidad. De esta manera, los motivos para la protesta son tales que resulta insoslayable la necesidad de otro modelo económico para el país.

Todo lo relacionado, más otros muchos aspectos que pudiéramos sumar aquí, confirman una vez más que sí hay motivos para la protesta, nadie está inventándolos y no son de poca monta. Si esto es así, entonces ¿por qué las declaraciones de paro no obtienen el respaldo social a que alude la palabra “cívico”? Algunas características de lo social y lo político que reinan entre nosotros bien pudieran ayudarnos a comprenderlo:

 

1. Lo sindical, al representar un escaso 5 por ciento de nuestro mundo del trabajo, se mantiene al margen de la dinámica laboral realmente existe entre nosotros, donde priman el trabajo por cuenta propia, la informalidad, la inestabilidad laboral, las empresas de menos de 20 trabajadores –muchas de ellas localizadas al interior de los barrios– y el desempleo.

2. Con un mundo del trabajo anticlásico, sin grandes talleres, con empresas situadas en el mismo espacio donde se habita, lo que estaría a la orden del día sería una acción sindical socio-político-territorial, una acción organizativo-reivindicativa, pero también educativo-politizante, donde lo gremial vaya de la mano de la visión de gobierno y de Estado; una acción sindical conectada no sólo al presente sino también al futuro del país, donde cada lucha por mejorar las condiciones de vida de un sector laboral específico también asuma las reivindicaciones sociales que le competan y que lo conecten con la población que habita el entorno inmediato donde está localizada la empresa.

3. De esta manera, se podría conectar lo laboral-territorial y lo reivindicativo-social y político, vitalizando así para lo sindical –poco a poco y a pesar de la informalidad reinante en nuestro mundo del trabajo– la legitimidad que le permitiera en un momento dado levantar banderas de lucha que conciten al conjunto nacional.

4. Similar situación padecen los restantes actores sociales y políticos convocantes al paro, imposibilitados de alcanzar la legitimidad necesaria que demanda la disputa de la dirección de la sociedad por a) el localismo en que cada actor se mueve; b) la ausencia de una propuesta de país que rompa el particularismo que caracteriza a todos y cada uno de los actores; c) el institucionalismo en que cada actor actúa, el mismo que mella sus acciones al circunscribirlas a lo realmente existente y lo realmente posible; d) la ausencia de referencias de poder dual mediante las cuales generar confianza sobre otro mundo posible entre el conjunto social nacional; e) el inmediatismo presente en la mayoría de acciones que proponen o propician todos estos actores, ausente de lo cual queda el otro país posible y las formas que asumiría.

5. La persistencia de un proceder social y político que, sin precisar tiempos ni delimitar territorios, prosigue en un actuar sin referentes de poder a través de los cuales disputarle la dirección de la sociedad a quienes desde siempre la han detentado.

6. Persistencia en concitar el paro cívico y la rebeldía social desde un solo sector social, que le resta capacidad a la convocatoria. Se ha dicho una y otra vez: en Colombia, por la dispersión reinante de lo social y lo político, un solo actor social está incapacitado para incitar las energías del conjunto nacional. Estamos ante la necesidad de superar este faltante, de empezar a darle forma a un Estado Mayor del pueblo, es decir, una dirección justa y legítima, reconocida y escuchada, síntesis de lo mejor de todos y cada uno de los sectores que sueñan con justicia, vida digna, redistribución de la riqueza, medio ambiente sano, paz, empleo ampliado y bien remunerado, estabilidad laboral, otra democracia, inclusión social, etcétera.

7. La persistencia en el modelo socio-organizativo-político y productivo dominante –es decir, el sometimiento al mundo realmente existente– mella iniciativas y les resta credibilidad a los movimientos sociales, toda vez que lo ya conocido es el mundo de quienes detentan el poder, del cual las mayorías, con justa razón, nada esperan nada ni confían en que pueda despuntar desde allí otro mundo posible.

