“El manuscrito lleva mucho tiempo sobre la mesa…
Llevo dos años recibiendo cartas de rechazo de las editoriales.
Las revistas guardan silencio. El veredicto siempre es el mismo: es una guerra demasiado espantosa.
El horror sobra. Sobra naturalismo. No se percibe el papel dominante y dirigente del Partido Comunista.
En resumen, no es una guerra correcta […]”.
Svetlana Alexiévich.
Ni la Unión Soviética fue el “socialismo real” que nos quisieron ‘vender’ los ideólogos del Partido Comunista de dicha gran nación, que para 1991 –año de su implosión– sumaba 22 millones de kilómetros cuadrados y casi 250 millones de habitantes; ni tampoco fue el “mal” que sus contradictores hoy propagan, al estilo de sal para la tierra arrasada.
A la sociedad soviética le faltó crítica, pero sobre todo autocrítica. Nunca fue leninista. Fue stalinista. En un principio, un sistema basado en el terror y persecución contra su propio pueblo, en medio de un jefe paranoico, al cual hasta sus propios consejeros le temieron. Con el pasar de los años, especialmente en la década del 70 del siglo pasado, la situación se suavizó, podríamos decir, no fue la democracia obrera perfecta, pero tampoco el régimen de terror que hoy difunden por algunos medios de comunicación. Los años 80, los de nuestra época estudiantil en Bielorrusia, fueron frescos y delirantes, en medio de la influencia occidental que alcanzó a percibir la juventud soviética, la cual ya empezaba a olvidar la guerra de sus abuelos y padres, actuando deseosa de cambios. Por cierto, quien lo creyera, el “camarada” Putin ha rescatado el honor y patriotismo de la nación rusa.
Siete años de estadía en la entonces Unión Soviética así nos lo demostraron. Pero crítica al diario vivir, sí que faltó. Sin embargo, cuando las exigencias lo requerían, los rusos eran capaces de sobreponerse a cualquier adversidad. Eran eso, “rústicos” ante el problema que tenían que enfrentar, y lo hacían con patriotismo, algo tan ausente en el mundo occidental actual. Precisamente por esto el pueblo ruso fue el héroe olvidado de la Segunda Guerra Mundial, lo que en parte es rescatado a través del género femenino que es fielmente representado en el Premio Nobel de Literatura otorgado a la bielorrusa Svetlana Alexiévich.
Para quienes tuvimos esa gran oportunidad de conocer y departir con el “alma rusa”, en mi caso, durante siete años, concretamente en la facultad de periodismo de la Universidad Estatal de Bielorrusia, Minsk, capital de dicha república de la entonces Unión Soviética, y centro de educación superior de donde egresó Svetlana Alexiévich, sí que fue una experiencia para entender los silencios emotivos propagados a voces en el socialismo, fuera a veces real o irreal. Sin embargo, pese al conocimiento logrado del valor de la mujer soviética, lo no aclarado fue el por qué tuvo que guardar silencio durante mucho tiempo para que luego fuera rescatado el papel de su heroíco protagonismo en contra de la ocupación nazi y su fe en el Estado socialista, así como su lucha por la paz y contra la guerra. Analicemos situaciones, y después rescatemos.
Un oscuro período
“Oksana, el camarada Stalin lucha. Aniquila a los malvados. Pero ellos son muchos”. “No –me respondió–, eres tonta. Mi padre enseñaba Historia en la escuela y me decía: “Un día el camarada Stalin pagará por sus crímenes […]”.
Fue Stalin y su famoso stalinismo, quien impuso un régimen de terror, sobre el cual se ha hablado mucho y corrido tinta a kilómetros en libros y revistas de todo el mundo, pero aún no se ha explicado con claridad por qué un individuo paranoico y enfermizo, aterrorizó a toda una sociedad que estaba llamada a salvar el mundo de la explotación capitalista y crear el llamado “hombre nuevo”.
Se dice que fue por los Kulaks, que más que terratenientes, era medianos campesinos con capacidad de alimentar a Rusia. Los enterraron vivos, y nunca más la Madre Rusia pudo solucionar su problema de abastecimiento alimenticio. De ahí en adelante, cualquiera se convirtió en enemigo del pueblo. Incluso, dirigentes probos de la revolución rusa, por ciento, próxima a cumplir en el 2017 los cien años, no sólo fueron arrestados, sino asesinados sin justa causa, incluido un gran sector del alto mando militar, acción por la que Rusia estuvo a punto de caer en el invierno de 1941 ante la maquinaria alemana.
