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El Esmad apaga otra vida

El Esmad apaga otra vida

Miguel Ángel Barbosa, el joven estudiante de 18 años que fue atacado por el Esmad, continúa en coma. Todo sucedió como no era deseable, pero sí como ha ocurrido en otras muchas ocasiones a lo largo de los años desde 1928, y a lo largo y ancho del país.

 

Transcurría el jueves 21 de abril. Los rostros juveniles y alegres de decenas de estudiantes de la Universidad Distrital, Facultad Tecnológica con sede en la localidad de Ciudad Bolívar en Bogotá, coreaban sus consignas sobre la Avenida Villavicencio, calzada sur-norte; su presencia no era violenta ni conllevaba problema de orden público alguno. Su actividad había sido programada un día antes, cuando tras otros dos de paro se percataron que era importante explicarle a la comunidad por qué estaban en paro.

Estudio e inconformidad van de la mano. La protesta, lícita y necesaria, trascurría con frescura, hasta cuando el Escuadrón antidisturbios copa el espacio y ataca sin mediar palabra. Suenan las bombas de estruendo, los gases lacrimógenos transforman el aire en irrespirable. Algunos estudiantes tratan de calmar a los representantes del Estado, pero no hay razón ni voz que los calme; su agresividad es latente, disparan en directo, no para prevenir sino para quebrar, y no pasan muchos minutos para que así lo consigan: uno de sus disparos da sobre el cráneo de Miguel Ángel Barbosa, de escasos 18 años, fogoso estudiante de la carrera tecnológica de Mecánica, con habitación familiar en Madrid-Cundinamarca. Su cabeza recibe el disparo de una granada de gas, el impacto es fatal, su cuerpo se tambalea, su cuerpo cae, de su cráneo brota el líquido vital que le transmite vida, la misma que se va… él, a pesar de estar con muerte cerebral, no quiere que la muerte gane, su cuerpo lucha, su cuerpo resiste.

Sus compañeros lo ven allí, tirado, sin fuerzas, desangrándose; la confusión gana tiempo. Ellos nos cuentan con rabia y tristeza pasajes de lo sucedido ese día:

Como habíamos acordado en la asamblea del día anterior, realizaríamos la “almuerzatón y la jornada cultural” que consistía en que quienes quisieran almorzaríamos en la calle, mientras otros repartíamos volantes y otros hacían malabares y se pintaban la cara. El propósito era informar a la comunidad en general y vincular a la los vecinos de la localidad de Ciudad Bolívar con nuestra problemática. Ocupamos un carril de la Avenida Villavicencio, pintábamos, otros hacían malabares y entregábamos volantes a todos aquellos que iban pasando (transeúntes, conductores, vendedores ambulantes, etcétera). Con el propósito de evitar enfrentamientos con la fuerza pública y crear antipatía con la comunidad, se acordó ocupar un solo carril de la Avenida, para no obstaculizar el tráfico y no generar ningún tipo de caos. Luego de 7 o 10 minutos de haber empezado, llegó el Esmad y a pesar de que no bloqueamos el tráfico y que todos estábamos almorzando en la calle, o cumpliendo con su tarea asignada (yo estaba entregando volantes) el Esmad llegó disparando gases. Lo que nosotros hicimos fue corrernos hacia el andén de la Universidad e intentamos seguir con nuestra actividad.

Esta vez no habían policías comunes, como suele pasar cuando primero conciliamos con ellos para evitar las agresiones del Esmad. Por el temor de lo que pudiera pasar con la policía, llamamos a derechos humanos, la respuesta fue que estaban en otro lugar y en ese momento no podían llegar a la Tecnológica. Algunos estudiantes que tienen colectivos que trabajan con derechos humanos salieron a dialogar con ellos para que nos dejaran proseguir con la actividad porque no íbamos a bloquear el tránsito…

Pero la misión de quienes llegaron agrediendo parecía clara, y las palabras para poco servían. Por ello, como en un campo de batalla, los estudiantes de la Facultad Tecnológica de la Universidad Distrital tuvieron que soportar atrincherados, detrás de las rejas de la entrada principal de su centro de estudios, los embates del escuadrón móvil antidisturbios, que desde el medio día los hostigó con gases lacrimógenos, bombas aturdidoras y proyectiles de caucho. Así, lo que había empezado como una jornada cultural de protesta pacífica no era extraño que terminara de manera trágica.

[…] la respuesta que nos dieron fue que la orden que tenían era de que si ocupábamos un sólo carril nos iban a atacar. Entonces empezaron a correr a la gente, ya nos habían lanzado gases, y mantenían sus amenazas de agresión. Lo que yo hice para demostrarles que la manifestación era pacífica y de estudiantes fue entregarles volantes a los policías para que se dieran cuenta de qué se trataba, pero me ignoraron.

Para pelear se necesitan dos, bien reza el dicho; aunque a los del Esmad nunca les falta oponente, siempre lo encuentran aún donde no lo hay, porque ellos mismos hacen el papel de los que consideran delincuentes.

Aunque queríamos terminar nuestra actividad, tuvimos que entrar a la sede”. Eso fue lo que me dijo uno de mis compañeros.

 

¡Mataron a Miguel!