8. El afán de protagonismo de muchos, el mismo que lleva a colgarle al paro tantas reivindicaciones, sin definir una o dos como las principales y las posibles de conseguir en el momento que vivimos, impide que cualquier ciudadano, con el solo hecho de leer la convocatoria, sepa de manera simple de qué se trata y cuál es el mínimo por lograr en la jornada motivo de llamamiento.

9. Concentración del mensaje, de las consignas, que debe estar centrado o recogido, asimismo, dentro de un eje transversal que brinde un norte al propósito general de las luchas sociales en curso. En la actual coyuntura mundial y de nuestro país en particular la democracia –otra democracia que sí es posible construir, democracias radical, directa, refrendataria– representa ese eje.

10. El efecto del terror, el miedo, que impide que la gente sienta tranquilidad para salir a expresar su inconformidad. Los múltiples asesinatos de dirigentes sociales ocurridos en los últimos días, así como las amenazas desbocadas que se lanzan por aquí y por allá, refuerzan esa estrategia de control y atomización social.

11. La forma de protesta: el paro, la bronca. Si la gente vive de su trabajo diario, ¿cómo dejar de laborar, de rebuscarse, así sea un solo día? No hay duda de que, si existiera suficiente legitimidad de parte de lo social alternativo, la gente se la jugaría ante el llamado a la protesta, pero precisamente esa misma desconexión del país nacional la hace entrar en duda o simplemente ni lo piensa. De aquí que experimentar otras formas de protesta es un reto abierto y a la orden del día. No es equivocado, por tanto, lo que intentan nuevos actores sociales al concitar protestas los domingos o al final de las jornadas laborales. Buscar la conexión con las mayorías es el reto.

 

No podemos dejar de relacionar, como últimas puntadas de esta reflexión, cuatro aspectos: 1) los actores sindicales, sociales y políticos piensan y sienten el llamado paro cívico como una acción similar o igual al paro del 77 del siglo pasado. Tal añoranza, que les pesa, les amarra la imaginación y les condiciona las formas de hacer; 2) en medio de una sociedad sometida a tan diversas y complejas problemáticas, en cualquier momento un llamado a paro puede transformarse en un alzamiento radical en uno u otro territorio, pero ello no significa necesariamente que ya esté superada la desconexión social de los actores convocantes. 3) el centralismo reinante en Colombia también es perceptible en estas convocatoria que, realizadas desde Bogotá, por el solo hecho de convocarse desde la capital del país, se considera que ya son nacionales, pero –como ya hemos anotado–, el mundo del trabajo realmente existente en Colombia es más complejo que el mundo clásico del mismo, el surgido en Europa; tómese en cuenta, además, que en buena parte del territorio nacional la única fuente de empleos que existe es el Estado; 4) antes que paro, este tipo de citaciones al país nacional debería denominarse jornada de protesta o de inconformidad, en lo cual cabe lo que realmente sucede en las mismas: paro laboral allí donde existan condiciones, mítines donde la realidad no permite más, marchas al final de las jornadas laborales, bloqueos donde las condiciones lo faciliten: saboteos a la producción y al transporte.

Esto y mucho más es lo que conocemos como protesta clásica. Pero la inconformidad también pudiera asumir la forma de representaciones teatrales sobre uno u otro problema social; un toque y festejo colectivo, con alusión a la protesta; proyección de una película o documental que retome la realidad que sobrellevamos; jolgorio al inicio de la noche en uno y otro barrio, donde diversos vecinos se dirijan a los suyos y propicien un intercambio de quejas y sueños, etcétera.

En fin, llamar a las cosas por su nombre, decirles jornada de protesta y no paro cívico, pudiera despertar más energías, desprevenir con la carga negativa que para muchos pueda tener la palabra paro, y, de esta manera, empezar un proceso de acumulación de fuerzas que permita en un momento dado canalizar todas las energías sociales para, ahí sí, parar el país y obligar a la histórica y deslegitimada dirigencia nacional a escuchar las demandas de quienes en su cotidianidad padecen las consecuencias de sus nefastas políticas sociales, económicas y políticas.

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Autor/a: Equipo desdeabajo
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