Rusia se recuperó en plena guerra, y fue más por el tesón de su pueblo que por el culto a la personalidad de Stalin. Este inmenso país estuvo a punto de perecer en 1941, y con ella el mundo.
“Somos una tribu en vías de extinción. ¡Unos mamuts! Somos de una generación que creía que en la vida hay cosas que están por encima de la vida humana. La patria y la Gran Idea. Bueno, y también Stalin. ¿Por qué negarlo? Las cosas como son”. (Nina Yákovlevna Vishnévskaia, técnica sanitaria, batallón carros de combate).
“Mi padre era un héroe de la guerra civil, comandante del tren acorazado que había luchado contra la rebelión de las legiones checoslovacas (invasores de Rusia en 1917). En 1931 fue condecorado con la Orden de la Bandera Roja […] En 1937 interpusieron una denuncia contra él, trataron de difamarle. De convertirlo en un enemigo del pueblo. Eran aquellas horribles purgas de Stalin […] pero mi padre logró ser atendido por Kalinin1) y recuperó su buen nombre. Todos conocían a mi padre. Valentina Pávlovna Chudaeva, sargento, comandante de una unidad de artillería”.
La guerra y el valor soviético / El horror del fascismo alemán
“Me acuerdo de […] Entramos en un pueblo, los cadáveres de los partisanos yacían desde donde comenzaba el bosque. No soy capaz de relatar cómo les habían torturado, mi corazón reventaría. Les habían cortado a trozos […] les habían sacado las entrañas, como a los cerdos […] Estaban allí tirados […] Muy cerca pastaban los caballos. Se veían que eran de los partisanos, algunos estaban ensillados. A lo mejor se habían escapado de los alemanes y después habían regresado, o tal vez no se los habían llevado por las prisas, a saber. El caso es que estaban allí cerca. Había mucha hierba. Y también pensé: “¿Cómo la gente se atreve a cometer esas cosas delante de los caballos? Delante de los animales”. Los caballos tal vez lo estarían viendo […]”.
Lo increíble del libro de la Nobel Svetlana Alexiévich La guerra no tiene rostro de mujer es, ante todo, el rescate del valor y heroísmo de los soviéticos en la cruel Segunda Guerra Mundial. No en vano murieron durante ella más de 20 millones de rusos, bielorrusos, ucranianos y demás. Pueblos enteros fueron barridos, niños, jóvenes, mujeres, ancianos, la retaguardia en general fue violentada. La economía recién reconstruida de la guerra civil fue bombardeada. A los soviéticos siempre les escuché decir en mi paso por ese gran país, que los americanos, los gringos, amén de su propia guerra civil, no han padecido el sufrimiento de una guerra de invasión. Antes, por el contrario, han invadido.
Una cosa es leer y otra escuchar de viva voz, de los pocos que quedan, sobre lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial y lo duro que le costó la invasión fascista a la Unión Soviética, reflejado en pérdidas humanas y materiales. Se dice que fueron 20 millones de soviéticos muertos en la guerra de aquella época. Es, entonces, cuando uno se pregunta, ¿para qué la guerra, si al final, en vez de contar muertos nos corresponde iniciar el resurgimiento nuevamente? En Colombia llevamos más de un siglo matándonos, reconstruyendo, destruyendo y robando (las élites). Ha sido una guerra de baja y alta densidad. De seudo “clase dominante” contra el pueblo, pero también de pueblo contra pueblo.
A los soviéticos, aparte de todo, les crearon un Estado, y les enseñaron que éste lo era todo. Y, en efecto, así fue. Se trató de un Estado capaz de desarrollar una economía. De feudal, hacerla industrial. Educó a su pueblo, lo igualó y le dio bienestar social. Pagó por un expansionismo imperial que nunca tuvo, y creó una clase dirigente parasitaria, que al primer intento que tuvo, se convirtió en capitalista de corte mafiosa, y borró de un plumazo todo el orden social y político por el cual murieron millares de idealista en el Tercer Mundo. He ahí las paradojas de la vida, donde hoy los nietos o bisnietos, unos pocos, por supuesto, descendientes de luchadores contra la invasión del fascismo alemán en tierras eslavas, se enorgullecen de lo capitalista que son: hasta equipos de fútbol de Inglaterra compran. ¿Qué dirán los “camaradas” colombianos?