 

Por más de una hora se extendió el altercado, con gases lanzados desde un lado y piedras desde el otro. El panorama no pintaba nada bien para los estudiantes, estaban rodeados y no contaban más que con sus ropas para protegerse de los proyectiles que los uniformados disparaban a diestra y siniestra. Es bien sabido que la ley los obliga a disparar los fusiles lanza gases con el cañón inclinado a no menos de 45 grados, para que el recorrido de la granada pueda ser percibido por las personas y así evitar lesiones por impactos. Sin embargo esto dice el papel pues los agentes del Esmad acostumbran a disparar apuntando a los civiles.

Me ocupé de velar porque mis compañeros estuvieran bien, era imposible poder ver en medio de tanto gas, muchas se ahogaban y otros se tiraban al suelo para cubrirse del gas y para evitar los disparos de la policía. En ese momento llegó un compañero de Sistemas llorando y me dijo “¡lo mataron, lo mataron! ¡Mataron a Miguel! Mis piernas temblaban, sentí que no podía caminar, un nudo se armaba en mi garganta mientras intentaba llegar a la entrada principal. No podía ser. Fuimos a comprobar la noticia. Era cierto. Estaba tirado boca arriba en el piso, con los pies hacia las rejas; de su cabeza emanaba sangre a cántaros. Era perturbador, había mucha sangre… verlo ahí tirado, inmóvil sin dar señales de vida. No sabíamos qué hacer y sólo atinamos a llamar a la doctora de Bienestar Universitario, pero ella está embarazada y los gases le podrían causar un aborto. No entendíamos que pasaba, a mi me invadía el pánico, ellos (los del Esmad) no se daban cuenta de que la fractura en su cráneo era enorme, espantosa; no sabía si él seguía vivo. La sangre formó un charco alrededor de su cuerpo, el uniforme de trabajo estaba empapado, el tiempo corría y a mi compañero se le iba la vida. Una vez se dispersó el gas, lo suficiente como para poder respirar, la doctora pudo salir a socorrerlo, revisó su pulso y confirmó lo que temíamos: no sólo estaba inconsciente, su corazón latía muy despacio; estaba a punto de morir.

Miguel Ángel se encontraba dentro de la Universidad cuando el agente del Esmad le disparó justo en el costado derecho de su cabeza. Los uniformados rodearon la entrada principal. El agente que disparó contra Miguel Ángel se encontraba al lado de la portería, debajo de la inscripción que queda justo en la calle 68 A con carrera 49 C sur. Según las declaraciones de quienes estuvieron presentes, el policía tuvo que disparar su arma a no más de 15 metros de distancia de Miguel Ángel.

Ya no queríamos más problemas, había un ser humano tendido en un charco de sangre luchando por vivir. En la enfermería no había un botiquín, nada para detener la hemorragia, tampoco lo podíamos mover, por lo que tuvimos que esperar más de media hora hasta que por fin llegó la ambulancia. Recuerdo que la doctora dijo “¡o una ambulancia o una camioneta, un carro o lo que sea, pero ya! ¡No podemos esperar más tiempo!”. Cuando se lo llevaron tomamos fotos del lugar en donde cayó tendido, tomamos fotos a los policías que rodearon la entrada. Mientras tanto, ellos esperaban la oportunidad de apresarnos, por lo que nadie pudo acompañar a Miguel al hospital.

 Antes de que la ambulancia llegara, la policía seguía incitándonos para continuar con las agresiones, se burlaban de que Miguel estuviera tendido sin responder. Entonces, una mujer del Escuadrón que empezó a grabar a las personas que resultamos envueltas en los disturbios. Me encaró con palabras llenas de sarcasmo “eso, tómeme fotos que yo la grabé echando piedra”, le respondí que yo no estaba tirando piedras y que si los estaba fotografiando era porque habían acabado de matar a una persona. Con tono irónico y desalmado ella contestó “¿matamos? No… además ustedes son guerrilleros.

Aunque el tropel terminó entonces, el día no terminaba para Miguel Ángel y su familia. Por urgencias fue ingresado al hospital El Tunal, con un trauma craneoencefálico por proyectil y una hemorragia severa y en su cráneo fueron encontrados fragmentos de metralla. Hoy, tres semanas después de lo sucedido, continúa en la unidad de cuidados intensivos en estado de coma y con pronóstico médico reservado; aunque responde al llamado de sus padres no logra recuperar la consciencia, su vida aún pende de un hilo.

Quedan cosas por aclarar. Frente a la portería hay una cámara periférica tipo domo, esta tuvo que grabar cada segundo en el momento en el que el policía realiza el disparo, sin embargo, ésta y otras cámaras de la entrada estaban dañadas desde hacía un mes –según la versión de la empresa de vigilancia–. Esa misma noche el CTI ingresó en la facultad y se llevó todas las grabaciones de todos los dispositivos de vigilancia, sobre este suceso no hay registro alguno en la minuta que la empresa maneja. Días después del ataque, tres de los guardas habituales en portería fueron reemplazados. El Decano de la facultad ordenó la cancelación del contrato con la empresa de vigilancia.

Información adicional

Autor/a: Daniel Vargas
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