De esta manera, quien lea el libro de Svetlana Alexiévich se encontrará con los horrores de la guerra, pero ante todo, con el sufrimiento de un pueblo que contra y en medio de la mayor adversidad, lo dio todo, hasta sobreponerse. En sus páginas nos presenta, especialmente, el odio fascista hacia los eslavos, en concreto hacia los rusos. La forma como eran exterminados pueblos enteros, y como los sobrevivientes, hasta comiendo barro y hojas, se enfrentaron a una fuerza superior pese a lo cual, contra viento y marea, guiados por la denominada dirección del partido y por el Estado soviético, triunfaron. Por eso entiendo al “patriota” Putin, cuando protesta ante quien osa destruir un monumento de quienes dieron la vida por derrotar a Hitler y se dieron el lujo de llegar primeros a Berlín un 8 de Mayo de 1945 e izar la añorada bandera del Ejército Rojo sobre el Reichstag.
“Tomamos una aldea […] Buscábamos agua. Entramos en un patio donde habíamos divisado un pozo con cigoñal. Un pozo artesanal, tallado a mano […] En el patio yacía el dueño de la casa, fusilado […] A su lado estaba su perro. Nos vio y comenzó a gañir. Tardamos en comprender que nos estaba llamando. El perro nos llevó a la casa […] En la puerta hallamos a la mujer y a tres niños […].
“El perro se sentó y lloró de verdad. Como lloraban los humanos […]”.
Las mujeres rusas, valentía femenina ante el olvido
“Quiero hablar […] ¡Hablar! ¡Desahogarme! Por fin alguien nos quiere oír. Llevamos tantos años calladas, incluso en casa teníamos que tener las bocas cerradas. Décadas. El primer año, al volver de la guerra, hablé sin parar. Nadie me escuchaba. Al final me callé […] Me alegro de que hayas venido. Me he pasado todo el tiempo esperando a alguien, sabía que alguien vendría. Tenía que venir. Entonces era joven. Muy joven. Qué pena. ¿Sabes por qué? No fui capaz de memorizarlo […]” (Natalia Ivánvna Serguéeva, soldado, auxiliar de enfermería).
Pero como en el poema de Brecht, era necesario conocer a ese Estado. Y en éste, para quienes lo conocimos, las mujeres eran y fueron superior a sus dirigentes. Recordemos que las soviéticas se destacaron de inmediato al comienzo de la revolución rusa por igualarse laboralmente a los hombres. Pero en la guerra fueron superiores, ya que combatieron, ayudaban a sus similares masculinos, les aconsejaban y se sobrepusieron espiritualmente a éstos. Fueron la esencia del gran triunfo soviético en la Gran Guerra Patria de 1941-1945.
Pero, ¿por qué les violentaron la palabra? He ahí lo que muchos nos preguntamos, y sobre lo cual habla la premio Nobel de Literatura 2015, a través de las verdaderas protagonistas de quienes dieron su vida por la defensa de la patria soviética: la valiente mujer rusa.
Niñas ya adolescentes que sintieron en sus corazones el llamado a la defensa de su patria, que nunca se consideraron inferiores a sus congéneres masculinos, que quisieron estar al lado de sus padres y hermanos, y que en tal sentido, vieron los sufrimientos de la guerra con rostro de mujer, quizás peor, o tan igual, que como lo han hecho las mujeres de los Montes de María, de Bojayá, de Apartadó, al igual que las viudas de los asesinados líderes sindicales, sociales y de la Unión Patriótica. Mujeres todas, pero al fin y al cabo, seres humanos que desde sus rostros femeninos hoy le dicen no a la guerra, sí a la paz, pero en democracia y con justicia social. Por eso, La guerra sí tiene rostro de mujer, y sea esta una invitación para leer el libro acá comentado, y de esta manera entender de primera mano lo duro de la guerra y el por qué debemos luchar por construir democracia “desde abajo” y en paz.
“Mi historia es corta […] El cabo preguntó: niña, ¿cuántos años tienes? Dieciséis, ¿por qué? Porque –dijo– no aceptamos a menores. Haré lo que sea. Hornearé el pan –me dejaron quedarme”. (Natalia Mujamedínova, soldado, panadera).
“Cuando empezó la guerra […] Yo tenía 19 años […] Vivía en la ciudad de Múrom, en la región de Vladímirskaia. En el mes de octubre de 1941, a nosotros, los miembros del Komsomol, nos enviaron a construir la carretera Múrom-Gorki-Kulebaki. Regresamos y nos llamaron a filas”. (María Alexiévna Rémneva, subteniente, empleada de correos”).
* Comentarios al libro, La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexiévich, Premio Nobel de Literatura 2015.
** Periodista y magister en periodismo, Universidad Estatal de Bielorrusia
1 Kalinin: Uno de los pocos grandes dirigentes amigos de Lenin que sobrevivió al stalinismo.
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